Culiacán— La colonia
5 de mayo de la capital del estado de Sinaloa no transmite mucha alegría: es
una acumulación de casas grises que trepa por una ladera. Pero el 5 de mayo de
2013, la colonia se puso de fiesta gracias a un grupo de vecinos que se empeñó
en recuperar un edificio abandonado para uso de los niños. Sacaron botes de
pintura y de ellos empezaron a crecer árboles y animales en las paredes. Los
responsables quisieron que los niños participaran en el evento: algunos
estamparon sus manos llenas de pintura y otros escribieron frases en los muros.
Dos niños de poco más de seis años –su frase estaba a media altura, hasta donde
alcanzan los niños de esa edad- plasmaron una estrofa de un narcocorrido
dedicado al Chapo Guzmán, líder del cartel de Sinaloa.
América se quedó
fría al encontrarse con aquello. “Ni siquiera saben lo que significa pero están
tan acostumbrados a escucharlo que, cuando les dijimos que escribieran lo que
quisieran, escribieron eso”, dice la joven maestra, de 23 años, que participó
en la recuperación del espacio. América volvió a encalar la pared y con restos
de pinturas de diferentes colores escribió “RecuperArte”.
El juego de palabras
es el nombre de un proyecto que, desde hace un año, rehabilita antiguas casetas
que la policía local usaba como calabozos –vestigio de la enésima iniciativa
policial fallida para contener los estragos del narcotráfico- y que,
paradójicamente, luego se convirtieron en puntos de venta y consumo de droga.
Este colectivo ha empezado a recuperarlos y transformarlos en centros de
reunión para los vecinos. Ya suman ocho edificios rehabilitados donde los fines
de semana ahora se celebran talleres de pintura, títeres y teatros para ofrecer
una alternativa a los más pequeños.
Para un lector
descreído y ajeno a la realidad sinaloense, combatir el narcotráfico con botes
de pintura, frases de El Principito y juegos infantiles podría parecer algo
naif. “Estos chicos son un oasis en medio del infierno. Son la apuesta más
importante de la sociedad civil en Culiacán en los últimos años”. Quien lo dice
es Javier Valdez, experimentado periodista y fundador del semanario Río Doce,
una publicación sinaloense especializada en denunciar nexos entre la política y
el narcotráfico. Valdez, autor del libroLos morros del narco. Historias reales
de niños y jóvenes en el narcotráfico mexicano, ha visto muchas veces cómo los
niños crecen en la llamada narcocultura. “Aquí todo es narco”, explica. Por eso
las acciones de RecuperArte le parecen tan necesarias.
Este movimiento
ilustra bien la lucha entre dos mundos que, de manera silenciosa, acontece en
las calles de Culiacán: la de un grupo de ciudadanos anónimos que, en esta
ciudad de casi un millón de habitantes, proponen alternativas a un modo de vida
que ha acabado engullendo a tantos vecinos. Los miembros de la asociación se
encuentran con niños que escuchan narcocorridos en sus teléfonos y que a la
pregunta de que qué quieren ser de mayores responden con un escalofriante:
“sicarios”. “Para ellos es lo normal. Los padres de muchos viven de eso. Lo que
intentamos es explicarles que, aunque sea normal, no quiere decir que sea
bueno. Que también pueden elegir ser médicos o profesores”, explica Olivia,
otra de las integrantes.
Las guías turísticas
apenas dedican unas líneas a Culiacán. “No hay mucho que hacer, a no ser que
quieran hacer el narcotour”, dice un habitante de la ciudad. El narcotour lo
forman una serie de lugares en los que de una u otra manera se exalta la vida
de los narcotraficantes: el lugar en el que tirotearon en 2008 al hijo del
Chapo Guzmán, parte de la guerra entre el cartel de Sinaloa y el de los Beltrán
Leyva que ha dejado regueros de muertos en el Estado. O el cementerio sobre el
que se han escrito cientos de reportajes y donde descansan los restos de muchos
narcos en lujosos nichos que incluso tiene calefacción. O, quizás, el mayor
exponente de la narcocultura: la capilla del Malverde, un bandido mitad mito
mitad real al que los narcotraficantes veneran como un santo.
