RAMÓN RUIZ, CRONISTA DEL MISTERIO
En
este relato escrito en el marco de un entorno rural y el misterio que permeaba
el monte, los brechas y callejones, cría de ganado en frente de las lomas del
Cauteve, en plenas marismas del Río Mayo, a escasos dos kilómetros de su desembocadura,
Ramón Ruiz, el cronista del misterio, narra hechos y costumbres de los
pobladores y su relación con el rancho Figueroa, visitado por don Andrés García
de la comunidad indígena del Torocoba en aquella época de los cuarenta del
siglo pasado, como a continuación se describe:
Cuenta
el cronista del misterio que un hijo de la familia García, se fue a vivir al
Torocoba, quien un día le dijo a Diego Ochoa, alias el “Chury”, alista el carro
de mulas, respondiendo Ochoa, ya está listo. Don Andrés, subió al carro y le
dijo sube y el “Chury” contestó, voy por agua, la pala y un machete,
insistiéndole de nuevo don Andrés, sube Chury” y el “Chury” se subió, diciendo
don Andrés, vamos por tu hermano para que nos ayude, llegando al ranchito de
Rosalino Ochoa, a quien le llamaban el “Chapo“ Ochoa, a quien al llegar lo
saludaron y le pidió don Andrés subiera al carro de mulas, encaminándose en
seguida al rancho Figueroa; por el pueblo de Figueroa pasaban dos caminos, uno
al oriente y el otro a poniente. Cuando llegaron al pueblo, quedaron en medio
de dos caminos en medio del pueblo que se ubicaba en medio de dos lomas de
arena. Una vez ahí, don Andrés empezó a voltear pa’ todos lados caminando para
allá y para acá; el “Chury” y el “Chapo” caminaban detrás de él y así pasaron
todo el día. En la tarde para regresar cuando estaban en el carretón, le
preguntaron al señor Gracia, que si qué buscaba, contestándole que una brea, un
arbolito, pero no lo encontré porque el ciclón Liza la tumbó, entonces le dijo
el “Chury” ¿Qué hay en la brea?, entonces don Andrés, se sentó y comenzó a
platicarles la historia.
Cuando
yo tenía diez años, era muy apegado a mi padre, un día por la brecha vi a los
indios que venían en varios caballos y traían jalando doce mulas y le hablaron
dos señores hacia afuera del pueblito y fuimos con ellos y le dijeron: queremos
que nos ayude, la cordada nos viene siguiendo y no tardarán en alcanzarnos.
Imperativos le dijeron, traemos las mulas cargadas de oro, dinero y plata; y mi
padre los llevó cerca de la Brea. Ahí hacia el poniente vaciaron el cargamento
y lo cubrieron con arena y choya y se fueron; llevándose las mulas siguiendo el
camino rumbo al Río Mayo, mi padre y yo cerramos las huellas, pero cuando
íbamos llegando a casa, vimos que por el camino venía la cordada, llegando hasta
donde estábamos, preguntándole a mi padre -narraba don Andrés-, ¿no vio pasar
unos de a caballo?, les informó mi padre y siguieron de largo por el camino y
llevaban unas mulas jalando, e inmediatamente los de la cordada empezaron a
galopar, escuchándose un rato después, una balacera, matándolos a todos y desde
entonces, todos los días he venido a cuidar el entierro. Falté unos dos años,
ahora no encuentro las señas que tenía y así estuvieron visitando el lugar
varios años, sin dar con la fabulosa fortuna. Pasó el tiempo, don Andrés García
quedó ciego y murió a la edad de 115 años en 1965, dejando sólo el misterio de
aquel fuerte cargamento de oro, plata y monedas de esos metales preciosos.
(DIARIO
DEL YAQUI/ Bernardino Galaviz/26 DE JULIO 2015)
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