Agencias
México, D. F.-
Cuando parecía que todo estaba dicho sobre Marcial Maciel y no habría más
información polémica sobre el fundador de los Legionarios de Cristo, salta una
nueva faceta: la de colaboracionista del poder en los años de la Guerra Sucia
en México.
Un reporte de los
aparatos de inteligencia de esos años da cuenta de la información que reportaba
sobre los miembros de la orden de la compañía de Jesús, a quienes definía como
subversivos.
El sábado 29 de
julio de 1972 un agente de la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales
(DIPS) redactaba para sus superiores y para el entonces secretario de
Gobernación, Mario Moya Palencia, el siguiente reporte: “El sacerdote Marcial
Maciel, director general de la Orden Legionarios de Cristo, manifestó que tiene
una profunda preocupación porque ha observado que dentro de su Orden, los
jóvenes están siendo seducidos por la Orden del Sagrado Corazón de Jesús
(Jesuitas), los que han hecho desertar de sus legionarios a numeroso grupo…
“…Considera que los
elementos que más fácilmente son inducidos a un adoctrinamiento son los jóvenes
mexicanos, entre los que predominan grupos de Chihuahua y Monterrey; éstos son
enviados a la ciudad de Roma, en donde los jesuitas poseen un colegio al que
denominan ‘Mundo Mejor’, en el cual son sujetos a un sistema de
‘mentalización’, que no es otra cosa que adoctrinarlos en el comunismo, maoísmo
y técnicas de subversión…”.
Estos son dos
párrafos de un documento casi perdido entre millones de folios de la Galería 1
del Archivo General de la Nación, donde se resguardan acervos mayormente de la
Dirección Federal de Seguridad (DFS) y, en menor cantidad, de la Dirección de
Investigaciones Políticas y Sociales (DIPS).
Dos de cinco
párrafos extraviados durante décadas, que alumbran otra parte del perfil de uno
de los hombres más cuestionados y polémicos de la historia reciente: Marcial
Maciel Degollado, el sacerdote pederasta, pero esta vez en su papel de delator
de “jesuitas subversivos”.
Bastan unas líneas
para asomarse a las relaciones de poder establecidas en ese momento entre
algunas órdenes e integrantes de la Iglesia católica y el poder político; ese
puñado de párrafos son una ventana al mundo del colaboracionismo político e
ideológico entre ellos.
Esas dos cuartillas
dan cuenta también de las históricas diferencias y confrontaciones entre dos de
las órdenes católicas con más influencia en el planeta y en el Vaticano: la de
los Legionarios de Cristo y la del Sagrado Corazón de Jesús (los jesuitas).
Estas 27 líneas
escritas con máquina mecánica remiten también a la época de mayor tensión
social y política de los últimos 50 años en México, la Guerra Sucia, uno de
cuyos saldos es la desaparición de al menos 500 personas por razones políticas
e ideológicas, de acuerdo con las cifras más conservadoras.
El reporte de este
agente de la DIPS es apenas una rendija que permite asomarse a uno de los
capítulos pendientes de la historia: el papel de la Iglesia católica durante la
etapa en que el Estado mexicano enfrentaba, torturaba, eliminaba y desaparecía
a cientos de mexicanos por disentir y pensar que la vía de las armas era la
adecuada para derrocar al gobierno.
Todos los grupos
sociales tuvieron una participación en esta fase de la historia. La Iglesia
católica no podía ser ajena. Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo lo
hacían del lado del poder, se convirtieron en aliados y colaboradores de los
políticos, del entonces presidente Luis Echeverría Álvarez. Eran los años del
cenit priista.
Marcial Maciel y
estos cinco párrafos no serían más que una anécdota pérdida en la mar infinita
de papeles de los archivos policiacos mexicanos si no fuera porque al paso de
los años los abusos sexuales y otros agravios cometidos por Maciel golpearían
la integridad moral de la Iglesia, arrastrando con ello la autoridad del
Vaticano y del papa Juan Pablo II.
El vasto poder
económico y político acumulado por Marcial Maciel influyó de manera
determinante en Juan Pablo II, quien lo encubrió y le dio inmunidad ante las
denuncias de sus atropellos. Amigo personal del papa, Marcial Maciel acompañó a
Karol Wojtyla en varios de sus viajes, particularmente en sus visitas a México.