De nuevo la frase de
Valdez, aquí todo es narco. Es cierto: el tema acaba saliendo una y otra vez,
de manera directa o tangencial, aunque no se busque hablar de ello. Uno de los
grandes orgullos de la ciudad es su magnífico jardín botánico, con más de 1.000
especies de plantas diferentes y que contiene una hermosa colección de
esculturas contemporáneas. Entre palmas y bonsáis, el visitante puede toparse
con una especie de tumbonas de cemento, firmadas por la artista mexicana Teresa
Margolles. A simple vista, pueden parecer unos bancos de cemento. Todo cambia
cuando la guía cuenta que el agua empleada en su elaboración procede de la
morgue y que con ella se lavaron cadáveres de personas asesinadas. Al saberlo,
algunos visitantes se levantan de un brinco, aunque otros se quedan pensando.
Otra vez esa lucha silenciosa.
A la misión de
RecuperArte se han sumado otros movimientos y en sus talleres participan
agrupaciones como Hip hop y Arte urbano en Culiacán o un colectivo de ciclistas
que enseñan cómo arreglar tu propia bici. Se han convertido en una especie de
bisagra entre asociaciones. Y también han conseguido zarandear algunas
conciencias políticas. Cuando las autoridades municipales se enteraron de que
estaban rehabilitando un enorme teatro que había estado abandonado durante
años, no tuvieron otra salida que enviar a sus operarios a hacer un trabajo que
habían evitado desde hace mucho.
Puede que los
voluntariosos jóvenes que participan en el proyecto lo desconozcan, pero el
papel de los ciudadanos en la reconstrucción de un tejido social contaminado ha
sido históricamente decisivo para operar un cambio en las conciencias. Existe
el ejemplo relativamente cercano de Libera, una sociedad fundada en 1995 en
Sicilia que ha llegado a reunir a 1.500 asociaciones que tratan de difundir la
“cultura de la legalidad” y que recupera bienes y terrenos confiscados a la
mafia.
RecuperArte también
ha devuelto a la ciudadanía una caseta en la colonia 10 de mayo. En ella se han
hecho talleres de títeres, de jardín vertical, de actividades físicas, etc.
También hay una biblioteca con las aportaciones de los vecinos, lo que explica
que entre sus volúmenes uno pueda encontrar desde un cuento infantil a La
Iliada o un libro con la doctrina de Mao Zedong. Una de sus paredes exteriores
está decorada con la imagen de Genoveva, una voluntaria en la Cruz Roja que, en
2010 y a sus 21 años, murió tras recibir un disparo cuando un grupo armado
volvió para rematar al herido que ella atendía. Su muerte conmocionó a la
ciudad. Ahora, tres de sus sobrinos acuden todos los fines de semana al lugar,
que está muy cerca de su casa. También está a tan solo unas cuadras de un
edificio que fue tiroteado y en el que se pueden contar por decenas los
agujeros de las balas en la pared. Cicatrices de los enfrentamientos entre
bandas en las calles de la ciudad.
Marcos, de unos 11
años, habla con mucha normalidad de su tía Genoveva. En realidad habla de
muchas cosas. Es un niño extravertido que se queja si suena reggae porque
prefiere los corridos y la música de banda, típica del Estado de Sinaloa. “Qué
le vamos a hacer. No se trata de llegar y quitarles sus ideas y meterles las
tuyas”, cuenta Karen. Cuando le preguntan por su canción favorita, Marcos
tararea El Sinaloense. Es música norteña pero, al menos ya no es un corrido
dedicado al Chapo Guzmán, sino la canción más emblemática de Sinaloa. Aunque no
lo sepa, él también es parte en la lucha silenciosa entre dos mundos que se
desarrolla en Culiacán.
(EL DIARIO,
EDICION JUAREZ / El País | 2013-12-27 | 10:40)
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