La Ensenada de la que quiso apoderarse Walker era incipiente,
incluso anterior a esta imagen, pues apenas contaba con algunas casas.
Ensenada, B. C. - Hemos evocando los sucesos acaecidos durante el
invierno y parte de la primavera entre 1853 y 1854 en esta parte del
actual estado de Baja California, durante la invasión filibustera
encabezada por el estadounidense William Walker.
Un personaje muy propio de su época y de su condición de miembro de
una sociedad que consideraba justo y apropiado su espíritu
expansionista y conquistador, dado que se comulgaba con la idea común de
su "Destino Manifiesto”, que concedía por derecho propio y casi divino,
el tomar lo que se requiriera para su progreso y riqueza, fuera como
fuera, de grado o por fuerza.
Eso sería parte de la explicación que argumentara William Walker
para lograr su objetivo que, aparentemente era formar un nuevo país, que
desde luego sería anexado a la creciente unión de estados y territorios
de Norteamérica.
Ya hemos visto que Walker no era cualquier cosa, era un hombre
dispuesto a todo para lograr sus objetivos, justificándose en la
política expansionista. Así que dentro de sus cálculos y alcances veía
una cierta facilidad para conseguir su objetivo, basándose en una
supuesta superioridad de raza y cultura, que lo colocaban, según su
parecer, en una posición de ventaja que debía y podía aprovechar.
Sólo que nunca consideró que surgiera un inconveniente lo
suficientemente pesado, para echar abajo sus planes. Ese inconveniente
fue Juan Antonio María Meléndrez. Un hombre que describen quienes lo
conocieron, como un joven impetuoso, casi iletrado, sin recursos propios
suficientes para enfrentársele y emprender una lucha por la defensa de
su territorio.
Además carente de urbanidad y sin más conocimiento geográfico que
la tierra que lo vio nacer. Meléndrez no era ni con mucho, comparable
física y culturalmente con el estudioso y atildado William Walker, que
tenía dos títulos universitarios y una fina apariencia de hombre de
"bien”.
El mítico Meléndrez
Pero ahora planteémonos esta pregunta: ¿Quién fue y de dónde vino
Antonio Meléndrez?. Para obtener esa respuesta será necesario
remontarnos al Siglo XVIII, ya que, según nos informa Don Porfirio León
Amador, su pariente y paisano de La Grulla, Juan Antonio fue
descendiente directo de Guadalupe Meléndrez quien nació por 1773 en San
Antonio, en el extremo sur de la Península.
Y como también lo asegura Don Pablo L. Martínez en su Guía
Familiar, fue el fundador del apellido Meléndrez en la porción norte de
la península.
De modo que Meléndrez es bajacaliforniano por los cuatro costados, nacido y crecido en La Grulla y sus alrededores.
Nativo a carta cabal y poseedor de un carácter fuerte, pero no
agresivo, más bien defensivo; con un concepto muy personal del sentido
de la justicia, cosa que le costó meterse en algunos problemas.
Unos inventados, otros no muy claros, algunos ratificados, pero de
todos, ninguno mal intencionado. Concretando: Meléndrez no aceptaba que
lo agredieran; sabía responder de la misma manera y forma de quien le
agrediera, atacara o molestara.
Entre los hechos y sucesos que se mencionan como parte de su vida,
tenemos un capítulo que no ha quedado debidamente claro. Se dice que
Meléndrez hablaba inglés. ¿Por qué? ¿Cómo aprendió ese idioma? Aquí no
había escuelas, mucho menos academias de idiomas.
¿Lo aprendió cuando menos en la práctica, durante alguna o varias
estancias allende la nueva frontera? No hay explicación definida. Pero
existen versiones que indican que Meléndrez estuvo algunas veces en la
Alta California, cuando aún era tierra mexicana y que fue entonces
cuando mantuvo alguna relación con el legendario Joaquín Murrieta.
Otro mistificado personaje inspirador de tantas leyendas. Existen
rastros comprobados de que Joaquín Murrieta anduvo por este lado, por el
rumbo de Tecate y sus inmediaciones, de manera que no parece imposible
que existiera alguna conexión con este afamado personaje.
Tal vez de ahí provenga la idea de combatir al enemigo usando la
táctica de "guerra de guerrillas”, que tan buen efecto le produjo.
El temple de Juan Antonio
Se cuenta que cierta vez, estando de paso por San Tomás, Antonio
Meléndrez llegó a cierta fonda con la intención de saciar su hambre.
Ahí, entre la concurrencia destacaba un norteamericano típicamente
anglosajón.
El lugar era atendido por una joven mesera que tuvo el desatino de
elogiar un anillo que portaba el norteamericano. Éste, creyéndose con el
derecho de ser quien era, usó como pretexto el elogio de la muchacha y
quiso sobrepasarse y molestarla con sus groseros requerimientos, a los
que la muchacha indignada los rechazó.
