M.W
PARR
Leyendo
en uno de los clásicos libros sobre nuestra California originaria intitulado El
Viajero Universal, o Noticia Del Mundo -obra recopilada de los mejores viajeros
signado como D.P.E.P. Tomo XXVI, editado en Madrid, España en 1799, encontré
una valiosa descripción del carácter y vida de los antepasados de nuestra
península a los cuales genéricamente y por costumbre se les denominó ”indios”,
concepto sociológico que considero muy limitado y sesgado desde sus orígenes,
hasta cierto punto ofensivo.
De
la literatura histórica de esta época misional de la entidad, salvo lo descrito
por los jesuitas no es común encontrar otras opiniones. Con este antecedente, y
porque tuve la fortuna de vivir mi juventud en la región del sur, concretamente
en Cabo San Lucas y San José del Cabo, tengo el orgullo de sentirme indio
cabeño, y puedo decirlo que dentro de mí todavía existe algo de ese indio
Californio que pobló estos territorios hasta su extinción.
En
este espacio intentaré reflexionar sobre porque me sentí indio y que
significaba esto para mí, creyendo algo que “soy”, porque para descubrir por
qué me sentí agraviado con el trato que nuestros antepasados recibieron, tuve
que indagar quien soy y como soy en el fondo (“dime que eres y te digo quien
eres”).
Para
esto, transcribo tal descripción de los antiguos indígenas que aquí vivieron,
realizada por los misioneros jesuitas en sus cartas a España transcritas en el
citado libro:
“Para
quien haya visto algunos de los indios Americanos y observado su capacidad e
índole, basta decir en general que así son también los antiguos habitantes de
la California. ….todas los demás naciones Americanas son entre sí muy poco
diferentes en el genio y las costumbres. Hace pues el fondo del carácter de los
Californianos, no menos que el de todos los demás Indios, la estupidez e
insensibilidad, la falta de conocimiento y reflexión, la inconstancia y
volubilidad de una voluntad y apetitos sin freno, sin luz y aun sin objeto, la
pereza y horror a todo trabajo y fatiga, la adhesión perpetua a todo género de
placer y entretenimiento pueril y brutal, la pusilanimidad y flaqueza de ánimo;
y finalmente, la falta miserable de todo lo que forma a los hombres racionales,
políticos y útiles para sí y para la sociedad………….,no hay gente tan poco cultivada,
tan falta de especies y tan endeble en fuerzas de alma y cuerpo como los
infelices Californianos. Su entendimiento avanza poco más que sus ojos, y no
alcanzando su capacidad a conocimientos abstractos, y menos a discursos
encadenados, apenas pasan jamás de las primeras aprehensiones de lo mismo que
ven, y eso las más veces errada;….. porque la cortedad de sus luces no penetra
la proporción de medios y fines, y la cortedad de sus débiles potencias embota
todos los estímulos para procurarse el futuro bien o para precaverse contra
el;….. y aunque ni les faltaba la lumbre de la razón natural ni la fuerza
tampoco de aquella gracia Divina que se da a todas las naciones y a todas las
gentes, era sin embargo tan débil la una y tan desatendida la otra, que generalmente
sin atención a lo honesto, eran solo lo útil y lo deleitable, los dos ejes del
gobierno de sus acciones.
Los
movimientos de su voluntad van a proporción de la escasez de luces en su
entendimiento, y todas sus pasiones tienen cortísima esfera. Su ambición es
ninguna, y lo más que apetecen es ser tenidos no tanto por valientes como por
forzudos. Es muy corta o ninguna en ellos la idea del objeto de la ambición,
que es la honra, o bien se tome esta por estimulación, crédito fama o buen
nombre, o bien por distintivo de superioridad nacida de dignidades y empleos.
Ni de uno o el otro saben; y así o no hay o esta entorpecido y sin uso en ellos
este muelle poderoso, que de tantas obras buenas y malas es móvil en el mundo.
Lo más que en ellos se encuentra es alguna sensibilidad a la rivalidad y
emulación. Picase de ver alabados o premiados a sus compañeros, y solo esto los
pone en algún movimiento, y hace sacudir la pereza que tienen entrañada.
Tampoco anida en sus corazones la carcoma de la avaricia que a tantos corrompe.
