Son las cuatro de la tarde y los
habitantes de Tegucigalpa comienzan a salir del trabajo para regresar a
casa. Don Mincho no ve llegar la muerte
TEGUCIGALPA Honduras, 22 de noviembre.-
Benjamín Álvarez Moncada mueve su taxi hasta dejarlo de primero en la
fila que espera pasajeros en el punto de taxis ubicado detrás de la
iglesia de Los Dolores, a media cuadra de la jefatura de policía de la
ciudad.
Es 19 de noviembre.
Son las cuatro de la tarde y los habitantes de Tegucigalpa
comienzan a salir del trabajo para regresar a casa. Don Mincho no lo ve,
pero quien se le acerca caminando lentamente por el costado derecho al
vehículo número 322 no es un cliente, sino un joven de 15 años, con un
revólver que sin mediar le descerraja tres tiros:
"Era el primero de la fila. A él le tocaba morir", dirán los taxistas que hacían fila tras él. "Escuché
lo que pensé eran cohetes de Navidad, pero lo que vi fue a un chavalo
con la pistola en la mano disparándole al taxista',' dice Carlos Irías,
un ingeniero de 32 años que espera para abordar un taxi en el lugar.
Tras las ráfagas, el joven sicario huye entre la gente y los puestos de mercado, tal como había llegado.
Parece que lo logra.
Pero no.
Esta vez no habrá impunidad.
Se va haciendo costumbre
En esta capital de un país tristemente célebre por tener la
mayor tasa de homicidios per cápita del mundo, la mayoría de los
asesinatos quedan en las penumbras de la impunidad.
Pero ese no será el caso del asesinato de `Don Mincho', como
era conocido Álvarez Moncada: algunos testigos del crimen reaccionan y
atrapan al asesino. Los taxistas se unirán y contarán esa historia que
los tiene atragantados; la historia de la extorsión que obligadamente
deben pagar a una pandilla.
Cuando hay un asesinato en Honduras, la primera reacción de los
testigos es correr y echarse al suelo para protegerse de los disparos.
La segunda es agolparse sobre el cadáver. Y mirar.
El joven asesino intenta perderse, alejarse de la escena del crímen. Pero uno de los choferes empieza a gritar. Y decide correr tras él.
En segundos otros testigos y un policía lo imitan.
Un peatón planta una zancadilla al homicida y lo hace caer al suelo. Está a tan sólo una cuadra.
Y entonces:
"Un buen grupo de personas se le echó encima y comenzó a
golpearlo con las manos y palos'' narra el ingeniero Irías. "El policía
no era capaz de protegerlo. Apareció un picop con más agentes. Todavía
subiéndolo le daban golpes y corrían detrás del picop''.
Su rostro y cuerpo para entonces ya sangra. Luce parcialmente desfigurado.
El hastío
No se trata de una reacción extraña. Muchos habitantes de
Tegucigalpa están tan indignados y cansados con los homicidios, mil 178
el año pasado, y 616 el primer semestre de 2013, que ya no quieren
seguir sintiéndose prisioneros en una ciudad de poco más de un millón de
habitantes; capital de un estado fallido.
Pero pocas veces habían tenido la oportunidad de reaccionar ante un asesinato como ahora con el de `Don Mincho'.
Irías aún tenso por lo sucedido admite que fue uno de quienes
quiso golpear al muchacho. Primero piensa que este tipo de hechos es una
barbaridad para pasar después a decir vociferantes insultos y terminar
sumándose al comentario generalizado estos días en Tegucigalpa: ``a
estos chavos hay que matarlos''.
Según él mientras le golpeaban y la policía se lo llevaba los
taxistas le vociferaban ``ya te pintamos cabrón cuando salgas te vamos a
matar''.
``Estamos cansados'' dice Irías. ``Estamos acostumbrados.
Estamos indignados. Yo mismo cierro los puños y siento que le quiero
pegar si lo tengo cerca''.
Él no sabe si va a votar el domingo pues culpa a ``una clase
política que vive encerrada en sus casas sin tener ninguna respuesta
creíble que darnos a quienes estamos expuestos cada día a las pistolas''
de la violencia que padecen.
La policía le confirmó la edad del adolescente a los taxistas pero no ofreció más detalles del caso.
Para sobrevivir en Honduras hay que seguir una serie de reglas
no escritas en un país cogobernado por traficantes de drogas y
pandillas. Quienes pueden hacerlo viven detrás de altos muros y rejas en
los conjuntos cerrados. No hay que salir de noche y quienes son
testigos de crímenes no los denuncian ni hablan de ello.
Pero así no pasó con el caso de `Don Mincho'.
Tegucigalpa no tiene transporte público organizado y está
construida sobre pendientes empinadas con calles llenas de baches.
Muchos de los 72 lugares donde se estacionan los taxis conocidos
funcionan con una ruta fija y su servicio es colectivo.
Son junto a los autobuses el único medio de transporte para
aquellos que no pueden pagar un vehículo en el segundo país más pobre
del continente.
Los taxis copan una acera y esperan en fila hasta reunir cuatro pasajeros. Cada uno paga unos 50 centavos de dólar por viaje.
Con suerte un taxista puede hacer unos 25 dólares al día tras
pagar gasolina y en la mayoría de casos el alquiler del carro que ronda
los 15 dólares diarios.
