En sus
recuerdos están los departamentos o recámaras usadas como jaulas para mujeres
México, D.F.- Lo
primero que debes saber al entrar a uno de estos departamentos es que aquí se
torturan niñas y mujeres por dinero y por placer; que el letrero afuera de la
puerta dice “se rentan cuartos amueblados”, pero bien podría decir “aquí se
destrozan vidas”; que esto ocurre en el centro de la capital y que una sobreviviente
de este lugar dará un recorrido por una estación del infierno en la Tierra.
Dirá que detrás de
esa puerta protegida por una reja en la calle Arista, en la colonia Buenavista,
decenas de mujeres han sido obligadas a registrarse como inquilinas cuando, en
realidad, eran secuestradas por tratantes que las trajeron a la capital desde
varios municipios; que las enamoraron y ellas llegaron caminando o las
“levantaron” y las traían amordazadas; que los vidrios de las ventanas fueron
polarizados para que los clientes de la óptica que está cruzando la calle no
sepan lo que sucede ahí; que para amedrentarlas les dijeron que las jardineras
que dan a la calle tienen micrófonos.
Que a los padrotes
les cuesta menos de 200 pesos diarios tener en el mismo espacio y cautivas
hasta ocho jóvenes, quienes sólo abandonan este lugar para ser explotadas
sexualmente .
Dentro de las
diminutas habitaciones hay una cama fría y dura, un buró, una silla e historias
apiladas de terror: la violación tumultuaria a una chica de secundaria que se
enamoró de un falso fotógrafo que resultó padrote y la trajo al Distrito
Federal, el llanto de la mujer que tenía el cuerpo amoratado por tantas
relaciones sexuales consecutivas y una voz que pedía volver con su mamá.
SU CAPTOR, TRAS LAS REJAS
Su peor noche olía a
incienso. Encima de su cabeza empujada con fuerza contra la almohada, Karim
recuerda que flotaba un aroma dulce que salía de una ofrenda a la Santa Muerte
instalada en esa casa de seguridad. Ese olor le dejaba saber que aquello era real,
que ya no estaba en la casa de sus papás, sino en un “cuarto verde” cerca del
Museo del Chopo, donde vivía a merced de “El Negro”, su secuestrador.
Cada embate de ese
hombre sobre su cuerpo dolía tanto que le acalambraban las piernas. Trataba de
resistirse, pero era imposible. Sabía de la fuerza de su captor, quien la
enganchó en alguna ciudad fronteriza del país. El tipo la había enamorado y
pedido que lo acompañara a la capital para juntar dinero y afrontar una
supuesta demanda millonaria.
Ella aceptó y al
llegar a la ciudad de México “El Negro” la hospedó en el ahora clausurado Hotel
Ampudia, en La Merced. Apenas se acomodó en la habitación con olor a humedad,
el hombre le preguntó: “¿Traes condones y lubricante?”. Karim sintió como si le
hubieran dado un latigazo en la espalda.
EMPEZÓ A TRABAJAR
Su horario era de
ocho de la noche a nueve de la mañana y desde el mediodía hasta el anochecer.
Cobraba entre 200 y mil 200 pesos el servicio y entregaba hasta 20 mil pesos
diarios a su plagiario. Ella no podía quedarse con dinero, ni siquiera para
comprar ropa; él, para minimizar costos, la trasladó a un “cuarto verde”, a la
habitación 2B de la calle Arista.
“Son unos cuartitos
chiquititos, nada más cabe la cama individual y un miniclóset. Ahí caben dos personas.
Tiene vigilancia en la entrada, exterior e interior del edificio. Ahí se ve
quién entra y quién sale. Hay muchas chicas que también se dedican a lo mismo y
son vigiladas por los que rentan esos cuartos”, dice.
Vio a niñas de hasta
15 años someterse a los golpes de los padrotes, amenazas, torturas y
violaciones como la que sufrió aquella noche que olía a incienso. “Apenas había
llegado de trabajar, me aventó a la cama, me empezó a golpear… me obligó a
tener relaciones con él… no vaginal, sino analmente… y duré como dos o tres
días para poder pararme”.
Karim ahora tiene 19
años y el día en que la conocimos había viajado dos horas en avión hasta el
Distrito Federal.
Horas más tarde de
nuestro encuentro, fue al Reclusorio Oriente a carearse con “El Negro”. Quería
enseñarle que pese a su infierno en los “cuartos verdes”, ella seguía libre de
pie y él esperando sentencia de hasta 20 años de prisión.
EN SU MEMORIA
Sentados en un
restaurante en la colonia Condesa, el policía federal Juan “N”, quien pidió
omitir su nombre, excava en su memoria lo que recogió durante los años de 2010
a 2013, cuando investigó los “cuartos verdes” y las distintas bandas que los
utilizan.
Acomoda su cuerpo
robusto en la silla, bebe agua a sorbos y trae al presente los sonidos de
aquellas tardes. “Cuando están teniendo relaciones, se escucha. Se escucha
cuando están golpeando a las mujeres, cuando están hablando los padrotes con
otros padrotes y se están poniendo de acuerdo”, dice el hombre que ahora se
dedica a investigar narcos.
Mueve la cabeza de
izquierda a derecha cuando le digo que según la Procuraduría General de
Justicia del Distrito Federal hay seis de estos departamentos. Imposible, dice.
Su investigación de campo arroja que son, al menos, 16 inmuebles que en total
concentran unos 500 cuartos. No pertenecen a una banda específica, son ocupados
por distintos grupos, afirma.
“El nombre correcto
son ‘casas de seguridad’ porque permiten la vista del interior hacia afuera y
no viceversa; como autoridad, si quiero hacer un cateo encuentro puertas
reforzadas, sólo hay un acceso, hay cámaras de seguridad en todos los
pasillos”, dice.
A cada pregunta, el
policía responde con una oración que empata con los dichos de las víctimas.
“Aparte de las
violaciones, las dejan sin comer o les dan comida cruda. Si se les pide hacer
alguna actividad y no la desempeñan, se les amarra en una silla, en medio del
cuarto, y se les golpea hasta que se desmayan o hasta que se les relajan los
esfínteres. Por habérseles relajado los esfínteres, se les obliga a que
ingieran todo. Así poco a poco… las demás aprenden de eso”, cuenta el policía
federal.
Al preguntarle a
Diana sobre esa sanción, agacha la cabeza y cruza los brazos. Su cuerpo
responde que sí, aunque ella se mantenga callada. Dirá que desde octubre de
2013, cuando enfermó de neumonía y su padrote la liberó, se ha obligado a
olvidar algunas cosas o ya se hubiera colgado en algún ropero.
LA INVESTIGACIÓN
- Testimonios de
sobrevivientes que dijeron estar secuestradas en esos cuartos publicitados como
recámaras amuebladas lograron que el 19 de agosto de 2013 la Fiscalía Central
de Investigación para la Atención del Delito de Trata de Personas de la
Procuraduría capitalina abriera la averiguación FDTP/TP-1/T2/0060/1308 para
saber qué pasaba ahí.
- Durante 23 días,
agentes de la Policía de Investigación de la Procuraduría del DF hicieron
pesquisas en el campo. Trabajaron horas investigando los pasos de padrotes,
madrotas y víctimas obligadas a colaborar con sus plagiarios.
- Hasta que el 11 de
septiembre, la Procuraduría General de la República atrajo la investigación
mediante el oficio UEITMPO/13104/2013.
(VANGUARDIA /
El Universal/ lunes, 10 de marzo del
2014)
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