De nuevo el sinsentido: Siete civiles
fueron torturados y ejecutados por militares en Zacatecas. Hay responsables con
nombres y apellidos: el coronel Martín Pérez –amigo del secretario de la
Defensa–, los escoltas José Manuel Castañeda, Víctor Manuel González, Juan
Ordóñez… Pero aunque la Sedena reconoció los hechos, no explica por qué quienes
deben defender a la población la matan, dónde está la responsabilidad
institucional, o por qué constantemente sale a relucir el vínculo entre el
narco y el Ejército. Aquí, por lo pronto, está la historia de este nuevo ataque,
que revive a Tlatlaya, Ayotzinapa y Ecuandureo.
FRESNILLO, ZAC. (Proceso).-
Precedido por la fama que ganó tras encabezar el operativo que en septiembre de
2011 permitió capturar en Michoacán al lugarteniente de Los Caballeros
Templarios Saúl Solís Solís, el coronel Martín Pérez Reséndiz acabó con su
carrera en el Ejército tras una serie de tropelías que llegaron al extremo de
disponer de las vidas de siete civiles en el municipio de Calera.
De nada le sirvieron sus
vínculos con los altos mandos militares ni su amistad con el secretario de la
Defensa, Salvador Cienfuegos Zepeda, después de que familiares de los siete
asesinados denunciaran la matanza, que volvió a desatar las críticas contra el
Ejército y recordó los ataques de Tlatlaya, Ayotzinapa y Ecuandureo.
La desaparición forzada de
personas y su posterior ejecución, así como sus presuntos vínculos con Los
Zetas, son algunos de los delitos que se le imputarán a Pérez en el proceso que
enfrentará desde la prisión militar de Jalisco donde está encarcelado, según
divulgó la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) en tres comunicados, en
una aparente estrategia para presentar el juicio como un castigo ejemplar.
El prometedor historial del
coronel fue de más a menos en unos cuantos años. De hecho, su actuación ya lo
había puesto en la mira de las instancias internas del Ejército desde meses
antes de lo ocurrido el martes 7 en Calera. Esto último fue imposible de ocultar
y Pérez acabó por contribuir a su caída, de acuerdo con lo que confirmó Proceso
con distintas fuentes, entre ellas, algunas de la propia milicia.
Pérez llegó a Fresnillo unos
meses después de ser ascendido a coronel, al frente del 97 Batallón de Infantería.
Este grupo fue trasladado de Querétaro a Zacatecas tras las gestiones del
gobernador Miguel Alonso Reyes, quien cabildeó una millonaria inversión (3 mil
millones de pesos) para multiplicar las bases de fuerzas federales en el
territorio estatal, que se disputan Los Zetas y el Cártel del Golfo.
Pese a los nuevos cuarteles
del Ejército, la Armada y la Policía Federal, la violencia no bajó. Al
contrario. Activistas, académicos y periodistas comenzaron a denunciar que los
operativos y otras “incursiones” dejaban tras de sí allanamientos, tortura,
detenciones arbitrarias y desaparecidos, como de hecho ocurrió inicialmente con
las siete personas que fueron sacadas de un departamento del edificio ubicado
en la calle Francisco I. Madero 106, en Calera, y cuyos cuerpos fueron
encontrados en dos fosas en Jerez a la semana siguiente.
Parte de la información que
de manera extraoficial ha sido divulgada por algunos medios locales apunta a
que los siete ejecutados (que aparecieron con numerosos signos de tortura) eran
“sicarios del Cártel del Golfo”. Sin embargo, otros datos indican que por lo
menos tres de ellos –dos adolescentes de 16 y 17 años y una mujer– eran
integrantes de familias de jornaleros y habían trabajado en el campo en fechas
muy recientes.
No sólo eso. Víctor Hugo,
joven de 16 años, formaba parte de una numerosa familia de campesinos
indígenas, los Cisneros Ramos, desintegrada en noviembre de 2013, cuando más de
50 de sus miembros –entre padres, hijos, sobrinas y nietos, adultos y niños–
fueron desaparecidos en el lapso de pocos días en Calera.
