domingo, 10 de marzo de 2013

LA CACERÍA DEL “IVANCITO” EN IXTAPALAPA



El Universal
Distrito Federal.- El grupo de agentes judiciales capitalinos se acercó al anillo de curiosos y una vez que éste se abrió dejó ver el cuerpo de un joven inerte que yacía en el suelo. Quien parecía ser el jefe se agachó y contó hasta cinco orificios en la cabeza. Movió los ojos de izquierda a derecha, en busca de testigos, pero nadie le sostuvo la mirada. El crimen había ocurrido en Iztapalapa donde la delación podía pagarse con la vida.

Los judiciales se movían con rapidez. Algunos de ellos empezaron a tocar las puertas de los alrededores de Andador Melchor de los Reyes y Cerro Encantador, Unidad Ermita Zaragoza, delegación Iztapalapa. Pero los vecinos negaron haber escuchado disparos y mucho menos conocer a la víctima.

Ya habían perdido la esperanza de que algún testigo hablara con ellos, cuando apareció una mujer de nombre Margarita Aguirre Chaine. Estaban de suerte. No sólo había presenciado el artero asesinato, a manos de siete muchachos, sino que los había corrido de su casa. A las 20:50 horas de ese 26 de diciembre del 2012, uno de sus hijos corrió a avisarle que varios hombres se habían metido a la casa. Encontró a siete muchachos en la sala.

—¡Sáquense de aquí! ¡Yo no quiero problemas!, les exigió en tono perentorio.

Pero los jóvenes no se movieron. De improviso uno de ellos apuntó su índice hacia la ventana.

—Ahí va. Ahí va, exclamó.

Los muchachos se precipitaron a la calle. Margarita se lanzó tras ellos. Cuadra y media después, sin detener la carrera realizaron varios disparos sin lograr herirlo. Llegaron hasta la avenida Texcoco y sólo entonces detuvieron la carrera.

Se juntaron y una vez puestos de acuerdo, emprendieron la carrera de regreso. Margarita intentó correr hacia donde intuía que pararían. Pero un vecino la contuvo.

—¿Qué estás haciendo aquí? ¡No vayas para allá! ¿Qué no ves que es peligroso?

Como vieron que llevaban las armas empuñadas, se parapetaron atrás de un automóvil. El joven que iba adelante, al tener cerca a su víctima, le asestó cuatro disparos en la cabeza, y uno más ya estando la víctima caída.

Margarita se soltó del brazo que la atenazaba y corrió a auxiliar a la víctima. Se trataba del hijo de una vecina. Cuando iba a avisarle a ésta ya venía en camino la hermana del muchacho. Junto al cadáver de Francisco Javier Ángeles Gutiérrez, de 21 años de edad, le comentó con detalle lo que había presenciado.

Mientras Margarita contestaba las preguntas que le hacían los judiciales, arribó la madre de Francisco.

Los judiciales aprovecharon para convencerla de que los acompañara a la 44 agencia del MP. Sin embargo, lo más que llegó a decirles fue que ambos jóvenes se conocían, pero no sabía el motivo de la artera agresión.

Omitió decir que sabedora del carácter irascible de Iván y de los rumores del reguero de sangre que había dejado por todo Iztapalapa, producto de una veintena de asesinatos, había acudido a verlo para que depusiera su actitud beligerante hacia su hijo. Pero Iván no había hecho caso de sus súplicas y la intempestiva reunión terminó con exabruptos de ambas partes.

Los judiciales consiguieron una fotografía de cuando El Ivancito contaba con tan sólo 15 años. Echaron números al asunto y concluyeron que debía de tener unos 22 años. Edad suficiente para no reconocerlo si se lo encontraban de frente en la calle.

Transcurrieron 15 días y la investigación no prosperaba. Al décimo sexto día se les ocurrió buscarlo en el Facebook. Aparecieron varios Ivancitos pero no el que buscaban. Entonces teclearon “El Ivancito de la Ermita Iztapalapa”. La fotografía de un muchacho imberbe se apoderó de toda la pantalla. En los bordes, con letras mayúsculas estaba repetido El Ivancito. La foto mostraba a un joven arrogante, el cabello hacia arriba y rayos dorados.

