Durante
años nadie conoció el destino final de la mujer que en los setenta y
ochenta dominó la escena nocturna de la capital jalisciense con antros
como Guadalajara de Día, París de Noche, Romanos y Elíseos. La Comanche,
como era conocida Esther Camberos, obtuvo de esos lugares una fortuna e
importantes relaciones en las que mezcló el hampa y la política. A
menos de un año de su muerte, en octubre del año pasado, su hijo Adán
Clemenz adelanta a Proceso Jalisco algunas de las impactantes historias
que pretende publicar con más detalle y en forma de libro.
GUADALAJARA,
Jal. (Proceso Jalisco).- Atrás quedó su fama, que rebasó las fronteras.
No había poderoso que, como tanta gente común, viniera a esta ciudad y
no visitara Guadalajara de Día, el mejor centro nocturno y motel hasta
hace menos de una década. Atrás quedó también la vida de su creadora,
que desearían olvidar muchos a los que ella sirvió.
El 15 de
octubre de 2012 falleció Esther Camberos Gómez, La Comanche, en silencio
y casi en el olvido de políticos, poderosos, mafiosos y hasta
periodistas que disfrutaron sus favores, como las bellas mujeres que les
puso en bandeja.
Hoy, su primogénito Adán Clemenz revela algunos
de los encuentros secretos que influyeron en la vida pública del país
sin que nadie confesara quién los hizo posibles.
Concebida en una
infidelidad matrimonial de su madre Refugio Gómez, Esther nació el 7 de
marzo de 1941 en Ciudad Guzmán y recibió el apellido de su abuela
materna, Domitila Camberos. Juventino Barreto la echó a la calle cuando
descubrió que sólo era su padrastro.
Pese a su origen humilde, acumuló el poder y el dinero que quiso.
Tuvo
varios maridos; protegió a estudiantes y a quien le pidiera ayuda; creó
los más elegantes centros nocturnos, con las más selectas damas de la
vida galante –entre ellos el que se hacía honor a su sobrenombre y el
más famoso de todos, Guadalajara de Día, que se adelantó a la época por
sus lujosas instalaciones.
Influyente con los poderosos, desde
presidentes municipales hasta legisladores, gobernadores, secretarios de
Estado y presidentes de la República que la visitaban, La Comanche casi
no sabía escribir. No aspiró a tener cargos públicos. Con inteligencia,
y sin que faltaran en su entorno el licor, el glamour, la inteligencia y
el sexo, se codeó con la élite que movía al país.
Desde las camas
de las innumerables prostitutas que protegió y educó para el oficio,
por lo cual le vivieron agradecidas, Camberos Gómez rigió muchas
voluntades. No obstante, tuvo “amistades limpias, desinteresadas, como
la de un presidente de la República, el general Marcelino García
Barragán –secretario de la Defensa Nacional de 1964 a 1970– y don Javier
García Paniagua, entre otros”, afirma en entrevista con Proceso Jalisco
Adán Clemenz Camberos, su hijo, pilar de sus negocios y sobre todo su
confidente.
Sus mejores contactos y amigos, los más útiles, fueron
jefes policiacos, como Francisco Sahagún Baca, Miguel Nazar Haro, José
Antonio Zorrilla, Esteban Guzmán, Max Toledo y Antonio Gárate Bustamante
(éste de la agencia antinarcóticos estadunidense, la DEA). A todos les
daba trato VIP y ellos, además de pagar su cuenta, le correspondían con
“charolas” y, dice Clemenz, “estaban atentos a cualquier favor que mi
madre les pidiera”.
Al mismo tiempo La Comanche alternaba con
capos, tahúres y galleros como Antonio Alcaraz. Fueron sus amigos de
parranda –y “siempre muy solidarios”, dice su hijo– Ernesto Fonseca y
Miguel Ángel Félix Gallardo.
Muchas veces se apersonaron en sus
negocios Carlos Morales García, El Pelacuas, Ramón Arellano Félix,
Manuel Salcido Uzeta, El Cochiloco, y su hermano Sergio, El Picochulo.
Javier Barba, Jaime Alcaraz, Jesús Gallardo y Rafael Guajardo “eran
clientes frecuentes del Guadalajara de Día. Incluso Rafael Caro Quintero
llegó a ir a la discoteca Tune Tune y al Salón Aztlán del hotel Azteca
Internacional, también propiedad de Camberos Gómez.
En los últimos
ocho años de su existencia, este reportero buscó en varias ocasiones a
este personaje de la vida pública nacional –importante, aunque lejos de
los reflectores– para que platicara su historia, pero la cita nunca se
realizó. Ahora es Adán Clemenz quien en breve publicará dos libros, uno
sobre su madre, La última carcajada de La Comanche, y otro con el título
provisional: Por lo que vale la pena matar, vale la pena vivir, centro
nocturno Guadalajara de Día, en el que promete contar historias que han
permanecido en secreto.
