El hombre respiraba con
dificultad. Bien le habría venido un compresor, para inflar sus pulmones.
Alcanzó a decir que ahí lo tenían. Rumbo a… y dejó de hablar. Luego tomó de
nuevo aire: lo están golpeando mucho, la verdad no han dejado de torturarlo.
Pero yo sé que él es inocente. Hubo un silencio exasperante. Largas pausas
ahogando las palabras y la respiración. Y luego nada. Nada.
La madre se quedó esperando
más detalles. Angustiada, con el corazón en la garganta: la esperanza diluida,
ausente, palpitante a ratos, rasgando la lengua y arañando por dentro el pecho.
Pensando cómo estará su hijo, si logran encontrarlo, si podrán rescatarlo y
hablar con los delincuentes y decirles que él no hizo nada. Pero las horas
pasan y las manecillas llegan vacías, tardadas.
Iba en su moto de repartidor.
A un mandado de su hermano más grande. Trabajaba de madrugada, entregando
periódicos a domicilio. Era muy responsable con sus horarios y solo había
faltado dos días, porque le dio chikungunya y fiebre y dolor de huesos y
vómito. Descansó y aunque no guardó suficiente reposo, se levantó al tercer día
para irse a trabajar. Dijo no puedo faltar. Se montó en la motocicleta y a
darle, muy de madrugada.
Pasó muy poco tiempo para que
le cerraran el paso. Lo tumbaron de la moto y lo tundieron a patadas. Súbanlo a
la camioneta. Jefe, él no es. No es. Cállate el hocico, le contestó. Claro que
es él. Vamos a llevarlo a la bodega. El joven les dijo que no había hecho nada
malo, que solo se dedicaba a entregar periódicos. Lloró, suplicó, pataleó,
balbuceó, con el trapo en la boca y la cinta canela cubriéndole los ojos.
Toques eléctricos en los güevos, cortadas en brazos, abdomen y piernas.
Puñetazos y patadas. Vas a hablar porque vas a hablar, pinche perro.
Como no regresó esa mañana, a
la hora de siempre, su madre empezó a sembrar arrugas en la frente: hondas y
oscuras. Su cara ensombreció, como si portara una personalísima nube negra.
Fueron a la Cruz Roja, a tránsito municipal, los hospitales y la policía.
Acudieron al Ministerio Público, a denunciar. Les respondieron que esperara
unas horas más, que a lo mejor se había ido con la novia, los amigos, de
parranda, a dar la vuelta. Oiga, yo conozco a mi hijo y es muy niño muy
responsable, trabajador. Ni novia tiene. Búsquelo, por favor. Se lo suplico.
En eso sonó el teléfono. El
de casa. Una voz desconocida, de joven, le dijo: señora, aquí está su hijo,
cerca de… lo han torturado mucho. Ya lo tienen bien madreado y como que está
inconsciente. No habla ni abre los ojos, está como dormido. Yo creo que se
desmayó. Muerto no está porque respira. Oiga, yo sé que no es él. Es un error,
pero…
Luego el silencio. Luego se
oyeron gritos. Reclamos, exclamaciones de dolor. Y de nuevo el silencio.
Tu-tu-tu. Clic.
3 de junio de 2016
(RIODOCE/ COLUMNA “MALAYERBA” DE JAVIER
VALDEZ/ 5 junio, 2016)
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