jueves, 7 de marzo de 2013

MARCIAL MARCIAL: EL DELATOR



Agencias
México, D. F.- Cuando parecía que todo estaba dicho sobre Marcial Maciel y no habría más información polémica sobre el fundador de los Legionarios de Cristo, salta una nueva faceta: la de colaboracionista del poder en los años de la Guerra Sucia en México.

Un reporte de los aparatos de inteligencia de esos años da cuenta de la información que reportaba sobre los miembros de la orden de la compañía de Jesús, a quienes definía como subversivos.

El sábado 29 de julio de 1972 un agente de la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales (DIPS) redactaba para sus superiores y para el entonces secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia, el siguiente reporte: “El sacerdote Marcial Maciel, director general de la Orden Legionarios de Cristo, manifestó que tiene una profunda preocupación porque ha observado que dentro de su Orden, los jóvenes están siendo seducidos por la Orden del Sagrado Corazón de Jesús (Jesuitas), los que han hecho desertar de sus legionarios a numeroso grupo…

“…Considera que los elementos que más fácilmente son inducidos a un adoctrinamiento son los jóvenes mexicanos, entre los que predominan grupos de Chihuahua y Monterrey; éstos son enviados a la ciudad de Roma, en donde los jesuitas poseen un colegio al que denominan ‘Mundo Mejor’, en el cual son sujetos a un sistema de ‘mentalización’, que no es otra cosa que adoctrinarlos en el comunismo, maoísmo y técnicas de subversión…”.

Estos son dos párrafos de un documento casi perdido entre millones de folios de la Galería 1 del Archivo General de la Nación, donde se resguardan acervos mayormente de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y, en menor cantidad, de la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales (DIPS).

Dos de cinco párrafos extraviados durante décadas, que alumbran otra parte del perfil de uno de los hombres más cuestionados y polémicos de la historia reciente: Marcial Maciel Degollado, el sacerdote pederasta, pero esta vez en su papel de delator de “jesuitas subversivos”.

Bastan unas líneas para asomarse a las relaciones de poder establecidas en ese momento entre algunas órdenes e integrantes de la Iglesia católica y el poder político; ese puñado de párrafos son una ventana al mundo del colaboracionismo político e ideológico entre ellos.

Esas dos cuartillas dan cuenta también de las históricas diferencias y confrontaciones entre dos de las órdenes católicas con más influencia en el planeta y en el Vaticano: la de los Legionarios de Cristo y la del Sagrado Corazón de Jesús (los jesuitas).

Estas 27 líneas escritas con máquina mecánica remiten también a la época de mayor tensión social y política de los últimos 50 años en México, la Guerra Sucia, uno de cuyos saldos es la desaparición de al menos 500 personas por razones políticas e ideológicas, de acuerdo con las cifras más conservadoras.

El reporte de este agente de la DIPS es apenas una rendija que permite asomarse a uno de los capítulos pendientes de la historia: el papel de la Iglesia católica durante la etapa en que el Estado mexicano enfrentaba, torturaba, eliminaba y desaparecía a cientos de mexicanos por disentir y pensar que la vía de las armas era la adecuada para derrocar al gobierno.

Todos los grupos sociales tuvieron una participación en esta fase de la historia. La Iglesia católica no podía ser ajena. Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo lo hacían del lado del poder, se convirtieron en aliados y colaboradores de los políticos, del entonces presidente Luis Echeverría Álvarez. Eran los años del cenit priista.

Marcial Maciel y estos cinco párrafos no serían más que una anécdota pérdida en la mar infinita de papeles de los archivos policiacos mexicanos si no fuera porque al paso de los años los abusos sexuales y otros agravios cometidos por Maciel golpearían la integridad moral de la Iglesia, arrastrando con ello la autoridad del Vaticano y del papa Juan Pablo II.

El vasto poder económico y político acumulado por Marcial Maciel influyó de manera determinante en Juan Pablo II, quien lo encubrió y le dio inmunidad ante las denuncias de sus atropellos. Amigo personal del papa, Marcial Maciel acompañó a Karol Wojtyla en varios de sus viajes, particularmente en sus visitas a México.

