Eran las 10:00 de la
noche de un buen día de 1947, cuando una patrulla de la Policía salió de la
Presidencia Municipal y se dirigió al poniente de la ciudad, a un lugar
conocido como La Piedrera, de donde se extraían materiales para obras públicas.
En la unidad
viajaban el alcalde Carlos Villarreal Ochoa; el comandante de la Policía, el
coronel Rosendo de Anda y un padre de familia que, horas antes, acudió ante el
primero para pedir justicia porque violaron y mataron a su hija de 14 años.
También iba el acusado de cometer esos crímenes.
“¿Quiere justicia?,
aquí está mi .45, ¡quiébrelo!”, dijo Villarreal al afligido padre de familia,
quien no esperaba estar en una situación como esa y apenas exclamó un “no puedo
señor presidente”.
“¡Ah, cómo será
usted culebra!”, le reprendió el edil. Entonces, Villarreal Ochoa le arrebató
el arma, cortó cartucho y apuntó a la cabeza del malhechor. El estruendo rompió
la quietud de la noche en aquel apartado lugar. Fue un solo tiro. El acusado
cayó sin vida.
Segundos después la
patrulla se alejó del lugar con un ocupante menos, para regresar a la
Presidencia municipal.
La anécdota es
contada años después por él mismo ex alcalde al licenciado Filiberto Terrazas
Sánchez, entonces juez penal en Juárez y en la actualidad el cronista de la
ciudad.
Con un carácter
forjado en los años de La Prohibición de alcohol en Estados Unidos, durante los
cuales llegó a estar preso por contrabando de licor, Villarreal Ochoa fue
presidente municipal del 1 de enero al 17 de febrero de 1947 y luego del 25 de
febrero de 1947 al 31 de diciembre de 1949.
Al recibir el
gobierno, la ciudad pasaba por un periodo de inseguridad y violencia generada
nuevamente por el auge de bares y prostíbulos que daban servicio a soldados estadounidenses,
y la proliferación de drogas y pandillas.
La “mano dura” que
aplicó contra la delincuencia fue facilitada por la oportunidad de obviar
procedimientos judiciales, que le permitieron aplicar juicios sumarios contra
infractores del orden público y enemigos políticos; logró que en seis meses la
ciudad se pacificara al grado de que sus habitantes dormían con ventanas y
puertas abiertas, refiere Terrazas Sánchez.
El sello que
imprimió a su gobierno le generó una fama que trasciende hasta la actualidad,
rodeada de mitos y leyendas, pero sustentada en la violencia que utilizó para
combatir a la misma violencia.
DE DURANGO A LA FRONTERA...
Originario de Indé,
Durango, donde nació el 23 de diciembre de1904, Villareal Ochoa llega a Ciudad
Juárez a la edad de 19 años. Pronto encontró trabajo en los grupos que se
formaron en la frontera para consolidar la industria del alcohol, que surtía al
oeste de los Estados Unidos durante la Ley Volstead. De esos grupos también
emergerían políticos.
En ese periodo Juárez
experimentó un auge económico que disminuyó al ser derogada La Ley Volstead en
1933. Sin embargo, a partir de 1941 hay un resurgimiento cuando el gobierno
norteamericano se involucra en la Segunda Guerra Mundial. El impacto económico
en la frontera es directo, ya que Fort Bliss crece hasta convertirse en la
tercera mayor base militar estadounidense, con cerca de 25 mil soldados
acantonados de manera permanente y de los que cada fin de semana, al menos 10
mil cruzan a Juárez para relajarse ante la posibilidad de ser enviados al
frente.
A la par, se
implementa el Programa Bracero y miles de mexicanos son atraídos para obtener
un empleo. Sin embargo, al concluir el programa, cientos siguieron llegando,
muchos para quedarse en Ciudad Juárez.
Los desmanes no se
hicieron esperar, se presentaron problemas de inseguridad generados por
pandillas, narcos, carteristas y rijosos de los bares. De las gangas, las más
representativas eran Los Pachucos y Los Tirilones, mientras que el consumo de
heroína y mariguana se arraigaba cada vez más.
Así, al llegar a la
Presidencia municipal, entonces ubicada a espaldas de la Misión de Guadalupe,
Carlos Villarreal nombra como jefe de la Policía al coronel Rosendo de Anda,
egresado del Colegio Militar y quien tuvo de colaboradores a Raúl Mendiolea
Cereceres y Teodoro Pérez Rivas, a quienes encomendó la tarea de traer paz y
tranquilidad a los juarenses.
Los métodos iban
desde rapar a los reincidentes, detenerlos por periodos de 15 días y en caso de
que nadie los reclamara, desaparecerlos. En muchas de las intervenciones el
mismo alcalde se involucraba para hacer “justicia” a petición de la parte
afectada.
En una ocasión la
mamá de una adolescente de 17 años que fue atacada sexualmente, acudió a
pedirle justicia, pero la misma madre le solicitó al alcalde que no matara al
agresor ya que ella era católica y conocía los métodos de Villarreal.
“Por caridad de Dios,
no lo vayan a matar por que Dios es grande”, dijo la mujer.
“Le prometo que no
lo mato, pero no va a volver a reincidir”, aseguró el edil.
La promesa fue
cumplida, pero el agresor fue mandado castrar, relata el cronista de la ciudad.