Muchos de los desaparecidos
en aquella ocasión eran analfabetos. Algunos no tenían actas de nacimiento ni
fotografías. Testimonios de vecinos y conocidos refirieron la aparición de un
convoy de la Policía Federal, pero nadie quiso denunciar.
Unos cuantos “levantados”
reaparecieron tiempo después. Entre ellos estaban Víctor Hugo y su madre,
Patricia. Ella fue la única que acudió a la Comisión Estatal de Derechos
Humanos a pedir ayuda tras la nueva desaparición de su hijo, el martes 7.
Ricardo Bermeo y Cristela
Trejo, integrantes de Zacatecanos por la Paz, explican la vulnerabilidad de
niños o jóvenes como Víctor Hugo:
“Hay niños que vieron cómo se
llevaron a su madre o a su padre, fueron testigos de homicidios en su familia,
y al ver que no pasó nada o no tener medidas de acompañamiento, hay mucho
resentimiento social. La mayor parte de estos casos de Zacatecas ocurre en la
zona rural, donde no se está haciendo absolutamente nada, o no hay ni siquiera
una denuncia”, acusa Trejo.
Este caso, abunda Bermeo,
remite “sin lugar a dudas” al informe del Centro Pro sobre la masacre en
Tlatlaya, la responsabilidad del Ejército y la opacidad del Estado para dar a
conocer la situación.
En Zacatecas se suma un
agravio: a los diputados locales “se les pasó el tiempo” para integrar la
comisión estatal ordenada en la Ley General de Atención a Víctimas, lo que
dificultará el apoyo y el resarcimiento.
DÍAS ACIAGOS
El lunes 20, dos semanas
después de la desaparición de los siete en Calera, Patricia y otros familiares
salían de las oficinas del delegado de la Procuraduría General de la República,
Sergio Martínez, con la certeza que no querían:
“Ya los hallaron, ya están
identificados seis, nos falta uno –lloró Patricia–. Queremos que nos ayuden,
que metan a ese señor que se los llevó a la cárcel. No sabemos, no nos han
dicho nada. Nada más que ya tienen al coronel (Pérez) Reséndiz encerrado, pero
no sabemos si sea cierto o no. Vamos a seguirle hasta que haya justicia, que no
le sigan haciendo daño a más gente. ¿Por qué no los entregó a algún lado, por
qué les hizo lo que les hizo? Los dejó muy mal, no se les conoce por la cara,
están como que los mataron de hace muchos días, tenían mucho tiempo tirados.
Nomás encontramos casi la pura ropa de ellos. Sí había tortura, los raparon,
les hicieron muchas cosas.
“Él (Pérez) se los llevó y ni
la cara nos quiso dar. Si no tenía culpa por qué no salió; nomás cuando fuimos
a los medios, y en la noche luego luego los hallaron. Pero ya los hallaron
destrozados.”
El viernes 17, personal de la
Procuraduría de Justicia Militar había arribado a Zacatecas para iniciar una
investigación. El nombre del coronel del 97 Batallón de Infantería en Fresnillo
no era el único que se mencionaba. En las horas siguientes, Pérez fue detenido
y presentado en la 11ª Zona en Guadalupe. Fue interrogado junto con otros
integrantes del batallón que participaron en el ataque.
El lunes el coronel amaneció
en la prisión militar de Jalisco. Con él fueron encarcelados sus subalternos
José Manuel Castañeda Hernández, capitán segundo de Infantería; Víctor Manuel
González Alderete, teniente de Infantería, y el subteniente de Infantería Juan
Ordóñez Prado.
Los tres formaban parte de la
escolta personal del coronel. De hecho, los había mandado traer desde
Apatzingán, donde los conoció y habían sido sus subordinados en el 51 Batallón.
Un ex militar que estuvo
también bajo las órdenes de Pérez dice a Proceso que, a finales del año pasado
o principios de éste, el coronel había recibido ya el aviso de que sería
cambiado de adscripción. Reacio y apelando a sus “altas relaciones” pidió que
lo dejaran en Fresnillo. Y, según esta versión, se le concedió.
