Reforma
México, DF.- Rosa
María preparó chorizo en su cocina impecable. Lleva el cabello corto teñido
aunque se asoman un poco las raíces blancas, porta una pequeña cruz de oro al
cuello, alianza matrimonial y aretes discretos.
Es una señora de
clase media de la colonia Romero de Terreros, al sur de la ciudad.
A punto de cumplir
70 años, Rosa María tiene la mirada borrascosa de quien bajó al infierno y tuvo
la fortuna de encontrar el camino de regreso. Tras salir el pasado 19 de diciembre
de una clínica de rehabilitación para adictos en Cuernavaca, ha retomado el
gusto por la cocina.
También volvió al
repujado en metal, al que dedica las horas que, hasta hace unos meses, pasaba
frente a una “maquinita” en el casino Yak de Plaza Universidad, cuando
aprovechaba que su marido jubilado estaba fuera de casa “en sus asuntos” y se
escapaba sin dar explicaciones entre las 3 y las 6 de la tarde.
Si la llamaban sus
hijos no contestaba; después inventaba excusas y mentía sobre el lugar donde había
estado.
Con apuestas de 10
pesos por “piquete” al botón electrónico de la suerte, Rosa María perdió los
ahorros de muchos años. “Tenía bastantito”, dice, mientras baja la voz para
soltar una cantidad de seis cifras.
En los primeros
coqueteos, el azar le correspondió con algunos premios, hasta que un día se
llevó un “acumulado” de 107 mil pesos, lo que fue “la locura”. Pero en un poco
más de tres años de “piquetes”, cada vez más frenéticos, después de que se
esfumaron sus ahorros, Rosa María empezó a pedir prestado a una agiotista. Era
incapaz de dejar el juego.
En un par de años,
la deuda llegó al millón de pesos por los intereses, lo que empujó a la mujer a
vivir en una ruleta de desesperación y culpa. “Estaba muy irritable, sólo
quería seguir jugando, y en un momento, creí que me daría un infarto”,
confiesa.
En el comedor de su
casa de una planta, Rosa María cuenta que empezó a ir al casino por diversión.
Rosa María lleva
casi seis meses de haber entrado por última vez al casino. Ese día se vio “sin
nada de donde echar mano” y, finalmente comprendió que necesitaba ayuda.
Confesó con “gran
vergüenza” lo que le pasaba y recibió el apoyo de su familia. Se internó
durante 35 días en una clínica. “Los primeros tres días fueron la muerte”,
asegura. Aún así, logró salir adelante y su situación ha unido a su familia; su
esposo acude a un grupo de apoyo para familiares de adictos.
Está contenta porque
a las 7 de la tarde asistirá a su sesión de Jugadores Anónimos, donde en el
grupo de siete asiduos hay cinco señoras como ella, de 50 años “para arribita”.
Aceptó la entrevista
--aunque pide no ser citada con su nombre verdadero-- porque quiere ayudar a
otros ludópatas que, dicen los especialistas, no son viciosos, sino enfermos.
“He pensado en ir al
casino y acercarme a las señoras como yo, porque van mucho señor y señora
grandes, pero no estoy para regresar ahí y poder ayudar, y no creo que me
hicieran caso”.
SÍNDROME DE NIDO VACÍO
La abundancia de
personas de la tercera edad en los casinos, principalmente mujeres como Rosa
María, es una realidad que han advertido Silvia Morales, jefa del Centro para
la Prevención de Adicciones de la UNAM, y el psiquiatra Ricardo Nanni, director
adjunto de políticas y programas contra las adicciones del Centro Nacional de
Prevención y Control de Adicciones (Cenadic) de la Secretaría de Salud.
Nanni habla del
“síndrome del nido vacío”, el cual se presenta cuando los hijos se han independizado,
para explicar por qué son principalmente las mujeres -a partir de la cuarta y
quinta décadas de la vida-, las que presentan la ludopatía en el segundo de
tres tipos: obsesivo compulsivo.
