viernes, 16 de junio de 2017

LOS PRIMEROS DESPOJADOS DE SUDCALIFORNIA


M.W PARR
Leyendo en uno de los clásicos libros sobre nuestra California originaria intitulado El Viajero Universal, o Noticia Del Mundo -obra recopilada de los mejores viajeros signado como D.P.E.P. Tomo XXVI, editado en Madrid, España en 1799, encontré una valiosa descripción del carácter y vida de los antepasados de nuestra península a los cuales genéricamente y por costumbre se les denominó ”indios”, concepto sociológico que considero muy limitado y sesgado desde sus orígenes, hasta cierto punto ofensivo.

De la literatura histórica de esta época misional de la entidad, salvo lo descrito por los jesuitas no es común encontrar otras opiniones. Con este antecedente, y porque tuve la fortuna de vivir mi juventud en la región del sur, concretamente en Cabo San Lucas y San José del Cabo, tengo el orgullo de sentirme indio cabeño, y puedo decirlo que dentro de mí todavía existe algo de ese indio Californio que pobló estos territorios hasta su extinción.

En este espacio intentaré reflexionar sobre porque me sentí indio y que significaba esto para mí, creyendo algo que “soy”, porque para descubrir por qué me sentí agraviado con el trato que nuestros antepasados recibieron, tuve que indagar quien soy y como soy en el fondo (“dime que eres y te digo quien eres”).

Para esto, transcribo tal descripción de los antiguos indígenas que aquí vivieron, realizada por los misioneros jesuitas en sus cartas a España transcritas en el citado libro:

“Para quien haya visto algunos de los indios Americanos y observado su capacidad e índole, basta decir en general que así son también los antiguos habitantes de la California. ….todas los demás naciones Americanas son entre sí muy poco diferentes en el genio y las costumbres. Hace pues el fondo del carácter de los Californianos, no menos que el de todos los demás Indios, la estupidez e insensibilidad, la falta de conocimiento y reflexión, la inconstancia y volubilidad de una voluntad y apetitos sin freno, sin luz y aun sin objeto, la pereza y horror a todo trabajo y fatiga, la adhesión perpetua a todo género de placer y entretenimiento pueril y brutal, la pusilanimidad y flaqueza de ánimo; y finalmente, la falta miserable de todo lo que forma a los hombres racionales, políticos y útiles para sí y para la sociedad………….,no hay gente tan poco cultivada, tan falta de especies y tan endeble en fuerzas de alma y cuerpo como los infelices Californianos. Su entendimiento avanza poco más que sus ojos, y no alcanzando su capacidad a conocimientos abstractos, y menos a discursos encadenados, apenas pasan jamás de las primeras aprehensiones de lo mismo que ven, y eso las más veces errada;….. porque la cortedad de sus luces no penetra la proporción de medios y fines, y la cortedad de sus débiles potencias embota todos los estímulos para procurarse el futuro bien o para precaverse contra el;….. y aunque ni les faltaba la lumbre de la razón natural ni la fuerza tampoco de aquella gracia Divina que se da a todas las naciones y a todas las gentes, era sin embargo tan débil la una y tan desatendida la otra, que generalmente sin atención a lo honesto, eran solo lo útil y lo deleitable, los dos ejes del gobierno de sus acciones.

Los movimientos de su voluntad van a proporción de la escasez de luces en su entendimiento, y todas sus pasiones tienen cortísima esfera. Su ambición es ninguna, y lo más que apetecen es ser tenidos no tanto por valientes como por forzudos. Es muy corta o ninguna en ellos la idea del objeto de la ambición, que es la honra, o bien se tome esta por estimulación, crédito fama o buen nombre, o bien por distintivo de superioridad nacida de dignidades y empleos. Ni de uno o el otro saben; y así o no hay o esta entorpecido y sin uso en ellos este muelle poderoso, que de tantas obras buenas y malas es móvil en el mundo. Lo más que en ellos se encuentra es alguna sensibilidad a la rivalidad y emulación. Picase de ver alabados o premiados a sus compañeros, y solo esto los pone en algún movimiento, y hace sacudir la pereza que tienen entrañada. Tampoco anida en sus corazones la carcoma de la avaricia que a tantos corrompe. Sus deseos se extienden solamente a lograr el alimento de hoy sin mucha fatiga, y no se afanan por asegurarlo para mañana : sus ansias por muebles no pasan de aquellas miserable alajuelas de que se sirven para algún adorno, para la pesca, la casa y la Guerra……..ni conocían otros derechos que el de ser el primero que cogiese los frutos que espontáneamente produce la tierra……….En una palabra , estos infelices hombres pueden compararse a los niños en quienes no ha acabado de desplegarse del todo el uso de la razón: y nada se pondera en decir que son gentes que nunca salen de la niñez…..es a saber, una vehemente inclinación a todo género de diversión y deleite, alegrías y pasatiempos desconcertadas, juegos, bailes y embriagueces en que pasan brutalmente entretenidos sus miserable días….No había, o no se usaba entre ellos bebida o zumo que embriagase, y solo se enfurecían en sus fiestas con el humo del Tabaco Cimarrón o silvestre. No eran inclinados al hurto de aquello poco que otros tenían: tampoco eran rencillosos y mal sufridos, ni fáciles a dar motivo de queja unos a otros los parientes y los que componían una ranchería: todos sus enconos y fierezas se reservaban contra los enemigos”.

