Marco Antonio Jiménez preparó su
maleta. Envolvió entre la ropa su ametralladora “cuerno de chivo”.
Pasaron por él y se fue a Tijuana. Ni modo. Tan tranquilo que estaba.
Descansando. Viendo la televisión en su casa del Barrio Logan. El lunar
negro de San Diego. Pero recibió la llamada de su jefe David Corona
Barrón. [...]
Marco
Antonio Jiménez preparó su maleta. Envolvió entre la ropa su
ametralladora “cuerno de chivo”. Pasaron por él y se fue a Tijuana. Ni
modo. Tan tranquilo que estaba. Descansando. Viendo la televisión en su
casa del Barrio Logan. El lunar negro de San Diego. Pero recibió la
llamada de su jefe David Corona Barrón. Debió decirle “…nos vamos este
fin de semana a Tijuana”. Y ni modo.
Cruzó la frontera con el arma y sin problemas. La aduana ni siquiera
lo revisó. Se fueron derechito a hospedarse. Registró con otros nombres
en el “Motel La Sierra”. Y al rato estaban reunidos: Michael Anthony
Jarbee “Pee Wee”, Isaac Guevara Hernández “Zigzag”, José Alberto Márquez
“El Bat”, Alfredo Araujo Ávila “El Popeye” y Antonio Huerta o Adelaido
Reyes “El Lalo”. Acomodados en cuartos diferentes, fueron llamados a
uno. Allí, David Corona Barrón les orientó. Debían emboscarme y matarme.
A última hora se les sumó Fabián Martínez “El Tiburón”. Todos,
pistoleros a las órdenes de Ramón Arellano Félix.
El 27 de noviembre mataron a mi compañero y escolta Luis Valero
Elizaldi. También y por accidente a su jefe David Corona Barrón. Y
gracias a Dios sobreviví después de las heridas.
Cuatro meses y un día después, ZETA identificó y publicó la foto de
Marco Antonio Jiménez “El Pato”. Nació el 14 de noviembre de 1969. 1.70
metros de estatura. 70 kilos de peso. Cabello negro. Ojos color café.
Bigote. También a Michael Anthony Jarbee “Pee Wee”, nacido el 22 de mayo
de 1973. Alto, 1.85 de altura y 74 kilos de peso. Pelo corto. Casi a
rape de los lados y negro. Ojos cafés. Alfredo Araujo Ávila fue otro de
los reconocidos: Le dicen “El Popeye” y nació el 10 de septiembre de
1960. También alto, 1.85. 72 kilos. Cabello obscuro y ojos cafés. En la
primera plana de ZETA también apareció la fotografía de Antonio Peña
Huerta o Adelaido Reyes, nacido en 67. Primero de marzo. 1.73 de
estatura. 68 kilos.
Pasó un año y un día. Hasta entonces se ordenó su aprehensión. Lo
anunció la Fiscalía Especializada en Delitos contra la Salud (FEADS).
Los motivos: Homicidio calificado en agravio de Luis Valero Elizaldi.
Homicidio simple intencional en agravio de David Corona Barrón (muerto
por sus mismos compañeros en fuego cruzado), y homicidio calificado en
grado de tentativa en agravio de J. Jesús Blancornelas.
Pasaron hasta cinco años y 27 días después de la trampa mortal. Tres
pelafustanes secuestraron a César Belloso Estrada, dueño de un
“deshuesadero” en Tijuana. Entonces sucedió lo jamás esperado. Primero,
la víctima se les escapó. Y los plagiaros fueron descubiertos. Se
defendieron. Hubo tiroteo, pero al fin las policías y el Ejército
inmovilizaron a los secuestradores.
Al día siguiente, viernes 25 de abril, los periódicos diarios
incluyeron fotografías de la captura. Resaltaron más la detención y
escapatoria. No a los plagiarios. Ese mismo día y por la tarde “empezó
el rumor” en la Procuraduría: “Los detenidos son pistoleros del Cártel
Arellano Félix”. Pero nada oficial.
La identificación me recordó a David Corona Barrón. Líder sicario.
Muerto en la emboscada que él mismo organizó. Le conocían varios
policías mexicanos. Pero ninguno dijo nada. Hasta cuando llegaron
agentes del FBI. Inmediatamente descubrieron quién era. Sus tatuajes.
Foto. Estatura. Todo.
Así pasó con “El Pato”. Fueron estadounidenses a petición de los
mexicanos quienes le identificaron. Ya estaba anocheciendo. Confirmado
de quién se trataba, la Procuraduría bajacaliforniana informó a la
General de la República. Y desde la Ciudad de México enviaron un avión
especial para trasladarlo. Así, pasaditas las diez de la noche la nave
levantó vuelo desde Tijuana.
“El Pato” aprendió la lección. Al saber cómo identificaron a David
Corona Barrón, trató de borrarse los tatuajes. Había una costumbre entre
los pistoleros de Arellano Félix. Todos se marcaban la piel para llevar
cuenta de las personas que mataron. Tan trágica relación estaba
coronada por una doble “M” notable. Iniciales de “Mexican Mafia”.
David Corona Barrón tenía residencia legal en Estados Unidos. Sus
familiares se llevaron el cadáver a San Diego. Pretendieron incinerarlo.
Pero el FBI se los prohibió. Debían enterrarlo para, en caso necesario,
exhumarlo y examinarlo.
“El Pato” fue capturado a pocos días de “El Chaky”, pistolero del
Cártel de Juárez. Estoy seguro que no se conocían y también: Se hubieran
liado a balazos en caso de encontrarse. Por eso ni uno iba a Chihuahua
ni el otro a Baja California.
Hay diferencia de edad. “El Chaky” supera por lo menos con diez años a
“El Pato”. Eso lo coloca en la desgraciada posición de haber matado más
personas. El problema que los une es su traslado a la Ciudad de México.
Las procuradurías de Chihuahua y Baja California por temor u orden
superior, perdieron una gran oportunidad: La de aclarar con detalles a
quiénes y cuándo mataron uno y otro en la frontera. Indudablemente
muchos.
Por ejemplo y en el caso concreto de “El Pato”. Se le ha mencionado
periodísticamente como gatillero de los Arellano y haber participado en
el atentado contra nosotros. Pero no se ha señalado que asesinó a mi
compañero y escolta Luis Valero Elizaldi. Tampoco en el homicidio simple
intencional de David Corona Barrón.
Todo esto provocará interminable papeleo entre juzgados. Una
monserga. Oportunidad para la defensa echar abajo las acusaciones. Igual
como ha estado sucediendo con otros narcotraficantes. Pero la realidad
en medio de todo esto: Ni los juzgadores en el Estado de México conocen
realmente los antecedentes. Se basarán en documentos incompletos
enviados así a propósitos o por descuido desde Baja California y
Chihuahua. Y en el par de estados, las procuradurías no reclamaron o
mantuvieron a los detenidos para ser interrogados con pleno
conocimiento. No dudo que muchos crímenes quedarán sin castigo
precisamente por este absurdo trámite burocrático. El gran error.
En el caso de Baja California, “El Pato” debió ser internado en “El
Hongo”. La nueva prisión de efectiva seguridad. Interrogarlo a fondo, lo
que no sucederá en la Ciudad de México. Procesarlo. Sentenciarlo. Y
entonces sí, determinar si lo envían a México o permanece en Tijuana. La
justicia sigue dando pasos para atrás. Otro error.
Escrito tomado de la colección “Conversaciones Privadas” y publicado el 2 de diciembre de 2010; propiedad de Jesús Blancornelas.
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