Miembros de la Upoeg revisan el monte a
golpe de machete
Iguala,
Gro., 8 de octubre.- La caravana tarda en salir y, cuando al fin lo hace, se
extravía en los caminos, va y viene al parecer sin rumbo, en los alrededores
del cerro donde fue encontrada una fosa con restos humanos el pasado sábado 4.
El
convoy está formado por unos 50 vehículos en los que viajan alrededor de 500
guardias comunitarios, miembros de la Unión de Pueblos y Organizaciones del
Estado de Guerrero (Upoeg). Han llegado a Iguala desarmados, condición que les
puso el gobierno estatal, y han pernoctado en una escuela preparatoria de la
Universidad Autónoma de Guerrero.
Vamos
a rastrear cerro por cerro y a buscar a los normalistas y todos los nuestros
que han desaparecido durante años, dice Bruno Plácido, principal dirigente de
la Upoeg (todo el tiempo, por radio, se habla de Bruno quiere o Bruno dice).
MÉTODO CAMPESINO DE RASTREO
Luego
de un tanteo camino del cerro donde aún se encuentran las fosas abiertas, el
convoy se divide en dos. Un grupo rodea el Cerro Gordo y se divide en brigadas
de tres integrantes para peinar la zona. A machete limpio, entre huizaches y
yerbas, con un calorón del demonio, la Upoeg cumple el cometido cuando algunos
de sus integrantes llegan a la cima. Es el método campesino de rastreo. Los policías
nomás andan por las veredas, nunca se meten a monte, dice un muchacho que
reconoce que en su municipio de origen, Tecoanapa, han logrado mayor seguridad
desde el nacimiento de la policía comunitaria, pero aún no pueden decir que
acabaron con la delincuencia organizada.
Los
comunitarios de la Costa Chica viajan acompañados de lo que llaman información
confidencial, pero segura.
La
gente no confía en la policía, pero a nosotros sí nos cuenta, dice el
comandante Miguel Ángel Jiménez, mientras el jardín de niños cercano da por
terminadas las labores antes del horario habitual y los pequeños salen en
grupos, rodeados de sus madres.
El
comandante informa también que un grupo de avanzada ubicó una casa de la cual
salieron corriendo unos cabrones. No detuvieron a nadie porque no vienen
armados –machetes y algunas varillas son sus únicas armas. Pero que ya
volverán, con armas, si la delincuencia organizada se atreve a atacarlos.
No
hay ataque, aunque sí vigilancia. La experiencia de los comunitarios les
permite reconocer rápidamente a los halcones (vigilantes) de la delincuencia,
que los siguen en su camino. Personajes similares a los que toman fotografías
con sus teléfonos a los nutridos grupos de reporteros que cubren la tragedia.
Tras
el peinado del cerro, los comunitarios retornan al camino que conduce a las
fosas, pero se encuentran con que la vigilancia se ha reforzado –ahora a cargo
de la policía estatal– y les impiden el paso.
El
otro grupo agarra camino a Cocula. En un retén, donde hay estatales y marinos,
le dan paso libre.
El
sábado 4, la prensa conoció, por filtraciones, del hallazgo de fosas
clandestinas. Lo primero fueron rumores. Se hablaba de varios lugares. Uno de
ellos, el municipio de Cocula, cuya cabecera se encuentra a sólo 22 kilómetros
de Iguala.
Hacia
allá parte uno de los grupos, que toma la desviación que conduce a Tecomatlán y
atraviesa un largo vado, en un punto que el letrero de la Conagua identifica
como Las Juntas. Ahí usan palas en un sitio donde hay tierra suelta, pero no
encuentran nada.
Unos
metros adelante hay varias propiedades semiabandonadas. En una de ellas, los
comunitarios rompen candados y revisan todos los objetos. Encuentran unos
cuantos cartuchos, un perro, dos caballos y un burro que protesta por la
incursión.