Sus deseos se extienden solamente a lograr el alimento de hoy sin mucha fatiga,
y no se afanan por asegurarlo para mañana : sus ansias por muebles no pasan de
aquellas miserable alajuelas de que se sirven para algún adorno, para la pesca,
la casa y la Guerra……..ni conocían otros derechos que el de ser el primero que
cogiese los frutos que espontáneamente produce la tierra……….En una palabra ,
estos infelices hombres pueden compararse a los niños en quienes no ha acabado
de desplegarse del todo el uso de la razón: y nada se pondera en decir que son
gentes que nunca salen de la niñez…..es a saber, una vehemente inclinación a
todo género de diversión y deleite, alegrías y pasatiempos desconcertadas,
juegos, bailes y embriagueces en que pasan brutalmente entretenidos sus
miserable días….No había, o no se usaba entre ellos bebida o zumo que
embriagase, y solo se enfurecían en sus fiestas con el humo del Tabaco Cimarrón
o silvestre. No eran inclinados al hurto de aquello poco que otros tenían: tampoco
eran rencillosos y mal sufridos, ni fáciles a dar motivo de queja unos a otros
los parientes y los que componían una ranchería: todos sus enconos y fierezas
se reservaban contra los enemigos”.
Mi
pregunta obligada es: ¿con qué filtro vamos a comprender esta información y en
qué contexto y motivación, con tal de exprimir el máximo de sentir de estos muy
escasos comentarios que existen referente a los antiguos cabeños?
En
cuanto a otras perspectivas, está lo asentado por el inglés Woods Rodgers,
quien visitó Cabo San Lucas entre la mitad de diciembre de 1709 y la mitad de
enero 1710. Pero hay mucha diferencia entre lo que uno piensa a primera vista,
y lo que verdaderamente son, (hablando de lo que fueron nuestros indios
cabeños) por todo lo observado en cuanto a su comportamiento con sus
compañeros:
“Están
equipados con todo género imaginable de humanidad que no dará pena a ninguna
nación, y que durante todo nuestra estancia percibimos armonía perfecta entre
muchos cientos de ellos; cuando alguien de vosotros dábamos algo comible a
alguno de ellos, siempre lo dividía en varias partes entre todos los presentes,
reservándose normalmente la porción más chica para el mismo”.
También
de memoria puedo citar otro relato que recuerdo haber leído, creo también de
Woods Rogers, quien era explorador inglés del siglo XVIII- (esto no lo pude
ubicar en internet ya que únicamente encontré partes de lo relatado por Woods
Rodgers y no es su descripción completa): que los nativos cabeños eran los
únicos que estos exploradores habían conocido u oído de algo similar, y que al
tener un cuchillo o hacha (que era lo único que le interesaban de los
visitantes) no los podían hacer trabajar ofreciéndoles más, porque al obtener
más que uno, inmediatamente se lo daban a un compañero que no tenía tal
instrumento.
Aparentemente,
en cuanto a este carácter, no cambió significativamente con la llegada de los
españoles, no obstante los efectos de extinción de su raza a consecuencia del
contacto con los europeos, porque todavía a la mitad del siglo XIX, cuando ya
quedaban menos que trescientos nativos de los más de 20,000 que habían dos
siglos antes, Ross Browne en su “Exploration of Lower California”, escribió:
“estos nativos eran niños en su placer de juegos y desagrado al trabajo.”
Otros
habilidades de nuestros indígenas que recuerdo haber leído, se refiere, a que
eran los únicos nativos americanos que tenían la habilidad de cazar venados
correteándolos hasta que se cansaban matándolos finalmente a pedradas; también
leí que tumbaban volando a los pájaros pequeños con flechas, tal era su
habilidad con esta arma; y se relata que usaban balsas de troncos juntados y
fisgaban los peces nadando bajo el agua con palos filosos.
Seguramente
que las diferencias entre la descripción hechas por los misioneros jesuitas y
los ingleses se debían a que las cartas de los jesuitas eran más que nada
propaganda para conseguir donativos para sus misiones, y justificantes ante sus
superiores, de la necesidad y efectividad de sus trabajos, ya que a través de estas
cartas y su publicación consiguieron muchos donativos destinados a “salvar” a
los indios.
También
parece que los ingleses no buscaban justificar su superioridad en las
descripciones que hacían, las cuales no contienen sesgo negativo alguno, muy
contrario a la postura de los españoles quienes tenían una visión meramente
negativa de todo (según sus cartas) en cuanto a los hombres nativos, porque
para las mujeres nativas, si reservaban alabanzas, según se asienta: “En las
mujeres aunque en algún paraje era igual la desnudez a la de los hombres, con
todo eso por lo general era grande el cuidado en la decencia necesaria para
defensa y reparo de la honestidad. Era esto en tanto grado, que aun a las niñas
recién nacidas proveían de este resguardo, y el prevenirlo era una de las
ocupaciones más precisas de las madres, cuando se hallaban encinta por si acaso
parían hembra;… las más decentes (entre las tribus de la Baja <sic>) en
vestirse, eran las mujeres de los Edues hacia el cabo de San Lucas………Aun en aquel
Rincón del mundo, inspira estas invenciones a gente tan bárbara, el deseo de
parecer bien después de describir su vestuario y adornos”.