Para que no hubiera
duda de la protección del jefe de la Iglesia a Marcial Maciel, Juan Pablo
confirmaría esa relación en 1994 con una frase que era, al mismo tiempo, escudo
e impunidad: “El fundador de los Legionarios de Cristo es un guía eficaz de la
juventud”.
Ahora se sabe que
para entonces el Vaticano tenía ya suficiente información de los abusos sexuales
de Maciel sobre niños y jóvenes. Se conoce también que entre 1956 y 1959 el
Vaticano abrió un expediente a Maciel por casos de abuso sexual. Por esa razón
habría sido expulsado de Roma. Luego reconstruyó relaciones e influencia en la
sede de la Iglesia. Además de Juan Pablo II, se acogió a la sombra de otro de
sus protectores: el todopoderoso cardenal Ángelo Sodano.
En 1998 ya no se
pudo contener más la información sobre los abusos de Maciel. Y el encargado de
investigar tales denuncias era nada menos que el cardenal y posterior papa
Joseph Ratzinger, entonces encargado de la Congregación para la Doctrina de la
Fe. Hay quienes aseguran que éste y otros casos de violencia sexual cometidos
por sacerdotes llegaron a la mesa de Ratzinger y lo llevaron a resumir en 2005
el estado de cosas en una frase: “¡Cuánta suciedad hay en la iglesia!”.
Pero aunque existen
testimonios de que el caso de Marcial Maciel pesaba mucho en el ánimo de
Benedicto XVI, lo cierto es que no se correspondió con sus acciones. La máxima
pena que impuso a Maciel fue obligarlo a llevar “una vida reservada de oración
y penitencia, renunciando a cualquier forma de ministerio público”.
De acuerdo con la
redacción del agente que elaboró el reporte del 19 de julio del 72, Marcial
Maciel habría dado más detalles del supuesto trabajo subversivo de los
jesuitas:
“Se sabe que 7
jóvenes que pertenecen a su orden, han sido enviados al norte de palestina
(sic) a recibir instrucción sobre tácticas subversibas (sic) por los jesuitas y
ahora pretenden venir a nuestro país para poner en práctica sus conocimientos,
y dentro de la iglesia crear problemas graves al Gobierno.
“Que ha querido
—refiriéndose a Maciel— hacer del conocimiento del Sr. Lic. Mario Moya Palencia
estos hechos, para preveer cualquier conflicto que posteriormente surgiese en
México y en el cual se vean involucrados miembros de la orden que él preside”.
El nivel de
colaboración no quedaba solamente en enunciar o referir actividades de los
jesuitas que a los ojos del fundador de los Legionarios de Cristo representaban
actos de subversión.
Por lo menos el
último párrafo del reporte refleja que la información que pasaba Maciel iba más
lejos. Al menos en este caso entregó datos y nombres precisos; entregó a la
policía política mexicana los nombres de personas concretas para que fueran
vigiladas y espiadas.
“Hizo entrega de una
lista conteniendo siete nombres de miembros que han pertenecido a su orden, en
los que menciona a Noel Slater, quien sabe tiene visa en Dublin, para
posteriormente llegar a México, y el cual junto con los demás de la relación
estuvo recibiendo instrucciones en el grupo de ‘la Liberación Palestina’”.
No es fácil saber
qué pasó con la persona mencionada. En el AGN no existe alguna ficha sobre él.
¿Qué pasó con los otras seis cuyo nombre entregó Maciel? ¿A cuántos más puso en
las manos de los agentes de la Dirección Federal de Seguridad?
El director de la
DFS en ese momento era el capitán Luis de la Barreda, y Miguel Nazar Haro, el
encargado de los grupos especiales para literalmente exterminar todo tipo de
subversión, el mismo tipo de subversión a la que Maciel ponía el dedo.
LOS SACERDOTES ROJOS
Es difícil saber
hasta qué niveles del poder llegaba la información que Maciel pasaba a los
aparatos de inteligencia. Hasta este momento no se tienen las pruebas de la
ruta que este tipo de reportes seguían. Quizá algún día se conozcan.
Lo que sí está
documentado en esos mismos archivos es que los aparatos de inteligencia
dedicaron horas y amplios recursos para espiar a miembros de la Orden del
Sagrado Corazón de Jesús.