“A que no crees que
no volvió a reincidir”, decía Villarreal al contar él mismo la anécdota a sus
amigos.
“Limpiaron Ciudad
Juárez al grado de que la gente dejaba una bicicleta en el frente de su casa o
en el jardín y nadie las agarraba”, añade Terrazas Sánchez.
“A los narcos les
advertían que debían dejar la ciudad, de lo contrario aparecerían muertos en La
Piedrera; a los carteristas los detenían y rapaban para después ser enviados en
un camión y abandonados cerca de Jiménez o en pleno desierto, no sin antes
advertirles que de regresar a Juárez, encontrarían la muerte”.
“Váyanse de Ciudad
Juárez. El clima no es saludable para ustedes...”, era la advertencia más
común, refiere una crónica periodística.
CONTRIBUCIONES FORZOSAS
La inseguridad no
fue la principal vertiente del gobierno de Carlos Villarreal, como alcalde.
Ordenó la construcción de puentes sobre la Acequia Madre, el Hospital General,
que posteriormente cada administración del Gobierno del Estado se adjudica como
obra propia.
Construyó el
Auditorio Municipal y las instalaciones de la Escuela de Mejoramiento Social
para Menores, cedidas después al Instituto Tecnológico de Ciudad Juárez;
instaló alumbrado público con luz mercurial, hizo el Puente Libre, llamado
después Carlos Villarreal.
En su periodo se edificaron
las escuelas Miguel Hidalgo, Gregorio M. Solís, Félix U. Gómez, Toribio
Benavente, y Francisco I. Madero, así como la estación número dos de Bomberos y
el Supermercado.
TAMBIÉN SE ADQUIRIÓ EL RASTRO.
La lista de obras
sigue, pero en ella destaca la instalación del servicio de radiopatrullas con
flamantes automóviles bien equipados.
Al concluir su
mandato había pavimentado 350 mil metros cuadrados de calles y adquirido
barredoras mecánicas para limpiarlas.
Para realizar
algunas de las obras, impuso contribuciones obligatorias a empresarios, muchas
veces con métodos poco ortodoxos.
En uno de estos
casos, a un empresario que vendía licores adulterados, el alcalde lo citó en la
Presidencia y le explicó que la ciudad requería de dinero para hacer obras
públicas.
El empresario se negó y el alcalde ordenó a su jefe de Policía
vigilarlo las 24 horas del día.
Al tercer día, las
cosas cambiaron, el empresario retornó y cedió a la presión del alcalde.
CARRERA CORTADA
Tras dejar la
Presidencia municipal, Carlos Villarreal siguió dentro de la política y
aspiraba a ser gobernador, cargo al cual pudo haber llegado dada su amistad con
Gustavo Díaz Ordaz, a la postre presidente de México.
Sin embargo, su vida
fue cortada de tajo el 10 de febrero de 1963, cuando se encontraba en el
interior del bar Mint, ubicado en la avenida Juárez, a escasa media cuadra del
puente internacional Paso del Norte.
Ese día, Villarreal
se encontraba desarmado. Estaba acompañado de Víctor Ortiz, también ex alcalde;
Clemente Licón, el policía Gregorio Ogaz Téllez, y Francisco Olivera Castel, a
la postre su verdugo.
Acompañado de
mariachis y tragos, Villarreal bromeaba y le hacía bromas pesadas a Olivera
Castel, quien en determinado momento se empezó a retirar de la mesa,
aparentemente para no ser más el centro de burlas.
“Vuélale una oreja a
ese rajón”, le dice Villarreal al otro ex alcalde quien desenfunda y dispara
contra Olivera Castel atinando en el blanco.
No tuvo tiempo de
disparar un segundo tiro. Olivera Castel sacó un arma y vació su carga contra
Villarreal y Ortiz, quienes murieron al instante. Clemente Licón quedó mal
herido.
El incidente se da
mientras Ogaz Téllez se encontraba en el baño, de donde no salió hasta que
Olivera Castel se retiró, aunque fue capturado en el puente internacional.
Las sospechas de que
se trató de un crimen político se
hicieron presentes desde el mismo momento del asesinato y se incrementaron
cuando Olivera Castel fue condenado a un breve tiempo en prisión y cambiado a
Villa Ahumada donde se le dio el “pueblo por cárcel” y se le nombró tiempo
después Recaudador de Rentas del Gobierno del Estado en ese municipio.
UNA ÉPOCA DE BALAZOS
Con la muerte de
Villarreal Ochoa se cerró una época en Ciudad Juárez en la que los grupos
políticos dirimían sus diferencias a balazos y en la que destacan los
asesinatos, por ejemplo, el del senador Ángel Posada, en 1938, a manos del ex
gobernador Rodrigo M. Quevedo, y la muerte del alcalde José Borunda, en un
atentado con explosivos en la Presidencia municipal.
Sin embargo, nacería
entre los juarenses la leyenda de Carlos Villarreal.
Hoy no faltan
adultos mayores que recuerden la “mano dura” del ex alcalde…. y lo añoran.
(Juan de Dios Olivas/El Diario) (Fuentes: Visión Historia de la Frontera Norte
de México; Breve Historia de Ciudad
Juárez; http://www2.uacj.mx)
(EL DIARIO, EDICION JUAREZ/ / Juan de Dios Olivas/ 2013-07-27 | 23:04)
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