Algo
no está bien aunque parezca correcto. El jueves pasado el Gobierno de México
declaró persona non grata al embajador de Corea del Norte, con lo que, afirmó
la Secretaría de Relaciones Exteriores, expresaba su “absoluto rechazo a su
reciente actividad nuclear, que significa una franca y creciente violación del
derecho internacional y representa una grave amenaza para la región asiática y
para el mundo”, particularmente para países aliados como Japón y Corea del Sur.
El
embajador Kim Hyong Gil respondió que la acción era “ignorante” y que el
desacuerdo sobre el programa nuclear era un tema de Estados Unidos que “nada
tenía que ver con México”. La acción tuvo poca repercusión porque el sismo
horas después del anuncio, atrajo por completo a la opinión pública y a la
sociedad política. Pero la duda existe: ¿por qué aprobó el Presidente Enrique
Peña Nieto su expulsión?
La
explicación oficial es tramposa. De haber sido consistente la política exterior
mexicana, como explicó el subsecretario de Relaciones Exteriores, Carlos de
Icaza, el Gobierno de México se habría mantenido neutral. La expulsión del
embajador norcoreano rompió la neutralidad y lleva a plantear, cuando menos
para efectos de argumentación, que el Gobierno peñista le quiso hacer un favor
a Estados Unidos, enfrentado directamente con el régimen de Pyongyang, o a
China, donde la rebeldía de su aliado le está mermando respeto internacional al
no estar pudiendo contenerlo. En este caso la política exterior luce
inconsistente y es inexplicable.
Desde
2006, el régimen de Pyongyang ha violado siete resoluciones del Consejo de
Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas contra sus actividades
nucleares y el lanzamiento de misiles. Cuatro de ellas se dieron durante el
Gobierno del Presidente Peña Nieto: diciembre de 2012, febrero de 2013, en
marzo y en noviembre de 2016, y la última en agosto pasado. En cada la ONU
condenó a Corea del Norte y le urgió a cesar su actividad ilegal, pero México
no hizo nada hasta que sucedieron dos eventos que coincidieron –o influyeron-,
con el radical cambio en la política exterior mexicana.
El
primero fue el 16 de agosto, cuando de visita a Chile, el vicepresidente de
Estados Unidos, Mike Pence, urgió a Brasil, Perú, Chile y México romper
relaciones con el Gobierno de Kim Jong Un, para incrementar el aislamiento
internacional de Corea del Norte. Brasil dijo que acataría las decisiones de
las organizaciones multilaterales, lo que significa que no haría caso de una
petición bilateral. Perú, que en los últimos meses ha reducido su personal
diplomático en Pyongyang, dijo que no planeaba tomar ninguna acción. Chile
llegó a un acuerdo coonjunto hace cuatro años para restablecer relaciones con
Corea del Norte, pero hasta la fecha no han intercambiado embajadores. México
sustituyó al embajador José Luis Bernal, quien era embajador concurrente en
Corea del Norte en abril pasado, pero su relevo, Bruno Figueroa, ya no fue
nombrado para atender los asuntos en Pyongyang, que lleva un encargado de
negocios no mexicano.
El
segundo se dio en el marco de la Cumbre de los BRICs, en Xiamen el 4 de
septiembre, donde el Presidente Peña Nieto sostuvo un encuentro bilateral con
el presidente chino Xi Jingping, tras lo cual condenaron la actividad nuclear
de Corea del Norte y, de acuerdo con el comunicado de Los Pinos, coincidieron
en la necesidad de aplicar las resoluciones del Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas. Horas antes de que México expulsara al embajador norcoreano,
el ministro de Asuntos Exteriores de China, Wang Yi, declaró en una conferencia
de prensa que el Consejo de Seguridad de la ONU debía responder con mayores
sanciones ante la última explosión nuclear de Corea del Norte. “Creemos que las
sanciones y la presión son sólo la mitad de lo que se necesita para resolver el
problema”, agregó. “La otra mitad es el diálogo y la negociación”.
Japón,
que no tiene relaciones formales con Corea del Norte pero mantiene un diálogo
permanente, insiste en la necesidad de mantener negociaciones y puertas
abiertas con Pyongyang. Corea del Sur tiene relaciones con su vecino del norte,
y su nuevo Presidente, Moon Jae-in, ha sido criticado en su país por ser
proclive a intensificar sus vínculos con Kim Jong Un. No hay ninguna nación que
haya tomado una decisión tan extrema, en estos momentos de tensión, como
México, que súbitamente se metió en medio de un conflicto con posiciones
distintas a las que aquellas que dice enfrentan sus aliados, están manteniendo.
La
postura de México ha sido tensa durante muchos años, pese a las constantes
violaciones de Corea del Norte a los acuerdos suscritos por ambos países.
México restableció relaciones diplomáticas con Pyongyang en 1980, con un
compromiso recíproco de prohibición completa de ensayos nucleares, lo cual
marchó bien hasta 2003, cuando Corea del Norte se retiró del Tratado de No
Proliferación Nuclear. Tres años después iniciaron sus pruebas con misiles, que
impactaron en el Mar de Japón. En 2009 México condenó por primera vez al
régimen norcoreano y dijo que sus acciones ponían en riesgo la estabilidad en
la región.
Siempre
se mantuvo la neutralidad, rota ahora por el extraño activismo del canciller
Luis Videgaray, cuya opacidad para explicar cuáles son las razones de fondo por
las que se tomó la decisión, causan inquietud sobre qué el trasfondo de sus recomendaciones
al Presidente Peña Nieto.
La
percepción es entreguismo a las superpotencias nucleares. Si quiere evitar que
esa idea se anide como realidad, una explicación menos amañada es lo que
procede.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter:
@rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/
RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 11/09/2017 | 04:04 AM)
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