El capítulo VI de
una amplia investigación-libro realizada por la DFS sobre la Liga Comunista 23
de Septiembre, en los tiempos en que Nazar Haro era su director, está dedicado
a este grupo: “Grupos Manejados por Sacerdotes Jesuitas”.
Un párrafo de este
amplio documento hasta el momento desconocido en su totalidad dice: “(En 1971),
en Monterrey, N.L. los sacerdotes jesuitas Javier D’obeso y Orendain y Manuel
Salvador Rábago González, maestros del Instituto Tecnológico de esa ciudad,
crearon una organización que denominaron Movimiento Estudiantil Profesional y
otra de nombre Obra Cultural Universitaria, con la finalidad de que los
estudiantes de dicha escuela se formaran una mentalidad progresista, dentro del
ramo del cristianismo, haciendo destacar la personalidad de Cristo como el
iniciador del reparto de los bienes entre los seres humanos y señalándolo como
el ‘primer comunista del mundo’”.
Una versión más
amplia se publicó en la edición 10-11 de emeequis, con fecha 10 de abril de
2006.
LOS LEGIONARIOS:
¿GOLPISTAS AL ESTILO PINOCHET?
El éxito al navegar
por los archivos descansa en la paciencia para hurgar en ellos. A la versión
pública de dos hojas que existe en la Galería 1, se suman pequeñas piezas
guardadas entre los pliegues de otros expedientes.
Por ejemplo, las
fichas sobre los Legionarios de Cristo abren otra puerta. Un par de ellas
documentan que la DFS detectó en 1974 que esa orden religiosa operaba una “casa
de estudios y recogimiento” en la calle de Amates 9, en Cuernavaca, Morelos.
La DFS puso atención
en ella luego de que una llamada a la Secretaría de Gobernación denunciaba
“actividades sospechosas de un sacerdote católico conocido como ‘el padre
Santiago’, quien pretende formar un grupo de jóvenes para infiltrarlos en el
Colegio Militar con miras a dar un golpe de Estado en el futuro”.
ESA ES LA REDACCIÓN
DE LOS ESPÍAS
Según el reporte de
los agentes, con fecha 15 de julio de ese año, los padres habrían denunciado
que uno de sus hijos, Jaime, de 17 años de edad, les había solicitado
autorización para tramitar su ingreso al Colegio Militar.
“Al pedirle una
explicación a su hijo sobre las causas… éste les contestó que el padre Santiago
estaba formando un grupo de jóvenes que ingresarían al seminario y otro
destinado a la milicia con el fin de preparar un ‘golpe de Estado’ tal como o
había hecho el Gral. Pinochet en la República de Chile”.
El 19 de julio, el
agente Marcelino García Méndez ampliaba la información sobre los Legionarios de
Cristo. Según él, controlaban tres centros educativos en el DF: Instituto
Cumbres, Centro Cultural Interamericano y la Escuela Apostólica.
Y la casa de
Cuernavaca, “edificada en predio de cinco mil metros cuadrados dentro de la
zona residencial, donde hay grandes jardines y muy buenas instalaciones, el
acceso es restringido, no así la salida para 30 jóvenes aproximadamente que se
albergan”.
MARCIAL
MACIEL-ÁNGELO SODANO
Poco se sabe, o al
menos no de manera tan pública, sobre las relaciones entre Marcial Maciel y uno
de los hombres con más poder en el Vaticano: el cardenal Ángelo Sodano. Tampoco
se tiene información sobre cómo y cuándo se fue tejiendo esta relación.
Lo que sí se tiene
documentado es que Marcial Maciel y Ángelo Sodano compartían una animadversión:
el comunismo.
Mientras Maciel
delataba a los jesuitas por presuntamente trabajar en favor de los subversivos
(término aplicado en esos años a los guerrilleros), Ángelo Sodano hacía su
parte, respaldando y legitimando la dictadura militar de Augusto Pinochet.
En el sitio de
internet Reflexión y Liberación aparece un texto dedicado Ángelo Sodano con el
título “La Giocatta de Don Angelo” que dice: “Controvertido personaje que
conocemos bien en Chile por haber sido Nuncio en los tiempos en que su amigo,
el general Pinochet, gobernaba bajo el peso de su dictadura. Señalemos un hecho
histórico; en 1986, bajo el Estado de Sitio, se expulsa desde la población La
Victoria de Santiago a los sacerdotes Pierre Dubios, Jaime Lancelot y Daniel
Carruete. Esta grave acción represiva de la dictadura en contra de la Iglesia
contó con el beneplácito del Nuncio Sodano”.