`Don Mincho' esperaba a que su vehículo se llenara en medio de
una calle forrada como muchas en estos días de contienda electoral con
los carteles de la propaganda política; los rostros de los candidatos
presidenciales: la opositora Xiomara Castro y el oficialista Juan
Orlando Hernández.
Las elecciones presidenciales y legislativas se celebrarán el próximo domingo.
Hernández sacó adelante como ex presidente del Senado una ley
que creó un cuerpo llamado policía militar para atacar el problema de la
violencia e inseguridad.
Sólo que la policía militar no pudo evitar el asesinato de `Don
Mincho' pues esta fuerza patrulla esporádicamente barrios marginales no
el centro de la ciudad y en rondas que no alcanzan a cubrir a todas las
vecindades ni las cubren todas las horas del día.
Tras su captura los policías llevaron al presunto asesino a la Jefatura Metropolitana de la Policía de Tegucigalpa.
Irías cree que si la policía hubiera tardado algunos minutos más en llegar ``lo mata la gente ni lo dudes es niño muerto''.
``Todos sabemos que las pandillas mandan menores a realizar los
asesinatos por encargo y la percepción es que si no se escapa del
centro (de detención) en el que los meten en un tiempo mínimo estará de
nuevo en la calle'' dijo.
Agolpados tras la cinta amarilla de las autoridades y aún
estremecidos por el asesinato de su compañero lo primero que hicieron
los taxistas fue honrar su código del silencio: ``aquí nadie va a hablar
hay banderas que escuchan lo que decimos y si alguien habla es el
siguiente (asesinado)'' alguien dice entre un grupo aterrorizado.
La primera reacción del grupo cargada de impotencia fue
bloquear el tráfico con sus carros mientras caía la noche en una ciudad
ya de por sí colapsada vialmente.
``No podemos más'' decía uno de ellos entre lágrimas. ``Podría haber sido yo''.
En 2012 33 taxistas murieron asesinados en Tegucigalpa; uno cada 11 días.
Horas más tarde a la entrada de la iglesia evangélica Nuevo
Amanecer y con el cuerpo de su compañero en un ataúd el grupo accede a
que uno de ellos en un callejón explique por qué mataron a `Don Mincho'
con la condición de que su nombre no se haga público.
``Hace seis años que pagamos extorsión'' dice.
Cada semana hacen una colecta y meten unos 260 dólares en un
sobre que recoge un niño en el lugar de los taxis sin mediar palabra.
Cada taxista entrega unos siete dólares de los 25 que ganan al día.
El problema es que hace dos semanas alguien en una llamada telefónica les pidió 1.000 dólares. No pagaron. Dicen que no pueden.
``Juegan con el hambre de nuestras familias'' dijo el taxista
desesperado. ``Ya no tenemos de dónde sacar más. Yo fui a poner la
denuncia. Testifiqué tapado con una capucha para que nadie me
reconociera''.
Pero ahora él se siente culpable porque cree que el asesinato fue la consecuencia de la denuncia.
``El jueves este mismo chavo llegó al punto de taxi y le puso
la pistola en la sien a otro compañero'' dijo. ``Se atascó y no disparó.
El compañero se ha encerrado en casa ha apagado el celular y no quiere
hablar con nadie''.
Esta persona dice que la pandilla usa a niños de las barriadas
para que estudien los taxis: identifican a los choferes y a los carros
por sus números los siguen conocen sus horarios las viviendas de los
taxistas lo que producen.
``Estamos atrapados. Somos presa fácil'' dice. ``A Don Mincho
lo mataron porque estaba primero de la fila. No iba contra él. Atacan al
colectivo no a la persona. Si regresamos mañana cae otro''.
El miércoles al mediodía a las puertas de la iglesia evangélica
y mientras los taxistas depositaban el féretro en el coche que lo
trasladaría al cementerio una pequeña carpa del Partido Nacional
repartía una tarjeta de descuentos que el candidato oficialista
Hernández ofrece a sus seguidores.
También regalaba camisetas y registraba votantes pese a que la ley prohíbe hacerlo esta semana y al dolor que los rodeaba.
Alguien tuvo que pedirles que por respeto apagaran la música.
Al funeral en el cementerio Santa Cruz al norte de la ciudad
llegaron decenas de taxistas y tres autobuses pagados por los clientes
de `Don Mincho'.
En sus 35 años de trabajo había llevado a la escuela o al
trabajo a miles de personas. También estaban su esposa sus tres hijas y
algunos de sus nietos. Uno de ellos trabaja en la misma estación de
taxis.
Tras el oficio religioso alguien abrió el ataúd y todos los
taxistas desfilaron derrumbándose en llanto abrazando y besando al
cadáver o compartiendo sus últimas palabras con quien fue su amigo y
compañero.
De regreso a casa uno de ellos explicó que ``soluciones solo
hay dos: pagar el impuesto de guerra o emigrar a los Estados Unidos''.
Un día después del asesinato y cuando de nuevo caía la noche el
lugar de taxis estaba vacío. Los taxistas ya habían perdido un día de
jornal y pedían prestado dinero: las extorsiones y las necesidades no
esperan.
Seguirán sin trabajar hasta que puedan reunir los 1.000 dólares.
``No quiero pensar que no tiene solución pero nadie la conoce''
dijo el ingeniero Irías que también fue al cementerio. ``Nadie sabe de
qué forma pero el que gane las elecciones es a esto a lo que le tiene
que entrar. Es más de lo que una sociedad puede soportar''.
(EXCELSIOR/AP / 22/11/2013 08:56)
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