Para que no hubiera duda de la protección del jefe de la Iglesia a Marcial Maciel, Juan Pablo confirmaría esa relación en 1994 con una frase que era, al mismo tiempo, escudo e impunidad: “El fundador de los Legionarios de Cristo es un guía eficaz de la juventud”.

Ahora se sabe que para entonces el Vaticano tenía ya suficiente información de los abusos sexuales de Maciel sobre niños y jóvenes. Se conoce también que entre 1956 y 1959 el Vaticano abrió un expediente a Maciel por casos de abuso sexual. Por esa razón habría sido expulsado de Roma. Luego reconstruyó relaciones e influencia en la sede de la Iglesia. Además de Juan Pablo II, se acogió a la sombra de otro de sus protectores: el todopoderoso cardenal Ángelo Sodano.

En 1998 ya no se pudo contener más la información sobre los abusos de Maciel. Y el encargado de investigar tales denuncias era nada menos que el cardenal y posterior papa Joseph Ratzinger, entonces encargado de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Hay quienes aseguran que éste y otros casos de violencia sexual cometidos por sacerdotes llegaron a la mesa de Ratzinger y lo llevaron a resumir en 2005 el estado de cosas en una frase: “¡Cuánta suciedad hay en la iglesia!”.

Pero aunque existen testimonios de que el caso de Marcial Maciel pesaba mucho en el ánimo de Benedicto XVI, lo cierto es que no se correspondió con sus acciones. La máxima pena que impuso a Maciel fue obligarlo a llevar “una vida reservada de oración y penitencia, renunciando a cualquier forma de ministerio público”.

De acuerdo con la redacción del agente que elaboró el reporte del 19 de julio del 72, Marcial Maciel habría dado más detalles del supuesto trabajo subversivo de los jesuitas:

“Se sabe que 7 jóvenes que pertenecen a su orden, han sido enviados al norte de palestina (sic) a recibir instrucción sobre tácticas subversibas (sic) por los jesuitas y ahora pretenden venir a nuestro país para poner en práctica sus conocimientos, y dentro de la iglesia crear problemas graves al Gobierno.

“Que ha querido —refiriéndose a Maciel— hacer del conocimiento del Sr. Lic. Mario Moya Palencia estos hechos, para preveer cualquier conflicto que posteriormente surgiese en México y en el cual se vean involucrados miembros de la orden que él preside”.

El nivel de colaboración no quedaba solamente en enunciar o referir actividades de los jesuitas que a los ojos del fundador de los Legionarios de Cristo representaban actos de subversión.

Por lo menos el último párrafo del reporte refleja que la información que pasaba Maciel iba más lejos. Al menos en este caso entregó datos y nombres precisos; entregó a la policía política mexicana los nombres de personas concretas para que fueran vigiladas y espiadas.

“Hizo entrega de una lista conteniendo siete nombres de miembros que han pertenecido a su orden, en los que menciona a Noel Slater, quien sabe tiene visa en Dublin, para posteriormente llegar a México, y el cual junto con los demás de la relación estuvo recibiendo instrucciones en el grupo de ‘la Liberación Palestina’”.

No es fácil saber qué pasó con la persona mencionada. En el AGN no existe alguna ficha sobre él. ¿Qué pasó con los otras seis cuyo nombre entregó Maciel? ¿A cuántos más puso en las manos de los agentes de la Dirección Federal de Seguridad?

El director de la DFS en ese momento era el capitán Luis de la Barreda, y Miguel Nazar Haro, el encargado de los grupos especiales para literalmente exterminar todo tipo de subversión, el mismo tipo de subversión a la que Maciel ponía el dedo.

LOS SACERDOTES ROJOS

Es difícil saber hasta qué niveles del poder llegaba la información que Maciel pasaba a los aparatos de inteligencia. Hasta este momento no se tienen las pruebas de la ruta que este tipo de reportes seguían. Quizá algún día se conozcan.

Lo que sí está documentado en esos mismos archivos es que los aparatos de inteligencia dedicaron horas y amplios recursos para espiar a miembros de la Orden del Sagrado Corazón de Jesús.