“Con frecuencia, cuando nos
hablaba en la plancha (el patio del cuartel) nos decía que el general
secretario le había llamado para felicitarlo”, cuenta la fuente.
Pérez y el general Cienfuegos
se conocieron en el Colegio Militar, cuando el actual secretario de la Defensa
era director. “Sí había amistad, no sé si eran compadres como Reséndiz decía,
pero de las familias sí. El general llegó a ir a la unidad y se llevaban muy
bien”.
Proclive a colocarse bajo los
reflectores mediáticos, Pérez era un asiduo invitado a los actos del gobierno
municipal –generalmente invitado por el ex alcalde y diputado federal electo
Benjamín Medrano. Reporteros locales afirman que les avisaba de los operativos
“para la nota”.
Pronunciaba discursos en
encuentros cívicos, impartía pláticas en escuelas, los ediles de la región se
reunían con él en las instalaciones del batallón. Su esposa también
protagonizaba actos y reseñas en la prensa, por sus actividades en el
voluntariado del Ejército.
En un mensaje que ofreció a
través de los medios hace unos meses, a propósito de los jóvenes tentados a
acercarse a los cárteles, el coronel dijo esto:
“El Ejército no es
correccional, para empezar. Puede suceder que algún joven esté mal ubicado,
pero así, mandarlo al Ejército, es mandarlo a prisión. El Ejército ha cambiado,
se ha transformado mucho. Yo tengo 35 años de servir a mi Ejército, la
institución que me ha dado todo, y a lo mejor yo en su momento fui de un
carácter rebelde, y aquí me formaron, me educaron. Pero he visto compañeros que
han entrado en la situación que ustedes ponen, de que los papás ya no los
pueden controlar, y lo único que han provocado es que ese joven tarde o
temprano termine en prisión.”
Además de traer a sus
escoltas, Pérez también se llevó a Fresnillo a su intendente, el capitán
segundo Fausto Nájera Galán. “Él ya le sabía el modo al coronel y cómo se
manejaba”, dice el exsoldado entrevistado.
Tanto él como otras fuentes
castrenses relatan que “los manejos” de Pérez en operativos incluían entrar a
domicilios particulares, y “su gente de confianza sacaba todos los aparatos,
electrodomésticos, lo que podía”.
“YA SÉ DÓNDE LLORARLE”
La puerta del departamento en
Francisco I. Madero 106 está abierta. El vidrio está quebrado muy cerca de la
cerradura. En las tres recámaras hay colchones sin sábanas, volteados; ropa,
papeles, zapatos, cosméticos regados por el suelo. Ni un televisor o aparato de
sonido; sólo dos controles remotos tirados.
Los vecinos apenas hablan.
Sólo dicen que casi no veían a los habitantes de esa vivienda porque la habían
rentado apenas unos 10 días atrás; parece que andaban en malos pasos; saludaban
bien.
La noche del lunes 6 ahí
estaban reunidos, en una fiesta, Germán Martín García González, de 26 años,
exmilitar del 97 Batallón; Víctor Hugo, de 16 años; Fernando José, de 17;
Beatriz Fernández, de 27; María Alejandra Rocha Montes, de 18; Jorge David, de 17,
y Guillermo, de 15 años.
A las seis de la mañana del
martes 7, un destacamento encabezado por Pérez y sus escoltas cerró la calle
con varios vehículos e ingresó al domicilio. Sacó a todos.
La esposa de Martín, que se
había salido de la casa enojada por la fiesta, volvía cuando se dio cuenta de
lo que pasaba e identificó plenamente al coronel, de acuerdo con la declaración
oficial que rindió ante la Procuraduría de Justicia estatal y que fue turnada a
la delegación de la PGR.
