México.-
Marcos es un estudiante de la Escuela Normal Rural “Isidro Burgos” de
Ayotzinapa. Él y otros jóvenes alumnos vivieron el infierno de la matanza y
secuestro de muchos de sus compañeros aquel fatídico 26 de septiembre en
Iguala, Guerrero.
En
una amplia entrevista telefónica con Adela Micha en Grupo Imagen Multimedia, el
estudiante niega que haya habido provocación a los policías ese día, que los
estudiantes tengan algún tipo de relación con armas o grupos de la delincuencia
organizada y asegura con contundencia que sus compañeros desaparecidos iban
todos vivos y conscientes.
Con
un lúcido detalle, el muchacho de 20 años y estudiante de tercer grado de la
Normal delinea paso a paso las horas aciagas que vivió junto con sus compañeros
entre la noche del viernes 26 de septiembre y la madrugada del sábado 27.
“Ya
no nos subieron a las patrullas porque ya no cabíamos”, explica, a pregunta
expresa de la conductora de Imagen Informativa Primera Emisión.
Él
estuvo allí, vivió en su propia carne la barbarie injustificada, sin motivo
aparente según su propia apreciación.
Explicó
que él y otros 60 ó 70 de sus compañeros se trasladaron a Iguala para conseguir
apoyos económicos entre la población, de cara a los preparativos para
conmemorar el 2 de octubre, una actividad que año con año los lleva a
desplazarse a distintas localidades de Guerrero para botear. Y esta vez tocó
Iguala.
Para
el traslado, expone, tenían a su disposición un microbús que ya no les sirve,
por lo que decidieron retener tres autobuses de una empresa, con el
consentimiento de los choferes, mencionó, a quienes se les da hospedaje,
viáticos y alimentos. Es decir, no los obligaron.
Con
la voz temblorosa que brotaba del cúmulo de sentimientos nítidos en la memoria
de miedo, irritación y zozobra, el estudiante cuenta cómo ya en Iguala la
Policía municipal los empezó a seguir, una actitud policial que no les
sorprendió en ese momento. Él viajaba en el vehículo de la retaguardia en el
convoy de tres unidades.
Pero
llegando “al bulevar”, recuerda Marcos, una patrulla se le cerró al autobús que
iba a la vanguardia del convoy y posteriormente llegaron otras patrullas.
“Nosotros
no nos bajamos (los del autobús de atrás), estábamos esperando”. Los
estudiantes sólo se comunicaban vía telefónica, entre un autobús y otro.
Los
del primer vehículo dijeron a los policías que los dejaran pasar pero, sin
muchas palabras que mediaran, “empezaron a rafaguear arriba en el autobús… los
vidrios”, una metralla seca que pronto alcanzaría a los sorprendidos viajeros de
los tres autobuses.
“A
Aldo (uno de los muchachos que viajaba con Marcos en el tercer autobús) le
dieron un balazo, ya se había bajado”.
Mientras
tanto, arriba, en el autobús de Marcos, se preguntaban sorprendidos qué pasaba,
de qué se trataba eso.
“Como
al minuto empezaron a tirar” al camión “y nos agachamos y nos arrastrábamos”,
expone a detalle, en la remembranza de una noche que no olvidará.
“A
un compañero le dieron un balazo en la mano”, recuerda el entrevistado, quien
deja en el micrófono su testimonio de una actitud de prepotencia por parte de
los policías agresores, quienes, apunta, enseguida bajaron del vehículo a los
estudiantes y los golpearon.
La
situación pasó de la sorpresa al miedo. “Había susto”, rememora Marcos.
Con
un lenguaje fluido, nítido, narra cómo del primer autobús “se llevaron casi a
todos” los estudiantes que allí viajaban.
“Llegaron
más patrullas y comenzaron a llevárselos (…) Vimos cómo los subieron”. Y
enseguida llegó la intimidación, el terror de la palabra que se agregaba a la
agresión armada.
Subraya
cómo uno de los normalistas se atrevió a ver el rostro del uniformado que le
apuntaba directo, y del agente vino la respuesta con palabras que revelan su
incapacidad y/o complicidad con no se sabe quién.