Mi pregunta obligada es: ¿con qué filtro vamos a comprender esta información y en qué contexto y motivación, con tal de exprimir el máximo de sentir de estos muy escasos comentarios que existen referente a los antiguos cabeños?

En cuanto a otras perspectivas, está lo asentado por el inglés Woods Rodgers, quien visitó Cabo San Lucas entre la mitad de diciembre de 1709 y la mitad de enero 1710. Pero hay mucha diferencia entre lo que uno piensa a primera vista, y lo que verdaderamente son, (hablando de lo que fueron nuestros indios cabeños) por todo lo observado en cuanto a su comportamiento con sus compañeros:

“Están equipados con todo género imaginable de humanidad que no dará pena a ninguna nación, y que durante todo nuestra estancia percibimos armonía perfecta entre muchos cientos de ellos; cuando alguien de vosotros dábamos algo comible a alguno de ellos, siempre lo dividía en varias partes entre todos los presentes, reservándose normalmente la porción más chica para el mismo”.

También de memoria puedo citar otro relato que recuerdo haber leído, creo también de Woods Rogers, quien era explorador inglés del siglo XVIII- (esto no lo pude ubicar en internet ya que únicamente encontré partes de lo relatado por Woods Rodgers y no es su descripción completa): que los nativos cabeños eran los únicos que estos exploradores habían conocido u oído de algo similar, y que al tener un cuchillo o hacha (que era lo único que le interesaban de los visitantes) no los podían hacer trabajar ofreciéndoles más, porque al obtener más que uno, inmediatamente se lo daban a un compañero que no tenía tal instrumento.

Aparentemente, en cuanto a este carácter, no cambió significativamente con la llegada de los españoles, no obstante los efectos de extinción de su raza a consecuencia del contacto con los europeos, porque todavía a la mitad del siglo XIX, cuando ya quedaban menos que trescientos nativos de los más de 20,000 que habían dos siglos antes, Ross Browne en su “Exploration of Lower California”, escribió: “estos nativos eran niños en su placer de juegos y desagrado al trabajo.”

Otros habilidades de nuestros indígenas que recuerdo haber leído, se refiere, a que eran los únicos nativos americanos que tenían la habilidad de cazar venados correteándolos hasta que se cansaban matándolos finalmente a pedradas; también leí que tumbaban volando a los pájaros pequeños con flechas, tal era su habilidad con esta arma; y se relata que usaban balsas de troncos juntados y fisgaban los peces nadando bajo el agua con palos filosos.


Seguramente que las diferencias entre la descripción hechas por los misioneros jesuitas y los ingleses se debían a que las cartas de los jesuitas eran más que nada propaganda para conseguir donativos para sus misiones, y justificantes ante sus superiores, de la necesidad y efectividad de sus trabajos, ya que a través de estas cartas y su publicación consiguieron muchos donativos destinados a “salvar” a los indios.

También parece que los ingleses no buscaban justificar su superioridad en las descripciones que hacían, las cuales no contienen sesgo negativo alguno, muy contrario a la postura de los españoles quienes tenían una visión meramente negativa de todo (según sus cartas) en cuanto a los hombres nativos, porque para las mujeres nativas, si reservaban alabanzas, según se asienta: “En las mujeres aunque en algún paraje era igual la desnudez a la de los hombres, con todo eso por lo general era grande el cuidado en la decencia necesaria para defensa y reparo de la honestidad. Era esto en tanto grado, que aun a las niñas recién nacidas proveían de este resguardo, y el prevenirlo era una de las ocupaciones más precisas de las madres, cuando se hallaban encinta por si acaso parían hembra;… las más decentes (entre las tribus de la Baja <sic>) en vestirse, eran las mujeres de los Edues hacia el cabo de San Lucas………Aun en aquel Rincón del mundo, inspira estas invenciones a gente tan bárbara, el deseo de parecer bien después de describir su vestuario y adornos”.