En otro segmento de
este texto se lee: “Digamos que don Ángelo —en palabras de sus amigos— fue
desde su alto cargo de secretario de Estado (1990-2006) el que ayudó y
protegió, hasta el fin, a Marcial Maciel y su legión de Cristo. Se comenta en
ambientes vaticanos que don Ángelo trató de detener la drástica sanción a
Marcial que el papa Benedicto tenía in rectore desde que asumió el trono de S.
Pedro. Es más, Sodano hasta horas antes de que la Santa Sede interviniera a los
Legionarios, se encargaba de enviar señales a la prensa en sentido contrario a
lo que diría el propio vocero papal desde la sala de prensa vaticana:
‘tolerancia cero a los abusadores’, dictada por el papa Benedicto XVI.
“Una vez consumada
la investigación y condena de Maciel a la oración y penitencia en un claustro
hasta sus últimos días (enero 2008), no fueron pocas las voces en la Curia que
sentenciaron: ‘Esto le costará caro al actual papa…’. Lo mismo se escuchó en la
universidad de la Legión, Regina Apostolorum, de la cual don Ángelo ha sido
protector por años”.
Marcial Maciel murió
en enero de 2008. Su protector, Ángelo Sodano, ya no se ocupará de defenderlo
cuando el nombre surja en el relevo papal que en estos días comienza en el
Vaticano.
Ambos, Marcial y
Sodano, ganaron una de las batallas más importantes contra los “subversivos
comunistas”, pero no contra los jesuitas.
Política en el
Vaticano: lo que está en juego con el nuevo papa
La Iglesia católica
es una institución esencialmente política que administra una religión. Ninguna
otra religión en el mundo tiene su epicentro articulador en la máxima
institución política que nos hemos dado los humanos, el Estado, como la
religión católica.
Ni el judaísmo ni el
islam tienen que vivir y observar la lucha por el liderazgo mundial de sus religiones,
pues sus fieles se articulan con referentes clericales locales; tampoco viven
la hegemonía de una interpretación centralista del cómo vivir su fe, como sí
existe en el catolicismo con la centralidad romana.
Ello ha dotado en
los últimos 17 siglos de una extrema politicidad y politización a la forma de
ser de la Iglesia católica. De ser en los primeros dos siglos de nuestra era la
religión de los esclavos, a ser la religión del imperio romano en el año 382 con
Teodosio, el cristianismo se institucionalizó y se hizo uno con la simbología
política del imperio. A partir de entonces se inaugurarían 12 siglos de
centralidad de la Iglesia en un sistema-mundo medieval donde el derecho divino
de los reyes era legitimado por el papado y sus intereses geopolíticos.
La reforma
protestante en el siglo XVI y el Siglo de las Luces en el XVIII vendrían a
acotar la centralidad de esa iglesia política para acompañarla de otros poderes
que el liberalismo habría de adjuntarle, entre otros, la idea de su separación
del Estado. La Revolución Francesa habría de constituir un punto de partida
fundamental al surgir el jacobinismo como un ariete contra el poder político
eclesiástico. Las ideas jacobinas tuvieron diferentes recepciones en el mundo,
avanzaron más en algunas latitudes que en otras, pero en los últimos dos siglos
han sido una bandera para limitar la acción política de la iglesia en los
asuntos públicos.
La Iglesia católica
enfrenta el siglo XXI con desafíos que el mundo secular le pone enfrente y que
no se parecen en nada a los que ha tenido que enfrentar a lo largo de la
historia. Hay quienes sostienen que si la Iglesia se ha adaptado a lo largo de
20 siglos a las vicisitudes de distintas épocas, lo puede hacer ahora. Sin embargo,
hasta el siglo XIX la Iglesia fue el centro del sistema-mundo occidental y sus
intereses estuvieron siempre resguardados por las élites políticas y económicas
de todos los países católicos. Hoy la situación es otra.