De acuerdo con
estudios internacionales, los adultos mayores representan “entre el 20 y el 25%
de los jugadores patológicos”, explica el director de Políticas y Programas
contra las Adicciones del Cenadic.
Un universo que no
es posible precisar para México porque aún no hay estadísticas, aclara.
“Justo en esta
población hay depresión, mayor ansiedad y conductas mal adaptativas al no saber
cómo compensar el que ya no estén los hijos, la soledad porque probablemente se
divorciaron o bien porque perdieron el trabajo o se jubilaron”, explica.
Ese es el fondo del iceberg,
cuya punta es la ludopatía. Una problemática que Rosa María vivió casi como una
calca. Su matrimonio ha durado 50 años, pero confiesa que se sentía sola: su
esposo se ausenta de casa varias horas al día y dos de sus hijos casados viven
fuera de la ciudad. “Lo que empezó como un escape para relajarme me fue
atrapando”.
Es la misma
situación de Teresita, una mujer de 56 años que asiste al grupo Jugadores en
Recuperación.
Tras separarse de su
marido, hace una década, empezó a ir a un centro en el Estado de México.
Fue el primer casino
instalado en 1999 con Bingo, una especie de lotería con números.
La mujer que vive en
la colonia Nueva Santamaría, lleva dos meses sin apostar, pero aún conserva en
su monedero cinco tarjetas de recarga para jugar en las maquinitas de los
casinos que frecuentaba, una de las cuales lleva su nombre impreso. “Ya las voy
a quemar”, promete.
Cuando los viernes
sus tres hijos de prepa y universidad se iban a una fiesta, ella paliaba la
soledad en el casino. Lo hacía de manera controlada porque no descuidaba su
trabajo como supervisora de calidad en una empresa de cárnicos. Hace 2 dos
años, cuando sólo se quedó en casa su hija, Teresita fue liquidada tras 11 años
de trabajo. Ahí empezó una crisis cuyos pormenores, más que menos, coinciden
con la experiencia de Rosa María.
“La adicción al
juego no es por ganar o perder, es por llenar un vacío existencial que se
presenta cuando te das cuenta de que durante muchos años te dedicaste a los
demás y los demás tomaron su rumbo y estás sola”.
‘EN CASA MUERO’
Son las 13:05 horas
de un martes. Ernesto grita: “¡Línea!”.
Un rumor de frustración
sale de los otros jugadores de Yak en este casino del mismo nombre ubicado en
Plaza Cuauhtémoc, en la colonia Roma.
El hombre de 63
años, jubilado de la SEP, confiesa, como si de una proeza se tratara, que un
día antes entró al casino a las 7:00 de la tarde y no ha regresado a su casa,
en la colonia Del Valle.
El jubilado no ve
nada malo, es su hobbie, dice: “Ya trabajé mucho”.
En un recorrido por
el casino a las 7:00 de la tarde, Ernesto aparece en otra mesa con otra
compañía.
--Ya lleva usted 24
horas, ¿Quiere romper su récord? “En mi casa me muero, ¿Qué hago?”, responde Es
probable que Ernesto presente el tercer tipo de ludopatía: la adictiva.
El doctor Nanni del
Cenadic explica que ésta es la de mayor en prevalencia con el 50 o 60 por
ciento de los casos patológicos, y, generalmente se ve en “hombres dentro de la
cuarta década en adelante, donde puede haber sujetos de la tercera década” que
apuesta y cantidades pequeñas cada vez, aunque hay una subclasificación de los
grandes apostadores.
Michelle García,
directora de operaciones de Oceánica, explica que el consumo abusivo de
sustancias y el juego patológico tienen un común denominador: “Son conductas
compulsivas que sirven para evadir sentimientos desagradables”.
En abril de 2008,
Oceánica empezó a ofrecer un programa orientado a ludópatas.
Hasta la fecha, ha
atendido a 33 pacientes en su residencia de Mazatlán, la mitad de los cuales
tiene una edad de entre 40 y 60 años.
(ZOCALO/ Reforma/28/04/2013 - 04:00 AM)
No hay comentarios:
Publicar un comentario