Familiares de los 33 fallecidos que fueron ubicados
tras la explosión en la planta baja del edificio B2 que tiene Pemex en la
colonia Anzures permanecen desde el jueves en el Centro Médico Forense a la
espera de que les entreguen los restos.
Leticia Fernández e Israel Navarro
Ciudad de México •
Estuvieron justo en el momento y lugar de la explosión. Algunos iban de salida
o esperaban el cobro de su salario, otros trabajaban en el área de Recursos
Humanos de Petróleos Mexicanos. Ayer, sus cuerpos inertes salieron apenas
envueltos en bolsas de plástico a bordo de carrozas fúnebres.
Son las 33 víctimas
mortales que fueron ubicadas tras la explosión en la planta baja del edificio
B2 que tiene la paraestatal en la colonia Anzures. Sus familiares llegaron
desde el jueves, apenas unas horas después del siniestro.
Hombres y mujeres,
algunos de ellos parientes entre sí, quedaron bajo la custodia de peritos del
Centro Médico Forense de la PGR. Camionetas iban y venían. Los rostros de los
deudos se sumergían en llanto y abrazos.
Ahí estaba Margarita
Guevara, quien identificó a su cuñada Graciela Rosales Córdova y a su sobrino
Raymundo Ávila Rosales. Ambos, madre e hijo, salían juntos de trabajar.
“Tengo que llorar
ahorita, porque en la casa debemos ser el apoyo de los abuelos”, decía. Y es
que fueron ellos, los adultos mayores de la familia Ávila Rosales, los que se
dieron cuenta del siniestro por la televisión.
La historia de
Irving Omar Martínez Pulido y Dafne Sherlyn Martínez Carbajal es punto y
aparte. Padre e hija, ella de apenas 9 años de edad, esperaban retirarse,
después de que él terminó su jornada laboral y la pequeña había obtenido los
datos que necesitaba para un trabajo escolar.
Sus familiares
recuerdan que la niña tenía una tarea relacionada al tema de la expropiación
petrolera, entonces, su padre le recomendó acompañarlo ese jueves para conocer
las instalaciones y le fuera fácil obtener la información. Después de un largo
peregrinar por los hospitales, finalmente fueron reconocidos.
Daniel García García
estaba asignado a labores de vigilancia, los peritos que le practicaron la
necropsia explicaron a su primo que la explosión fue justo donde él estaba
ubicado, de ahí las múltiples fracturas en el cuerpo, pero sobretodo en la
cabeza.
“Fue difícil
reconocerlo, mi hijo, mi hijo, estaba destrozado, muchas fracturas, muchas
heridas, tenía mucha sangre, su cabeza estaba destrozada, se la deshizo con el
golpe”, repetía Laura García, su madre.
La mujer estaba
acompañada por al menos una decena de personas, frente a ellas abrazaba el
traje con el que sería vestido su hijo, pero al revisar una de las bolsas
encontró una carta de despedida que paradójicamente Daniel había escrito desde
2009.
“Si algo me pasa, si
yo muero, cuida a Daniela (su hija), quiero que sea feliz”, enunciaba el papel
amarillento. Y ahí estaba la menor, impávida y poco consiente de lo que estaba
sucediendo. Por momentos reía, por momentos estaba cabizbaja.
Su tío , Adolfo
García reconoció la preocupación y atención del personal de la PGR, quienes le
brindaron atención psicológica, pero principalmente del sindicato petrolero por
la agilización en los trámites para la entrega del cuerpo de Daniel.
“Dice mi hermana que
el señor (Carlos Romero) Deschamps es el que está absorbiendo los costos de los
servicios fúnebres. Ya que nos pase el shock veremos los seguros o
indemnizaciones, por el momento solo queremos despedir a Daniel”, sollozó.
Las hijas y esposo
de María Guadalupe Miguel tenían la esperanza de encontrar a la secretaria,
próxima a jubilarse, entre los heridos. Se desplazaron a la Cruz Roja, después
al Hospital de Pemex en Azcapotzalco y finalmente al de Picacho-Ajusco. No
tenían noticias.
Tras dos intentos de
reconocerla entre las personas fallecidas, finalmente fue identificada, los
golpes, fracturas y heridas que tenía hicieron difícil la identificación.
“Estaba a punto de
jubilarse, ella tenía 50 años de edad y 33 trabajando, no lo hacía por el
nieto, el único, pero yo le decía ‘anda vieja, ya descansa’. El niño tiene
cinco años y pregunta mucho por su abuelita”, recordaba Ignacio Ayala.
Paralelo a esto,
también destacaba la historia de Nicolás Ávila, el hombre acompañaba a su
esposa a reconocer a su hermana. Él también trabaja en Pemex trasladando a los
empleados en los camiones de la paraestatal.
Recuerda que antes
de las 16:00 horas del jueves, concluía un viaje y al llegar al
estacionamiento, escuchó el estruendo, después polvo, gritos y lamentos. Con
otros compañeros se apostó a ayudar, pero en cuestión de minutos fueron
replegados.
“Hoy estamos, mañana
quién sabe”, fue la frase recurrente.
Las últimas 24 horas
para Carlos han sido de incertidumbre, cuando se enteró por los medios de
comunicación que explotó el lugar donde laboraba su hermano: se derrumbó.
La primera acción
fue convocar a la familia para dividirse e ir a los distintos hospitales y
oficinas de Pemex para saber el paradero de José Luis García.
“A las dos de la
mañana llegamos aquí el Cemefo, con la esperanza de no encontrarlo, pero
desafortunadamente sí estaba aquí”, mencionó.
(MILENIO/Leticia Fernández e Israel Navarro/ 2 Febrero
2013 - 12:21am)
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