El problema para la
Iglesia católica en el siglo XXI es la información libre e independiente que
circula en el mundo y no necesariamente en beneficio de la imagen vaticana o
eclesiástica. Hasta hace no mucho tiempo, la información pública sobre el papa
y las élites clericales podía estar reservada a unos cuantos o circular en
entornos muy acotados. Ahora la prensa hace ver al Vaticano —y todo lo que ahí
sucede— como una enorme caja de cristal. La cobertura periodística ha desnudado
una cantidad muy significativa de procesos que nada tienen que ver con una
organización religiosa, pero sí con una organización política.
Por ello, la
renuncia de Benedicto XVI y los procesos naturales en torno a su relevo tienen
una dimensión política que pesa demasiado y que explica también las
derivaciones del nuevo papado.
La explicación
política de la renuncia
En la renuncia de
Benedicto XVI ha estado presente Juan Pablo II. El largo papado de Karol
Wojtyla (casi 27 años) marcó un estilo y una forma de gestionar al catolicismo
desde el Vaticano. Como sucede en cualquier organización o institución, un
largo liderazgo de más de dos décadas deja muchos intereses creados,
estructuras acomodadas y prácticas consuetudinarias muy difíciles de cambiar.
Pero sobre todo deja una nomenklatura (camarilla o grupo de poder) beneficiaria
de ese liderazgo, copartícipe de esa hegemonía.
El papado de Juan
Pablo II supuso el empoderamiento claro y diáfano del ala (más)
ultraconservadora de la iglesia. Al provenir de la Polonia comunista, Wojtyla
estaba dispuesto a llevar a cabo una cruzada contra todo aquello que tuviera
conexiones no sólo con lo comunista, sino con aquello que supusiera dentro de
la iglesia el uso de herramientas sociológicas de corte marxista.
Para ello logró
articular una élite clerical basada en el neoconservadurismo, cuyo principio
fundamental fuera el orden y la obediencia ciega a Roma y la persecución a todo
disenso doctrinal o eclesial. Esta construcción política ha sido denominada por
Bernardo Barranco como “consenso conservador” y supondría la erección de una
hegemonía política, teológica y clerical con dos piezas clave: Ángelo Sodano
como secretario de Estado y Joseph Ratzinger como inquisidor.
Ángelo Sodano fue
nuncio apostólico en los setenta en Chile y pieza clave en el apoyo tanto del
Vaticano como de cierta iglesia local hacia la dictadura de Augusto Pinochet.
Mientras tanto, los cristianos que seguían algunas ideas de la Teología de la
Liberación tanto en Chile como en el resto de América Latina se las tuvieron
que ver con el encargado de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe,
el cardenal Ratzinger, quien en 1984 publicó el documento “Instrucción sobre
algunos aspectos de la Teología de la Liberación” en el que claramente la
desautorizaba y, de paso, daba carta abierta a los regímenes políticos para
reprimir impunemente a quienes habían hecho dialogar la fe con la justicia.
Para esta hegemonía
político-clerical fue indispensable empoderar al Opus Dei, a Los Legionarios de
Cristo y al movimiento europeo Comunión y Liberación, tres arietes
neoconservadores contra la izquierda católica y fundamentales en sus relaciones
políticas con élites partidistas y empresariales. El largo papado de Juan Pablo
II hizo caso omiso de las denuncias que ya se escuchaban contra sacerdotes y
obispos pederastas, hizo oídos sordos a los miles de cristianos que fueron
asesinados en América Latina por defender causas populares con el Evangelio,
llevó a los altares al fundador del Opus Dei y promovió una corriente de
opinión para que lo mismo sucediera con el fundador de los Legionarios de
Cristo.
Con la muerte del
papa longevo, la camarilla vaticana ultraconservadora se nucleó en torno al
inquisidor, en cuyo escritorio se encontraba toda la documentación sobre el
cáncer que ya corroía a buena parte del cuerpo eclesiástico, pero cuyo silencio
era preciso para conservar la hegemonía. Ratzinger convertido en Benedicto XVI,
como suelen hacerlo también los políticos que alcanzan primeras magistraturas
gracias a sus antecesores, tomó cierta distancia de Juan Pablo II con un doble
mensaje: por un lado impulsó la beatificación de su predecesor para seguir con
el incienso al papa carismático, pero por otro, bajó de los altares a Marcial
Maciel y lo castigó por su doble vida, enviándolo no precisamente a la justicia
civil, sino al destierro eclesiástico, mientras intervenía el gobierno de los
Legionarios.
