“No hagas pedo y la gallina
es tuya”, me decía muy despacito, volteaba para todos lados, ponía unos dulces
en mi mano y me mandaba a un rincón de la carpintería a que me los comiera. Me
pavoneaba, me sentía orgulloso a mis 8 o 10 años, el más querido, el favorito
de mi padre cada vez que hacía eso, pero ya algunos años después supe que con
todos hacía lo mismo. Fuimos diez hermanos y aunque pasó las de Caín para
sacarnos adelante nunca se echó para atrás: techo, comida, vestido, educación y
atención nunca nos faltó. Hoy se fue, se entregó definitivamente pues la poca
fuerza de sus 92 años no le dio para más.
Mi padre Gilberto Godoy
Gaxiola nació en Navojoa por allá en la época posrevolucionaria un 1º de
septiembre de 1924 y fue hijo de mis abuelos Delfina y José, hermano de mis
tías Esther, Delfina y María del Socorro; fue esposo por más de 70 años de mi
querida madre Refugio y padre de José, Gilberto, Francisco, Eduardo, Javier,
Rubén, Mercedes, Irma, Alejandro y de mí. Era abuelo y bisabuelo de tantos que perdí
la cuenta.
Hoy no puedo decir que mi
padre haya sido el mejor de los hombres, pero llevó siempre a mi casa los mejores libros, las mejores revistas y
las puso a nuestro alcance, por eso aprendimos desde niños a apreciar la lectura.
Hasta donde su vista le permitió fue un lector ávido, voraz de cuanto cayera en
sus manos, mordaz recuerdo sus comentarios, de las noticias que nos leía de los
periódicos en la sobremesa tras la comida.
Hoy no puedo decir que mi
padre haya sido el mejor de los hombres, pero amaba el cine y las grandes
películas y siendo el carpintero oficial de los únicas salas de Navojoa, el Lux
y el Rex de don Nacho Félix, así como el Obregón y el Río Mayo de la Compañía
Operadora de Teatros, conseguía pases gratis para los matinés y las funciones
nocturnas y con un peso para las palomitas y el “lucky”, disfrutamos gracias a
él y para envidia de todos los del barrio, todas las películas de “El Santo” y
de cuanto charro o pistolero hubo, los lacrimosos estrenos de “Corona de
Lágrimas”, “El Derecho de Nacer” y “Angelitos Negros”, todas las de Pedro
Infante y ni se diga las de Walt Disney a como fueran llegando.
Hoy no puedo decir que mi
padre haya sido el mejor de los hombres, pero apreciaba la buena música. Para
variar, era quien se encargaba de todos los trabajos de carpintería en las
únicas estaciones de radio de ese tiempo, la XEGL de don Fausto Gómez y la XEKE
y la XENS de uno de sus más apreciables amigos don Joaquín Terminel Urrea. Su
naturaleza campechana lo empataba de inmediato y no había locutor que no fuera
su amigo, por ello sobraría explicar el porqué de cada juego de discos de esa
época que llegaban a las estaciones de radio de nuestro pueblo, una copia de
ellas estaba en nuestra casa.
Hoy no Puedo decir que mi
padre haya sido el mejor de los hombres, pero para su orgullo y vaya que lo
tenía, conoció y convivió con las grandes figuras del espectáculo artístico de
México de sus mejores tiempos. Constructor de la escenografía en las estaciones
de radio donde las grandes luminarias de ese entonces se presentaban, estuvo
cerca de ídolos como Agustín Lara, Pedro Vargas, Toña “La Negra”, “El Piporro”,
Miguel Aceves Mejía, Javier Solís, Jorge Negrete, Antonio Aguilar, Amparo
Montes, Fernando Fernández, María Luisa Landín, Lupita Palomera y Luis Aguilar, quien por cierto me contó mi
padre un día, le mandó durante su actuación tres tragos de tequila, pues poco
antes en una entrada intempestiva a la cabina, el “Gallo Giro” lo había
golpeado con la puerta cuando éste ponía una chapa. Sin embargo su mayor
orgullo fue cuando al término de una actuación, Pedro Infante le dijo: “ora
pariente, vamos a echarnos por ahí un raspado” y se fueron al mercado municipal
caminando junto con otra persona que nunca recordó quien era, aunque sí muy
presente siempre tuvo que su raspado fue de piña y el del ídolo de Guamúchil,
de rosa.
