Mai Jia, ampliamente reconocido en su China natal
pero prácticamente desconocido en el resto del mundo, promueve en México
su primera novela, escrita hace 12 años, El don, donde retrata la vida
de un criptógrafo militar. El escritor conoce por dentro ese mundo de la
inteligencia castrense y habla de los tiempos en los cuales la Guerra
Fría la libraban genios, que ahora son reclutados por los grandes
emporios pues, afirma, “la guerra económica sustituyó a la guerra
militar y las empresas privadas sustituyeron a la fuerza del gobierno”.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Escritor superestrella en China,
donde vendió más de 15 millones de ejemplares, recibió cinco premios
literarios prestigiosos y vio todas sus obras adaptadas al cine, el
nombre de Mai Jia apenas empieza a correr en Occidente, donde se acaba
de traducir su primer libro, El don, 12 años después de su publicación
china.
Mai Jia es el seudónimo detrás del cual se esconde Jiang
Benhu, hombre delgado, de rasgos finos y anteojos cuadrados. Su nombre
de pluma significa “trigo” y “familia”.
De visita en México para presentar su libro, revela en
entrevista con Proceso que su seudónimo tiene un sentido especial: “Me
permite recordar siempre mi punto de partida, porque mi familia se
dedicaba a cultivar trigo y arroz”.
Mai Jia tenía dos años en 1966, cuando Mao lanzó la
Revolución Cultural. Su padre, campesino, fue considerado
contrarrevolucionario. Su abuelo materno poseía tierras y su abuelo
paterno era cristiano.
Fueron perseguidos políticamente. Mai Jia pasó su infancia
aislado, ultrajado y humillado por los demás niños. “Al ser abandonado,
el aislamiento y el autismo me dejaron en la sombra de mi carácter”,
recuerda, pero “uno siempre conserva una fuerza explosiva para
conquistar al mundo y luchar contra sus condiciones negativas”.
El escritor entró en un instituto militar a los 17 años
para “corregir” sus antecedentes familiares y gozar de un estatus “más
glorioso”.
Tras estudiar radio en el colegio militar, Mai Jia se dedicó a
trabajos de propaganda para la institución castrense. En 1986 ingresó
en la Academia de Bellas Artes del ejército, donde se apasionó por la
literatura y empezó a escribir novelas.
Volvió a la vida civil en 1997. Según su biografía, vivió tres años en Tíbet, durante los cuales sólo leyó un libro.
Durante su carrera militar desempeñó un “trabajo
periférico” de apoyo técnico a un equipo de criptógrafos. “Era un mundo
con alto nivel de inteligencia”, recuerda.
Al mezclar esa experiencia con las dificultades de su
infancia, Mai Jia imaginó el personaje principal de su primera novela,
Rong Jinzhen, un autista dotado de una inteligencia extraordinaria en el
campo de las matemáticas, pero de una personalidad muy frágil.
Entonces empezó a tejer el hilo de la historia de El don,
cuya redacción le ocupó 11 años: la vida de un genio de las matemáticas
durante la Guerra Fría, recuperado por los militares para romper los
códigos de los adversarios –Estados Unidos e Israel– en una batalla
internacional de cerebros.
En la novela, el genio Rong Jinzhen logra desencriptar
Púrpura, el código más complejo utilizado por Estados Unidos, en sólo un
año. Convertido en la estrella del secreto “centro 701” y héroe de la
Revolución, Rong Jinzhen hereda entonces otra misión: descifrar el
misterio del nuevo código, llamado Negro. Pero la criptografía lo
llevará a la locura.
El escritor deja muy claro que ambientó su novela durante
la Guerra Fría por una razón sencilla: representó el auge de la
importancia del matemático y del criptógrafo. Niega firmemente que su
obra tenga carácter político.
“La literatura es superior a la política”, sentencia, al
precisar que su libro es “una obra de ficción sobre el destino trágico
de un genio”. Y añade: “Mi carácter carece de pasión por la política”.
Absurdo
“El humano puede ser muy absurdo: al mismo tiempo que
busca la comunicación, elabora códigos secretos para obstaculizarla”,
observa. Según el autor un código “representa el mal dentro del carácter
humano, una medida de autodefensa basada en la desconfianza”.
“Durante la Guerra Fría los genios eran reclutados para el
uso militar, ahora están en el mundo comercial, construyendo modelos
matemáticos para bolsas de valores”, puntualiza. “La guerra económica
sustituyó a la guerra militar y las empresas privadas sustituyeron a la
fuerza del gobierno a través de la competencia económica o en el sector
financiero”.
Y lamenta: “Representa un desgaste muy grande de la inteligencia humana”.
