El sistema electoral mexicano
está roto. Existen sus instituciones, el Instituto Nacional Electoral, el
Tribunal Electoral y la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos
Electorales, con sus leyes, normas y reglas, sus sistemas de monitoreo y
fiscalización para que nadie juegue en las condiciones injustas e inequitativas
que son factores tóxicos en los sistemas democráticos. El sistema, se han quejado
los especialistas, está sobre regulado, pero tiene como bases evitar que los
partidos que tienen más y mayor acceso a los recursos, desequilibren los
procesos y, al mismo tiempo, establecer parámetros tan estrictos, que quienes
sin tener esas posibilidades financieras tienen el arrastre electoral
suficiente para derrotar a los Goliat del sistema político mexicano, puedan ser
acotados y deshidratados en su financiamiento, con lo que se reducen sus
posibilidades de triunfo. Las reglas son tan rígidas que sucede algo obvio: se
pueden romper.
En las elecciones para
gobernador en 12 estados del país este domingo, las contradicciones del sistema
electoral llegaron a su contradicción máxima. Los partidos políticos que
construyeron este andamiaje electoral lleno de muros y obstáculos infranqueables,
descubrieron tardíamente que sus obsesiones personales los llevaron a morderse
su propia cola. No legislaron para flexibilizar las normas y que su elasticidad
fortaleciera al sistema, sino que aceleraron su perversión y lo rompieron. No
hay todavía datos cuantitativos de la guerra sucia electoral en las campañas en
2016, pero la evidencia empírica señala que este proceso es el más ilegal que
se haya registrado en tiempos democráticos.
Los partidos construyeron un
sistema, decían, para defender la democracia, pero terminaron tirándola a la
basura. Un ejemplo claro de la perversión de su iniciativa es el modelo de
difusión de spots. Crearon un mecanismo para que cada partido tuviera que
presentar ante el INE los spots que iba a difundir, a fin de que este órgano
los colocara en tiempos oficiales. El INE los publicaba en su página de
internet antes de que los medios comenzaran a transmitirlos, y cuando los
partidos rivales los veían y sentían que los denigraban, difamaban o
sencillamente que su contenido los dañaba, no tenían opción de contrarrestarlos
con otro spot, porque cuando el suyo fuera autorizado y transmitido, días
después, el daño ya estaba hecho. Ante la imposibilidad de defenderse o contra
atacar, recurrían al Tribunal Electoral para evitar su difusión. Sin embargo,
aún si conseguían que el Tribunal lo prohibiera e impidiera su difusión en los
medios, el spot ya había sido compartido en las redes sociales y causado el
impacto que buscaban evitar que tuviera.
Las leyes y las normas que
inventaron, por tanto, no servían a sus intereses. Es cuando decidieron darle
la vuelta a la ley, y escalaron las perversiones electorales. El estratega de
dos de los grandes partidos nacionales –según sus intereses particulares
trabaja indistintamente para cada uno de ellos– compró la versión clon del
portal de Anonymus para utilizarlo como vehículo para difundir grabaciones
ilegalmente hechas con el propósito de golpear a candidatos y desacreditarlos.
Ese portal pirata, sin embargo, es sólo el vehículo. ¿Quién hace la minería de
datos para alimentarlo? No se sabe. Lo que sí se puede ver es que hay recursos
suficientes para escarbar en el pasado olvidado de aspirantes a puestos de
elección popular y presentar acciones o declaraciones comprometedoras en un
contexto electoral que no tiene nada que ver con aquél en donde se direron
originalmente. Hace unos días sucedió esto con una videograbación tomada hace
una década, y presentada sin mayor explicación como actual. ¿Quién realiza las
grabaciones ilegales? Tampoco se sabe. Lo que sí es evidente que hay quien
invierte mucho dinero no sólo en las grabaciones ilegales –hay tantos
dispositivos que no es un costo oneroso-, sino en mantener un equipo que está
escuchando permanentemente los teléfonos de sus objetivos y analizando qué
material sí puede ser explosivo y utilizado en su momento contra el o la
adversaria. Estos equipos humanos sí cuestan dinero. Pero este no es el
problema.
El dinero parece ser lo de
menos. Un reporte de la consultoría Integralia publicado este jueves por El
Financiero, reveló que en las elecciones federales en 2012 y 2015, hubo un
aumento promedio de 33 mil 165 millones de pesos en el flujo de efectivo
durante los meses previos a la celebración de elecciones federales, que “pueden
dar una pista del dinero usado para financiar campañas de forma ilegal, (y)
aunque la ley ha puesto candados para que las operaciones se bancaricen, muchos
gastos de campaña se pagan en efectivo, ya sea porque los fondos provienen de
fuentes ilegales, porque se usan para pagar actividades proscritas por ley o
para evitar rebasar los topes de gastos de campaña”.
Todas estas actividades
ilegales perpetradas por los partidos, fueron legisladas y aprobadas por los
mismos partidos. Al no funcionar para sus propósitos, que era mantenerse en el
poder o acceder a él, decidieron violar las leyes y las normas. Han demostrado
la ineficiencia del sistema electoral que crearon en el último lustro y lo
ineficaz e inoperante del modelo bajo el cual se administran las elecciones en
México. El sistema está roto y repararlo no parece posible. Una vez probada su
eficiencia, ¿por qué regresar a lo que no sirve? El dilema es qué hacer para
adelante. Lo más probable es que los partidos no hagan nada por cambiarlo. La
sociedad tendrá una vez más que obligarlos.
(ZOCALO/ COLUMNA “ESTRICTAMENTE PERSONAL” DE RAYMUNDO
RIVA PALACIO/ 07 DE JUNIO 2016)
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