Hoy no puedo decir que mi
padre haya sido el mejor de los hombres, pero recuerdo que sobre la viga del
centro del comedor guardaba paquetes de “cocadas” que nos repartía un tanto
tacañamente para que alcanzaran; que a Fidel Ferrá le compraba cada tercer día
un saco de naranjas y lo vaciaba en una tina para dejarlas a nuestra
disposición, que los sábados muy tempranito le compraba al “Guicho” el pintor
unos manojos de ancas de rana que mi madre preparaba deliciosamente con
mantequilla, ajo y pimienta para el desayuno diciéndonos que era “pollito”, o
que paraba al señor que en un balde traía huevos de tortuga y nos hacía uno a
uno comerlos crudos con limón, sal y chilito dizque para que no nos
enfermáramos, o igual nos hacía comer carne machacada de víbora o
esporádicamente un vasito de sangre de cahuama para reforzar el organismo.
Imposible olvidar cuando paraba al camotero porque sabíamos el festín que nos
esperaba, o cuando nos daba unas monedas para ir con La Tita por naranjitas
enanas, guayabas o yoyomos, con la Fé Ferrá por duraznos y zapotes, o por
mangos bolita con las “viejitas” del caracol.
Hoy no puedo decir que mi
padre haya sido el mejor de los hombres, pero como recuerdo lo que se esforzaba
cada 24 de diciembre para que mi madre preparara una exquisita cena donde todos
estuviéramos reunidos y cómo, sigilosamente se escapaban para ir al mercado
municipal ya tarde a comprarnos los juguetes que una vez dormidos los más pequeños,
colocaban a un lado del nacimiento junto con los dulces, naranjas, cacahuates,
dos cambios de ropa y un lustroso par de zapatos.
Hoy no puedo decir que mi
padre haya sido el mejor de los hombres, pero nadie mejor que él para sentarse
la mayor parte de las tardes de nuestra niñez a escuchar en el tocadiscos y
explicarnos cuando era necesario, los cuentos de aquella época: “Pulgarcito”,
“La Caperucita Roja”, “La Cenicienta”, “Pinocho”, “Mary Poppins”, “La Bella
Durmiente”, “Los Tres Cochinitos y el Lobo”, o cuando los domingos hacía su
platillo favorito, un repollo bien picadito, con jamón y especies que cocía con
agua hirviente, mientras en la bocina que había puesto dentro de la casa con
música desde la carpintería, escuchaba a sus ídolos consagrados de aquella
época y que hoy conocemos como los protagonistas esenciales de “La Hora Azul”.
Hoy no puedo decir que mi
padre haya sido el mejor los hombres, pero supo hacer amigos que le hicieron
sobrellevar el peso de la vida diaria y con ellos conformaba el “Klan” donde se
divertía, departía y compartía alegrías y sinsabores allá en el amplio patio de
su compadre matancero Ramón Álvarez “El Coludo”, junto a inolvidables
compañeros como don José “El Che” Arrollo, su compadre Eduardo Guirado, los
telegrafistas Juanito y su hermano Rodolfo Elías, así como su compadre Héctor
Vázquez, sus entrañables amigos Jesús Borboa y Jesús Pérez Mata, o los
doctores Armando De la Vara, Raúl
Cervantes y Rafael Arcos, junto con Armando Almada, el bueno de la cervecería
Tecate por aquellos tiempos y Refugio “El “Cuco” Balderrama, con los que se
cerraban si mal no recuerdo, el círculo de sus más cercanos.