El 13 de marzo de 2013, durante una entrevista con la
cadena de televisión ABC, el presidente estadunidense Barack Obama acusó
al gobierno chino de haber apoyado varios ataques cibernéticos contra
empresas e instituciones de ese país.
El pasado 19 de mayo, el gobierno estadunidense inició
persecuciones judiciales contra cinco oficiales del ejército chino
ubicados en Shangai, por su presunta implicación en ciberataques.
Pequín, por su lado, desmintió categóricamente cualquier responsabilidad
en los actos de piratería.
“Quizá en la naturaleza del trabajo, los hackers y los
criptógrafos son similares. Pero durante la Guerra Fría el trabajo de
codificación dependía mucho de la inteligencia, la sabiduría, el
esfuerzo y un poco de la suerte”, recuerda Mai Jia y sentencia: “Ahora
la capacidad de codificación de un país depende de su superioridad
tecnológica”.
Su mayor interés, asevera, recae en descubrir el secreto
de la condición humana, la profundidad de los sentimientos en el mundo
interior de sus pares.
“No se me hizo tan difícil entender a un genio. A fin y a
cabo son personas normales que destacan en unos aspectos en los que
tienen una capacidad extraordinaria. Pero en otros terrenos a los mejor
son idiotas, incluso inútiles”, comenta.
En El don, Mai Jia explora la delicada línea que separa a
la genialidad innata de su personaje de la locura a la cual lo condenan
su autismo y su carácter obsesivo. “El genio tiene limitaciones. En
general la vida le hace una trampa y su destino se vuelve trágico”.
Muchas veces los extremos se reúnen, explica. “En el caso
del genio y del loco también: mire por ejemplo a Dalí o Picasso”,
geniales en su arte, locos en su vida.
Explica que debido al tema sensible del libro, El don fue
rechazado por 17 editoriales en China. Pero, insiste, no fueron las
autoridades quienes prohibieron su difusión: “La censura en China no es
tan estricta y cruel como se piensa en Occidente”, subraya.
–Pero, ¿existe la censura? –se le pregunta.
–Sí, pero no conozco precisamente su proceso, ya que no formo parte del gobierno.
–¿Qué forma asume?
–Por ejemplo, entiendo que en Estados Unidos puedes decir,
a través de las películas o los libros, que el presidente es malo. Pero
en China, tanto por la política como por la idiosincrasia, la propia
costumbre cultural, no puedes hacer una ficción tan directa sobre un
personaje famoso o un dirigente del país.
Opina que hace 30 años, un libro como El don no hubiera salido al mercado. “Quizá es un ejemplo de que China está cambiando”.
Desequilibrio cultural
“Existe un fenómeno de desequilibrio en el intercambio
cultural entre Occidente y China”, dice. “Durante los últimos 200 años
el imperio cultural occidental ha sido totalmente superior: en China se
han traducido todas las obras importantes de Occidente, pero las obras
literarias chinas no encontraron el mismo eco en el mundo”.
Explica que la literatura china tiene amplia tradición y
excelentes escritores, pero se le dificulta atravesar las fronteras del
imperio del medio.
“Quizá la literatura está demasiado arraigada a una
identidad nacional, local y cultural, que requieren del lector que sea
experto en la sociedad china”, apunta.
Mai Jia revela que al redactar El don fusionó las
tradiciones literarias chinas con técnicas inspiradas de autores
occidentales, entre los cuales Borges, por lo que a su editorial en
Estados Unidos, Farrar, Straus and Giroux, “le costó creer que un autor
chino la escribió”.
La trama de El don toma la forma de una investigación
periodística en la cual el protagonista trata de entender quién es el
genio Rong Jinzhen. “Es un truco literario”, explica Mai Jia, “para
percibir esta persona a través de un cristal, sin nunca poder acercarse a
él”.
A pesar de los detalles muy precisos que hacen pensar que
la novela es cierta, confiesa: “Un buen escritor debe saber construir
una verosimilitud: estás mintiendo, pero la mentira crea una realidad
más verosímil que la propia vida”.
Además admite que “hubiera sido demasiado sensible abordar este tema sin que fuera a través de una ficción”.
Después de México, Mai Jia presentó su libro en Argentina y
Brasil. Ante su creciente fama mundial, no se atreve a calificarse como
embajador de la literatura china. Pero espera que a través de la
publicación de sus libros se traducirán más escritores chinos.
“Si bien hace falta una mayor comunicación entre China y
el resto del mundo, creo que la literatura es un buen canal, muy
accesible”, estima.
Según él, el código más complejo reside en las entrañas
del ser humano. A diferencia de la literatura, sostiene, que es un
código abierto.
/ 25 de julio de 2014)
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