En el trato despectivo que la 60 Legislatura dio a un grupo de
jubilados que el martes 23 de julio intentaron ingresar al Salón de
Sesiones del Congreso del Estado se confirma la ausencia de compromiso
social de los diputados, siempre dispuestos a garantizarle acatamiento
al gobernador en turno y negarle lealtad a la comunidad sinaloense. El
extravío de la representación social —¡una Cámara vedada a la
ciudadanía!— ha tocado fondo precisamente en la tierra donde la gente
necesita más que nunca a sus parlamentarios.
Es una colosal tontería argüir la situación de riesgo frente a
personas, en su mayoría de la tercera edad, que como único reducto de
esperanza acuden ante sus diputados al creerlos interlocutores entre el
Gobierno y ellos, los jubilados que demandan dignificar las condiciones
de retiro laboral. Más que necedad, constituye una grosería hacia un
sector de la población que merece el mayor de los respetos.
Tendría que haber también un sitio para el deshonor en la Sala de
Sesiones del Congreso del Estado para acuñar la expresión de la diputada
Artemisa García Valle, quien al justificar la negativa de acceso a los
jubilados dijo que “no nos dejaban escuchar, no nos dejaban llevar a
cabo la sesión el jueves pasado… No tenemos una varita mágica para
resolverlo todo”. Qué distintos son los políticos cuando buscan el voto y
cuando ya lo obtuvieron.
La reforma en los procesos parlamentarios no es una cuestión a la
cual sea sensible el Congreso de Sinaloa. Hablan los diputados de muchas
transformaciones pero la ausencia de autoanálisis los lleva a
desapercibir que primero necesitan evolucionar como representantes
populares para poder ir al resto de las innovaciones. He aquí el error:
los sinaloenses los pusieron en las curules, pero al llegar a estas se
dedican en cuerpo y alma a traicionarlos, ahora a cerrarles las puertas
del recinto legislativo.
A la figura de legislador le es urgente la reconstrucción sistémica.
El semblante petulante y hosco que hoy muestra ante sus verdaderos
jefes, los sinaloenses, aporta en exceso a la desconfianza y decepción.
Los abrazos y palmadas que da en la campaña, los transforma el diputado
en puñaladas traperas; los enemigos que señaló en la etapa proselitista
se tornan aliados una vez que gana el escaño y los electores pasar a ser
habitantes ingenuos infinitamente timados.
Esta vez se han ido de paso los diputados. El corral tendido
alrededor de la sede del Congreso no es un retén para los sinaloenses
que desde afuera ostentan el mandato social. Es un cerco, sí, para los
que hicieron del Legislativo la guarida perfecta para la felonía. Es el
redil más adecuado para los que consideran servidumbre del Ejecutivo y a
él, solo a él, le rinden sumisión y le derriban cualquier muralla que
pudiera garantizar la sana división de poderes.
Las bardas que estorben a la acción ciudadana bien intencionada, hay
que tumbarlas de inmediato. Hay otras, las que eviten la humillante
intromisión del gobernador en el Poder Legislativo, que deben reforzarse
hasta volverlas impenetrables. Como hizo falta, por ejemplo, un muro de
contención contra las solicitudes de endeudamiento que hizo Mario López
Valdez y que hoy duplican la hipoteca de Sinaloa y colocan al estado
como uno de los que más comprometen las finanzas públicas para pagar
créditos irresponsablemente contraídos.
Lo que ocurrió el martes de la semana con el episodio de diputados
cómicamente temerosos frente a unos cuantos jubilados inermes, viene a
ser la redundancia de una legislatura tan estéril como inútil es el
blindaje que se otorgó. Es tarde para decírselos porque están por acabar
sus periodos, pero es un aviso a tiempo para los que en unas semanas
integrarán el nuevo parlamento. El rescate de la representación popular
viene a ser, en el orden de prioridades, la primera reforma legislativa.
La sociedad sinaloense debe recuperar a sus legisladores como primera
condición para confiar, en algo o en alguien, en la actual situación
local de ingobernabilidad y de instituciones una y otra vez deshonradas.
Re-verso
¡Oh inermes diputados,
paralizados en sus miedos!
No perturben, jubilados,
a tan ágiles levantadedos.
Retorno temible
El pánico que ha desatado el eventual regreso de Alejandro Higuera
Osuna a la alcaldía de Mazatlán es por las políticas públicas
revanchistas que pudiera implementar contra los electores
(contribuyentes ahora) que el 7 de julio cortaron de tajo su invicta
carrera política. El reinado del Diablo Azul acabó tan
abruptamente como acaban los monarcas del carnaval que en cuestión de
horas transitan de la ficción a la realidad. Era un rey de fantasía que
nunca supo retirarse a tiempo porque el oropel del poder lo deslumbró
tanto que no pudo ver el abismo de impopularidad en que caía. Y, por
dignidad, ya no debiera regresar al cargo.
Después del corte
Una pausa y regresamos. Dos semanas para que los lectores descansen y para que las ideas se reacomoden en esta columna.
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