Ocultas en
alcantarillas de la ciudad, resguardadas bajo tierra dentro de la canalización
del Río, o alojadas en picaderos y casas abandonadas, mujeres en situación de
calle en Tijuana permanecen escondidas, sin que nadie las cense y sin un programa
específico que atienda el problema.
La mayoría son
usuarias de drogas inyectables, por lo que asociaciones civiles como el Centro
de Servicios SER, trabajan con ellas en el intercambio de jeringas, en la
aplicación de pruebas rápidas de VIH, terapia psicológica y programas de salud
sexual.
“Ellas no saben que
existen dependencias (gubernamentales) que podrían asistirlas, ni las
dependencias saben que ellas existen”, expresa Kristian Salas, mientras recibe
a más mujeres en la clínica de la Zona Centro.
“Quedan
invisibilizadas porque no son muchas, no están congregadas, no están en la
calle ni se acercan a servicios de salud”, abunda.
Aunque algunas se
dedican esporádicamente al trabajo sexual -para obtener dosis de droga-, casi
todas cumplen con los tradicionales roles de género al permanecer en “el
hogar”, y un alto porcentaje sufre de violencia doméstica.
Del promedio diario
de 100 personas que recibe el Centro de Servicios SER, apenas el 10 por ciento
son mujeres. De esas 10, ocho viven en la calle. Entre las áreas donde residen,
están la Zona Norte, colonias aledañas a la canalización del Río,
fraccionamientos abandonados de Otay, Colonia Los Álamos y “El Bordo”.
La mayoría de las
féminas que acuden al Centro SER, se inyectan heroína, droga de la cual
solamente el 25 por ciento de los consumidores, logra rehabilitarse.
Por ello, la
organización civil busca la promoción y el cuidado de la salud de estos grupos.
“Al proveer equipo (como jeringas), se reduce el riesgo de infecciones como
Hepatitis C, tuberculosis, VIH y otras”, explica el joven.
“Ha sido difícil
alcanzarlas”, reconoce Kristian, quien ha encabezado proyectos de salud y de
investigación sobre esta población.
El Centro SER se
encuentra en vías de retomar un programa de salud reproductiva para recoger
información estadística sobre las mujeres que acuden a la clínica.
“LAS MUJERES PELIGRAN EN LA CALLE”
Griselda sabe que
“las mujeres peligran en la calle”, se lo dijo un vagabundo la primera noche
que pasó en la Avenida Revolución, frente al centro nocturno Las Pulgas. “Nunca
me dormía, solo me sentaba”, relata la mujer de 54 años que ha sobrevivido
desde 2005 sin un hogar.
Originaria de
Tijuana, Griselda vivía con su madre hasta que ésta murió, se quedó en la
calle. Con más de 40 años, sin hijos ni marido, no pudo obtener trabajo de
manera rápida. Conforme pasó el tiempo, su imagen se deterioró, así como se
extinguió la oportunidad de conseguir empleo.
“Me decían que no me
acercara a los borrachitos, había muchos malandrines, pero yo me quedaba en las
partes con más personas, afuera de Las Pulgas, del casino o de restaurantes”,
dice con una sonrisa de complicidad.
Como cada mañana,
Griselda acude al desayunador Salesiano “Padre Chava” no solamente para obtener
comida, sino para agradecer a Dios que sus sobrinos la hayan encontrado. Aunque
no vive con ellos, se han encargado de pagar las cuotas para que pase las
noches en algún albergue, y con eso, la mujer de cabello castaño y ojos
pequeños, se siente feliz.
Margarita
Andonaegui, coordinadora del Desayunador “Padre Chava”, sabe bien que el
periodo de transición es muy rápido para una mujer sin hogar: “Primero buscan
dormir en parques o en casas vacías, y de repente ya están en la canalización o
en las calles”.
Cada día, el
desayunador recibe hasta 120 mujeres, algunas con hijos. “Para una mujer, se
triplica el peligro de vivir en la calle, ellas desarrollan mecanismos de
protección, se mantienen sucias (para que los hombres no las molesten) y buscan
apoyo en una pareja que les brinde protección”, comenta la activista.
“Muchas son deportadas y la ausencia en sus
hogares, les provoca un sentimiento de culpa, ellas mismas se aíslan, pierden
comunicación con sus hijos, no encuentran su lugar y terminan encapsuladas,
hundidas”, complementa.
Con niños a su lado
y bebés en brazos, entran cinco mujeres al Desayunador “Padre Chava”. Son las
ocho de la mañana y mientras cientos de hombres hacen fila sobre la Avenida
Ocampo del Centro de Tijuana, ellas toman asiento entre las primeras mesas.
Alta, de cabello
negro y piel morena, Teresa luce delgada, pero fuerte. La joven de 20 años
carga a su bebé de meses, de quien estuvo embarazada mientras vivió en el
campamento para migrantes, instalado por la asociación Ángeles sin Fronteras.