El capítulo VI de una amplia investigación-libro realizada por la DFS sobre la Liga Comunista 23 de Septiembre, en los tiempos en que Nazar Haro era su director, está dedicado a este grupo: “Grupos Manejados por Sacerdotes Jesuitas”.

Un párrafo de este amplio documento hasta el momento desconocido en su totalidad dice: “(En 1971), en Monterrey, N.L. los sacerdotes jesuitas Javier D’obeso y Orendain y Manuel Salvador Rábago González, maestros del Instituto Tecnológico de esa ciudad, crearon una organización que denominaron Movimiento Estudiantil Profesional y otra de nombre Obra Cultural Universitaria, con la finalidad de que los estudiantes de dicha escuela se formaran una mentalidad progresista, dentro del ramo del cristianismo, haciendo destacar la personalidad de Cristo como el iniciador del reparto de los bienes entre los seres humanos y señalándolo como el ‘primer comunista del mundo’”.

Una versión más amplia se publicó en la edición 10-11 de emeequis, con fecha 10 de abril de 2006.

LOS LEGIONARIOS: ¿GOLPISTAS AL ESTILO PINOCHET?

El éxito al navegar por los archivos descansa en la paciencia para hurgar en ellos. A la versión pública de dos hojas que existe en la Galería 1, se suman pequeñas piezas guardadas entre los pliegues de otros expedientes.

Por ejemplo, las fichas sobre los Legionarios de Cristo abren otra puerta. Un par de ellas documentan que la DFS detectó en 1974 que esa orden religiosa operaba una “casa de estudios y recogimiento” en la calle de Amates 9, en Cuernavaca, Morelos.

La DFS puso atención en ella luego de que una llamada a la Secretaría de Gobernación denunciaba “actividades sospechosas de un sacerdote católico conocido como ‘el padre Santiago’, quien pretende formar un grupo de jóvenes para infiltrarlos en el Colegio Militar con miras a dar un golpe de Estado en el futuro”.

ESA ES LA REDACCIÓN DE LOS ESPÍAS

Según el reporte de los agentes, con fecha 15 de julio de ese año, los padres habrían denunciado que uno de sus hijos, Jaime, de 17 años de edad, les había solicitado autorización para tramitar su ingreso al Colegio Militar.

“Al pedirle una explicación a su hijo sobre las causas… éste les contestó que el padre Santiago estaba formando un grupo de jóvenes que ingresarían al seminario y otro destinado a la milicia con el fin de preparar un ‘golpe de Estado’ tal como o había hecho el Gral. Pinochet en la República de Chile”.

El 19 de julio, el agente Marcelino García Méndez ampliaba la información sobre los Legionarios de Cristo. Según él, controlaban tres centros educativos en el DF: Instituto Cumbres, Centro Cultural Interamericano y la Escuela Apostólica.

Y la casa de Cuernavaca, “edificada en predio de cinco mil metros cuadrados dentro de la zona residencial, donde hay grandes jardines y muy buenas instalaciones, el acceso es restringido, no así la salida para 30 jóvenes aproximadamente que se albergan”.

MARCIAL MACIEL-ÁNGELO SODANO

Poco se sabe, o al menos no de manera tan pública, sobre las relaciones entre Marcial Maciel y uno de los hombres con más poder en el Vaticano: el cardenal Ángelo Sodano. Tampoco se tiene información sobre cómo y cuándo se fue tejiendo esta relación.

Lo que sí se tiene documentado es que Marcial Maciel y Ángelo Sodano compartían una animadversión: el comunismo.

Mientras Maciel delataba a los jesuitas por presuntamente trabajar en favor de los subversivos (término aplicado en esos años a los guerrilleros), Ángelo Sodano hacía su parte, respaldando y legitimando la dictadura militar de Augusto Pinochet.

En el sitio de internet Reflexión y Liberación aparece un texto dedicado Ángelo Sodano con el título “La Giocatta de Don Angelo” que dice: “Controvertido personaje que conocemos bien en Chile por haber sido Nuncio en los tiempos en que su amigo, el general Pinochet, gobernaba bajo el peso de su dictadura. Señalemos un hecho histórico; en 1986, bajo el Estado de Sitio, se expulsa desde la población La Victoria de Santiago a los sacerdotes Pierre Dubios, Jaime Lancelot y Daniel Carruete. Esta grave acción represiva de la dictadura en contra de la Iglesia contó con el beneplácito del Nuncio Sodano”.

