Cárteles de la droga fueron los dueños de
Anáhuac, Nuevo León, donde cayó ‘El Z 40’, habitantes aseguran que se
entregó, que ya estaba todo arreglado
Trastocados. La
vida en Anáhuac, como en la mayoría de los pueblos en el noreste de
México, cambió drásticamente con la llegada de Los Zetas.
Anáhuac, NL.- Esta región, conocida como
los “llanos del estepario del noreste” es estratégica para el trasiego
de droga a Estados Unidos y también es territorio, escondite y semillero
zeta.
Los jefes de “la letra” se apropiaron de estas llanuras
llenas de brechas donde ubican su centro de operaciones y campos de
entrenamiento. Al norte limita con Laredo, Texas, y Nuevo Laredo, al
poniente con Juárez, Coahuila, y al oriente con Guerrero, Tamaulipas.
Por
los alrededores han capturado o abatido a importantes responsables de
esta organización criminal, como Heriberto Lazcano, “El Lazca”; Salvador
Alfonso Martínez, “La Ardilla”; Cristóbal Flores López, “El Golón”, y
otros de los 23 zetas fundadores. La última detención de una célula la
hizo la Marina cuando capturó a 19 integrantes en un rancho de la
carretera a Colombia, en este municipio ubicado a 200 kilómetros de
Monterrey.
“Aquí está el nido, la mera mata, el semillero; el
escondite, pues”, dice sin temor a equivocarse Ramón Garza, el taxista
del pueblo en los últimos 56 años. “El Z-40” por aquí se paseaba tan
tranquilo sin hacer problemas. Dicen que tiene un rancho por la laguna
Salinillas, al rato lo vemos otra vez por aquí. Allí están la mujer y
los hijos, también la mujer de La Barbie”, dice refiriéndose a Édgar
Valdés Villarreal, arrestado el 30 de agosto de 2010.
La captura
del máximo líder del cártel de Los Zetas, Miguel Ángel Treviño Morales,
en este municipio, causa revuelo. Aquí todo mundo se conoce. A los de
“la última letra” se les identifica fácilmente por sus trocas último
modelo y su prepotencia.
La captura
“El Z-40” andaba
por estos caminos de terracería evadiendo los retenes del Ejército y la
Armada de México con facilidad. Nadie escuchó el helicóptero que los
marinos usaron para detener la camioneta pick-up en que viajaba con sus
dos escoltas, Abdón Federico Rodríguez García y Ernesto Reyes García,
también detenidos sin disparar un tiro.
Tampoco han visto el dron,
avión no tripulado, propiedad de las agencias estadunidenses que, según
la Marina, fue utilizado para detectar el traslado del capo mediante
equipos de intercepción telefónica denominados Finfisher/Finspy y Hunter
Punta Tracking/Locksys.
Lo cierto es que en la plaza principal de
este “nido zeta”, los halcones al servicio de “la letra”, casi todos en
bicicleta y algunos a caballo, dan cuenta de los recién llegados,
forasteros, “intrusos” que se atreven a pisar la guarida, el santuario
de los últimos siete años, a veces profanado.
En estos días han
llegado más de 200 elementos de seguridad, entre militares, marinos y
policías estatales y municipales. Aun así, no se detiene el ritmo
trepidante de quienes han elegido vivir a salto de mata entre los tres
estados que confluyen aquí.
“Estos son los corredores de ellos,
por aquí se van para Monclova, Piedras Negras, Nuevo Laredo, San
Fernando, Monterrey... “El Z-40” ya tenía años por aquí, paseando por la
Salinilla; al lado, en Progreso, le mataron al “Lazca” y luego aquí
mismo detuvieron al Golón... Estamos en el punto, ni modo, nos tocó”,
dice Enrique Martínez, comerciante nacido en este lugar.
“Ese se
entregó, ya estaba cansado, por más millones de dólares que tengan no
son felices. ¿Creen que metiéndolo en la cárcel se termina el problema?
Esto no se acaba. Detienen 20 y salen 200, es como un hormiguero. Aquí
estamos nosotros para dar fe”, dice otro comerciante frente a la plaza
principal.
La vida en Anáhuac, como en la mayoría de los pueblos
en el noreste de México, cambió drásticamente con la llegada de Los
Zetas. Aquí se dormía con la puerta abierta, se caminaba de noche para
trasladarse de un municipio a otro y la gente paseaba por las calles y
plazas hasta la madrugada.
Cuando el territorio empezó a ser
disputado al Cártel del Golfo, Los Zetas impusieron su ley. Secuestros y
matanzas —como la de los 265 migrantes en San Fernando, Tamaulipas, o
los 49 torsos de Cadereyta, Nuevo León— sembraron el terror.
