CIUDAD DE MÉXICO (Apro).- El
3 de abril del 2000, al iniciar la primera de muchas transmisiones en 16 años
al frente del noticiero estelar de Televisa, Joaquín López Dóriga hizo un
reconocimiento a sus dos antecesores en el “trono informativo” de Canal 2:
“Con Jacobo Zabludovsky,
durante 27 años, terminó una época. Con Guillermo Ortega otra. Esta noche
empezamos una nueva”.
El lunes 23 de mayo de 2016,
López Dóriga anunció el fin de su propia época al frente del micrófono que
volvió ícono a sus conductores, no por su credibilidad ante las audiencias,
sino por la pretensión de ser los voceros del régimen o de colocar al sistema
político al servicio de los intereses de Televisa y sus Cuatro Fantásticos.
Tanto a Zabludovsky como a
López Dóriga les sucedió lo mismo: se creyeron el personaje que representaban,
abusaron de los privilegios que daba el monopolio informativo de Televisa y
terminaron siendo rehenes de los propios intereses del sistema.
La “era Zabludovsky” en
Televisa terminó mucho antes de que Jacobo renunciara a la pantalla estelar de
Canal 2. Sus frases sentenciosas, su manera de editorializar con un gesto, sus
silencios y hasta sus “servicios” a favor de los presidentes quedaron para la
historia. Junto con ellas, algunos de los episodios más lamentables de la
censura informativa en México como el papel de Jacobo y Televisa en las
elecciones de Chihuahua en 1986, en el fraude de 1988, en el levantamiento de
los indígenas zapatistas en 1994, en la forma de menospreciar a las voces de la
disidencia social.
Zabludovsky y sus alumnos
supieron darle forma y continuidad a una gran simulación: un estilo de
periodismo al modelo soviético de centralización y censura, pero con un disfraz
de pluralidad y una buena dosis de espectáculo.
Alumno aventajado del estilo
Zabludovsky, Joaquín López Dóriga llegó al “micrófono de oro” de Televisa con
las mismas expectativas de cambio y renovación con la que llegaron los jóvenes
ejecutivos que heredaron el control de Televisa, a la muerte de Emilio
Azcárraga Milmo, El Tigre, y en los meses previos a la alternancia presidencial
del 2000 con Vicente Fox.
Muy pronto esas expectativas
se frustraron. La consigna ya no fue que Televisa fuera el “soldado” de los
presidentes sino que todos los políticos se convirtieran en “soldados” de
Televisa. Los Cuatro Fantásticos de Emilio Azcárraga Jean convirtieron la
pantalla no en un método para democratizar la información sino para
mercantilizarla a favor de sus propios intereses. Y el principal instrumento de
este sutil pero importante cambio fue el propio Joaquín López Dóriga.
López Dóriga fue la
“avanzada” en los videoescándalos de 2004, en la campaña informativa del
desafuero del 2005, en la presión para imponer la Ley Televisa en el 2006, en
la cobertura en contra del movimiento de López Obrador ese año, en el ascenso a
la Presidencia de la República del “cliente consentido” Enrique Peña Nieto de
2007 al 2012, en la rebelión de las televisoras a la reforma electoral de
2007-2008 que prohibió la venta de segmentos informativos con dinero público,
pero abrió al mismo tiempo un mercado negro de infomerciales, en la guerra
contra América Móvil y Grupo MVS por las telecomunicaciones desde 2011, en la
intimidación a Carmen Aristegui por la cobertura del escándalo de las
camionetas de Nicaragua, en la condena a movimientos como el #YoSoy132 en plena
campaña presidencial del 2012, en la promoción a modo de las “reformas estructurales”
de Peña Nieto y la condena a todo movimiento de disidencia, como el
magisterial; en la promoción de la “verdad histórica” de Peña Nieto frente a
Ayotzinapa; en la defensa de la posiciones de la Secretaría de la Defensa y la
Secretaría de Marina.
Del periodista de la
apertura, López Dóriga terminó siendo el comunicador de la mano dura.
La empatía informativa de
López Dóriga no estaba con sus audiencias sino con los clientes del poder. De
eso hizo un gran negocio, al amparo de la cobertura y la influencia que le dio
el control del micrófono más escuchado en Televisa y también en Radio Fórmula.
La “era López Dóriga” también
terminó mucho antes de que él se diera cuenta. Y su decadencia fue de la mano
de la crisis de Televisa en estos últimos tres años. La irrupción de las redes
sociales, la deserción de decenas de miles de jóvenes que ya no se informan a
través de Televisa y la pérdida del miedo para denunciar los intentos de
extorsión.
Una empresaria muy poderosa,
María Asunción Aramburuzabala, le puso el “cascabel al gato”. Denunció el
método de presión y chantaje de la familia López Dóriga y, por primera vez, el
teacher no pudo utilizar el poder del micrófono para defenderse o para
presionar, como tantas veces lo hizo con otros personajes, políticos y
empresarios, líderes y ciudadanos comunes.
Su salida del espacio
informativo de Canal 2 era prácticamente un hecho desde el año pasado. Los
ejecutivos de Televisa sólo prolongaron una decisión para “no dar gusto a los
críticos”. Y en el camino han ido perdiendo más audiencias, más anunciantes y
más credibilidad.
Es el final de una era entre
los “comunicadores del régimen”, pero todavía queda un modelo a escala que se
reproduce en otros espacios informativos y ahora pretende imponerse en los
medios digitales.
El problema no son ya sólo
los personajes icónicos como Zabludovsky o López Dóriga sino un modus operandi
que se ha impuesto como una epidemia entre los medios impresos, electrónicos y
digitales: la información es una mercancía; las entrevistas son intercambios de
favores y dinero; la credibilidad se vende al mejor postor; la simulación es un
método de desinformación.
Quizá esta es la señal de un
fin de ciclo y el inicio de otro que no termina de surgir en el periodismo
mexicano.
(DOSSIER POLITICO/ TOMADO DE: JENARO
VILLAMIL / PROCESO/ 2016-05-25)
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