En otro segmento de este texto se lee: “Digamos que don Ángelo —en palabras de sus amigos— fue desde su alto cargo de secretario de Estado (1990-2006) el que ayudó y protegió, hasta el fin, a Marcial Maciel y su legión de Cristo. Se comenta en ambientes vaticanos que don Ángelo trató de detener la drástica sanción a Marcial que el papa Benedicto tenía in rectore desde que asumió el trono de S. Pedro. Es más, Sodano hasta horas antes de que la Santa Sede interviniera a los Legionarios, se encargaba de enviar señales a la prensa en sentido contrario a lo que diría el propio vocero papal desde la sala de prensa vaticana: ‘tolerancia cero a los abusadores’, dictada por el papa Benedicto XVI.

“Una vez consumada la investigación y condena de Maciel a la oración y penitencia en un claustro hasta sus últimos días (enero 2008), no fueron pocas las voces en la Curia que sentenciaron: ‘Esto le costará caro al actual papa…’. Lo mismo se escuchó en la universidad de la Legión, Regina Apostolorum, de la cual don Ángelo ha sido protector por años”.

Marcial Maciel murió en enero de 2008. Su protector, Ángelo Sodano, ya no se ocupará de defenderlo cuando el nombre surja en el relevo papal que en estos días comienza en el Vaticano.

Ambos, Marcial y Sodano, ganaron una de las batallas más importantes contra los “subversivos comunistas”, pero no contra los jesuitas.

Política en el Vaticano: lo que está en juego con el nuevo papa

La Iglesia católica es una institución esencialmente política que administra una religión. Ninguna otra religión en el mundo tiene su epicentro articulador en la máxima institución política que nos hemos dado los humanos, el Estado, como la religión católica.
Ni el judaísmo ni el islam tienen que vivir y observar la lucha por el liderazgo mundial de sus religiones, pues sus fieles se articulan con referentes clericales locales; tampoco viven la hegemonía de una interpretación centralista del cómo vivir su fe, como sí existe en el catolicismo con la centralidad romana.

Ello ha dotado en los últimos 17 siglos de una extrema politicidad y politización a la forma de ser de la Iglesia católica. De ser en los primeros dos siglos de nuestra era la religión de los esclavos, a ser la religión del imperio romano en el año 382 con Teodosio, el cristianismo se institucionalizó y se hizo uno con la simbología política del imperio. A partir de entonces se inaugurarían 12 siglos de centralidad de la Iglesia en un sistema-mundo medieval donde el derecho divino de los reyes era legitimado por el papado y sus intereses geopolíticos.

La reforma protestante en el siglo XVI y el Siglo de las Luces en el XVIII vendrían a acotar la centralidad de esa iglesia política para acompañarla de otros poderes que el liberalismo habría de adjuntarle, entre otros, la idea de su separación del Estado. La Revolución Francesa habría de constituir un punto de partida fundamental al surgir el jacobinismo como un ariete contra el poder político eclesiástico. Las ideas jacobinas tuvieron diferentes recepciones en el mundo, avanzaron más en algunas latitudes que en otras, pero en los últimos dos siglos han sido una bandera para limitar la acción política de la iglesia en los asuntos públicos.

La Iglesia católica enfrenta el siglo XXI con desafíos que el mundo secular le pone enfrente y que no se parecen en nada a los que ha tenido que enfrentar a lo largo de la historia. Hay quienes sostienen que si la Iglesia se ha adaptado a lo largo de 20 siglos a las vicisitudes de distintas épocas, lo puede hacer ahora. Sin embargo, hasta el siglo XIX la Iglesia fue el centro del sistema-mundo occidental y sus intereses estuvieron siempre resguardados por las élites políticas y económicas de todos los países católicos. Hoy la situación es otra.