Recordemos
que la razón de los dos levantamientos en San José Del Cabo, el de 1734 en el
que flecharon y quemaron al misionero jesuita Nicolás Tamaral y el otro de 1740
en Santiago donde los nativos fueron a incendiar la Nao China fondeada frente a
San José del Cabo, según los relatos de los jesuitas, se dieron porque
prohibieron a los indígenas tener más de una mujer. Esto, a los ojos de los
nativos seguramente equivalía a que le robaran las mujeres para ellos al ser
evidente que no traían mujeres ni los misioneros ni los soldados, y además de
lo incomprensible para los nativos la idea de que las querían separar para
salvarles sus almas.
El
otro efecto también buscado -y así seguramente pensaban los jesuitas- era que
al separar de la pareja a la mujer, los hombres tenían forzosamente que
integrarse a la misión, dejando atrás su forma de vida. Sin pensar mal, estos
jesuitas es probable que quisieran más mujeres en sus misiones para salvarles
sus almas, pensando que era más fácil manejar a las mujeres que a los hombres,
quienes vivían para divertirse, cazar, pescar, con las mujeres cargando todo y
haciendo todo el trabajo rudo para su mantenimiento.
En
cuanto a la salvación de las almas de estas mujeres por falta de creencias
cristianas, es interesante examinar la idea de Dios que tenían en aquel
entonces los nativos que era muy similar a la cristiana. Según el citado libro
“El Viajero Universal” página 72, tomo XXVI, cuaderno LXXVI, “se halla en las
relaciones haber habido entre ellos tal serie de dogmas especulativas que hace
para el ánimo de quien lee; pues según ellas , no solo concebían al unidad y
naturaleza de Dios, como un espíritu puro y haciendo idea de otros seres
espirituales, sino también tenían vislumbrada la Trinidad, la generación eterna
del verbo, y aun de lo temporal, y de otras creencias bien mezcladas con mil
impertinencias y necedades. Esto en grado tal , que algunos misioneros han
entrado en la sospecha, de que aquellas naciones descienden de gentes que en
algún tiempo fueron cristianas”.
Hablando
de los Edúes del sur o Pericúes, refiere uno de los misioneros: “Que en el
cielo vive un Señor a quien llaman NIPARAYA, el cual hizo la tierra y el mar,
da la comida, creo los árboles y todo lo que vemos, y puede hacer todo cuanto
quiere. No lo vemos porque no tiene cuerpo como nosotros. Este tal NIPARAYA
tiene mujer, llamada ANAYICOYONDI; y aunque no usa de ellos por no tener cuerpo
ha tenido tres hijos…..dicen más : Que en el cielo hay mucha gente más que acá
en la tierra, y que antiguamente hubo allá unas grandes guerras, porque un gran
personaje a quien unos doctos llaman WAC, y otros TUPARAN, se opuso al gran
señor NIPARAYA, y con sus aliados y gente peleo contra él; pero al fin fue
vencido por NIPARAYA, quien luego le quito a WAC-TUPARAN cuanto tenia, las
muchas y buenas pitayas y las demás comidas. Echándolo del cielo a él y su
gente, los encerró dentro de una cueva de tierra para que no salieran, crio las
ballenas en el mar las cuales espantan y atemorizan a WAC-TUPARAN para que no
salga. Dicen más: Que el gran señor NIPARAYA no quiere que la gente pelee
porque mueren flechados, y van donde él está. Hay dos bandos entre los Indios:
unos que siguen la parcialidad de NIPARAYA y estos son gente grave y
circunspecta y con facilidad se reducen a la razón, explicándoles (valiéndose
de sus mismos dogmas) las verdades cristianas. Otro bando, es de los que siguen
a WAC-TUPARAN, y estos son del todo perversos, hechiceros y curanderos, de los
que hay enjambres.”
Estos
nativos tenían creencias sagradas, aunque no iglesias ni adoraban ídolos.
Realmente no creo que necesitaban ser salvadas sus almas si sus creencias eran
acertadas y les servían bien.
Entre
las dos descripciones del carácter de los nativos de Cabo San Lucas (Edúes o
Pericúes), sobresale que ambas versiones los describen como niños en familia.
