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MÉXICO, D.F. (Proceso).- Desde principios de 2007 se publicaron las
primeras denuncias sobre personas desaparecidas, que al año siguiente ya
sumaban 600. El fenómeno no se detendría.
Comenzó de a poco –dos eperristas en Oaxaca; un par de veterinarios
en Torreón; un niño de nueve años, su padre y sus tíos; varios jóvenes
que viajaban rumbo a la frontera– y pronto se habló de colectivos: 20
vacacionistas en Acapulco, dos camionetas con ingenieros en Piedras
Negras, 38 petroleros en Cadereyta, 12 vendedores de pintura, 10
policías federales en Michoacán, ocho cazadores de Guanajuato, tres
camiones llenos de migrantes, una veintena de jornaleros guanajuatenses,
50 personas capturadas por marinos y cientos de jovencitas de Coahuila,
Chihuahua, Veracruz o Querétaro.
La única cifra oficial que existe hasta el momento es de la Comisión
Nacional de los Derechos Humanos: 24 mil 91 personas desaparecidas estos
seis años. En 2 mil 126 casos los denunciantes (familiares de los
desaparecidos) responsabilizan del crimen a funcionarios de gobierno.
También registró que 15 mil 921 cadáveres no identificados fueron
llevados a la fosa común; de éstos, mil 421 fueron hallados en fosas
clandestinas.
Las estimaciones extraoficiales superan esas cifras. El gobierno federal nunca dio a conocer sus números.
El miércoles 21, en su última reunión con familiares de los
desaparecidos de Coahuila –258 casos–, el secretario de Gobernación,
Alejandro Poiré, aceptó que desde el primer encuentro de las víctimas
con Felipe Calderón y su gabinete, en mayo de 2011, ninguna de las
personas fue encontrada. Admitió que tampoco formó el grupo
especializado de búsqueda que prometió seis meses antes. Justificó la
falta de resultados con un lacónico: “No nos dio tiempo”.
“Fue evidente que no cumplió los compromisos que había firmado, pidió
disculpas, puso como pretexto que no les dio tiempo. Se comprometió a
conseguirnos una entrevista con el equipo de transición del nuevo
gobierno”, relata Diana Iris, madre del joven desaparecido en febrero de
2007 Daniel Cantú, uno de los primeros del sexenio.
Según los asistentes a la cita, la procuradora general de la República,
Marisela Morales, dijo que la solución sería que todos los estados
tuvieran servicios médicos forenses con laboratorios.
“Su discurso fue horroroso, nos dijo que nuestros familiares están
muertos. Le pedimos que cuidara su forma de hablar porque no se puede
hablar de muertos y le dijimos que el delito de desaparición forzada no
prescribe sino hasta que se haga justicia y se sepa la verdad. Le
preguntamos que para qué quería laboratorios de genética forense en cada
estado si no protegen a la gente para que no la maten ni la
desaparezcan, si cuando rescatan los cuerpos lo hacen de la peor manera,
los destrozan, hacen tropelías, los dejan irreconocibles”, narra Iris,
una de las fundadoras del grupo de familias Fuerzas Unidas por Nuestros
Desaparecidos en Coahuila (Fundec).
En 2008 comenzaron las primeras denuncias públicas de las familias en
diversos estados del país. En mayo de 2010 se hizo la primera
manifestación en el DF, afuera de Palacio Nacional.
Luego surgieron grupos en distintos estados. Unidos por Nuestros
Desaparecidos, en Baja California; Comité de Madres y Familias con Hijas
Desaparecidas, en Chihuahua; Fundec, en Coahuila; Lucha por Amor,
Verdad y Justicia (Lupa), en Nuevo León; Comité de Familiares y Amigos
de Secuestrados, Desaparecidos y Asesinados, en Guerrero; Comité de
Familiares de Detenidos Desaparecidos ¡Hasta Encontrarlos!, en Guerrero y
Michoacán; Voces Unidas por la Paz, en Sinaloa; Buscamos a Nuestras
Hijas, en Veracruz; Fundación Tanatológica Manavi, en Durango; Grupo San
Luis de la Paz Justicia y Esperanza, en Guanajuato y los círculos de
Bordadoras por la Paz, además de otras agrupaciones aún sin nombre.
Organizaciones de derechos humanos ya existentes en Chihuahua, Coahuila,
Tamaulipas, Sinaloa, Guanajuato, Nuevo León y el Distrito Federal
tuvieron que volcarse a atender los casos.
En abril de 2011 surgió el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad
que sumó a víctimas que permanecían aisladas y las ya articuladas, las
que consiguieron que el presidente y su gabinete escucharan sus reclamos
en el Castillo de Chapultepec. El problema llegó también a la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos de la OEA y al Grupo de Trabajo de la
ONU para las Desapariciones Forzadas.
A un sexenio de distancia, en la evaluación de todos los colectivos, los
planteamientos con los que las familias salieron a las calles siguen
sin cumplirse: Ninguno rescató a un familiar con vida.
No existe el registro nacional de personas desaparecidas. Sobre este
tema Poiré dijo a La Jornada que esa tarea correspondía a cada estado.
Tampoco se creó el equipo interinstitucional de búsqueda y rescate. A lo
más que se llegó fue a un protocolo de búsqueda para las primeras 72
horas del reporte de no localización, cuya implementación es opcional
para cada procuraduría estatal.
Como este semanario dio cuenta, la Procuraduría General de la República
(PGR) y la Secretaría de Gobernación tampoco aceptaron la propuesta
(presentada por organizaciones nacionales y centroamericanas) de crear
un equipo interdisciplinario forense apoyado por expertos
internacionales para unificar procedimientos en la exhumaciones de
cadáveres.
Aunque el Equipo Argentino de Antropología Forense había recabado 411
muestras genéticas de centroamericanos que tienen familiares
desaparecidos en México, la PGR no permitió que se compararan con los
cadáveres encontrados en las fosas de San Fernando, Tamaulipas. Las
familias de los migrantes siguen penando. Las que recibieron ataúdes de
cuerpos hallados en esas fosas no saben si enterraron a su familiar.
Proceso
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