MÉXICO, D.F. (apro).- Con un cálculo ministerial sorprendente
el gobierno del priista Enrique Peña Nieto ha demostrado, quizá
involuntariamente, la gran falacia que fue la “guerra contra el narco”
del gobierno del panista Felipe Calderón y ha abierto las compuertas
para otras y complejas dudas que pueden convertir a la actual
administración federal en rehén de su propia estrategia. La clave, de
nuevo, está en Michoacán.
En menos de un mes dos grandes íconos de la guerra calderoniana han caído: Joaquín El Chapo Guzmán,
inatrapable, mitificado por la propia ineficacia de Genaro García Luna,
su presunto perseguidor, fue capturado en un operativo conjunto de las
fuerzas armadas y policiacas mexicanas y estadunidenses; y Nazario
Moreno, El Chayo o El Más Loco, quien demostró ser más
astuto que toda la operación de propaganda del calderonismo para
decretarlo muerto y colocar ante los medios masivos la falsa medalla del
avance en Michoacán.
El caso de El Chapo es geopolítico y de dimensiones distintas a las de El Chayo, por la complejidad de los intereses involucrados y las ramificaciones internacionales del cártel de Sinaloa.
En contraparte, el caso de El Chayo es un retrato hablado de
cómo la violencia verbal, mediática y militar, más cargada de ansias de
legitimación política que de combate al crimen, resultaron justo lo
contrario y en sentido inverso a lo planeado por el calderonismo.
El Chayo era un personaje menor en la estructura de Los Zetas,
en busca de arrebatarle la plaza de Michoacán, sus laboratorios y sus
plantíos de mariguana, más el puerto de Lázaro Cárdenas, dominados por
el cártel de Sinaloa desde los tiempos de Los Valencia.
La “guerra” de Calderón iniciada en 2007 en Michoacán le dio a El Chayo el
pretexto ideal para disfrazar de autodefensas mesiánicas, cínicas y
antizetas la conformación de un nuevo cártel: La Familia Michoacana. Su
primera exhibición fue de un terrorismo claramente calculado. Arrojaron
las cabezas en un centro nocturno de Uruapan, el 6 de septiembre de
2006, con la famosa nota que los catapultó como vengadores siniestros:
“La Familia no mata por dinero, no asesina mujeres, ni gente
inocente; sólo ejecuta a quienes merecen morir. Todos deben saber esto…
esto es justicia divina”.
Semanas después publicaron desplegados en periódicos de Michoacán y
humillaron al gobierno entrante del panista michoacano Felipe Calderón.
La irrupción de La Familia presionó para que el operativo inicial del
gobierno calderonista fuera en su tierra. El mandatario se disfrazó de
militar, puso cara de enojado (algo nada difícil) y convirtió a
Michoacán en su Vietnam.
El segundo episodio de narcoterrorismo de La Familia fue el bombazo
del 15 de septiembre de 2008 en la plaza de Morelia. Un cerebro enfermo
como el de El Chayo logró “tropicalizar” el modelo de Los
Zetas y lo perfeccionó con estrategias de vinculación con la sociedad y
un discurso paranoide y mesiánico al estilo de las sociedades secretas.
Todo en pleno sexenio de Calderón.
Un triunvirato formado por El Chayo, Jesús Méndez Vargas, El Chango, y Servando Martínez, La Tuta, transformaron a los exaliados de Los Zetas en una máquina de extorsión, miedo y narcopolítica.
La guerra de Calderón no le arrebató ninguna plaza a La Familia,
mucho menos Apatzingán, el epicentro del conflicto entre 2007 y 2014 en
esa entidad y en la zona de Tierra Caliente.
En 2009, Calderón ordenó el michoacanazo, una espectacular y fallida cacería de brujas contra alcaldes y funcionarios menores presuntamente vinculados a La Familia.
En lugar de debilitarlos, el calderonismo regionalizó la presencia de
La Familia por el Valle de México, especialmente en territorio
mexiquense y en otras partes cercanas a Michoacán.
En diciembre de 2010 el gobierno federal panista se apresuró a dar por buena la versión de que El Chayo murió
en un enfrentamiento y, así, decretó el descabezamiento de La Familia
Michoacana. Hasta echaron mano de una “filtración” a Televisa, en el
espacio de Primero Noticias, conducido por Carlos Loret de Mola, para utilizar una grabación de La Tuta y “acreditar” virtualmente la muerte del Chayo.
Lo que sucedió fue lo obvio: haciéndose al muerto, El Chayo y
sus socios fundaron otra sociedad secreta militarizada, los Caballeros
Templarios, para reorientar y defender su gran negocio de Hacienda
paralela.
La pifia de Calderón no fue menor ni un asunto de “insuficiencia de
información” como ahora aclara Alejandro Poiré, tres años después, y
valida el exmandatario a través de su cuenta de Twitter, el reducto de
sus justificaciones.
El “error” del calderonismo fue el mismo que sucedió con Los Beltrán Leyva, con La Barbie,
con el cártel de Juárez y con el Golfo-Zetas: pretendiendo combatir a
los cárteles-madre fragmentaron a las sociedades criminales. Su gobierno
inició con seis grandes cárteles y terminó con una decena, al menos.
En Michoacán, los Templarios rompieron sus alianzas con políticos locales de PRD y PAN para apostarle al retorno del PRI. El Más Loco resultó
tan cuerdo como astuto. Recompuso sus fuerzas mientras se gestaba el
nuevo episodio de la disputa michoacana: la conformación de grupos de
autodefensa, menos siniestros que La Familia, pero con un discurso muy
similar. La diferencia es que no arrojaron cabezas sino que fueron
tomando municipios y sustituyendo a los cuerpos policiacos minados por
la corrupción.
Ahora, El Chayo vuelve a estar muerto, pero Los Templarios
siguen operando. Y han logrado fracturar e infiltrar a los grupos de
autodefensa por una sencilla razón: en Michoacán no es una guerra entre
“buenos” y “malos”, es más bien una demostración límite de un
“narco-Estado” secuestrado desde hace años, al menos en la zona de
Tierra Caliente.
El negocio en Michoacán para estos distintos grupos no es la paz sino
la guerra. Es el cobro del derecho de piso y el negocio millonario de
los laboratorios y la producción de mariguana en un sector agrícola
devastado de décadas atrás.
De esos errores derivados de la premura, de un mal diagnóstico y del
desmantelamiento de la procuración de justicia del calderonismo podría
aprender la actual administración federal. Pero todo parece indicar que
el veneno sembrado por El Chayo y su émulo, La Tuta, y sus
diversas ramificaciones políticas y paramilitares, se vuelve a
reproducir, a pesar de la intensa propaganda en sentido contrario.
Twitter: @JenaroVillamil
Comentarios: www.homozapping.com.mx
/ 11 de marzo de 2014)
(Las opiniones expresadas en el texto son responsabilidad exclusiva del autor)
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