Tanto los ingleses y los españoles los describían así, y ni con todo lo que les
pasó y su transculturación por más que doscientos años después que llegaron los
españoles, fue un rasgo que se conservó. Al respecto, en 1840, Ross Brown los
describió también con carácter de niños, de cuya semblanza en términos bíblicos
recordamos que se han hecho famosas observaciones derivadas de estos preceptos
evangélicos: “Llevaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y
orara por ellos, pero los discípulos reprendieron a quienes los llevaban. Dejen
que los niños vengan a mí, y no se lo impidan: porque el reinado de los cielos
es para quienes son como ellos”. (Mateo 19:14)
Vale
también recordar otro precepto en igual sentido: “En aquel tiempo se llegaron
los discípulos diciendo: ¿quién es el mayor en el reino de los cielos? Y Jesús
llamó a un niño pequeño y lo puso en medio de ellos, y dijo, “La verdad les
digo, a excepción que os volviereis, y si no fuereis como niños, no entraréis
en el reino de los cielos” (Mateo 18: 1-2-3).
A
nivel arquetipos de la personalidad, consulté “Sacred Contacts” de Caroline
Myss y ahí señala el arquetipo de la personalidad que denomina” El Niño
Divino”, aseverando que “el niño disfruta una unión especial con el Divino
mismo” (página 375), y que este es asociado con inocencia, pureza y redención y
por esto disfruta de la unión con el Divino; descripción que no se desvirtúa a
la luz de las hechas de los nativos de Cabo San Lucas.
En
su libro “Espacio, Tiempo y la Medicina” capítulo 3, el Dr. Larry Dossy
menciona que ese carácter de las niños, que se encuentra en sujetos de culturas
dizque primitivas se caracteriza por no experimentar la realidad como paso del
tiempo, si no como un ahorita, o presente, y hace hincapié en su valor como
elemento preventorio de la mala salud. Actualmente existen muchos libros y
autores quienes se han hecho ricos promoviendo esta experiencia del “NOW” como
remedio a la monotonía y depresión existente a consecuencia de la visión que
crea la vida moderna. La visión del niño parece convertir las simples cosas
(una piedra o palo cualquiera) en cosas mágicas y sagradas, las cuales inspiran
curiosidad y absorción mental en el proceso del juego y parecido a descripciones
de comportamiento de nuestros nativos por los españoles quienes según sus
dichos siempre estaban entretenidos como niños” con juegos y bailes cuando no
estaban cazando.
Acordándome
de hechos que diferenciaban a nuestros indios de las demás culturas del mundo,
como lo de la segunda cosecha de la icónica pitahaya, cosa que nunca se había
visto entonces ni después en ninguna otra cultura del mundo. Como sabemos este
hábito consistía, primero en la primer cosecha, que duraba 2 o 3 meses en el verano
la cual consistía en la colecta y consumo de cantidad de frutas del cactáceo,
que se daban en ese periodo. Durante ese tiempo acostumbraban vaciar sus
intestinos todos los nativos de un grupo en un solo lugar, con el fin de que,
acabando la época de la primer cosecha, juntaban el excremento ya seco
llevándolo al mar, y ahí la lavaban hasta que quedaba la pura semilla de
pitahaya, la cual era bastante, ya que cada fruto contiene miles de estas
pequeñas semillas. Estas las molían y al mezclarla con agua hacían una especie
de harina la cual cocían y comían, para buen provecho de ellos, sosteniéndolos
alimentariamente en los peores meses para la caza y recolecta, según contaban.
Se
me ocurre pensar que como la semilla de la pitahaya es la segunda cosecha de nuestros
indios, que podemos derivar su ejemplo, a manera de enseñanza, tal como lo
disfrutaron en esta bella y sagrada península, hasta que llegaron los
españoles, con todo lo que ellos significaban y significan ahora. Es decir que
los cabeños retomemos la identidad de nuestros indios y aprendamos de su amor
por la naturaleza como un proceso tan adaptativo como respetuoso que ellos de
manera innata llevaron a cabo hasta su extinción.
Quizás
pudiéramos hacer una alegoría histórica en el sentido de que los españoles al
llegar a la península, precisamente por el sur del golfo o mar de Cortés,
pidieron “posada”; los nativos “nobles salvajes” como hizo famoso el término,
Rousseau, inocentemente les abrieron las puertas, y se quedaron no solo en la
casa de ellos, sino con su casa.
Esperemos
que a los cabeños de ahora no nos pase lo mismo, que de la confianza que les
hemos proporcionado a los nuevos conquistadores -partidos políticos y
sociedades anónimas- no cosechemos más que la extinción de nuestra manera y visión
del ser cabeño, como antaño sucedió.
Si
algo pudiéramos extrapolar como defensa y preservación, bien pudiéramos
enarbolar la defensa, en principio, por ejemplo, de nuestras playas: estas son
sagradas.
(COLECTIVO
PERICU/ M.W. PARR/ 16 DE JUNIO 2017)
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