El médico de don Venustiano Carranza lo propuso.
Ciudad de México.- La raíz carrancista de la prohibición de las drogas es clara desde
las discusiones del Congreso de Querétaro en 1917. La noche del 18 de
enero de ese año, el doctor José María C. Rodríguez, médico de
Venustiano Carranza, hizo uso de la palabra frente a los cansados
diputados del Congreso Constituyente exigiendo atribuciones “despóticas”
para emprender un programa de saneamiento social que erradicara la
suciedad, el alcohol y las drogas de México. En ese orden.
El
general Rodríguez leyó un largo discurso para convencer a los diputados
de que la salubridad de la nueva nación mexicana dependiera de un
Departamento de Salubridad General de la República. Este Departamento
solo respondería al Presidente y nadie más, lo que les daba poder
despótico frente a los estados.
Su argumento se fundamentaba en la
idea de que se necesitaba mejorar la higiene de la nación a estándares
estadunidenses y europeos. Las enfermedades causadas por la falta de
higiene, el alcoholismo, las drogas heroicas y la pobreza habían
debilitado al país: “Por eso es una necesidad nacional que el gobierno
de hoy en adelante intervenga, aún despóticamente, sobre la higiene del
individuo, particular y colectivamente.”
Sus ideas déspotas —habrá
quien les agregue el adjetivo de ilustradas— mostraban racismo contra
los indios y estaban movidas por la preocupación por los altos índices
de mortalidad y criminalidad que ellos provocaban. “Nuestra raza
primitiva está degenerada ya y la mestiza en sus alcances”, arengó el
diputado Rodríguez.
Basado en cuestionables estadísticas, dijo que
la Ciudad de México era la más mortífera del mundo, incluso más que
París, Viena y Berlín juntas, por los crímenes que bajo el influjo del
pulque cometían “nuestros ebrios consuetudinarios y nuestro pueblo
bajo”:
“¡Allí tenéis, señores, a los niños destetados con pulque,
que crecen y mal se desarrollan embriagados consuetudinariamente,
convirtiéndose después en progenitores alcohólicos, engendrando hijos
degenerados y de inteligencia obtusa, indiferentes para las cuestiones
sociales y políticas y sujetos a propósito, con su materia prima
admirablemente dispuesta para la criminalidad y medio de cultivo
maravilloso para el desarrollo de cuanto microorganismo desarrolló la
Naturaleza!”.
El diputado Rodríguez no mencionó nada más de las drogas ese día.
Al
día siguiente, leyó su propuesta concreta de redacción de la adición a
la fracción XVI del artículo 73. Incluyó la idea de que las regulaciones
y acciones contra la “venta de sustancias que envenenan la raza”
dictadas por el Consejo de Salubridad deberían ser obligatorias, y que
el Congreso podría sancionarlas, pero solo ya consumadas. En su lista de
estas sustancias incluyó el opio, la morfina, el éter, la cocaína y la
mariguana. Proponía que la autoridad sanitaria limitara la “libertad
comercial de todos estos productos”.
El diputado David Pastrana
Jaimes, representante de Puebla, fue el único en hablar en contra: “Por
las facultades amplísimas que se le quiere otorgar, podrá invadir
siempre que quiera la soberanía de los Estados”. El argumento de
Pastrana era razonable; sin embargo, bastó la burla de Rodríguez para
que no surtiera efecto alguno en la Asamblea Constituyente.
—¿De qué tierra es este señor diputado?
—¡De Guerrero, donde no hay médicos! —contestó a coro la Asamblea.
—Así
me explico que siendo diputado de Guerrero, donde acaso no se conoce la
medicina, venga a protestar contra los elementos de salubridad.
El
asunto, según Rodríguez, no era afectar la soberanía de los estados
sino evitar la destrucción y degeneración de la raza. Con cierta
timidez, ante el embate de Rodríguez, Pastrana contestó como pudo
mientras mostraba las manchas que el mal del pinto le había dejado:
—Yo,
efectivamente, soy pinto de Guerrero. Allí no hay doctores y no se
mueren las gentes. ¿Pues cómo no hemos de protestar porque nos manden
veterinarios si no somos caballos?
La Asamblea soltó una
carcajada. El diputado Eliseo L. Céspedes, representante de Veracruz,
intentó insistir en lo atinado del comentario del diputado Pastrana. La
Asamblea lo interrumpió vociferante.
—¡A votar, a votar!
El
diputado Rubén Martí, del Estado de México, habló a favor de la
iniciativa. Dijo que la lucha contra el alcoholismo era más necesaria
que repartir tierras. ¿Para qué dar tierra a campesinos degenerados por
el vicio?
Con dos oradores a favor y dos en contra en la cuenta,
el Secretario de la Asamblea llamó a la votación, pero el diputado José
Álvarez interrumpió intempestivo.
—Pido la palabra para rectificar un hecho —dijo Álvarez.
—¿De quién? —preguntó el presidente de la Asamblea.
—Quiero
tan solo decir que daremos con la mejor voluntad nuestro voto en favor
de este dictamen, porque estamos convencidos de que si las leyes de
Moisés se escribieron en dos piedras, la Constitución mexicana debe
estar escrita en dos tablas de jabón (risas).
El
proyecto de Rodríguez fue aceptado con 143 votos a favor y solo tres en
contra. Sin embargo, al no aprobarse los departamentos administrativos,
se creó como Consejo General de Salubridad mediante el artículo 73,
fracción XVI. De él dependería el Departamento de Salubridad, que se
encargó de perseguir el tráfico de drogas en México hasta 1947, cuando
el tema pasó de salubridad a uno policiaco.
Sin temor a
equivocarme, creo que los médicos que pedían la prohibición del comercio
de drogas durante la Revolución jamás se imaginaron que este tema
provocaría guerras civiles cuando dejó de tratarse como lo que es: un
asunto de salud. Jamás quisieron que la PGR lo persiguiera, como ocurrió
desde 1947. Mucho menos el Ejército. Jamás se imaginaron que estaban
poniendo las bases jurídicas e intelectuales para que un tema sanitario
se volviera policiaco y hasta de seguridad nacional.
Cuando los
problemas son vitales, la historia obliga a arrancarlos de raíz. Lo
menos que podemos hacer hoy que la Asamblea Legislativa del DF discute
nuevas leyes sobre mariguana, para sacarnos del drama en que nos metió
la prohibición de las drogas, esa triste herencia carrancista, es
animarlos:
—¡A votar, a votar!
* Froylán Enciso
es candidato a doctor en historia por la Stony Brook University,
investigador visitante del Centro de Estudios México-EU de la
Universidad de California en San Diego y becario de la Harry Frank
Guggenheim Foundation.
(MILENIO/ Froylán Enciso/ Dominical
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