Un
anciano de a caballo pasa por ahí y es retenido para que diga a quién
pertenecen la casa y los animales. Las bestias son de Poli Peralta; la casa de
Tobías Jaimes, que iba y venía del norte y ya falleció.
La
fecha de la muerte del migrante queda clara en los recibos de sus envíos de
dinero: el último, por 11 mil pesos, de mediados de 2011.
Otra
de las propiedades está formada por una construcción muy lujosa para estar en
medio de la nada. Una parte es una casa erigida sobre pilotes que la alzan del
suelo. Otra, lo que parece ser tres enormes tanques de un criadero de truchas.
El
anciano convertido en informante asegura que esa propiedad fue abandonada seis
meses atrás porque su dueño, Roberto Sánchez, recibió amenazas de criminales.
–¿Allá
en Tecomatlán los amenazan?
–A
nosotros no. Sembramos milpa. No tenemos nada.
A
la espera de refuerzos, la caravana se dirige a la cabecera municipal, donde
los comunitarios compran agua y pan, nada más, aunque ya es hora de la comida.
En
una casa al lado de la tiendita, un letrero inusual: Se venden videos de las
Fiestas Patrias. Todos los años, el 16 de septiembre, la plaza principal es
escenario de una escenificación de la Guerra de Independencia, informa un
vecino.
Recargadas
las baterías y reforzada la caravana, la Upoeg agarra camino para seguir la
búsqueda en unas cuevas cercanas a Tecomatlán.
El
grueso de los habitantes de Iguala, famosa por su queso de cincho y sus joyas
de oro, ve pasar los sucesos que conmueven fuera como si ocurriesen sólo en las
pantallas de la televisión.
Otros
hablan con timidez sobre el asunto. En un transporte colectivo que va de Cocula
a Iguala, varios pasajeros opinan luego de ver el paso de la caravana de los
comunitarios.
–Está
muy raro, acá no hay nada.
–Pues
dicen que se llevaron a todos los policías.
–Sí,
desde ayer.
–Este
alcalde sí había hecho obra, lástima.
Los
normalistas fueron aprehendidos por policías municipales la noche del viernes
26 de septiembre. Desde el domingo siguiente, padres de familia acompañados por
profesores de la versión guerrerense de la CNTE iniciaron la búsqueda por las
calles de Iguala. Toparon con pared. Uno de los participantes contó que incluso
en las colonias populares los comerciantes les cerraban las cortinas y que más
de uno les sugirió que ya ni buscaran.
LOS MUNICIPALES, A CAPACITACIÓN
En
Iguala, la morisqueta quiere ser pozole verde. Sólo falta el comisionado-virrey
para completar el cuadro.
Como
hicieron en Apatzingán y otros lugares de la Tierra Caliente michoacana, la
respuesta federal es hacerse cargo de la seguridad municipal y enviar a todos
los policías locales a capacitación a la sexta región militar, en Tlaxcala. Hoy
es el turno de los agentes de tránsito y de algunos de seguridad pública que no
se presentaron ayer.
¡Morales
Díaz Ericka Herlinda!, grita el policía federal, y la aludida se abre paso
penosamente, con maletas para 45 días, entre las apretadas filas de sus
compañeros que han sido formados a las afueras de la presidencia municipal.
Ayúdenle,
señores, sean caballerosos, dice el federal. Nadie la ayuda. Nadie se ríe.
Hay
madres angustiadas y padres preocupados.
–Dios
quiera, hija, que sea para bien y que regresemos con bien. Me voy por la
derecha, voy a hacer todo como marca la ley. Y regresando me voy (de la
corporación).
–El
que nada debe nada teme, papá.
Ya
sin municipales en las calles, los comunitarios han prometido que su búsqueda
continuará, casa por casa, cerro por cerro.
(PERIÓDICO
LA JORNADA/ ARTURO CANO/ ENVIADO/ JUEVES 9 DE OCTUBRE DE 2014, P. 7)
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