Pero como el "gringo” siguiera con sus requiebros, llegó el momento
en que Juan Antonio se cansó de presenciar ese intento de abuso, sobre
todo porque ninguno de los presentes hacía nada en favor de la
muchacha.
Fue entonces cuando Meléndrez increpó al abusivo patán y lo instó a
que dejara de molestarla, a lo que el aludido enfureció y trató de
golpearlo. Juan Antonio le repuso con hombría que eso merecía otro tipo
de solución y lo retó a salir al patio para dirimir el asunto como
fuera.
Una vez fuera de la casita que servía de fonda, el "gringo” intentó
madrugarle sacando su pistola para abatirlo por su atrevimiento. Pero
estuvo muy lejos de apreciar la habilidad de su oponente. Juan Antonio
disparó mucho antes con certera puntería.
El americano cayó como fulminado. Entonces, Juan Antonio se acercó
al que ya era cadáver, comprobó que ya no estaba en este mundo y con una
nada natural paciencia, sacó su afilada navaja y como el que sabe lo
que hace, tomó la mano inerte del desafortunado y con toda naturalidad
le cortó el dedo portador del anillo que había sido admirado por la
joven mesera.
Y con esa misma parsimonia, ya con el anillo en cuestión,
limpiándole todo rastro de sangre, se lo entregó a la muchacha para de
inmediato montar a su caballo y desaparecer.
Cierto o no, eso nos da idea del temple de su carácter.
Juan Antonio María Meléndrez no dejó descendencia. Pero sí tenemos
noticia de algunos de sus familiares. Entre ellos: Doña María Salomé
Murillo de Meléndrez, propietaria del rancho "Los Álamos” en el Valle de
San Rafael; también Jesús Meléndrez de "La Huerta del Norte”, y Juan
Meléndrez de "San Salvador”, en el mismo Valle de San Rafael.
Y en lo que respecta al analfabetismo del que acusan a Juan
Antonio, ha quedado reconocido y aceptado que Meléndrez mandó un informe
al comandante militar de Loreto, José Pujol fechado el 21 de julio de
1854 en San Tomás, en donde "Capitaneó” los auxiliares de la Frontera,
diciendo:
"Aprovecho la ocasión presente para hacerle saber que los piratas
ya se fueron del todo, merced a algunos esfuerzos de estos nobles
frontereños, que prefirieron la muerte a la servidumbre de un vil
invasor.
"Pero como las noticias de que han de volver se multiplican, estoy
desesperado aguardando el auxilio del Supremo Gobierno, pues el país
está en una miseria espantosa y no tenemos armas ni gentes para resistir
un fuerte golpe. Yo espero ha de volver sus influjos para que el señor
general Blancarte se apresure a mandar tropas”.
Lo que son las cosas. Qué ironía, el propio Pujol fue el encargado de su fusilamiento.
Informes sobre Meléndrez
Otra fuente verdaderamente interesante, contemporánea de la época
de Antonio Meléndrez es el "informe” de Francisco Javier del Castillo
Negrete, fechado en la ciudad de San Diego, California, el 11 de mayo de
1854. Este documento, clasificado A.G. de México, Secretaría de
Gobernación, Archivos viejos. Legajo 1854, número 66, sección Baja
California y Microfilmado por la Biblioteca Bancroft, nos habla
claramente de la situación de La Frontera:
"Recién llegado a San Francisco el 15 de enero anterior manifesté
que la desocupación de La Frontera por los piratas sería segura si se
les privaba de los recursos que recibían de San Francisco y de San
Diego, pero que dilataría la desocupación y padecería el país.
"Y que debiendo salir la goleta Portsmaouth con la finalidad de que
su comandante hiciera ver a Walker la inconveniencia de sus acciones.
Le había ya delineado al general Hitchcock el plano del puerto de la
Ensenada instruyéndolo de sus circunstancias”.
Y en otra de sus partes decía:
"….el pronóstico se había cumplido y que el país se hallaba libre
ya de los piratas, ya que habían salido el día anterior en número de 30,
picándoles la retirada los hijos del país y otros de San Diego que
fueron mexicanos y aún lo eran en sentimientos.
"Esta retirada por 50 leguas, había sido por desfiladeros,
barrancas, cuestas y llanos. La había practicado muy dificultosamente
Walker en 29 días, conduciendo sus equipajes, parque, víveres y más de
algún herido en bueyes cargados y algunos asnos, descansando apenas en
ruinas de misiones y ranchos abandonados”.
Luego que se supo en San Diego que Walker se hallaba en el viejo
rancho de San Antonio Abad, Tía Juana, e inmediato a la línea divisoria,
el mayor del ejército norteamericano Mc Instle, que recién había
llegado de San Francisco en el vapor, apenas el día 4, con instrucciones
del nuevo general, pasó la línea acompañado de don Santiago Argüello
hijo y después de hablar con Walker regresaron en busca del comandante
militar H. Burton, que también había marchado hacia la línea con 40
hombres.
