MÉXICO,
D.F. (Proceso).- El PRI no ha cambiado ni tiene la intención de
hacerlo. Lo único que se ha modificado –y depurado– son los métodos para
imponer su nueva hegemonía. La maleabilidad de proyectos y metas, la
cooptación de adversarios e instituciones y la simulación para engañar
al enemigo (que somos todos los demás, es decir, los ciudadanos), siguen
siendo las herramientas principales para fortalecer el dominio priista;
adaptadas, claro, a las nuevas circunstancias políticas del país. La
marca indeleble es el gatopardismo, signo y sino del tricolor: cambiar
para seguir igual o, en este caso, para restaurar el pasado.
Con
el propósito de acaparar el control político del país, el partido en el
gobierno pretende reinstaurar los fundamentos del poder autoritario: 1.
La centralización del poder en torno al Ejecutivo federal. 2. La
domesticación del Congreso, los gobernadores, los partidos de oposición,
los sindicatos, así como de las autoridades electorales, hoy autónomas.
3. La complicidad con los poderes de facto, en especial la televisión,
instrumento fundamental para atontar al enemigo y ganar elecciones. 4.
El amansamiento de los demás medios de comunicación. 5. La opacidad y el
disimulo en la rendición de cuentas para permitir la corrupción. 6. La
impunidad selectiva. 7. El estado de derecho de fachada. 8. La
simulación para permitir todo lo anterior, pero sin que se note.
La
centralización, característica del poder presidencial durante el
régimen de partido casi único, fue uno de los principales propósitos de
la reforma educativa para recuperar el control sobre el magisterio. Para
ello se encarceló a la lideresa del SNTE y se impuso a un sucesor
domesticado. Asimismo, se logró centralizar el proceso de selección y la
nómina de los maestros. Sólo faltaría controlar a la CNTE, lo cual no
parece viable en el corto plazo. También está pendiente el rescate de la
responsabilidad del gobierno federal en la definición de la política
educativa, así como el ejercicio visionario y eficaz de tal desafío.
El
mismo impulso centralizador anima a la reforma electoral al haber
reconcentrado la responsabilidad del sector en el INE en sustitución del
IFE, lo cual no garantiza una mayor limpieza en los procesos comiciales
debido a que, como se ha comprobado reiteradamente, el organismo
autónomo es proclive a ceder ante las presiones de los partidos y del
Ejecutivo. Lo paradójico es que el PAN y el PRD hayan promovido esa
reforma con la idea de “arrebatar las elecciones a los gobernadores”,
cosa que no ocurrió. Además, estuvo a punto de consumarse la presión de
los magistrados del Tribunal Electoral para asegurar una pensión
vitalicia introducida sigilosamente en la ley, como pago por los favores
recibidos. La presencia del director jurídico de la Presidencia en el
Congreso es elocuente.
Obviamente, la nueva situación
de pluralidad en el país aumenta el grado de dificultad para restituir
el férreo control autoritario que existió hasta 1997. Ya no basta con
una orden para imponer la voluntad presidencial, como era común en el
pasado. En la coyuntura actual, las vías para implantar una hegemonía
acondicionada a los nuevos tiempos requiere de métodos más sutiles,
conocidos como cooptación.
Cooptar es lograr que los
adversarios actúen de acuerdo con las disposiciones del régimen sin
recurrir al uso de la fuerza, sino mediante métodos de convencimiento
que los interfectos no puedan rechazar. Lo ofertado debe ser
suficientemente apetecible para inducir a los personajes a actuar en la
dirección deseada. Estímulo-reacción (y posible castigo): el método
conductista de Pavlov y Skinner aplicado a la política. La oferta debe
ser proporcional a lo demandado. La gama de posibilidades que puede
adoptar el trueque es muy amplia, pero es clasificable en dos grandes
rubros: interés político o apetito pecuniario. El interés político puede
ser personal o gremial, a la vez que legítimo o ilegítimo. La
cooptación por salivación crematística se llama corrupción y, por
supuesto, es ilegal; aunque casi siempre queda impune, puesto que la
autoridad es la que otorga la retribución ilícita. A este proceso de
domesticación pavloviana han sido sometidos con éxito legisladores,
líderes de partidos, dirigentes sindicales, representantes de
instituciones autónomas e incluso gobernadores feudalizados.
La
simulación es dar gato por liebre, embaucar a la ciudadanía. El caso
emblemático del reformismo gatopardiano sucedió en el ámbito de las
telecomunicaciones. De una reforma constitucional surgida de la
negociación en el difunto Pacto por México, elogiada como “histórica”,
se pasó a una ley reglamentaria que, emulando a la Ley Televisa, parece
haber sido redactada en las oficinas del consorcio. Como reacción a las
protestas contra esa contradicción palmaria e injustificable, el
gobierno decidió posponer la discusión de la ley secundaria, acaso con
la idea de anotar un golazo legislativo durante el Mundial de Futbol.
Cuidado.
La permisividad en el ámbito de la corrupción
y la impunidad selectiva son otros sellos de la casa tricolor que han
sido emulados con creces por el PAN y el PRD cuando han sido gobierno, o
en los oprobiosos moches. En ese ámbito sí existe el consenso
tripartito: hacer del servicio público un negocio privado. Dicha
aquiescencia recíproca ante la corrupción impune constituye una de las
grandes lacras del país y convierte al estado de derecho en una mera
fachada.
El principal beneficiario de ese aciago
panorama es el partido en el gobierno porque ello lo libera de la
posible crítica proveniente de los principales partidos opositores, que
han perdido toda autoridad para condenar la corrupción del tricolor,
puesto que ellos la han practicado con igual cinismo. Si a ello
agregamos las profundas divisiones y pugnas internas en los partidos
blanquiazul y del sol azteca, las probabilidades para la permanencia del
PRI en el poder se elevan exponencialmente.
Todo lo
anterior indica que la nueva hegemonía del PRI será longeva y estará
caracterizada por un autoritarismo apaciguado sólo por las voces
críticas que aún subsisten en el Congreso, en algunos medios de
comunicación y en ciertos sectores de la sociedad mexicana. No son
buenos augurios para la democracia mexicana.
/ 29 de mayo de 2014)
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