Recordemos que la razón de los dos levantamientos en San José Del Cabo, el de 1734 en el que flecharon y quemaron al misionero jesuita Nicolás Tamaral y el otro de 1740 en Santiago donde los nativos fueron a incendiar la Nao China fondeada frente a San José del Cabo, según los relatos de los jesuitas, se dieron porque prohibieron a los indígenas tener más de una mujer. Esto, a los ojos de los nativos seguramente equivalía a que le robaran las mujeres para ellos al ser evidente que no traían mujeres ni los misioneros ni los soldados, y además de lo incomprensible para los nativos la idea de que las querían separar para salvarles sus almas.

El otro efecto también buscado -y así seguramente pensaban los jesuitas- era que al separar de la pareja a la mujer, los hombres tenían forzosamente que integrarse a la misión, dejando atrás su forma de vida. Sin pensar mal, estos jesuitas es probable que quisieran más mujeres en sus misiones para salvarles sus almas, pensando que era más fácil manejar a las mujeres que a los hombres, quienes vivían para divertirse, cazar, pescar, con las mujeres cargando todo y haciendo todo el trabajo rudo para su mantenimiento.

En cuanto a la salvación de las almas de estas mujeres por falta de creencias cristianas, es interesante examinar la idea de Dios que tenían en aquel entonces los nativos que era muy similar a la cristiana. Según el citado libro “El Viajero Universal” página 72, tomo XXVI, cuaderno LXXVI, “se halla en las relaciones haber habido entre ellos tal serie de dogmas especulativas que hace para el ánimo de quien lee; pues según ellas , no solo concebían al unidad y naturaleza de Dios, como un espíritu puro y haciendo idea de otros seres espirituales, sino también tenían vislumbrada la Trinidad, la generación eterna del verbo, y aun de lo temporal, y de otras creencias bien mezcladas con mil impertinencias y necedades. Esto en grado tal , que algunos misioneros han entrado en la sospecha, de que aquellas naciones descienden de gentes que en algún tiempo fueron cristianas”.

Hablando de los Edúes del sur o Pericúes, refiere uno de los misioneros: “Que en el cielo vive un Señor a quien llaman NIPARAYA, el cual hizo la tierra y el mar, da la comida, creo los árboles y todo lo que vemos, y puede hacer todo cuanto quiere. No lo vemos porque no tiene cuerpo como nosotros. Este tal NIPARAYA tiene mujer, llamada ANAYICOYONDI; y aunque no usa de ellos por no tener cuerpo ha tenido tres hijos…..dicen más : Que en el cielo hay mucha gente más que acá en la tierra, y que antiguamente hubo allá unas grandes guerras, porque un gran personaje a quien unos doctos llaman WAC, y otros TUPARAN, se opuso al gran señor NIPARAYA, y con sus aliados y gente peleo contra él; pero al fin fue vencido por NIPARAYA, quien luego le quito a WAC-TUPARAN cuanto tenia, las muchas y buenas pitayas y las demás comidas. Echándolo del cielo a él y su gente, los encerró dentro de una cueva de tierra para que no salieran, crio las ballenas en el mar las cuales espantan y atemorizan a WAC-TUPARAN para que no salga. Dicen más: Que el gran señor NIPARAYA no quiere que la gente pelee porque mueren flechados, y van donde él está. Hay dos bandos entre los Indios: unos que siguen la parcialidad de NIPARAYA y estos son gente grave y circunspecta y con facilidad se reducen a la razón, explicándoles (valiéndose de sus mismos dogmas) las verdades cristianas. Otro bando, es de los que siguen a WAC-TUPARAN, y estos son del todo perversos, hechiceros y curanderos, de los que hay enjambres.”

Estos nativos tenían creencias sagradas, aunque no iglesias ni adoraban ídolos. Realmente no creo que necesitaban ser salvadas sus almas si sus creencias eran acertadas y les servían bien.