Como ejemplo de la habilidad con que
manejaba el negocio, relata: “Hubo veces que mi madre me alertaba: ‘¿Ya
viste quién está en los reservados? Ten cuidado, porque si se topan se
van a matar. Si ves que se quieren ir, sácalos por donde tú ya sabes’.”
Cuenta
que en una ocasión en el Guadalajara de Día llegó Sahagún Baca
–entonces director general de la Policía Judicial Federal y luego de la
DIP de Arturo Durazo Moreno en el Distrito Federal–. Lo acompañaban como
80 policías. Interrogó a doña Esther con sobrada autoridad: “¿Conque tú
eres la famosa hampona?” Pero ella, “lejos de espantarse, lo paró en
seco: ‘Mire comandantito, usted en unos años se va a ir a la chingada y
yo voy a seguir siendo yo”.
Los policías “nos apuntaban a los que
estábamos ahí, incluidos nuestros elementos de seguridad, y sólo
esperaban la orden de Sahagún Baca para disparar. Pero ante la firmeza
indomable de la mujer, terminó doblegándose: ‘Me habían dicho que eres
una mujer bragada. Desde ahora serás como mi hermana’. Y es que mi madre
no le tenía miedo a nadie”, subraya Adán.
Así como Esther
Camberos enderezó y torció caminos a conveniencia propia y de sus amigos
o protegidos, dio de comer a menesterosos y ayudó a madres de presuntos
guerrilleros desesperadas por la desaparición de sus hijos en los
setenta y ochenta.
Una vez, luego de que una señora la esperó
varias noches en que doña Esther no regresó a su residencia, intercedió
ante los jefes de la “operación limpieza” de la Dirección Federal de
Seguridad y obtuvo la libertad de un muchacho al que los policías tenían
colgado de los dedos. No obstante, el joven murió dos días después por
los efectos de la tortura.
Por cierto que en sus centros de
diversión también echaban relajo los dirigentes de la Federación de
Estudiantes de Guadalajara (FEG) y los disidentes del Frente Estudiantil
Revolucionario (FER), muchos de los cuales formarían después la
guerrillera Liga Comunista 23 de Septiembre.
Gracias a una
conexión política inició la carrera de Esther Camberos. Ella misma le
contó a Adán que de muy joven se fue a Guatemala a trabajar en un
cultivo de algodón y luego como mesera en una finca cafetalera con
servicio al público. Ahí la conoció un jefe de la policía que la llevó
al palacio de gobierno con el dictador Miguel Ydígoras Fuentes, que
permaneció en el poder de 1958 a 1963.
Precisamente cuando estaba
ahí, se desató en la capital guatemalteca una rebelión con muchos
heridos y muertos. Permaneció encerrada tres semanas y, cuando salió,
Ydígoras la gratificó con 40 mil quetzales, entonces equivalentes a
otros tantos dólares, y “con ese dinero puso su primer centro nocturno,
La Comanche”.
Ahí contrató a gente de la farándula como Cuco
Sánchez, Miguel Aceves Mejía, Luis Aguilar, Manuel El Loco Valdés y Pepe
Jara, quienes actuaron largas temporadas en el Guadalajara de Día. Y en
el Salón Aztlán actuaron Raphael, Vicente Fernández, Juan Gabriel, José
Luis Perales, Vicky Carr… prácticamente los cantantes y actores más
famosos de aquellos años. Llegó a contratar a Ray Conniff, “que ni
Televisa pudo traer”, se jactaba la señora.
Clemenz recuerda que
durante una presentación de José María Napoleón en el Salón Aztlán, del
hotel Azteca, vio a su madre hacer lo que nunca: bajar la mirada cuando
empezó a escuchar Pajarillo, del mismo compositor: “Maquillaje a granel
usaba a diario y vendía la piel a precio caro, de las ocho a las diez,
en una esquina. Era joven y fiel, era rosa y espina, y se llamaba… no
sé, nunca lo supe, nunca le pregunté (…) de plaza en plaza, vendedora de
amor, ofrecedora para el mejor postor…”.
Le gustaba tanto la canción que a partir de entonces, cuando se ponía sentimental, le decía: “Hijo, cántamela otra vez”.
–¿La vio llorar alguna vez?
–Llorar
o doblarse, nunca. Llegué a verla triste, con la vista baja. Siempre
fue indomable, imponente, y le hablaba de tú a tú a cualquiera.
Tenía
el poder necesario. El primogénito de Esther Camberos dice que la
fortuna de su madre se tasó, a su muerte, en 90 millones de dólares,
entre efectivo y bienes raíces, tanto en el país como en el extranjero.
Precisamente ahora Clemenz libra un pleito legal con dos de sus seis
hermanos, Carlos y Mayra.