El problema para la Iglesia católica en el siglo XXI es la información libre e independiente que circula en el mundo y no necesariamente en beneficio de la imagen vaticana o eclesiástica. Hasta hace no mucho tiempo, la información pública sobre el papa y las élites clericales podía estar reservada a unos cuantos o circular en entornos muy acotados. Ahora la prensa hace ver al Vaticano —y todo lo que ahí sucede— como una enorme caja de cristal. La cobertura periodística ha desnudado una cantidad muy significativa de procesos que nada tienen que ver con una organización religiosa, pero sí con una organización política.

Por ello, la renuncia de Benedicto XVI y los procesos naturales en torno a su relevo tienen una dimensión política que pesa demasiado y que explica también las derivaciones del nuevo papado.

La explicación política de la renuncia

En la renuncia de Benedicto XVI ha estado presente Juan Pablo II. El largo papado de Karol Wojtyla (casi 27 años) marcó un estilo y una forma de gestionar al catolicismo desde el Vaticano. Como sucede en cualquier organización o institución, un largo liderazgo de más de dos décadas deja muchos intereses creados, estructuras acomodadas y prácticas consuetudinarias muy difíciles de cambiar. Pero sobre todo deja una nomenklatura (camarilla o grupo de poder) beneficiaria de ese liderazgo, copartícipe de esa hegemonía.

El papado de Juan Pablo II supuso el empoderamiento claro y diáfano del ala (más) ultraconservadora de la iglesia. Al provenir de la Polonia comunista, Wojtyla estaba dispuesto a llevar a cabo una cruzada contra todo aquello que tuviera conexiones no sólo con lo comunista, sino con aquello que supusiera dentro de la iglesia el uso de herramientas sociológicas de corte marxista.

Para ello logró articular una élite clerical basada en el neoconservadurismo, cuyo principio fundamental fuera el orden y la obediencia ciega a Roma y la persecución a todo disenso doctrinal o eclesial. Esta construcción política ha sido denominada por Bernardo Barranco como “consenso conservador” y supondría la erección de una hegemonía política, teológica y clerical con dos piezas clave: Ángelo Sodano como secretario de Estado y Joseph Ratzinger como inquisidor.

Ángelo Sodano fue nuncio apostólico en los setenta en Chile y pieza clave en el apoyo tanto del Vaticano como de cierta iglesia local hacia la dictadura de Augusto Pinochet. Mientras tanto, los cristianos que seguían algunas ideas de la Teología de la Liberación tanto en Chile como en el resto de América Latina se las tuvieron que ver con el encargado de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Ratzinger, quien en 1984 publicó el documento “Instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación” en el que claramente la desautorizaba y, de paso, daba carta abierta a los regímenes políticos para reprimir impunemente a quienes habían hecho dialogar la fe con la justicia.

Para esta hegemonía político-clerical fue indispensable empoderar al Opus Dei, a Los Legionarios de Cristo y al movimiento europeo Comunión y Liberación, tres arietes neoconservadores contra la izquierda católica y fundamentales en sus relaciones políticas con élites partidistas y empresariales. El largo papado de Juan Pablo II hizo caso omiso de las denuncias que ya se escuchaban contra sacerdotes y obispos pederastas, hizo oídos sordos a los miles de cristianos que fueron asesinados en América Latina por defender causas populares con el Evangelio, llevó a los altares al fundador del Opus Dei y promovió una corriente de opinión para que lo mismo sucediera con el fundador de los Legionarios de Cristo.

Con la muerte del papa longevo, la camarilla vaticana ultraconservadora se nucleó en torno al inquisidor, en cuyo escritorio se encontraba toda la documentación sobre el cáncer que ya corroía a buena parte del cuerpo eclesiástico, pero cuyo silencio era preciso para conservar la hegemonía. Ratzinger convertido en Benedicto XVI, como suelen hacerlo también los políticos que alcanzan primeras magistraturas gracias a sus antecesores, tomó cierta distancia de Juan Pablo II con un doble mensaje: por un lado impulsó la beatificación de su predecesor para seguir con el incienso al papa carismático, pero por otro, bajó de los altares a Marcial Maciel y lo castigó por su doble vida, enviándolo no precisamente a la justicia civil, sino al destierro eclesiástico, mientras intervenía el gobierno de los Legionarios.

