Patricia Lee
MÉXICO,
D.F. (apro).- Conflictos territoriales, terrorismo, radicalización
musulmana, desempleo, pobreza, desindustrialización y corrupción son los
condimentos que hacen del Cáucaso ruso, esa frontera entre Asia y
Europa, una región cada vez más inestable y problemática.
“En el
Cáucaso norte hay una ‘guerra civil latente’: casi todos los días hay
asesinatos, actos de terror, mueren policías, soldados y combatientes.
Esto ya es normal, nos acostumbramos a eso. Somos indiferentes. El
Cáucaso se convirtió en un factor de irritación que se aleja cada vez
más de Rusia”, escribió Aleksei Malashenko, politólogo experto en
islamismo, en un artículo que Nezavisimaya Gazeta publicó el 18 de
septiembre de 2012.
Para Malashenko, el Cáucaso en gran medida
sigue sus propias leyes. “En el terreno de la mentalidad, de la cultura,
se aleja de Rusia. ‘Si las leyes rusas no funcionan, que funcionen
otras, basadas en nuestras tradiciones’, piensan muchos.
La pertenencia
a una enorme comunidad islámica de mil 500 millones de personas se ve
más atractiva que pertenecer a una Rusia problemática que está en la
periferia de la política mundial y que no puede competir económicamente
con los países desarrollados”, agrego.
Daguestán, el foco
El
Cáucaso ruso es habitado por cerca de 10 millones de personas,
divididas entre las repúblicas de Adigea, Chechenia, Daguestán,
Ingusetia, Karachevo Cherkesia, Kabardino Balkaria y Osetia del Norte,
donde conviven cerca de 60 etnias, muchas de ellas de religión
musulmana.
Daguestán, con una población de 3 millones de personas,
es el centro de las preocupaciones de Moscú. En enero de 2013 el
presidente Vladimir Putin echó al jefe de gobierno, Magomedsalam
Magomedov, y lo reemplazó por el diputado Ramazan Abdulatipov. En abril,
el Parlamento eliminó las elecciones directas para gobernador, que será
nombrado por la Duma.
El nuevo presidente encontró una situación
caótica: el gobierno, dijo, “ha sido destruido completamente y deberemos
construirlo de nuevo, la educación está destruida, la mayor parte de la
tierra cultibable ya no se usa para la agricultura, el desempleo
juvenil es muy alto, no logramos llenar las filas de reservistas del
ejército, y el extremismo y el terrorismo siguen siendo los principales
problemas”.
Abdulatipov llamó a la población a ayudarlo para
librar a Daguestán de “ladrones corruptos en el poder”, según
declaraciones que hizo a la emisora radial Echo Moscú.
En 2012 se
registraron 225 actos terroristas, un tercio de los cometidos en todo el
Cáucaso norte, y el blanco preferido fueron las fuerzas de seguridad.
La creación de bandas armadas ilegales refleja la radicalización
existente, pues estas agrupaciones se nutren de los jóvenes, muchas
veces educados y calificados, pero desempleados y sin perspectivas.
Ante
esta situación, el año pasado el Kremlin decidió trasladar 17 puestos
de control desde Chechenia hacia Daguestán, y está organizando “brigadas
populares” para detener a los grupos armados.
“Vivimos como en un volcán”, señaló un daguestaní a la Radio Echo Moscú.
“La
gente no está contenta con su situación económica, la desigualdad
creciente, la corrupción, el desempleo, la calidad de la educación y de
la salud. Según una encuesta del Centro Levada, en relación con otras
repúblicas, en Daguestán se observa el nivel más bajo de expectativas de
un mejoramiento de la situación (38.2%) frente a un 45.5% promedio en
el resto del Cáucaso norte. Existe una sensación de no haber salida, que
es la base del radicalismo religioso”, puntualizó Malashenko.
De Cáucaso soviético al caos ruso
Por
el Cáucaso pasaron los mongoles, los persas y los turcos, hasta que los
zares rusos lo conquistaron por la fuerza, tras una larga guerra que
duró desde 1817 hasta 1864.
Después de la revolución de 1917 se
creó la República Soviética de las Montañas, abriendo un periodo de paz,
pero en 1944, cuando los ocupantes alemanes fueron derrotados en la
Segunda Guerra Mundial, Stalin decidió deportar a muchos de los pueblos
del Cáucaso acusándolos de “colaborar masivamente” con los nazis. En
total, 6 millones de personas fueron deportadas.
En 1957, estos
pueblos fueron rehabilitados colectivamente por Nikita Jrushev y
autorizados a volver, pero en ese momento ya había nuevos habitantes
instalados, en lugar de los antiguos, dando raíz a nuevos conflictos.