"Qué
me ves hijo de la chingada... Te va a llevar la…a ti y a tu familia”.
En
las patrullas ya no cabían los estudiantes. “Ya no nos subieron porque ya no
cabíamos”, explica Marcos.
Después
llegó una calma artificial, que se diluyó en el tiempo que pareció detenerse.
A
las 9:30 empezaron a llegar maestros y reporteros, dijo. Luego, entre las 11 y
las 11:30 horas de la noche llegaron más compañeros desde Ayotzinapa.
Pero
los que nunca llegaron fueron los peritajes ni los soldados que se encontraban en
una zona militar cercana, reprocha el normalista.
Como
a las 12:30, recuerda, un compañero suyo daba una conferencia a los pocos
medios reunidos cuando “se me ocurrió ir a tomar foto a un charco de sangre” de
Aldo.
Puntualiza
cómo en ese momento llegó una camioneta blanca de la cual descendió una persona
que enseguida, desde una distancia de unos 30 metros, comenzó a disparar
primero al aire y luego “directamente hacia nosotros”.
“A
uno de los compañeros que había llegado de apoyo le dieron un balazo en la
boca”. Era de Oaxaca, de tercer grado, de nombre Édgar. Se estaba desangrando,
pero se aferró a la vida.
IMPOTENCIA Y MIEDO
Explica
que a la segunda agresión armada sobrevino la impotencia y el miedo.
Quisieron
escapar del sitio, pero “los taxis no nos querían levantar”.
Al
final uno de los taxis, casi obligado el chofer, los trasladó y llegaron a un
hospital donde, también a regañadientes, les dieron atención y refugio.
Afuera
del hospital, mientras tanto, pasaban camionetas sospechosas.
Marcos
calcula las 2 de la mañana cuando “las señoras” que los atendían en el hospital
se marcharon.
Posteriormente,
como a las 2:30 horas de la madrugada del sábado, llegaron unidades de
militares, que cortaron cartucho y apuntaron hacia el puñado de refugiados.
“Nos
hincaron, nos arrodillaron”. A los militares les reportaron que unas personas
estaban allanando la propiedad y al parecer por eso actuaron.
"Pero
creo que hasta en las guerras se atiende a los heridos”, replica Marcos.
Los
militares se retiraron, y los estudiantes corrieron a un terreno baldío.
“Corrimos y en un baldío nos tiramos (…) Hasta las 5:30 estuvimos tirados”.
Casi
a esa hora se comunicaron con un compañero que en ese momento se encontraba ya
en la Procuraduría de Guerrero, que no estaba detenido.
“Nos
trasladamos a la Procuraduría. Había compañeros, personal de Derechos Humanos.
Yo llegué a las 6”.
Marcos
relata que Édgar, aquel muchacho que recibió el tiro durante la segunda
agresión armada, fue hospitalizado en Iguala y a él le tocó cuidarlo algún
tiempo.
Así
fue aquel infierno vivido por Marcos, quien en el momento de la entrevista con
Adela Micha se encontraba en su escuela.
El
joven asegura que no se trató de un enfrentamiento con la Policía, porque ellos
no tienen armas. De hecho, sostiene que nunca ha habido enfrentamiento entre
los normalistas de Ayotzinapa con policías.
"No
entendemos por qué nos atacaron”, dice con atingencia.
A
pregunta expresa sobre si Marcos sabe de compañeros suyos que sostengan algún
tipo de relación con grupos de la delincuencia, responde con seguridad: “Eso es
mentira (…) Nada de relación con grupos armados, es inaceptable”
Marcos
no quiso despedirse del auditorio de Grupo Imagen Multimedia sin expresar su
posición.
“Exigimos
justicia a José Luis Abarca, a todos los culpables, al gobernador, por
complicidad”
"Basta
de corrupción, queremos vivir. Queremos justicia. Que aparezcan (sus compañeros
desaparecidos) con vida.”
(ZOCALO /Excélsior/ 08/10/2014 - 01:25
PM)
No hay comentarios:
Publicar un comentario