CHIHUAHUA,
Chih. (apro).- Los habitantes de Camargo, ubicado en el centro sur del
estado de Chihuahua, han enfrentado la violencia casi en silencio,
aislados, invisibles. De 2008 a 2009, los homicidios dolosos aumentaron
550%, al pasar de nueve a 51, y de 2008 a 2012 se incrementaron otro
40%, de 65 a 90.
Mientras que en municipios como Juárez y
Chihuahua disminuyeron los asesinatos, en Camargo se desataron. En sólo
cuatro años (de 2008 a 2012) fueron ultimadas 288 personas —268 hombres y
20 mujeres— y hubo al menos cinco masacres.
El año pasado, cuando
en Parral aprehendieron al presunto líder del cártel de Sinaloa en la
región sur del estado, Lamberto Gurrola Hernández El Gato, regresó la
paz a Camargo.
De septiembre de 2012 a abril pasado, la ciudad
luchó por recuperarse. El número de organizaciones civiles incrementó y
la gente se enfocó en ocupar los espacios públicos y trabajar, comentó
un comerciante del ramo restaurantero.
“Sí cambiamos algunos
hábitos. Nosotros preferimos no abrir el negocio ya muy tarde; mejor
comenzamos temprano y… pues lo que salga. Andamos bien, si uno no anda
en malos pasos no tiene por qué preocuparse, sólo hay que cuidarse”,
opina el comerciante, quien prefiere permanecer en el anonimato porque
asegura que nadie puede hablar.
Cuenta que hay personas en
Camargo, personas que no son de ahí, que “se hacen ricos de repente.
Usted no puede decir nada porque lo van a matar. La realidad de esa
gente es otra, vive otro tipo de vida. Hay partes donde hay unas casotas
y las gentes tienen unas trocotas, pero no trabajan ni tienen negocio,
es muy notorio”, agrega.
El municipio de Camargo tiene 47 mil
habitantes, y la cabecera municipal, donde se registró la última
masacre, tiene poco más de 39 mil.
La aparente calma terminó el
pasado 29 de abril, cuando un comando irrumpió en el palenque de gallos
El Coliseo, alrededor de la una de la mañana. Hacía una hora que había
concluido la pelea, cuando llegaron a asesinar a cuatro personas, entre
ellas un policía municipal de 22 años, un presunto sicario y dos
civiles.
Al siguiente día se encontraron los cuerpos de dos
hombres, que aparentemente participaron en la masacre. Eran Francisco
Alonso Salazar Chávez y Juan Antonio Martha de los Santos. Llevaban
pasamontañas y les habían dado entre diez y 15 balazos de “cuernos de
chivo” (fusiles AK-47) y otros calibres. Tenían alrededor de 20 años,
según la Policía Municipal de Camargo.
“No quiero morir”, dijo policía asesinado a su jefe
Daniel
Alejandro Soto Giner tenía 22 años, y llevaba dos en la Policía
municipal. El 28 de abril le tocó vigilar la entrada del palenque. Otros
dos compañeros estaban adentro, también cuidando.
Cuando entró el
comando de encapuchados, al primero al que dispararon fue a Daniel
Soto. Luego mataron a Sixto Iván Aguirre Infante, a José Raúl Chávez y a
José Humberto Chacón Gómez —este último, presunto sicario al que
buscaban, según las investigaciones de la Fiscalía Zona Centro.
Daniel
Soto estaba herido y fue llevado al hospital. Ahí le dijo a su jefe:
“No quiero morir, deseo continuar siendo policía y estar en servicio”.
Pero falleció. La historia fue contada por el presidente municipal,
Arturo Zubía Fernández, durante el homenaje de cuerpo presente que
rindieron a Soto en las instalaciones de la corporación, el pasado 30 de
abril.
El alcalde destacó el profesionalismo del agente. “Nos
embarga la angustia y el coraje, era un joven de reciente ingreso de la
academia, integrante del grupo táctico, se desempeñaba con
profesionalismo y era alegre. Sentimos esta lamentable pérdida, nos
embarga una gran desesperación e impotencia cuando suceden estas
cosas”, agregó.
Su hermana pidió justicia, ante agentes de Jiménez, San Francisco y Camargo.
Cobertura periodística, entre anonimato y amenazas
Camargo
vivió tranquilo durante unos seis meses, dice el periodista Luis
Fernando González, quien ha cubierto la ola de violencia junto con su
compañero Pedro Sarmiento, de manera callada.
En 2008, se toparon
de frente con la escalada de violencia. “Había un muerto, otro, cada vez
más muertos. Muertos por todos lados, se emparejaron las cifras con las
del resto del estado”, recuerda Luis Fernando.
En el medio de
comunicación para el que trabajan, TV Camargo, televisión por cable, han
dado a conocer masacres, personas degolladas, incineradas, de todo. “Ha
sido muy sanguinario, hemos visto lo peor”, dicen.
Con la
detención de El Gato, admite González, se calmó la violencia, derivada
de la lucha por la plaza por dos grupos delictivos. “Se recuperó la vida
nocturna incluso, ya casi nadie salía, entonces la gente comenzó a
salir, muchos se habían ido”, comenta.
Ahora, con el regreso de la
ola de violencia, Luis Fernando coincide con el resto de los
habitantes: “Ahora todo es silencio, nadie comenta, como si quisieran
olvidar, y no volver a vivir lo que pasamos. Están como queriendo
olvidar, ignorar. Camargo tenía paz y esto que sucedió sí impacta”.
Asegura
que la gente volvió a confiar en ella misma, y se reforzó la
convivencia social tras años en que hubo mucha división. La sociedad
civil organizada, considera, hizo un buen trabajo y ahora los habitantes
se niegan a aceptar el regreso de la violencia.
En Camargo
ocurrieron por lo menos cinco masacres entre 2011 y 2012, cuatro en
bares y otra en una casa de seguridad. La gente dejó de salir en la
noche.
En el periodo de tranquilidad —hace seis meses— los camarguenses se animaron a salir y de nuevo abrieron negocios nocturnos.
Sin
embargo, después de la masacre de El Coliseo, volvieron a cerrar bares,
entre ellos uno de los más famosos. Además, se han perpetrado
secuestros, el último de una enfermera que aún no aparece.
Hay,
por lo menos, unas 30 personas desaparecidas, calcula Luis Fernando
González, quien destaca el caso del empresario ganadero José González
Martí, de 80 años. Su familia ha pagado dos veces el rescate y aún no lo
entregan.
“En el panteón abrieron un área nueva. Ahí se llena de
viudas y huérfanos llorando. Van más de 200 muertos camarguenses. Ha
sido una pesadilla que hemos cubierto como Dios nos ha dado a entender,
era nuevo para nosotros”, dice el periodista.
Por la información
que manejan en su medio han recibido llamadas anónimas para reclamar
notas o para que saquen información. La decisión que han tomado ha sido
de acuerdo con el sentido común, según sea el caso.
Sin protocolos
de seguridad y completamente aislados, han dado cuenta de todos los
hechos violentos, apoyados sólo en la ciudadanía, dice Luis Fernando.
“Ha
sido un aprendizaje macabro, no tenemos nada de protección, la gente
siempre nos ayuda. Hemos recibido amenazas, incluso de la familia, pero
hemos salido adelante, con puro sentido común”, cuenta Pedro Sarmiento.
Camargo
se encuentra en medio de Delicias y Jiménez, dos ciudades de la zona
centro sur, en donde se ha incrementado considerablemente la violencia
este año, y en abril, alcanzó también a los camarguenses.
/ 10 de mayo de 2013)
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