En
1991, al desaparecer la Unión Soviética, los aires de libertad
volvieron a soplar por el Cáucaso. El general checheno Dzojar Dudaev,
comandante de una división de bombarderos nucleares del ejército
soviético, se convirtió en una figura heroica al negarse a cumplir las
órdenes de Moscú de reprimir a la población de los países bálticos que
habían declarado su independencia.
Al volver a Chechenia declaró
la independencia, pero el presidente Boris Yeltsin no estaba dispuesto a
permitir que Rusia se disolviera como sucedió con la Unión Soviética.
En
la navidad de 1994 el Kremlin envió al segundo ejército del mundo a
aplastar la pequeña república de un millón de habitantes, pero los
chechenos derrotaron al ocupante y conquistaron de facto su
independencia.
A fines de 1999, tras una serie de atentados
terroristas supuestamente cometidos por rebeldes chechenos, el entonces
primer ministro Vladimir Putin anuló la independencia e inició una
segunda guerra, colocando a la república bajo control del Kremlin. Su
actual presidente, Ramzan Kadirov, impuso el orden a sangre y fuego.
Adiós a la tranquilidad
Mientras
Chechenia se pacificaba, los rebeldes musulmanes, dirigidos por Doku
Umarov, organizados en el Emirato del Norte del Cáucaso, se refugiaron
en las montañas y extendieron la rebelión a lo largo de la región.
“Hay
dos Cáucasos distintos: el de los tiempos soviéticos y el actual”, dice
a Apro Anzhela Maguidov, una coreógrafa nacida en Majachkalá, la
capital de Daguestán, que ahora reside en Moscú.
“Antes vivíamos
en paz. Nunca hubo un problema nacional, aunque nosotros tenemos 33
etnias distintas, con sus respectivos idiomas, pero todos hablábamos en
ruso y teníamos relaciones amigables, había musulmanes, ortodoxos,
ateos, pero vivíamos en paz”, cuenta.
Añade:
“Todo cambió al
desaparecer la URSS. En los años noventa, la situación fue muy difícil:
no había trabajo, se cerraron casi todas las fábricas, la gente empezó a
vivir del comercio o de algún subsidio o pensión otorgado por Moscú, y
las diferencias sociales se hicieron enormes. Hoy mi mamá recibe 11 mil
500 rublos de jubilación (cerca de 300 dólares), gracias a un médico que
nos firmó un certificado de invalidez, pero la mayoría de las pensiones
son de 4 mil o 5 mil rublos, una miseria”.
Después, con las dos
guerras –dice– mucha gente tuvo que irse de Chechenia, trasladándose a
Daguestán y a otras repúblicas. “Chechenia se tranquilizó, pero la
inestabilidad se trasladó a Daguestán, donde, aprovechándose de la
pobreza, de la desilusión y de la falta de trabajo, reclutaron a los
jóvenes para sus agrupaciones armadas”.
Islamización
Ante la
impotencia del gobierno federal para resolver los problemas
cotidianos, una parte significativa de la sociedad busca una salida en
el Islam, que predica la justicia y la armonía social.
Anzhela
cuenta que ya no quiere dejar a sus hijas viajar a Daguestán para que
visiten a su abuela, porque si bien no hay leyes contra las mujeres como
en Chechenia, “ahora muchas usan velo, se cubren los brazos y las
piernas, y se visten de una manera más discreta, porque es peligroso
exponerse”.
Como parte de esta islamización existe un crecimiento
de las corrientes más radicales: wahabitas, salafistas y
fundamentalistas. Existe un conflicto entre los salafistas y los
islamistas tradicionales, es decir, entre los más ortodoxos y los
moderados que durante décadas se adaptaron a las costumbres soviéticas y
relajaron muchas de las normas del Islam, como por ejemplo, la
prohibición de tomar alcohol.
Como parte de este enfrentamiento,
el año pasado fue asesinado el líder espiritual tradicionalista más
importante de Daguestán, el sheik Said-afandi Chirkeiski.
Ambas
corrientes, radicales y tradicionales, persiguen un mismo fin: restaurar
la ley islámica o Sharia, reislamizar la sociedad, aunque con métodos
distintos. La diferencia es que los tradicionalistas se quieren mantener
en el marco de la Federación Rusa, mientras que los radicales proponen
separarse de Rusia y formar un nuevo Estado.
Esto preocupa a Moscú,
puesto que en toda Rusia hay 20 millones de musulmanes que habitan no
sólo en el Cáucaso, sino en otras repúblicas como Tartaristán y
Baskortostán, y que pueden seguir el ejemplo.
/ 3 de mayo de 2013)
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