En
este pueblo, como en tantos otros, no hubo Seguridad Pública durante
meses. El año pasado una docena de policías fueron detenidos por su
convivencia con Los Zetas, incluidos el secretario de seguridad pública
municipal, Rubén Múzquiz Riojas, así como el director de policía, Jesús
Mario Mata Hernández, y el agente municipal Juan Jesús Méndez Rodríguez.
“El
Z-40” pagaba 40 mil pesos quincenales al titular de Seguridad Pública,
según las autoridades de Nuevo León, aunque el exalcalde panista Santos
Javier Garza García defendió a los detenidos calificándolos de
“excelentes servidores públicos”.
La célula zeta de los jefes
policiacos de Anáhuac estaba compuesta por otros siete integrantes que
confesaron una serie de crímenes. Contaron que incineraban con diesel y
leña los cuerpos en dos ranchos. Las autoridades acudieron a los lugares
para confirmar que había restos óseos parcialmente calcinados de un
agricultor de Anáhuac identificado como Óscar González, así como otros
cinco de sus familiares, y el de un comerciante de 53 años y tres
personas más.
“Ya tenemos policías. No sabemos si son buenos, pero
por lo menos corrieron a todos los anteriores. Los demás siguen en la
cárcel. Más allá de la inseguridad, lo que la gente del pueblo quiere es
trabajar”, dice un joven vendedor de gorras en un negocio de
videojuegos.
Acabaron con todo
En el noreste del País
la actividad productiva fue disminuyendo paulatinamente con la
inseguridad. El campo quedó arrasado con el robo de ranchos y tierras de
cultivo: “Aquí se acabaron prácticamente la ganadería y la agricultura.
No tenemos agua, se acabó la Salinilla y la Martin. Estos señores
terminaron con todo. Las presas están secas y el Gobierno ignora la
situación”, dice uno de los pocos ganaderos que quedan en la zona.
Del
trasiego de droga a Estados Unidos se pasó al consumo local. La cocaína
y la mariguana abundan; se venden en cualquier esquina. Tanto el
narcomenudeo como el halconeo están estrechamente vigilados por los
lugartenientes del “Z-40”.
“Aquí vienen y se sientan en la mesa
los halconcillos, casi todos chamacos de 15 a 18 años. Hay también
muchachas. Me da mucha pena verlos cómo los envician tan chiquillos. Se
drogan con piedra y andan con los celulares y nomás ven al Ejército o la
Marina y se esconden para dar aviso. ¿Qué hago?.. ¡No los puedo
correr!”, dice Gerardo, dueño de uno de los restaurantes del pueblo.
Un
retén militar fue instalado en la garita de la aduana, pero la Marina
tiene puestos de control en el camino de terracería al lado de la
carretera la Ribereña con dirección a Piedras Negras, Coahuila, y uno
más en dirección a Reynosa, Tamaulipas, aunque la presencia de las
fuerzas armadas no es permanente.
Fueron los puestos de control lo
que permitió detener al “Z-40”, según la Marina:
“Eso ya estaba
arreglado”, dice Jacinto Flores, mientras descansa en una banca de la
plaza.
“Ellos me han parado varias veces. Tienen retenes donde quiera.
De buenas a primeras nomás me preguntan: ‘¿adónde va?’ y me dicen
‘pásele’, pero el día que no ¿qué pasará? Aquí vivimos a puro tirón. Es
tierra de nadie. Está duro, tirante. Se acabó todo, nomás nos quedó el
puro mugrero. Vivimos en el miedo, hay temor hasta para salir de casa”,
dice.
‘El pelado se entregó’
La ley no escrita
de este pueblo es ver y callar. La dueña de un negocio de acumuladores
prefiere no hablar sobre el “Z-40. Un cliente que está a punto de
terminar su compra interviene: “Hay puro monte, brechas sin control,
todo muy lejano, propicio para el negocio de ellos. Por eso nadie se
mete. ¿La detención? Eso es mentira, el pelado se entregó. El pobre se
quiso entregar, andaba sufriendo mucho. En su mente sólo podía pensar
una cosa: que lo iban a matar. Estaba todo preparado”.
La pax del
narco se siente. La soledad de la carretera coincide con la tranquilidad
de un pueblo sometido. Raymundo vende aguas frescas en la plaza:
“Todos
andan por aquí, a lo mejor les vendo raspados. ¿Cómo sé quiénes son? Lo
único que tenemos claro es que esta es su cabecera y seguirá siéndolo.
Dios nos ha de ayudar”.
(Agencias-Excélsior)
(VANGUARDIA/
Agencias/ sábado,
27
de
julio
del
201)
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