LIMA
(apro).- Los hermanos Pedro y César Sinuri son dos ancianos de la etnia
shipiba con una experiencia de 40 años como curanderos. Pedro, de 65
años, ejerce en su comunidad de Betania, en la Amazonía peruana,
mientras que César, tres años mayor, lo hace en Lima. Ambos utilizan
diversas plantas tradiciones de la selva para sus sanaciones, pero todos
sus tratamientos giran en torno a la ayahuasca: un brebaje preparado
con los extractos de una liana selvática del mismo nombre y las hojas de
un arbusto llamado chacruna.
Esta medicina, que según los
estudiosos es consumida por una gran diversidad de etnias amazónicas
desde hace unos 5 mil años, es un potente purgante, pero además provoca
visiones que ayudan a los pacientes a entrar en lo más profundo de su
subconsciente y a resolver problemas de índole psicológico, que en la
cosmovisión indígena de todo el continente americano están completamente
vinculados con los físicos y con los espirituales.
Al igual que
otros maestros ayahuasqueros peruanos, los dos hermanos Sinuri reciben a
muchos pacientes extranjeros, algunos de los cuales hacen largos viajes
para tratarse en la remota comunidad amazónica donde vive Pedro, que
incluso está formando a media docena de ellos para transmitirles los
conocimientos que él recibió de sus abuelos.
Sin embargo, si estos
ciudadanos foráneos se llevan la ayahuasca a sus países de origen
pueden tener problemas. Y es que este preparado medicinal es considerado
una droga en algunos países, debido a uno de los componentes químicos
que aporta la chacruna: la dimetiltriptamina (DMT), el elemento químico
con propiedades psicotrópicas que provoca las visiones y el cual está
incluido en la lista de sustancias controladas de la Administración
Antidroga Estadounidense (DEA, por sus siglas en inglés).
Si bien
la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), de la
ONU, incluye la DMT en su lista de sustancias controladas pero excluye
de ésta a los preparados con plantas que la contengan, la DEA si
incorpora en la suya “cualquier material, compuesto, mezcla o preparado”
que la contenga, por lo que no acepta su uso médico en Estados Unidos.
“Muchos
dicen que la ayahuasca es droga. La ayahuasca no es una droga, es
medicina. Es la única que nos ha guardado desde el inicio del mundo para
curarnos a los indígenas”, defiende César Sinuri en un rudimentario
español.
Coca para la salud
El de la ayahuasca no es
el único caso de una planta considerada medicina por las culturas
indígenas de América y que se transforma en una droga al entrar en
contacto el mundo occidental.
El caso más paradigmático es el de
la hoja de coca, el insumo principal para elaborar la cocaína y, por lo
tanto, satanizada en muchos países, incluso en algunos con una milenaria
tradición del consumo de esta planta. Tanto la DEA como la JIFE la
tienen incluida en su lista de sustancias prohibidas.
Es
ampliamente conocido que los pueblos andinos siempre han mascado esta
hoja para soportar el mal de altura y para rendir más en los trabajos
pesados. Pero la coca representa mucho más que eso para ellos.
La
dietista y ecóloga peruana Ana María Quispe enumeró en el II Encuentro
Internacional de Curanderos, celebrado a finales del año pasado en la
ciudad peruana de Cajamarca, toda una serie de propiedades benéficas de
la coca para la salud: “Es muy buena para los problemas gástricos”, pues
sirve para espasmos, náusea, indigestión, estreñimiento y diarrea; es
un antidepresivo; es útil también para terapias de reducción de peso;
calcifica los huesos… Incluso, añade Quispe, “la drogadicción a la
cocaína se puede tratar con hojas de coca”.
También sirve para
hacer purgas, tiene propiedades bactericidas y algunos indígenas andinos
la usan como un emplasto que, mezclada con orín, sana heridas.
La
coca, sostiene la dietista, contiene una gran variedad de alcaloides, y
sólo de uno de ellos se saca la cocaína. “A alguien se le ocurrió
extraer sólo un alcaloide para hacer el veneno de la cocaína, pero tiene
otros 13”, comenta.
Pese a todo, solamente está permitido
sembrar, consumir y comerciar con hoja de coca en Bolivia, en Perú y en
Colombia dentro de los resguardos indígenas, lamenta Manuel Seminario,
un activista que lleva varios años promocionando el consumo de hoja de
coca. Para ello, fundó en 2008 la empresa Alimentos Integrales del Perú,
con la que produce industrialmente productos hechos con alimentos
tradicionales, como la quinua y la hoja de coca.
Pese a la
prohibición, Seminario ha recorrido buena parte del continente
comercializando sus productos (entre los que incluye galletas, harina e
incluso hojas secas de coca) y defendiendo la legitimidad de esta
planta. “Mi propuesta es industrializar la hoja de la coca, hacerla más
rentable que el narcotráfico, porque a final de cuentas el agricultor,
el cocalero, le va a vender a quien le pague más. Es lo lógico”, afirma.
Pone
como ejemplo que en Argentina, donde paradójicamente está permitido
mascar coca, pero es ilegal sembrarla o importarla, se vende la harina
de coca a 125 dólares el kilo. “Un kilo de clorhidrato de cocaína cuesta
entre mil y mil 250 dólares. Para hacer este kilo se tienen que haber
utilizado de 15 a 20 arrobas (entre 170 y 230 kilogramos). Es un negocio
absurdo. Yo con una sola arroba consigo mil 250 dólares”.
La
comunicadora Ana María Pérez Villarreal, especializada en medicinas
alternativas, destaca que en Perú la hoja de coca fue declarada
Patrimonio Cultural de la Nación, pese a lo cual en las grandes ciudades
todavía no está generalmente bien vista.