Esto último pudo haber sido el rompimiento o la fractura del “consenso conservador”. Las señales de Benedicto fueron claras. El vocero de Juan Pablo II durante dos décadas fue un miembro del Opus Dei. Benedicto puso de vocero a un jesuita, acudiendo al otro extremo de la iglesia para narrar la versión oficial de lo que suponía ya sería un problema político.

Y ha sido un jesuita el que ha tenido que lidiar en la vocería o en la comunicación social con tres de los aspectos más dramáticos a los que se ha visto sometido un papa en la era contemporánea: el surgimiento en muchas partes del mundo de víctimas de pederastia clerical, los documentos secretos del Vaticano que delatan corrupción en la asignación de obras, lavado de dinero y complot para matar a Benedicto XVI, y la investigación secreta que éste encargó sobre otros asuntos no menos graves y pecaminosos en la curia romana, cuyos resultados habrían colmado las posibilidades de un papa para gestionarlos.

Así, Ratzinger renunció porque se quedó prácticamente solo, sin un consenso vaticano suficiente para gestionar el cúmulo de intereses contrapuestos durante muchas décadas. La nomenklatura vaticana encabezada por Ángelo Sodano habría de acorralarle para que parara las investigaciones sobre los grupos fácticos dentro de la Santa Sede, y habría maniobrado para que no quedara ningún margen de acción al que se supone sería un papado de transición que no debía cambiar nada de lo que dejó Juan Pablo II.

En este sentido, la renuncia del papa es una respuesta política sorpresiva para sus adversarios y desde esta condición de no-poder gestiona los términos del relevo, pide la renuncia del cardenal Keith O’Brien (no se daba una renuncia de cardenal por sus acciones inapropiadas desde 1927), cambia las reglas en que opera el cónclave y se despide señalando hipocresía religiosa en la Iglesia católica.

Benedicto XVI pasará a la historia como el papa que tiró una idea vigente durante seis siglos. Pero no habrá que olvidar que aunque sus acciones como papa rompieron con las reglas del juego de la nomenklatura vaticana, fue partícipe de ellas mucho tiempo y se dio cuenta tarde de que eso puede justo representar el fin de la hegemonía político-clerical ante una progresiva pérdida de legitimidad social y religiosa.

Un papa para el siglo XXI

Juan Pablo II dejó escrito que una vez muerto el pontífice, el colegio cardenalicio debería reunirse 15 días después para sesionar. Benedicto XVI modificó esa regla y dispuso que si el colegio cardenalicio estaba reunido en su totalidad, por ejemplo, al día siguiente de la renuncia del papa, podía iniciar el cónclave. Es decir, redujo el margen para hacer arreglos y pactos.

El colegio cardenalicio es el “Senado” que elige al papa. En el cónclave de 2013, 115 cardenales menores de 80 años como electores, encerrados en la Capilla Sixtina, con juramento de secreto en torno a todo lo que ocurre ahí y sin la presencia de ningún artefacto moderno que tome registro de voz o imagen, son los que dan forma a un proceso complicado que implica la elección de tres escrutadores, tres enfermeros y tres revisores, cuyas acciones en distintas votaciones deben garantizar que el papa haya sido electo por dos tercios de la votación (lo que llamaríamos en las votaciones parlamentarias mayoría calificada).

Si han transcurrido 33 o 34 rondas de votación y no se consiguen los dos tercios, entonces se vota por los dos candidatos que tengan más votos. Las boletas se incineran y el proceso culmina cuando el cardenal elegido acepta el papado y cambia su nombre por otro que simbólicamente le encumbra como sumo pontífice.

¿Qué está en juego aquí? Por lo menos se aprecian tres aspectos en disputa.

a) El significado del papado. El papa y el pontificado son figuras religiosas que tienen una primacía política. El pontificado es la única monarquía absoluta funcionando en pleno siglo XXI. Cuando los abogados de las víctimas de pederastia en Estados Unidos pidieron la comparecencia judicial del papa, El Vaticano respondió que no podía hacerlo por ser jefe de Estado. He ahí la visión política que se tiene en la curia romana y el papel que se le asigna al jefe religioso como primer jefe político.