Es, de hecho, una de las dos embarazadas que fueron identificadas en el censo
realizado por El Colegio de la Frontera Norte (COLEF), difundido en septiembre
de 2013.
De agosto a diciembre
del año pasado, cientos de deportados, migrantes y personas en situación de
calle, ocuparon las casas de campaña ubicadas en la plaza cívica conocida como
“El Mapa”, a unos metros del Desayunador “Padre Chava”.
Después de que el
campamento fuera retirado, Teresa y su pareja han permanecido en alguno de los
albergues de la Zona Centro.
“Hemos batallado
mucho, intentamos no quedarnos en la calle por nuestro hijo, pero es muy
difícil juntar dinero para rentar una casa, por eso buscamos albergues”. En la
mayoría de estos albergues, se cobra una cuota diaria de 15 o 20 pesos, a
cambio, los huéspedes pueden hacer uso de una cama, regaderas con agua caliente
y desayuno o cena.
Angelina sale del
desayunador con un plato en su mano para Guillermo, su esposo. Con ella está su
hijo Diego, un niño de menudo cuerpo, inquieto en su andar, no aparenta sus 14
años. La familia pasa las noches en el Parque Teniente Guerrero, en la Zona
Centro.
Originarios de San
Luis Río Colorado -hacia donde buscan regresar-, llegaron a Ensenada de 2013,
cuando Guillermo consiguió trabajo en una fábrica empacadora. La familia se
mantenía de ese salario y de la venta de tomates, pepinos y chiles de Angelina.
Pero cuando la
maquiladora cerró, la familia terminó en la calle. Tres semanas atrás, llegaron
a Tijuana, donde esperan para trasladarse hacia Sonora. Si Guillermo consigue
trabajos -cuidando o lavando carros o por mandados en pequeños comercios-,
Angelina y Diego se alojan, uno o dos días a la semana, en los albergues “La
Roca” o “Juventud 2000” en la Zona Norte.
EMBARAZADA, CON TUBERCULOSIS Y EN “EL BORDO”
Con un cuadro de
tuberculosis, llegó una mujer centroamericana al Hospital General de Tijuana.
Una vez internada, se enteró de su embarazo. Uno de los médicos que la atendió,
relata: “Le explicamos que recibiría tratamiento médico, que no sería deportada
y que podía alejarse en un albergue”, pero la mujer abandonó el centro de
salud, asustada de su situación migratoria y se refugió –nuevamente- en “El
Bordo”.
El Hospital General
de Tijuana recibe alrededor de 9 mil 500 nacimientos al año, de esa cifra, 108
recién nacidos presentan síndrome de abstinencia, síntoma de que su madre
consumió drogas durante el embarazo.
Sudoroso, irritable,
en llanto constante, sin apetito y con convulsiones, un bebé con este
padecimiento debe recibir atención médica inmediata. “Es impresionante ver
casos de niños así, tienen que recibir tratamientos específicos como sedantes o
relajantes, si no, pueden fallecer en el momento”, relata el jefe de pediatría,
Óscar Armenta Llanes.
Los casos más
frecuentes, indica el médico, son de bebés que recibieron heroína, en menor
número metadona y cocaína, durante su gestación. Las consecuencias pueden ser
afectaciones neurológica, cardiaca y sistémica.
Según el médico,
existen casos en que el síndrome aparece seis semanas después de su nacimiento,
dependiendo de la droga y la dosis consumida por la madre. Por eso, al momento
de ser hospitalizada, a cada fémina se le pregunta si es toxicómana.
“Cuando la mamá dice
que es toxicómana, es un factor de riesgo, hospitalizamos al niño, aunque nazca
sin ningún problema aparente”, refiere.
Sin embargo, solamente el 60 o 70 por ciento admite haber consumido
drogas.
Ya que el Hospital
General atiende a población no derechohabiente, que incluye población flotante,
migrante, sin un trabajo fijo o de bajos recursos, hasta el 40% de las mujeres
admitidas, no tuvieron un control prenatal adecuado.
Por eso, se les
realiza pruebas rápidas para para sífilis y VIH. De hecho, alrededor de 400
bebés nacen al año con uno de estos padecimientos, o bien, Hepatitis C.
Entonces, se practica una cesárea para evitar la exposición a sangre y fluidos
al bebé.
En cuanto al número
de niños abandonados en el hospital, el jefe de pediatría detalla que
representan menos del 5% del total de menores admitidos, sean recién nacidos o
no. Un ejemplo: de enero a junio de 2013, se registraron ocho de estos casos,
la mayoría provenientes de padres usuarios de drogas, o quienes ingresaron ya
en calidad de abandono.
(SEMANARIO
ZETA/ Inés García Ramos/ 20 de Julio del 2014 a las 12:33:00)
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