El Universal
Distrito Federal.-
El grupo de agentes judiciales capitalinos se acercó al anillo de curiosos y
una vez que éste se abrió dejó ver el cuerpo de un joven inerte que yacía en el
suelo. Quien parecía ser el jefe se agachó y contó hasta cinco orificios en la
cabeza. Movió los ojos de izquierda a derecha, en busca de testigos, pero nadie
le sostuvo la mirada. El crimen había ocurrido en Iztapalapa donde la delación
podía pagarse con la vida.
Los judiciales se
movían con rapidez. Algunos de ellos empezaron a tocar las puertas de los
alrededores de Andador Melchor de los Reyes y Cerro Encantador, Unidad Ermita
Zaragoza, delegación Iztapalapa. Pero los vecinos negaron haber escuchado
disparos y mucho menos conocer a la víctima.
Ya habían perdido la
esperanza de que algún testigo hablara con ellos, cuando apareció una mujer de
nombre Margarita Aguirre Chaine. Estaban de suerte. No sólo había presenciado
el artero asesinato, a manos de siete muchachos, sino que los había corrido de
su casa. A las 20:50 horas de ese 26 de diciembre del 2012, uno de sus hijos
corrió a avisarle que varios hombres se habían metido a la casa. Encontró a
siete muchachos en la sala.
—¡Sáquense de aquí!
¡Yo no quiero problemas!, les exigió en tono perentorio.
Pero los jóvenes no
se movieron. De improviso uno de ellos apuntó su índice hacia la ventana.
—Ahí va. Ahí va,
exclamó.
Los muchachos se
precipitaron a la calle. Margarita se lanzó tras ellos. Cuadra y media después,
sin detener la carrera realizaron varios disparos sin lograr herirlo. Llegaron
hasta la avenida Texcoco y sólo entonces detuvieron la carrera.
Se juntaron y una
vez puestos de acuerdo, emprendieron la carrera de regreso. Margarita intentó
correr hacia donde intuía que pararían. Pero un vecino la contuvo.
—¿Qué estás haciendo
aquí? ¡No vayas para allá! ¿Qué no ves que es peligroso?
Como vieron que
llevaban las armas empuñadas, se parapetaron atrás de un automóvil. El joven
que iba adelante, al tener cerca a su víctima, le asestó cuatro disparos en la
cabeza, y uno más ya estando la víctima caída.
Margarita se soltó
del brazo que la atenazaba y corrió a auxiliar a la víctima. Se trataba del
hijo de una vecina. Cuando iba a avisarle a ésta ya venía en camino la hermana
del muchacho. Junto al cadáver de Francisco Javier Ángeles Gutiérrez, de 21
años de edad, le comentó con detalle lo que había presenciado.
Mientras Margarita
contestaba las preguntas que le hacían los judiciales, arribó la madre de
Francisco.
Los judiciales
aprovecharon para convencerla de que los acompañara a la 44 agencia del MP. Sin
embargo, lo más que llegó a decirles fue que ambos jóvenes se conocían, pero no
sabía el motivo de la artera agresión.
Omitió decir que
sabedora del carácter irascible de Iván y de los rumores del reguero de sangre
que había dejado por todo Iztapalapa, producto de una veintena de asesinatos,
había acudido a verlo para que depusiera su actitud beligerante hacia su hijo.
Pero Iván no había hecho caso de sus súplicas y la intempestiva reunión terminó
con exabruptos de ambas partes.
Los judiciales
consiguieron una fotografía de cuando El Ivancito contaba con tan sólo 15 años.
Echaron números al asunto y concluyeron que debía de tener unos 22 años. Edad
suficiente para no reconocerlo si se lo encontraban de frente en la calle.
Transcurrieron 15
días y la investigación no prosperaba. Al décimo sexto día se les ocurrió
buscarlo en el Facebook. Aparecieron varios Ivancitos pero no el que buscaban.
Entonces teclearon “El Ivancito de la Ermita Iztapalapa”. La fotografía de un
muchacho imberbe se apoderó de toda la pantalla. En los bordes, con letras
mayúsculas estaba repetido El Ivancito. La foto mostraba a un joven arrogante,
el cabello hacia arriba y rayos dorados.