Hoy no puedo decir que mi
padre haya sido el mejor de los hombres, pero nos enseñó a querer y amar el
béisbol que nunca jugó pero fue una de sus grandes pasiones. Recuerdo muy
lúcidamente cuando nos mandaba a todos en bola caminando hasta el estadio
“Revolución” a ver los juegos, pero más que nada, cuando escuchábamos las
narraciones en la radio acomodados donde pudiéramos en el portal comiendo
cacahuates y tomando ponches de canela. Era para nosotros el centro de la
atracción y siempre creíamos lo que decía a tal grado que si “Los Mayos” de
Navojoa perdían, pese a sus predicciones de un hit o un home run imposible, mi
hermana Mercedes y yo llorábamos por la derrota y él en su frustración y para
no verse perdido y humillado nos decía: ¡ pendejos!... y se iba a dormir.
Hoy puedo decir que mi padre
haya sido el mejor de los hombres, pero al paso del tiempo cuando crecimos y
nos fuimos del hogar, cuando cada quién escogió su rumbo y estudió o se preparó
de alguna forma para servir; se recibió de esto o lo otro, se acomodó por aquí
o por allá, destacó o no, él siempre buscó en lo más mínimo, la manera de
presumir y sentirse orgulloso de nosotros.
Hoy no puedo decir que mi
padre haya sido el mejor de los hombres, pero era muy sagaz e inteligente para
el cálculo matemático y geométrico, pues en segundos convertía centímetros a
pulgadas y éstos a pies o metros cuando de diseño o material de la carpintería
se trataba. Aunque tenía una mala ortografía que no le alcanzó a reforzar su
tercer año de primaria, tenía una caligrafía que imprimía con su mano una de
las más preciosas escrituras que yo haya conocido y una firma tan bella, que
siempre se vio mejor en los cheques de su eterna cuenta del Banco Nacional de
México.
Hoy no puedo decir que mi
padre haya sido el mejor de los hombres, pero amó muy profundamente hasta sus
últimos días a mi madre, muy a su manera, pero me consta que la quiso y que
llegó a ser tal su dependencia que sin ella, no hubiera llegado nunca a este
día. Fue tierno y duro cuando él pensaba que era necesario y aunque tal vez
estaba equivocado en muchos aspectos, mi madre incondicionalmente estuvo de su
lado porque también siempre lo amó hasta su muerte.
Hoy no puedo decir que mi
padre haya sido el mejor de los hombres, pero desde niño y hasta hace unos
cuantos años cuando yo, estúpidamente me ponía reacio a sus acercamientos,
recuerdo que me miraba con orgullo y que quizá sin inhibiciones de ninguna
clase, hubiera querido besarme y acariciarme para hacerme patente su amor.
Hoy no puedo decir que mi
padre haya sido el mejor de los hombres, pero murió “genio y figura, hasta la
sepultura”, se fue sin degradar su ímpetu, sin corromperse, como una persona
íntegra y fiel a lo que fue siempre. Aunque en los últimos años tuvo miedo a su
muerte no huyó, llegó a ella y se entregó sin luchar ya más.
Hoy no puedo decir que mi
padre haya sido el mejor de los hombres, pero fue honesto y nos enseñó la
honradez.
Hoy no puedo decir que mi
padre haya sido el mejor de los hombres, pero fue amoroso cuando precisó de
ser.
Hoy no puedo decir que mi
padre fue el mejor de los hombres y eso no me importa y me satisface porque los
grandes hombres, aún con su ausencia ocupan demasiado lugar y ahogan nuestra
existencia con un desconocido legado, nos dejan sombras, dudas, deudas y sospechas
que nos hacen la vida más pesada.
Por donde quiera que lo vea,
mi padre no fue el mejor de los hombres, pero se esforzó por todos nosotros
para ser un buen hombre.
Descanse en paz entonces,
quién tal vez no fue el mejor de los hombres, pero sí para mí, el mejor de los
padres.
(DOSSIER POLITICO/ Gerardo Godoy Dossier Político/
2017-01-19)
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