Esto último pudo
haber sido el rompimiento o la fractura del “consenso conservador”. Las señales
de Benedicto fueron claras. El vocero de Juan Pablo II durante dos décadas fue
un miembro del Opus Dei. Benedicto puso de vocero a un jesuita, acudiendo al
otro extremo de la iglesia para narrar la versión oficial de lo que suponía ya
sería un problema político.
Y ha sido un jesuita
el que ha tenido que lidiar en la vocería o en la comunicación social con tres
de los aspectos más dramáticos a los que se ha visto sometido un papa en la era
contemporánea: el surgimiento en muchas partes del mundo de víctimas de
pederastia clerical, los documentos secretos del Vaticano que delatan
corrupción en la asignación de obras, lavado de dinero y complot para matar a
Benedicto XVI, y la investigación secreta que éste encargó sobre otros asuntos
no menos graves y pecaminosos en la curia romana, cuyos resultados habrían
colmado las posibilidades de un papa para gestionarlos.
Así, Ratzinger
renunció porque se quedó prácticamente solo, sin un consenso vaticano
suficiente para gestionar el cúmulo de intereses contrapuestos durante muchas
décadas. La nomenklatura vaticana encabezada por Ángelo Sodano habría de
acorralarle para que parara las investigaciones sobre los grupos fácticos
dentro de la Santa Sede, y habría maniobrado para que no quedara ningún margen
de acción al que se supone sería un papado de transición que no debía cambiar
nada de lo que dejó Juan Pablo II.
En este sentido, la
renuncia del papa es una respuesta política sorpresiva para sus adversarios y
desde esta condición de no-poder gestiona los términos del relevo, pide la
renuncia del cardenal Keith O’Brien (no se daba una renuncia de cardenal por
sus acciones inapropiadas desde 1927), cambia las reglas en que opera el
cónclave y se despide señalando hipocresía religiosa en la Iglesia católica.
Benedicto XVI pasará
a la historia como el papa que tiró una idea vigente durante seis siglos. Pero
no habrá que olvidar que aunque sus acciones como papa rompieron con las reglas
del juego de la nomenklatura vaticana, fue partícipe de ellas mucho tiempo y se
dio cuenta tarde de que eso puede justo representar el fin de la hegemonía
político-clerical ante una progresiva pérdida de legitimidad social y
religiosa.
Un papa para el
siglo XXI
Juan Pablo II dejó
escrito que una vez muerto el pontífice, el colegio cardenalicio debería
reunirse 15 días después para sesionar. Benedicto XVI modificó esa regla y
dispuso que si el colegio cardenalicio estaba reunido en su totalidad, por
ejemplo, al día siguiente de la renuncia del papa, podía iniciar el cónclave.
Es decir, redujo el margen para hacer arreglos y pactos.
El colegio
cardenalicio es el “Senado” que elige al papa. En el cónclave de 2013, 115
cardenales menores de 80 años como electores, encerrados en la Capilla Sixtina,
con juramento de secreto en torno a todo lo que ocurre ahí y sin la presencia
de ningún artefacto moderno que tome registro de voz o imagen, son los que dan
forma a un proceso complicado que implica la elección de tres escrutadores,
tres enfermeros y tres revisores, cuyas acciones en distintas votaciones deben
garantizar que el papa haya sido electo por dos tercios de la votación (lo que
llamaríamos en las votaciones parlamentarias mayoría calificada).
Si han transcurrido
33 o 34 rondas de votación y no se consiguen los dos tercios, entonces se vota
por los dos candidatos que tengan más votos. Las boletas se incineran y el
proceso culmina cuando el cardenal elegido acepta el papado y cambia su nombre
por otro que simbólicamente le encumbra como sumo pontífice.
¿Qué está en juego
aquí? Por lo menos se aprecian tres aspectos en disputa.
a) El significado
del papado. El papa y el pontificado son figuras religiosas que tienen una
primacía política. El pontificado es la única monarquía absoluta funcionando en
pleno siglo XXI. Cuando los abogados de las víctimas de pederastia en Estados
Unidos pidieron la comparecencia judicial del papa, El Vaticano respondió que no
podía hacerlo por ser jefe de Estado. He ahí la visión política que se tiene en
la curia romana y el papel que se le asigna al jefe religioso como primer jefe
político.