Entre las dos descripciones del carácter de los nativos de Cabo San Lucas (Edúes o Pericúes), sobresale que ambas versiones los describen como niños en familia. Tanto los ingleses y los españoles los describían así, y ni con todo lo que les pasó y su transculturación por más que doscientos años después que llegaron los españoles, fue un rasgo que se conservó. Al respecto, en 1840, Ross Brown los describió también con carácter de niños, de cuya semblanza en términos bíblicos recordamos que se han hecho famosas observaciones derivadas de estos preceptos evangélicos: “Llevaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orara por ellos, pero los discípulos reprendieron a quienes los llevaban. Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan: porque el reinado de los cielos es para quienes son como ellos”. (Mateo 19:14)

Vale también recordar otro precepto en igual sentido: “En aquel tiempo se llegaron los discípulos diciendo: ¿quién es el mayor en el reino de los cielos? Y Jesús llamó a un niño pequeño y lo puso en medio de ellos, y dijo, “La verdad les digo, a excepción que os volviereis, y si no fuereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18: 1-2-3).

A nivel arquetipos de la personalidad, consulté “Sacred Contacts” de Caroline Myss y ahí señala el arquetipo de la personalidad que denomina” El Niño Divino”, aseverando que “el niño disfruta una unión especial con el Divino mismo” (página 375), y que este es asociado con inocencia, pureza y redención y por esto disfruta de la unión con el Divino; descripción que no se desvirtúa a la luz de las hechas de los nativos de Cabo San Lucas.

En su libro “Espacio, Tiempo y la Medicina” capítulo 3, el Dr. Larry Dossy menciona que ese carácter de las niños, que se encuentra en sujetos de culturas dizque primitivas se caracteriza por no experimentar la realidad como paso del tiempo, si no como un ahorita, o presente, y hace hincapié en su valor como elemento preventorio de la mala salud. Actualmente existen muchos libros y autores quienes se han hecho ricos promoviendo esta experiencia del “NOW” como remedio a la monotonía y depresión existente a consecuencia de la visión que crea la vida moderna. La visión del niño parece convertir las simples cosas (una piedra o palo cualquiera) en cosas mágicas y sagradas, las cuales inspiran curiosidad y absorción mental en el proceso del juego y parecido a descripciones de comportamiento de nuestros nativos por los españoles quienes según sus dichos siempre estaban entretenidos como niños” con juegos y bailes cuando no estaban cazando.


Acordándome de hechos que diferenciaban a nuestros indios de las demás culturas del mundo, como lo de la segunda cosecha de la icónica pitahaya, cosa que nunca se había visto entonces ni después en ninguna otra cultura del mundo. Como sabemos este hábito consistía, primero en la primer cosecha, que duraba 2 o 3 meses en el verano la cual consistía en la colecta y consumo de cantidad de frutas del cactáceo, que se daban en ese periodo. Durante ese tiempo acostumbraban vaciar sus intestinos todos los nativos de un grupo en un solo lugar, con el fin de que, acabando la época de la primer cosecha, juntaban el excremento ya seco llevándolo al mar, y ahí la lavaban hasta que quedaba la pura semilla de pitahaya, la cual era bastante, ya que cada fruto contiene miles de estas pequeñas semillas. Estas las molían y al mezclarla con agua hacían una especie de harina la cual cocían y comían, para buen provecho de ellos, sosteniéndolos alimentariamente en los peores meses para la caza y recolecta, según contaban.

Se me ocurre pensar que como la semilla de la pitahaya es la segunda cosecha de nuestros indios, que podemos derivar su ejemplo, a manera de enseñanza, tal como lo disfrutaron en esta bella y sagrada península, hasta que llegaron los españoles, con todo lo que ellos significaban y significan ahora. Es decir que los cabeños retomemos la identidad de nuestros indios y aprendamos de su amor por la naturaleza como un proceso tan adaptativo como respetuoso que ellos de manera innata llevaron a cabo hasta su extinción.

Quizás pudiéramos hacer una alegoría histórica en el sentido de que los españoles al llegar a la península, precisamente por el sur del golfo o mar de Cortés, pidieron “posada”; los nativos “nobles salvajes” como hizo famoso el término, Rousseau, inocentemente les abrieron las puertas, y se quedaron no solo en la casa de ellos, sino con su casa.

Esperemos que a los cabeños de ahora no nos pase lo mismo, que de la confianza que les hemos proporcionado a los nuevos conquistadores -partidos políticos y sociedades anónimas- no cosechemos más que la extinción de nuestra manera y visión del ser cabeño, como antaño sucedió.

Si algo pudiéramos extrapolar como defensa y preservación, bien pudiéramos enarbolar la defensa, en principio, por ejemplo, de nuestras playas: estas son sagradas.


(COLECTIVO PERICU/ M.W. PARR/ 16 DE JUNIO 2017)

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