El
presidente Enrique Peña Nieto rompió con el “statu quo”. Como lo dijo en el
mensaje político con motivo de su Segundo Informe de Gobierno, enfrentó mitos
para cambiar paradigmas. Hubo dificultades, por los intereses y resistencias al
proyecto reformador, recordó, pero el país –sumó a todos a su lucha–, se
atrevió a cambiar. La gran revisión a la primera etapa de su proyecto, que
fueron las 11 reformas constitucionales y el rearmado institucional del país,
terminó. Falta empujarlas para que entren en acción, dijo. Para la nación,
sigue pendiente una cruzada estratégica prometida, contra la corrupción.
En
los 21 meses de gobierno, el presidente Peña Nieto ha caminado en esa
dirección. Metió en la cárcel a su aliada Elba Esther Gordillo por haber
abusado de los dineros del sindicato magisterial, y procedió contra políticos y
empresarios corruptos. Persiguió a narcotraficantes que llenaron de dinero los
bolsillos de funcionarios, empresarios, policías y militares para lograr
protección institucional, y acotó los territorios en donde se vivía con
impunidad. Impulsó mejorías en la transparencia y propuso una fiscalía
anticorrupción. Conceptualmente entiende que este es un déficit nacional que
tiene que modificarse, y lo recordó en su mensaje del Segundo Informe. Pero no
es suficiente. Por el bien de su proyecto, tiene que ir a fondo en su combate.
El
Presidente, que vive muy encapsulado en Los Pinos, tiene que saber que la ola
que habla de corrupción en su gobierno crece cada semana. La percepción de que
hay una sed insaciable en su administración por el dinero fácil y sucio, es la
mayor, probablemente en más de medio siglo. Las historias de horror que cuentan
empresarios de distinto calado van en aumento. Comisiones de 25% para entrega
de obras públicas y viviendas, donde mencionan a familiares de políticos como
gestores; mal uso de fondos públicos para casos de emergencia; exigencias de
aviones privados a contratistas. La lista continúa. Grupos empresariales
beneficiados en licitaciones con una regularidad que arquea las cejas.
Presiones a inversionistas para que escojan como compañeros de aventuras
empresariales a los amigos y a los cercanos.
Varios
secretarios de Estado consultados en las últimas semanas sobre las imputaciones
de corrupción en el Gobierno, aseguran no haber oído nada. Pero en los hechos,
hay evidencias de que las cosas se han desviado. Uno de los casos más claros lo
vivió el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, quien el año pasado llamó a
varios funcionarios del Sistema de Administración Tributaria para subrayarles
que con las reformas fiscales que emprendería el Gobierno, era una condición
inflexible la integridad de quienes estarían en las primeras líneas en ese
terreno donde enfrentarían algunas de las más serias resistencias del proceso reformista.
Sobre
advertencia no había engaño. Pero aún así, hubo quienes quisieron timar al
secretario. En la primavera pasada, sin embargo, se vieron las consecuencias.
Dos funcionarios de alto nivel en el SAT fueron cesados en forma sumaria y uno
más, en los más altos rangos en la Comisión Nacional Bancaria y de Valores,
también. Las órdenes correctivas de Videgaray fueron acompañadas por el uso de
la fuerza policial para que vieran todos en el momento que a uno de ellos lo
sacaban frente a todos de su oficina. “Se trató de un acto ejemplar”, admitió
un colaborador del secretario, “para enviar el mensaje de qué sucedería si
alguien más era descubierto en actos de corrupción”.
La
corrupción es una gangrena a la economía. Un reporte del Centro de Estudios
Económicos del Sector Privado establece que el costo de ella asciende a cuando
menos a 1.5 billones de pesos, que equivale al 10% del Producto Interno Bruto
–similar al gasto administrativo del Gobierno federal en 2012–, y que es lo que
aproximadamente tienen que presupuestar las empresas en pago a funcionarios de
distintos niveles para que sus operaciones no sean interrumpidas o se detengan.
El último “informe global” de Transparencia Internacional ubicó a México en la
posición 106 de los 177 países más corruptos, a 87 lugares de Uruguay, que fue
el mejor clasificado en América Latina. Sólo Rusia se encuentra peor
clasificado dentro de las naciones emergentes, y es el último del club de
países ricos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.
(ZOCALO/
COLUMNA ESTRICTAMENTE PERSONAL DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 03 DE SEPTIEMBRE 2014)
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