Los dos oficiales habían conferenciado y volvieron a pasar juntos a la Tía Juana para hablar de nuevo con Walker.
Y hablando propiamente de Antonio Meléndrez, Del Castillo Negrete dice lo siguiente:
"Como en el país nunca faltaban disensiones, se presentaba entonces
de que Meléndrez desconoció a las autoridades legítimas pretextando que
habían abandonado el país y añadía que ese atentado ya lo había querido
emprender antes de la invasión.
"Meléndrez era un vaquero que no sabía leer ni escribir y que su
conducta nunca había sido buena, ya que estaba indiciado de haber
cometido un asesinato en la Alta California y acusado ante el Juez de la
Instancia de La Frontera de otro asesinato en agravio de la persona de
su amo (patrón) don Hilario Murillo, que gozaba de una reputación sin
tacha y de otros tres asesinatos que se cometieron cerca de la Ensenada,
acompañados todos estos crímenes del de robo.
"Descontento Meléndrez con las autoridades anteriores que lo
procuraron, había hallado la ocasión de proceder contra ellas cuando
éstas alteraron el orden en La Frontera y por la posición en que
aquellas se hallaron. Aprovechando las circunstancias que ocurrieron
desde su unión con sus partidarios, logró con 18 hombres un triunfo en
favor de la orden.
"Fue electo después teniente de la Guardia Nacional y que después
de disuelta esta, siempre se consideró con algún poder de mando sobre
aquellos rústicos y mal entretenidos de quienes se constituyó jefe y
matón. En noviembre pasado (1853), viéndose perseguido por sus crímenes y
que las autoridades no tenían fuerza armada en qué apoyarse, trató,
aconsejado y dirigido por el español Don José María Necochea, de usurpar
el mando deponiendo a las autoridades pero no pudo conseguirlo.
"En esto se efectuó la invasión. Lo empleé en la defensa bajo mis órdenes y se condujo bien, como tengo relacionado”.
Aquí encontramos tres grandes contradicciones.
La Primera: Si era un iletrado como aseguran, cómo fue que dirigió una carta al comandante militar de Loreto, José Pujol.
Segunda: Asegura Del Castillo Negrete que las autoridades eran
incapaces de meter en cintura a este delincuente. Pero cómo fue que, al
ocurrir la invasión, se olvidaron de perseguirlo y hasta le reconocen su
mérito.
Tercera: Como protesta del mal comportamiento de las autoridades
anteriores cuando estas alteraron el orden en La Frontera. Una vez que
al frente de 18 hombres logró restablecer la calma, fue nombrado
teniente de la Guardia Nacional. ¿Qué no era un perseguido de la
justicia?
La verdad de los hechos era que Del Castillo Negrete tenía gran
temor de ser acusado de traición y por eso mismo, pasado por las armas,
porque siendo militar y comandante de La Frontera había preferido
abandonar el campo al enemigo y correr en busca de un auxilio que jamás
llegó.
La muerte del héroe
Sobre la muerte de Meléndrez: Después de haber expulsado a los
invasores, Del Castillo Negrete envió el anterior informe al gobernador
Blancarte residente en La Paz, quien sin conocer a Meléndrez, lejos de
aprobar lo que había hecho, mandó con algunas tropas al catalán Pujol.
Cuando llegó a San Vicente, el cual estaba 9 leguas de Santo Tomás,
mandó por el infortunado Meléndrez con el pretexto de que venía a darle
su nombramiento oficial.
Este último fue a encontrarse con él a toda confianza (recordemos
que ya antes le había enviado un informe petitorio), pero, había sido
engañado y su patriotismo iba a ser recompensado con la muerte.
Fue hecho prisionero y fusilado sin darle tiempo de hacer sus
declaraciones. Corría el mes de junio de 1855 cuando el teniente José
Pujol arrestó y sumariamente ejecutó a Juan Antonio María Meléndrez.
En realidad "merecía honor y no la muerte”. Hasta el periódico San Diego Herald el día 15 de julio de 1855 publicó:
"Tuvimos la oportunidad de escuchar los sentimientos de los
habitantes de la región: ningún hombre ha hecho más que Meléndrez para
conservar la ofertad de su país. Nadie se merecía más que él”.
Finalmente no debe pasar inadvertida y hay que recalcarlo: la
actuación de apoyo a la causa de Meléndrez por los indígenas nativos de
La Huerta y Santa Catarina, aunados a los de las comunidades Kiliwa y
Cucapá, que demostraron en su lucha contra los invasores su verdadero
amor por esta su tierra, "su patria” primero que la nuestra.
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