MÉXICO,
D.F. (apro).- Copetelandia es un reino virtual creado en un pueblo lejano
llamado Atlacomulco. Empezó a construirse cuando un tal Arturo Montiel cayó en
desgracia, pero heredó el trono a un joven con ganas de salir de la provincia
al gran mundo.
Una
televisora muy ambiciosa, la misma que destronó a Montiel, le susurró al oído a
este joven y le dijo: “Nosotros no sólo te salvaremos del escándalo de
corrupción sino te llevaremos a la Presidencia de la República. Te haremos
guapo, moderno y hasta estadista”.
Nada
era gratis. A cambio de dejarse seducir, el joven ambicioso les dio carretadas
de dinero y les abrió las puertas de su intimidad. En efecto, la televisora lo
convirtió en la imagen más vista en todos lados. Gracias a esa popularidad
construida con la espuma de los spots más caros del mundo, el joven convenció a
sus amigos que refundarían el reino, lograrían grandes negocios, sacarían al
PRI del pasmo –una fábula venida a menos– y lograrían atrapar a los opositores
con dinero, palabras bonitas, intercambio de favores y posiciones privilegiadas
en Copetelandia.
Lograron
su cometido. Convirtieron a Palacio Nacional en un gran set televisivo.
Transformaron a Los Pinos en un casting fotográfico permanente. Hicieron del
selfie un estilo personal de gobernar: la fotografía de quien se ve a sí mismo
y no mira a los demás. Transformaron al Poder Legislativo en la más
espectacular fábrica de leyes al gusto del joven rey de Copetelandia. Enviaron
virreyes y policías a aquellas entidades que miraron con recelo los delirios
del joven convertido en monarca.
En
menos de dos años Copetelandia se ha puesto en marcha. Se ve a sí misma. Se
mueve intensamente, pero en el mundo virtual. Reúne a la República para
autoproclamar su triunfo. Y graba sus aplausos, sus risas y algunos llantos que
se cuelan entre los convidados al reino.
A
dos años de iniciada Copetelandia tiene ya características puntuales. Algunas
las podemos identificar:
1.
En Copetelandia no existe el discurso político, sólo mantras de autoayuda: “Mover
a México”, “Culminamos el ciclo reformador”, “México se atrevió a cambiar”,
“Los cimientos de un nuevo México están puestos”, “Estamos movimiendo a México”
y otras frases que se escuchan bonitas.
2.
En Copetelandia sólo importa el porvenir, no el presente. La economía crecerá
al 5% en algún momento, el empleo se generará por arte de carisma, el salario
dará para todos cuando las grandes potencias vengan a invertir, tendremos uno
de los aeropuertos más grandes del mundo en la década venidera, los hogares
estarán conectados a la banda ancha, pero mientras les regalamos televisores
digitales, etc.
3.
En Copetelandia hay palabras prohibidas: corrupción, impunidad, burocratismo,
ineficacia, desnacionalización, privatización, despojo, ecocidio, etc. A cambio,
las hadas del reino sólo pronuncian cosas positivas. Nombrar es hacer.
4.
En Copetelandia no existe el gabinete sino una gran Corte de aduladores. Los
colaboradores reciben órdenes. Los consejeros reciben mantras. Los estrategas
escriben spots. Los politólogos hacen guiones. Los comunicadores son
publicistas. Los periodistas son propagandistas. Los encuestadores ahora son
mal vistos. Los medios son cajas registradoras. Y los espejos especiales se
colocan por todos lados para que el rey no vea su deterioro.
5.
En Copetelandia no se problematiza, se ejecutan órdenes. Problematizar es
demostrar vulnerabilidad. Dar órdenes es signo de fortaleza. Ordenan detener a
los aliados de antes. Ordenan callar a los insumisos. Ordenan espiar a los
revoltosos. Ordenan seducir a los críticos. Ordenan el desorden permanente.
Copetelandia
es la fábula autocumplida. El problema es que afuera del reino, la economía no
crece más de 2%, el país cayó en los índices de competitividad, las inversiones
prometidas no llegan y la pobreza que se multiplica sólo ha aprendido una
lección: leer el discurso del joven rey exactamente al revés.
Twitter:
@JenaroVillamil
Comentarios:
www.homozapping.com.mx
(PROCESO/
JENARO VILLAMIL/ ANÁLISIS/ 2 DE SEPTIEMBRE DE 2014)
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