Michoacán.- Las imágenes resultan extrañas. Provocan una sensación de vacío. De
abandono. Sisea el viento. Se mueven las lonas raídas. Se levanta el
polvo del piso. Ya no hay nadie ahí. Son restos de una guerra que todos
quieren terminar, que todos quieren esfumar, pero que pocos olvidan en
la Tierra Caliente de Michoacán.
Una camiseta blanca yace en el
piso. Está sucia. En letras negras se lee: "Guardias de autodefensa". Ni
uno solo de los miembros de las autodefensas de La Ruana está ahí, como
antes, como el año pasado, pertrechados detrás de los costales de arena
con sus escopetas y fusiles erguidos.
La gente de Hipólito Mora,
hoy detenido, parece que han desaparecido. El pavimento todavía tiene
manchas negras por el fuego de las antorchas que solía arder en las
noches de vigía. Las llantas viejas que obligaban a los conductores a
detener sus vehículos han quedado ahí, como horrendas esculturas negras
que rememoran días violentos de balaceras, ejecuciones, nerviosismo,
miedo.
En Buenavista Tomatlán, tierra controlada hasta hoy por El Americano,
líder del lugar, en la entrada de la cabecera municipal, en uno de los
retenes más emblemáticos, ya que en ese sitio hace años fue construida a
la vera de la carretera una capilla (hoy despedazada) para adorar a
Nazario El Chayo Moreno, líder del Los caballeros templarios, finalmente los dueños de un hotel que estuvo cerrado 12 meses han podido reabrir su negocio:
Dos
barricadas donde pernoctaban decenas de hombres armados habían sido
colocadas justo en la entrada del lugar, junto a varios ataúdes de
tamaño infantil que ilustraban la crueldad de esta guerra donde, no solo
hubo padres mutilados de sus hijos, sino huérfanos y viudas que ahora
serán atendidos por el gobierno federal. Hoy los pequeños féretros
también yacen abandonados, junto a ropa de hombre, periódicos viejos y
un cuchillo que algún hombre armado habrá olvidado.
Y así ocurre
en cada poblado de los 20 municipios donde las autodefensas colocaron
esos escollos para detener a los criminales: José Manuel Mireles anunció
ayer que, como parte de los acuerdos con el gobierno federal, y como un
gesto de distensión, esos retenes y barricadas quedarán vacíos.
Solo
los lugares más remotos, como Coalcomán y Aguililla, han decidido que
eses pequeñas fortalezas permanezcan en pie durante más tiempo. De
Apatzingán a Tepalcatepec las carreteras antes vacías están repletas de
nuevo de conductores que antes se abstenían de recorrerlas por miedo a
los delincuentes. O a las autodefensas. O a ambos.
Como si hubiera
una plaga, como si hubiera ocurrido una hecatombe, o mejor, como si la
paz hubiera llegado para instalarse permanentemente, las barricadas
yacen silenciosas y abandonadas. Están ardientes, pero ya no por las
balas, sino por algo habitual en esta región: más de 40 grados que hay
en la zona. Y ahí, a los costados de esos retenes, insolados, poco a
poco se van colocando tropas federales. Ahora les tocará a ellos rezar
como antes lo hacían las autodefensas.
(MILENIO/ Juan Pablo Becerra Acosta-M /
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