“En comunidades rurales
sí es aceptada socialmente” y se utiliza con fines rituales, para la
medicina, para leer la suerte e incluso como moneda de cambio. No
obstante, “en ciudades grandes como Lima la situación es distinta.
Tenemos una especie de reticencia hacia lo indígena. Lo que es indígena y
lo que es nuestra cultura occidental no está integrado”.
Plantas “sagradas”
Axel
Wayrawanpurej es un músico y curandero de la ciudad argentina de
Córdoba especializado en la wachuma o San Pedro, un cactus que crece en
desiertos altos de varias naciones de América y que contiene mescalina,
como el peyote, por lo que también está incluido en la lista de
narcóticos de la DEA.
Wayrawanpurej viste unos pantalones anchos,
camisa por fuera y visera. “Me dicen que parezco más un reguetonero que
un curandero”, comenta con humor. Con sólo 18 años ya era adicto a la
cocaína. A esa edad acudió un día a una ceremonia de wachuma. “En dos
sesiones me curé. El proceso (de rehabilitación) fue mucho más largo,
pero a partir de entonces pude no tomar más cocaína”, explica.
El
tratamiento con wachuma que llevan a cabo los curanderos de Sudamérica
es similar al de la ayahuasca: con ceremonias que se realizan
normalmente por la noche, tras un ayuno de varios días sin comer ciertos
alimentos, alcohol o medicinas y en un ritual que incluye invocaciones,
sopladas con tabaco y cantos ceremoniales.
Esta planta purgante
provoca visiones o, como prefieren decir los defensores de las medicinas
ancestrales, estados modificados de la conciencia, y ayuda al paciente a
abrir su subconsciente para superar traumas u otros problemas
psicológicos. Los curanderos que la usan aseguran que ayuda a superar
adicciones a drogas como el alcohol y la cocaína.
“Varias personas
que la han tomado conmigo se han curado de la cocaína. Hay personas que
se han curado en una sola ceremonia y no han tomado nunca más cocaína”,
defiende Wayrawanpurej.
Los defensores de este cactus alegan que,
al igual que la ayahuasca, no es adictivo, por lo que no debe ser
considerado una droga. “Creo que tenemos una responsabilidad de
concientizar a los gobiernos para la no persecución que estos
conocimientos ya vienen sufriendo durante 500 años”, asegura el
curandero argentino.
No obstante, al igual que otros colegas,
critica el uso recreativo que mucha gente hace de la wachuma y la
ayahuasca, un turismo new age que hace que incluso en Perú los
operadores ofrezcan paquetes con ceremonias con ambas sustancias,
despojándolas así de su aspecto ritual y medicinal.
“Hay que
concientizarlos también de qué son estas plantas, cómo se usan, cómo se
cosecha con respeto, cómo se cocinan con respeto. Es todo un
conocimiento, no se trata sólo de tomar la sustancia porque sí”, señala
Wayrawanpurej.
Pérez Villarreal asevera que frente a la ayahuasca,
que al ser una experiencia fuerte causa algo de temor, el empleo del
San Pedro, que recibe ese nombre porque, dicen, abre las puertas del
cielo y que es más suave, está más extendido en Perú. “La practica el
campesino, el profesional, el político que está en campaña,… muchísima
gente”, dice.
También el tabaco es una planta que ya antes de la
llegada de los españoles a América era utilizada por los nativos con
fines medicinales, pero que a su contacto con la sociedad occidental ha
sido convertida en una droga que, aunque legal, causa estragos en todo
el mundo.
Los pueblos originarios la han utilizado
tradicionalmente para tratar problemas de rinitis, parásitos
intestinales, dolores de cabeza, infecciones en los oídos o garganta,
como cataplasmas para tratar hongos y heridas…
Todas están plantas, por sus cualidades medicinales, son consideradas “sagradas” por los pueblos originarios de América.
“Estas
plantas al pasar a una sociedad moderna como la nuestra han cambiado.
Han perdido esta sacralidad que tenían en sus entornos habituales y se
ha convertido en un peligro, en una droga, porque hay una pérdida del
contacto con la espiritualidad, con el mundo interior, con la
naturaleza”, critica la doctora Rosa Giove, médica cirujana y
cofundadora del centro Takiwasi, en Tarapoto, una ciudad de la Amazonía
peruana.
Este centro es un ejemplo exitoso del uso medicinal de
plantas amazónicas, pues se dedica a curar adicciones a drogas tan
fuertes como la cocaína, el alcohol y la heroína mediante la combinación
entre éstas, principalmente la ayahuasca, y la psicoterapia moderna y
las plantas medicinales.
Sin embargo, pese a que el consumo de ayahuasca y wachuma está permitido en Perú, no está reconocido su uso medicinal.
Giove
destaca que hay leyes que prohíben a personas practicar medicina si no
tienen un título universitario, lo que implica una “espada de Damocles
que pende sobre la cabeza de todos los curanderos.”
“Esta
clandestinidad implica que la población que acude a tratarse con un
curandero en realidad no sabe si es bueno o malo porque están todos en
el mismo nivel de esconderse un poco”, lo que es un caldo de cultivo
para que surjan charlatanes que no están preparados para aplicar las
medicinas tradicionales, en un círculo vicioso que desprestigia a todo
el sector, indica.
Por otro lado, subraya, el hecho de que plantas
como la ayahuasca y la wachuma permitan “acceder a estados modificados
de conciencia es una cosa que da mucho miedo y que ha hecho que en el
momento en que han salido de su contexto, del pueblo en el que han
estado vigentes, y han sido contactadas por culturas que no las
reconocen automáticamente, se las clasifique como drogas”.
Pablo Pérez Álvarez/ 3 de enero de 2014)
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