MÉXICO, D.F. (Proceso).- El doctor Mireles salió
de una fonda a una calle del poblado de La Mira, con una pata de pollo
en la diestra, cuando fue capturado por elementos del Ejército. El parte
del Ejército dice en cambio que Mireles no llevaba una pata de pollo en
la mano, sino un arma larga de uso exclusivo del Ejército y que se le
encontraron en el vehículo cinco bolsas con droga, cuatro con mariguana y
una con cocaína, amén de 30 mil pesos.
No, ha dicho Mireles luego a
través de su abogada, no había bolsas de nada y eran 90 mil pesos, de
los que los soldados tomaron una comisión para sí.
Por supuesto, el disenso es insignificante si se contrasta
con el que subyace a la escena de la detención. El doctor Mireles
considera que el gobierno federal está infiltrado absolutamente por el
crimen, que es de cierto uno de sus brazos ejecutores, y por tanto las
autodefensas que él encabeza deben continuar armadas e independientes.
Por su parte el gobierno federal considera que el doctor Mireles es un
subversivo y un catalizador de la anarquía que debe extirparse de la
vida social de Michoacán, para su pacificación.
Bienvenidos a un episodio más de La Verdad Sospechosa. Un
serial tan largo como la historia mestiza del país. Tan ancho como
nuestro territorio. Un serial que sería una comedia si no condujera a la
tragedia tan a menudo. Una trama que en México se resuelve primero en
un escándalo de opiniones, como si la opinión fuese un sustituto digno
de la verdad, y finalmente en la imposición por hechos violentos de una
verdad incontrovertible. Si el gobierno federal no captura en breve
tiempo a la cabeza del crimen organizado, La Tuta, y el crimen prosigue
en Michoacán matando gente y exprimiendo cada aspecto de la vida, le
creeremos a Mireles eternamente; si La Tuta cae, se detiene el crimen y
la vida diaria se civiliza, le creeremos al gobierno federal.
Tan común es en México que la Verdad sea Sospechosa que
raramente consideramos al fenómeno como una de las fuentes más
abundantes de la discordia social. Y sin embargo lo es: nos roba la
posibilidad de una comprensión serena de nuestros problemas y de
soluciones justas. Toda verdad nos resulta incompleta y facciosa, y lo
suele ser, y a toda sospecha le vemos visos de verdad. Habría que poner a
un lado el anecdotario del padecimiento y afirmarlo: nuestra dificultad
con la verdad es una enfermedad grave y profunda, y antigua. Escribía
antes: tan larga como nuestro mestizaje. No es casual que la obra de
teatro más montada a lo largo de nuestra historia se llame La Verdad
Sospechosa y en su trama estén también las razones de que la certeza y
la justicia sean lujos de otras latitudes.
Un joven estudiante se enamora de una joven dama de la
nobleza, y para conquistarla se inventa a sí mismo una alta cuna y
hazañas heroicas. Sus mentiras van acumulándose hasta que revientan en
la desgracia. Pierde el amor de su amada y pierde también su honra. Juan
Ruiz de Alarcón, el espléndido dramaturgo novohispano, sitúa la acción
en Madrid, pero él mismo, como desde el estreno de la pieza en 1624 lo
señalaron los críticos, acude en ello al engaño. La disposición
mentirosa del protagonista resultaba inverosímil en Madrid y en cambio
en la capital de la Nueva España no sólo era verosímil, sino endémica,
dadas las condiciones de la Colonia.
Nueva España carecía de una fuente de verdad. Los
documentos legales que podían fijar la cuna de los inmigrantes españoles
y otros datos de su vida estaban muy lejos, del otro lado de un viaje
de meses por el océano. Las mismas autoridades de la Colonia eran
dudosas: los puestos de autoridad eran de común vendidos al mejor
postor, en el sobreentendido de que el comprador cobraría a los súbditos
el favor de sus decisiones. Cualquier pícaro podía inventarse un pasado
y podía planearse un futuro donde lo criminal y lo legal conviviesen, y
cualquier funcionario era de seguro otro pícaro ladrón, con la
impunidad asegurada para él y para desdicha del Bien Común.
Desde esa Nueva España mentirosa hasta el México de hoy
nunca se ha construido en nuestro país una maquinaria de justicia
insobornable y eficaz que arroje certezas. A lo largo del siglo XX lo
que tuvimos fue un Estado fuerte y pícaro que administró el crimen y las
falacias. Tocaba a la generación de los políticos del inicio del siglo
XXI, la generación variopinta que la democracia permitió entrar al
gobierno, desarmar la tiranía pícara y suplirla por el imperio de la
ley: no fue así, esa generación se disgregó en múltiples propósitos,
incluidos los del enriquecimiento personal, y debilitó al Estado. Y hoy
vivimos el despliegue completo de los horrores de la enfermedad
original, La Verdad Sospechosa.
México hoy es la decimocuarta economía mundial a la par de
una zona de barbarie, dadas nuestras cuentas semanales de homicidios,
secuestros, robos y extracciones al erario. El pícaro novohispano se ha
metamorfoseado en La Tuta, un asesino de miles; o en el exgobernador
Moreira, que debe al Bien Común la friolera de 33 mil millones de pesos;
el pícaro de hoy es el soldado que es también empleado del crimen; el
Estado pícaro de ayer es hoy una convención de malandrines de cuello
blanco que comercian bienes comunes como si fueran propios y se sientan a
la mesa con La Tuta para administrar igual resultados electorales que
pagos de secuestros.
La enfermedad sembrada en nuestro origen colonial se ha
vuelto mortífera en nuestro presente. Su cura radical ha sido desde
siempre la creación de instituciones de justicia blindadas al crimen.
Una cura que en lo inmediato sería posible sólo por un acto heroico del
Estado pícaro: su propia purga. Pero admite la media-sanación que México
vivió a lo largo del siglo XX: otra vez el empoderamiento del Estado
para que detente tanto el monopolio de la picardía como de la
distribución de la injusticia resultante. Y admite igual una tercera
solución, y que también México ha vivido: la catastrófica: un estallido
social que en nombre de la purificación arrolle a la sociedad.
El 27 de junio de este año el presidente Peña Nieto
declaró en Estados Unidos que su decisión es la primera, la creación de
instituciones de justicia probas, que controlen el delito fuera y dentro
del gobierno. Lo antes dicho al inicio de este texto, Michoacán es la
maqueta donde los hechos, no las palabras, nos dirán pronto si tal es
cierto o si la opción realmente elegida por el presidente es la del
Estado del Monopolio de la Picardía. O si la solución que avanza desde
el horizonte es la proliferación de las autodefensas, las bandas de
ciudadanos desesperados y armados que lleven a una conflagración
caótica. Atento lector: me temo que usted y quien esto escribe
estaremos, queramos o no, para verlo y para contarlo.
/12 de julio de 2014)
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