Sucesivamente venían varias fotografías de una fiesta. En el muro del Facebook, en lugar de los datos generales de El Ivancito, había garabateado frases como”ya salí de prisión y ahora sí me voy a poner al corriente”; o bien: “Cuídense mis enemigos porque ya estoy aquí”.

El grupo de judiciales se puso en contacto con ex compañeros que detuvieron a Iván, cuando tenía 17 años. Su nombre completo, Iván Adrián Pizaña Rojano, también conocido como El Juliancito Bravo, El Chinguiñas y El Ceviche. Muy pronto se hizo proclive al mal. En la secundaria había tenido graves problemas de conducta. No podía ser de otra manera, dado que “se juntaba con puras lacras y su carrera criminal la inició con el robo de tenis y chamarras por los que le daban algún dinero”.

Con el dinero compró una pistola que a la postre cambiaría por una escopeta. En sus primeros años formó parte de una temible banda dedicada “a robar, extorsionar y asesinar a quien se opusiera a sus planes”. Sin embargo, cuando la ocasión lo ameritaba, actuaba en pareja con otros cómplices, lo que provocó que su nombre se convirtiera en sinónimo de terror.

En el centro de reclusión para menores, eufemísticamente llamado Comunidades para Adolescentes en Conflicto con la Ley, intentó quemar a uno de los internos. A punto de cumplir su sentencia de cinco años de prisión, le llegaron rumores de que Francisco Javier Ángeles Gutiérrez, le mandaba decir que ni se presentara por el barrio, de lo contrario se las vería con él. A su vez, le adelantó su sentencia de muerte, “díganle que le voy a dar piso donde lo tope”.

Y no eran balandronadas

Ya en libertad, buscó a Francisco. Por lo pronto al saber que la madre de éste había hablado con la policía, hizo que se enfureciera y baleara la casa de su tío y a éste lo hiriera en el hombro.

La policía empezó a cerrar el cerco en torno a El Ivancito. Montó vigilancia permanente en las casas del tío y del hermano de Iván. La espera por fin dio resultado. El comandante Gustavo Castañeda, a cargo de la investigación, fue alertado de que El Ivancito, acompañado de su novia, iba a la casa de su hermano, ubicada en el Andador Leonardo Bravo, Generalísimo Morelos, San Miguel Chicoloapan, Estado de México, en los límites con el DF.

En la agencia 44 del Ministerio Público de Iztapalapa hubo un gran movimiento. Sabedores de la alta peligrosidad de El Ivancito, los judiciales que iban a capturarlo, se pusieron chalecos antibalas y se apoderaron de las mejores armas largas del arsenal. Con las quijadas apretadas abandonaron el estacionamiento en el más absoluto sigilo y se dirigieron a San Miguel Chicoloapan.

Se apearon de los automóviles varias calles antes de la casa del hermano y se apostaron en puntos estratégicos. Del fondo de la calle surgió un bici taxi. En el asiento venían una muchacha y un joven con sudadera, cuya capucha cubría la cabeza. La pareja se bajó metros antes de la casa. El comandante Castañeda les pidió a una agente y a un judicial, que haciéndose pasar por novios, se cercioraran de si efectivamente se trataba del célebre delincuente. Confirmaron por radio que se trataba de Iván.

Los judiciales, los dedos puestos en los gatillos de sus armas largas rodearon a Iván, quien se lamentó de no haber llevado su inseparable Escopeta. En segundos, fue sometido, poniendo así punto final a una violenta y agitada vida delictiva.

De acuerdo con notas periodísticas, en Iztapalapa hay existen alrededor de 130 bandas que mantienen asoladas a unas 120 colonias. Interrogado el comandante Gustavo Castañeda, sobre cuántos ivancitos quedan en Iztapalapa, respondió: “Sí hay. Hubo el caso de un adolescente que en un día mató a tres personas y dejó herida a una cuarta. Pero la cosa no paró ahí. Al día siguiente mató a otras dos. Nosotros andábamos pegados a él, pero cierto día amaneció muerto en Los Reyes”.

(DIARIO DE JUAREZ/ El Universal | 10 de Marzo del 2013 | 08:17 hrs)

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