Nadie sabe realmente para
quién trabaja. El 26 de octubre del año pasado se dio a conocer en este espacio
la negociación entre el Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel
Mancera, y el líder de Movimiento Ciudadano, Dante Delgado, para materializar
una vieja idea del veracruzano, la creación de un cuarto polo de cara a las
elecciones de 2018. Un año después, Delgado lo traicionó y se alió con el
dirigente del PAN, Ricardo Anaya, para empujarlo a la candidatura presidencial
de una coalición de oposición, que se formalizó este viernes como Por México al
Frente. Lo paradójico de todo es que no fue una vindicta natural la de Delgado,
sino resultado de la construcción de una serie de condiciones que llevaron a
decisiones pragmáticas, incluido al gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto,
que estuvo involucrado en varios momentos del fortalecimiento de la coalición.
Durante más de seis meses,
Anaya se convirtió en el enemigo declarado número uno del Gobierno federal,
impulsado por la molestia del Presidente Peña Nieto quien había pactado con el
líder del PAN un proceso electoral en el Estado de México donde se unieran
contra Morena, y sintió que lo había engañado cuando comenzó a criticar a los
priistas de corruptos y hacerlos los principales enemigos a vencer. A través de
El Universal, buscaron aniquilarlo con revelaciones sobre el oscuro crecimiento
de su fortuna familiar, a lo que Anaya se creció y respondió con denuncias
sistemáticas de la injerencia directa del gobierno. No lo pudieron liquidar
políticamente y lo fortalecieron, aunque en ese momento no era suficiente para
que alcanzara la candidatura presidencial del Frente, que deseaba también
Mancera.
La campaña contra Anaya desde
el Gobierno federal se fue desvaneciendo de manera misteriosa. “Estamos
esperando algo muy fuerte”, dijo uno de sus principales asesores. “Nos lo
vienen anunciando en la prensa”. Nunca llegó esa nueva bomba porque, en otra de
las paradojas de la construcción de la candidatura presidencial de Anaya, un
par de aliados inopinados cambiaron el rumbo del Frente. La Senadora Dolores
Padierna y su ex esposo René Bejarano, líderes de Izquierda Democrática
Nacional, una de las corrientes históricas y poderosas del PRD, fueron
detonantes de lo que hoy se vive.
A principio de septiembre
renunciaron al partido en el que militaron por 28 años en protesta por la
alianza con el PAN, anunciada en mayo por Anaya y la líder del PRD, Alejandra
Barrales, para formar un frente amplio opositor en 2018. Desde agosto habían
amagado con irse, pero dentro del PRD no hubo los reflejos necesarios para
evitar su renuncia. La salida de ellos dos hacia el campo de Andrés Manuel
López Obrador en Morena, debilitó al PRD como una opción real de poder, con lo
cual se detuvo la campaña contra Anaya desde el gobierno, y se inició una
negociación secreta con Delgado.
A través del Gobernador de
Chiapas, Manuel Velasco, Delgado habló con el Presidente Peña Nieto en Los
Pinos y sostuvo un diálogo continuo con el Secretario de Gobernación, Miguel
Ángel Osorio Chong. El propósito era uno. Movimiento Ciudadano, que coqueteaba
con el Frente y Morena, no podía sumarse a López Obrador. Lo apoyarían en
Jalisco, donde el Alcalde de Guadalajara, Enrique Alfaro, parece ir caminando
sobre nubes hacia la gubernatura el próximo año, a cambio de permanecer en el
Frente. Para ampliar la convergencia de partidos en el Frente, Anaya buscó a
principios de octubre a Luis Castro, líder de Nueva Alianza, para proponerle
que se uniera a la coalición. Lo que Castro pedía a cambio era un número
proporcionalmente igual de posiciones que las de Movimiento Ciudadano. En
automático, Castro se volvió un estorbo para Delgado, el político más sagaz
dentro del Frente. Si se unía Nueva Alianza, perdería posiciones, poder y
presupuesto.
La propuesta de Castro se
dejó pudrir, hasta que 50 días después de haberla presentado, el líder de Nueva
Alianza retiró la posibilidad de unirse al Frente. Para entonces, Anaya y
Delgado ya habían forjado un pacto al margen de Mancera. La primera señal
pública de ello la reveló el Jefe de Gobierno en un foro político convocado por
El Financiero en la última semana de noviembre, en el inicio de su sprint final
para que la selección del candidato presidencial del Frente no fuera, como lo
llamó, una “imposición”. Para ese momento, se puede ver hoy con mayor claridad,
era demasiado tarde. El PAN no cedía para que le quitaran la candidatura
presidencial a ese partido, y el PRD no tenía opciones. “Aceptaré lo que los
partidos decían”, dijo Mancera.
La salida de Padierna y
Bejarano volvió al PRD rehén del PAN. Con Movimiento Ciudadano amarrado con el
gobierno y el PAN en el Frente, el PRD se quedó sin alternativa: o firmaba la
coalición, con lo cual obtendría posiciones de gobierno y legislativas en 2018
para repartir entre sus militantes, o sin ser una opción de poder real,
colapsaría con la diáspora hacia Morena. Sacrificar a Mancera fue una decisión
pragmática, tras una gestión débil de Barrales para sostener al partido en una
posición de fuerza dentro de las negociaciones del Frente. Tampoco, es cierto,
el PRD daba para más.
Mancera fue lastimado la
semana pasada por Delgado, quien anticipando lo que vendría días después,
repartió candidaturas y dijo que Mancera podría coordinar al Frente en el
Senado. Barrales apuntaló: puede coordinar la campaña presidencial. Esto no es,
sin embargo, lo que quieren proponerle.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ Raymundo Riva
Palacio/ 11/12/2017 | 04:00 AM)
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