El teólogo Leonardo
Boff publicó a mediados de los ochenta un texto ya clásico y muy poderoso en su
crítica al papado: Iglesia: carisma y poder. En él, compara a la curia romana y
a la institución del pontificado con el comité central del entonces Partido
Comunista de la Unión Soviética. Para Boff el parecido era la centralización
política en un individuo, el poder inmenso de la persona que ocupa el vértice
organizativo, la represión desde esa cúpula a los disidentes, la poca
transparencia en el manejo de los recursos y la agenda, así como una gestión
metropolitana para supeditar la periferia de la organización.
Con su renuncia,
Ratzinger disocia a la persona del pontífice, desacraliza de alguna manera al
papado y lo deja como una institución más humana que divina (visión todavía
prevaleciente en muchos católicos). El nuevo papa tendrá el dilema de seguir
esta desacralización del pontificado, haciéndolo gradualmente más democrático,
o recuperar los signos imperiales y monárquicos.
b) La gestión de la
crisis de la iglesia. La iglesia vive el peor periodo de su historia en
vocaciones, tanto sacerdotales como religiosas. Mientras decrece el número de
fieles católicos en el mundo sube el ateísmo en Europa y se expanden los
musulmanes en casi todo el mundo. La interpretación de esta crisis polariza los
grupos al interior de la iglesia. Para los neoconservadores se requiere mayor
control romano, mayor disciplina en la ortodoxia de la fe. Para el catolicismo
progresista se necesita apertura, con menos poder al Vaticano y más a los
laicos, menos institución y más espíritu, menos clero y más comunidad.
El colegio
cardenalicio de 2013 es abrumadoramente conservador, moldeado por Juan Pablo II
y Benedicto XVI. Es en sí mismo un signo de esa crisis, una figura política
anquilosada, patriarcal, androcéntrica. ¿El nuevo papa puede y quiere cambiar
la figura del pontificado y ponerla al día en el concierto de un mundo secular
y con mayor ejercicio ciudadano? ¿Querrá un pontificado abierto al diálogo con
las otras religiones, principalmente al desafío del islam?
c) Una agenda
eclesiástica para el siglo XXI. Si el nuevo papa emerge de las profundidades de
la nomenklatura conservadora tendrá una agenda para seguir insistiendo en la
exclusión eclesiástica de los homosexuales, las madres solteras, los
divorciados, los jóvenes ejerciendo sexualidad, el uso del condón para prevenir
el Sida, las imposiciones religiosas a la conducta sexual de las mujeres.
En sentido opuesto,
una agenda que busque horizontes más evangélicos para una Iglesia que parece
haber perdido el rumbo cristiano tendrá que dilucidar abrir el celibato como
opcional, acercar una teología y una pastoral para homosexuales y divorciados,
visualizar alternativas al sacerdocio femenino y, sobre todo, construir caminos
para hacer del creyente católico un mayor de edad en su religión, hoy
convertido en un gran ignorante tanto de su iglesia como de su profesión
religiosa.
En el corto plazo,
el nuevo papa —de uno u otro signo— tendrá que gestionar el problema de la
pederastia clerical, que parece ser hoy el cáncer del cuerpo eclesial. Las
víctimas de ese mal de la Iglesia tienen que recuperar la centralidad de la
preocupación católica.
Hasta ahora la
respuesta tanto al problema como a las víctimas ha sido la impostura política
de la iglesia y ello denota cuál es su verdadera naturaleza institucional. En
estos días estamos viendo si el cónclave ha optado, sorpresivamente, por
nombrar a un papa hábil para dialogar con los desafíos del siglo XXI y
demostrar que todavía los seguidores de Jesús el Galileo tienen un halo de
esperanza para que la fe se encarne en la historia; o si ha reeditado la
hegemonía político-clerical con una teología eurocentrista para gobernar desde
la minoría a la mayoría católica que está en la periferia, confirmando que la
estructura de la curia vaticana sólo quiere recuperar su paz y reguardar sus
intereses.
* Politólogo. Profesor-investigador de la Ibero Puebla
(ZOCALO/Agencias/ 06/03/2013 - 08:52
PM)
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