Las justificaciones y los
gemidos de dolor de los más altos funcionarios federales tratando de explicar
por qué en mayo pasado se registró la tasa de homicidios dolosos más alta en la
historia de México, o desde 1997, cuando se empezaron a contabilizar, son
patéticos. La queja es que las deficiencias legales del nuevo Sistema Penal
Acusatorio, cuyo decreto fue publicado en el Diario Oficial de la Federación el
18 de junio de 2008, ha provocado que más criminales libren en automático la
cárcel y regresen a las calles a matar, y el spin mediático es que el
incremento de los asesinatos está en lo alto de la numeralia en los estados que
recién cambiaron de mando, de un Gobernador priista, a uno panista. Los dos
argumentos, si bien no serían excluyentes, se contraponen en la desesperación
de buscar explicaciones externas en las deficiencias internas.
Es cierto que en el Congreso
no enmendaron la iniciativa –preparada por el ex Procurador Jesús Murillo
Karam, y el ex consejero jurídico de la Presidencia, Humberto Castillejos- para
conceder prisión preventiva a quienes cometieran un asesinato y sólo se les
decomisara su arma. Pero también es cierto que no se hizo un buen trabajo. En
enero de 2013, el Presidente Enrique Peña Nieto nombró a María de los Ángeles
Fromow secretaria técnica del Consejo de Coordinación para la Implementación
del nuevo Sistema Penal de Justicia, dentro de la Secretaría de Gobernación. Un
mes antes de entrar en vigor el sistema el 18 de junio de 2016, afirmó en una
entrevista con Óscar Mario Beteta en Radio Fórmula, que iba “a estar operando
al 100 por ciento en todo el país”. No fue así.
Olvidadas convenientemente
las omisiones y deficiencias internas, se buscaron nuevos pretextos. El
argumento mediático que comenzaron a utilizar en el Gobierno cuando los
indicadores de la seguridad mostraron una tendencia a su agravamiento, fue que
era resultado del descontrol en los estados por los cambios de Gobierno tras
las elecciones en 12 estados el año pasado. Sin embargo, los datos del
Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, revelan que
las cinco entidades con el mayor número de incidencia delictiva, México, Ciudad
de México, Guanajuato, Jalisco y Baja California, no cambiaron de gobernante.
Estas entidades, además, son también las que mayor número de homicidios dolosos
registraron. Otro engaño.
Los pretextos son una fuga
hacia delante. Disfraza con propaganda y retórica los errores de origen de la
estrategia de seguridad pública, que provocó, con su fallido diagnóstico, que
no se contemplaran correctamente los escenarios que provocaría el nuevo Sistema
Penal Acusatorio, una reforma legal de segunda generación, con una política de
seguridad pública del siglo pasado. Gran parte de lo que se ha presumido en
esta materia a lo largo del sexenio, ha sido mediante fuegos pirotécnicos y
entrevistas que esconden una realidad que, probablemente, no alcanzaron a ver
hasta que les corrió el cuerpo como gangrena.
Ignoraron las denuncias del
desmantelamiento de Plataforma México al inicio de la administración,
retrasando la construcción de la base criminal más importante, hasta la llegada
de Peña Nieto a la Presidencia, de América Latina. Cancelaron drásticamente los
esquemas de cooperación con Estados Unidos, con lo que perdieron el
compartimiento de información de inteligencia de calidad y la ayuda para
capacitar policías. La síntesis del desconocimiento del equipo de Peña Nieto lo
revela la anécdota de uno de los miembros del equipo de transición cuando
visitó el búnker de la extinta Secretaría de Seguridad Pública Federal. Al
abrírseles los salones secretos y mostrarles en tiempo real la persecución de
un avión con cocaína desde Panamá a México, uno de esos miembros preguntó si
los satélites que utilizaban podían mostrar los choques en las carreteras o
ayudar a la vigilancia de las cadenas en los antros de la Ciudad de México. El
proyecto de Gendarmería que le entregó el entonces secretario García Luna al
Presidente electo como un siguiente paso en el diseño de la seguridad pública,
fue tirado a la basura por el equipo de transición. Se dejó de combatir durante
ocho meses a los cárteles de la droga y se desmantelaron los protocolos de
seguridad en el Sistema Penitenciario Federal.
Los resultados de mayo pasado
eran previsibles desde entonces. Si la estrategia, altamente criticada por lo
violento de su naturaleza, enmarcada además en los conflictos reales dentro del
gabinete del ex Presidente Felipe Calderón, se cambió por mucha coordinación
–que se mantiene óptimamente sólo en los discursos-, y campo libre para el
crimen organizado, acompañada de una reorientación de los recursos, pero
manejada de manera opaca a través de ex funcionarios del Gobierno de Hidalgo
que protegieron del escrutinio público el destino de los dineros, con el
argumento de que se trata de la seguridad nacional, era cuestión de tiempo que
la tendencia a la baja de los delitos, se revirtiera.
Mayo de 2011 había sido el
mes de mayor violencia en la historia de México y desde entonces, mes por mes,
había una reducción en la incidencia delictiva. El cálculo, de haberse
mantenido la estrategia durante el Gobierno de Peña Nieto, era que para 2018,
la incidencia delictiva regresaría a los niveles de los 90s. No hacerlo dio
como resultado el mayo de 2017. ¿Dónde están los responsables de esta debacle
de la estrategia de seguridad? Donde siempre. Protegidos, por la falta de
rendición de cuentas, por su jefe el Presidente.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ Estrictamente Personal/
Raymundo Riva Palacio/ 23/06/2017 | 04:07 AM)
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