La voz corrió con rapidez; los
familiares comenzaron a coincidir en las puertas del 97 Batallón –donde les
dijeron que ahí no conocían a ningún coronel Pérez Reséndiz–, de la Zona
Militar, de la Procuraduría local, del Servicio Forense y del Congreso. Nadie
les dio razón.
Así, acordaron reunirse el
miércoles afuera del departamento allanado. Llevaron carteles con las
fotografías de los siete, llamaron a los reporteros y colgaron algunas mantas
que ya consignaban el nombre del coronel del 97 Batallón como el de alguien que
debía saber el paradero de los desaparecidos.
El jueves 16 fueron
localizados cuatro: Germán, Beatriz, Fernando José y Guillermo. El reporte de
la Policía Ministerial del estado dice que “un aviso por parte del sistema de
emergencias 066” de Jerez, recibido cerca de las tres de la tarde del
miércoles, informó que había unos cuerpos cerca de la presa El Tesorero, en el
kilómetro 16 de la carretera Jerez-Zacatecas-Fresnillo, así como cuatro
casquillos percutidos de pistolas 9 milímetros.
El sábado 18, alrededor de las
seis y media de la tarde, personal militar de Jerez informó que sobre el
kilómetro 2 de la carretera federal Jerez-Fresnillo, en un arroyo, estaban los
otros tres: José David, Víctor Hugo y María Alejandra.
El martes 21, cuando las
autoridades confirmaban, gracias a análisis genéticos, la identidad de los tres
adultos y los cuatro adolescentes, algunos portales informativos difundieron
dos videos, en los que se veía que algunas de las víctimas de la desaparición
forzada eran o actuaban como integrantes del Cártel del Golfo. Aparecían
interrogando a supuestos miembros de Los Zetas, a quienes después mataban y
decapitaban.
Ninguna de las instancias
oficiales involucradas en la investigación había confirmado, al cierre de esta
edición, los supuestos antecedentes delictivos de las víctimas del Ejército,
aunque una fuente allegada a la Zona Militar asegura a Proceso que el coronel
Pérez allanó la casa de Calera y sustrajo a los siete civiles “para ayudar a
Los Zetas a limpiar” la región de la presencia del Cártel del Golfo.
La hermana mayor de David
narra a este semanario que el muchacho de 17 años había regresado a Fresnillo a
finales de mayo para vivir con su mamá, después de un tiempo de estar con ella
y su esposo. Años atrás, David ayudaba a su abuelo en el rancho que el anciano
poseía y, después, cuando vivió con su hermana, le echaba la mano a su cuñado
en la construcción.
Quería ser soldado o entrar a
la Marina, recuerda su hermana. Todavía el lunes 6 la llamó para decirle que
iba a Calera porque un amigo le había ofrecido trabajo en un rancho. “No sé
quién, no conocía yo a ninguno de los que estaban con él en esa casa. Nunca los
mencionó. Lo que dicen de él no coincide, no es el que yo conocí. Hablábamos
mucho, me contaba sus cosas”.
“Tantos días de andarlo
buscando. Todavía cuando aparecieron los últimos tres cuerpos y ya todo mundo
decía que eran ellos, en la PGR me decían a mí que no era mi hermano. Luego que
sí. En la hoja de defunción aparece que le dieron un disparo en el cráneo. Pero
no me lo dijeron sino cuando tenía días de fallecido. La PGR nos dijo que la
investigación la iba a tomar otro nivel, personas más altas. Y yo me quedo así,
¿ahora qué hago?
“Pero por una parte le doy
gracias a Dios, porque hay mucha gente que no sabe si están vivos o están
muertos. Yo ya sé dónde está, dónde llorarle.”
El día del sepelio de David,
dos enviados de la Procuraduría Militar y la Defensa Nacional buscaron a los
parientes de las siete personas asesinadas, con el propósito de acordar una
indemnización. Se entrevistaron con ellos por separado.
La única petición de los
emisarios de la Sedena, de acuerdo con lo que confirmaron algunos familiares,
fue “ya no hacer más ruido”.
(PROCESO/ VERÓNICA ESPINOSA/ 30 DE JULIO
DE 2015)
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