Sucesivamente venían
varias fotografías de una fiesta. En el muro del Facebook, en lugar de los
datos generales de El Ivancito, había garabateado frases como”ya salí de
prisión y ahora sí me voy a poner al corriente”; o bien: “Cuídense mis enemigos
porque ya estoy aquí”.
El grupo de
judiciales se puso en contacto con ex compañeros que detuvieron a Iván, cuando
tenía 17 años. Su nombre completo, Iván Adrián Pizaña Rojano, también conocido
como El Juliancito Bravo, El Chinguiñas y El Ceviche. Muy pronto se hizo
proclive al mal. En la secundaria había tenido graves problemas de conducta. No
podía ser de otra manera, dado que “se juntaba con puras lacras y su carrera
criminal la inició con el robo de tenis y chamarras por los que le daban algún
dinero”.
Con el dinero compró
una pistola que a la postre cambiaría por una escopeta. En sus primeros años
formó parte de una temible banda dedicada “a robar, extorsionar y asesinar a
quien se opusiera a sus planes”. Sin embargo, cuando la ocasión lo ameritaba,
actuaba en pareja con otros cómplices, lo que provocó que su nombre se
convirtiera en sinónimo de terror.
En el centro de
reclusión para menores, eufemísticamente llamado Comunidades para Adolescentes
en Conflicto con la Ley, intentó quemar a uno de los internos. A punto de
cumplir su sentencia de cinco años de prisión, le llegaron rumores de que
Francisco Javier Ángeles Gutiérrez, le mandaba decir que ni se presentara por
el barrio, de lo contrario se las vería con él. A su vez, le adelantó su
sentencia de muerte, “díganle que le voy a dar piso donde lo tope”.
Y no eran balandronadas
Ya en libertad,
buscó a Francisco. Por lo pronto al saber que la madre de éste había hablado
con la policía, hizo que se enfureciera y baleara la casa de su tío y a éste lo
hiriera en el hombro.
La policía empezó a
cerrar el cerco en torno a El Ivancito. Montó vigilancia permanente en las
casas del tío y del hermano de Iván. La espera por fin dio resultado. El
comandante Gustavo Castañeda, a cargo de la investigación, fue alertado de que
El Ivancito, acompañado de su novia, iba a la casa de su hermano, ubicada en el
Andador Leonardo Bravo, Generalísimo Morelos, San Miguel Chicoloapan, Estado de
México, en los límites con el DF.
En la agencia 44 del
Ministerio Público de Iztapalapa hubo un gran movimiento. Sabedores de la alta
peligrosidad de El Ivancito, los judiciales que iban a capturarlo, se pusieron
chalecos antibalas y se apoderaron de las mejores armas largas del arsenal. Con
las quijadas apretadas abandonaron el estacionamiento en el más absoluto sigilo
y se dirigieron a San Miguel Chicoloapan.
Se apearon de los
automóviles varias calles antes de la casa del hermano y se apostaron en puntos
estratégicos. Del fondo de la calle surgió un bici taxi. En el asiento venían
una muchacha y un joven con sudadera, cuya capucha cubría la cabeza. La pareja
se bajó metros antes de la casa. El comandante Castañeda les pidió a una agente
y a un judicial, que haciéndose pasar por novios, se cercioraran de si
efectivamente se trataba del célebre delincuente. Confirmaron por radio que se
trataba de Iván.
Los judiciales, los
dedos puestos en los gatillos de sus armas largas rodearon a Iván, quien se
lamentó de no haber llevado su inseparable Escopeta. En segundos, fue sometido,
poniendo así punto final a una violenta y agitada vida delictiva.
De acuerdo con notas
periodísticas, en Iztapalapa hay existen alrededor de 130 bandas que mantienen
asoladas a unas 120 colonias. Interrogado el comandante Gustavo Castañeda,
sobre cuántos ivancitos quedan en Iztapalapa, respondió: “Sí hay. Hubo el caso
de un adolescente que en un día mató a tres personas y dejó herida a una
cuarta. Pero la cosa no paró ahí. Al día siguiente mató a otras dos. Nosotros
andábamos pegados a él, pero cierto día amaneció muerto en Los Reyes”.
(DIARIO DE JUAREZ/ El Universal | 10 de Marzo del 2013
| 08:17 hrs)
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