El teólogo Leonardo Boff publicó a mediados de los ochenta un texto ya clásico y muy poderoso en su crítica al papado: Iglesia: carisma y poder. En él, compara a la curia romana y a la institución del pontificado con el comité central del entonces Partido Comunista de la Unión Soviética. Para Boff el parecido era la centralización política en un individuo, el poder inmenso de la persona que ocupa el vértice organizativo, la represión desde esa cúpula a los disidentes, la poca transparencia en el manejo de los recursos y la agenda, así como una gestión metropolitana para supeditar la periferia de la organización.

Con su renuncia, Ratzinger disocia a la persona del pontífice, desacraliza de alguna manera al papado y lo deja como una institución más humana que divina (visión todavía prevaleciente en muchos católicos). El nuevo papa tendrá el dilema de seguir esta desacralización del pontificado, haciéndolo gradualmente más democrático, o recuperar los signos imperiales y monárquicos.

b) La gestión de la crisis de la iglesia. La iglesia vive el peor periodo de su historia en vocaciones, tanto sacerdotales como religiosas. Mientras decrece el número de fieles católicos en el mundo sube el ateísmo en Europa y se expanden los musulmanes en casi todo el mundo. La interpretación de esta crisis polariza los grupos al interior de la iglesia. Para los neoconservadores se requiere mayor control romano, mayor disciplina en la ortodoxia de la fe. Para el catolicismo progresista se necesita apertura, con menos poder al Vaticano y más a los laicos, menos institución y más espíritu, menos clero y más comunidad.

El colegio cardenalicio de 2013 es abrumadoramente conservador, moldeado por Juan Pablo II y Benedicto XVI. Es en sí mismo un signo de esa crisis, una figura política anquilosada, patriarcal, androcéntrica. ¿El nuevo papa puede y quiere cambiar la figura del pontificado y ponerla al día en el concierto de un mundo secular y con mayor ejercicio ciudadano? ¿Querrá un pontificado abierto al diálogo con las otras religiones, principalmente al desafío del islam?

c) Una agenda eclesiástica para el siglo XXI. Si el nuevo papa emerge de las profundidades de la nomenklatura conservadora tendrá una agenda para seguir insistiendo en la exclusión eclesiástica de los homosexuales, las madres solteras, los divorciados, los jóvenes ejerciendo sexualidad, el uso del condón para prevenir el Sida, las imposiciones religiosas a la conducta sexual de las mujeres.

En sentido opuesto, una agenda que busque horizontes más evangélicos para una Iglesia que parece haber perdido el rumbo cristiano tendrá que dilucidar abrir el celibato como opcional, acercar una teología y una pastoral para homosexuales y divorciados, visualizar alternativas al sacerdocio femenino y, sobre todo, construir caminos para hacer del creyente católico un mayor de edad en su religión, hoy convertido en un gran ignorante tanto de su iglesia como de su profesión religiosa.

En el corto plazo, el nuevo papa —de uno u otro signo— tendrá que gestionar el problema de la pederastia clerical, que parece ser hoy el cáncer del cuerpo eclesial. Las víctimas de ese mal de la Iglesia tienen que recuperar la centralidad de la preocupación católica.

Hasta ahora la respuesta tanto al problema como a las víctimas ha sido la impostura política de la iglesia y ello denota cuál es su verdadera naturaleza institucional. En estos días estamos viendo si el cónclave ha optado, sorpresivamente, por nombrar a un papa hábil para dialogar con los desafíos del siglo XXI y demostrar que todavía los seguidores de Jesús el Galileo tienen un halo de esperanza para que la fe se encarne en la historia; o si ha reeditado la hegemonía político-clerical con una teología eurocentrista para gobernar desde la minoría a la mayoría católica que está en la periferia, confirmando que la estructura de la curia vaticana sólo quiere recuperar su paz y reguardar sus intereses.

* Politólogo. Profesor-investigador de la Ibero Puebla
(ZOCALO/Agencias/ 06/03/2013 - 08:52 PM)

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