En la entrevista y en otros encuentros
–incluso entregó un extenso texto–, Clemenz hace notar que la residencia
materna en Apaches 717, colonia Monraz, “llegó a ser un lugar neutro
para que se hicieran acuerdos entre distintos personajes que movían los
hilos del país, entre políticos conocidos, narcos y narcopolicías.
“En
el Campo Militar número 1 y en la desaparecida Dirección Federal de
Seguridad, o en la Policía Judicial Federal, en la Ciudad de México, la
llamaban La Jefa, La Patrona, Doña Esther”. Y no era para menos.
Entonces “tenía el hotel más lujoso y moderno de Guadalajara, el Azteca
Internacional –con sus baños Malinalco–, producto de noches en las que
podía ganar diariamente hasta 40 mil dólares en sus cinco negocios
(Guadalajara de Día, París de Noche, La Comanche, Romanos y Elíseos).”
El arranque
Adán
Clemenz le atribuye el temple de su madre a que desde su infancia en la
entonces llamada Zapotlán El Grande, a veces comía, a veces no, o a lo
sumo “bagazos de frutas y verduras, cáscaras de naranja”.
Abandonada
por sus padres, se vio obligada a pedir caridad y dormía donde se
podía, fuera en mesones o en la calle. Cuando se acercaba a la casa
materna la corrían a pedradas, aunque a veces, a escondidas, uno de sus
medios hermanos le llevaba de comer. A los seis años tuvo que ser
atendida varias veces por problemas estomacales, ya que ingería restos
de comida que encontraba en la basura.
“La necesidad, la
inexperiencia, el abandono se encadenaron para que a los 16, años, más o
menos, mi madre quedara embarazada –relata Clemenz–; no sé si fue a la
fuerza o porque necesitaba cariño, el caso es que un señor mucho mayor
se aprovechó de su situación y no le respondió. Por su pobreza, estaba
muy desnutrida y no podía darme pecho. Mi primer alimento fue agua con
azúcar; no había ni para la leche, mucho menos para pañales y ropa”.
La
joven Esther trabajó en un molino de nixtamal y en una fábrica de
adobes, pero no dejó al vástago a su suerte. “Nunca me dejó solo. En
ocasiones se escapaba del molino y corría a verme en un cuarto que rentó
de cuatro por cuatro metros. Era de tierra el piso, con un petate. Se
esforzó por darme comida, me daba lo que podía”.
–¿Cómo era ella? ¿Cómo se inició en los negocios?
–Tenía
un cuerpo escultural que en mucho lo debió, creo, a que trabajó
haciendo adobes. Con los pies tenía que amasar el lodo, un gran
ejercicio que torneó su figura.
“En 1964 abrió su primer cabaret
en la Calle 54, en el Sector Libertad. Lo llamó La Comanche. Nada más
tenía cuatro mesas que le regaló una empresa, y tres cartones de
cerveza. Empezó a trabajar muy duro, como siempre. Los estudiantes de la
FEG, que eran un montón, se robaban el vino de otros lugares y se lo
daban a mi mamá. Con seis prostitutas comenzó sus servicios.
“El
secreto de ir creciendo, de ganar dinero, estaba en servir poco ron
Bacardí o Potosí y mucho refresco. Fue creciendo, hizo cuartos, y de la
renta de éstos y la venta de alcohol ganó dinero para poner otros
centros nocturnos, a los que solía llamar tepacherías, donde llegaron a
laborar hasta cerca de 550 meretrices” y unos 200 empleados.
En
aquellos tiempos, dice Clemenz, “una mujer que taloneaba bien podría
ganar el equivalente entre 9 mil y 13 mil dólares al mes. Hubo muchas
que en un año se compraron casita, carro y hasta abrieron una cuenta en
el banco, pero otras, que no aprovecharon el momento, me las he
encontrado exprimiendo sus pellejos por 15 dólares y causando lástima”.
El
entrevistado, de 55 años, tuvo 20 hijos con seis mujeres. Nunca se casó
pero dispuso de cuantas deseó. “Ahí estaban, a la mano”, dice sin
vanagloria.
“Muchas veces las prostitutas llegaban vestidas de
enfermeras o policías para no sentir vergüenza –recuerda–; eran hijas de
familia y para que ésta no se enterara, decían que trabajaban en eso.
Otras veces los padres me llevaban a las jovencitas; algunas eran
menores y me decían: ‘Échesela, pero por favor déle trabajo’. Puedo
decir que 80 o 90% de ellas fueron violadas en casa por su padre,
padrastro, tío o primo, a los ocho o 13 años.”
Mujer de batalla
El
sobrenombre de La Comanche se le quedó a Esther Camberos porque un tío
abuelo le decía “Comanchito” y en cierta ocasión, al pelearse con su
pareja, Salvador Giblas, “ella terminó enterrándole un picahielo en el
estómago. Él le pronosticó que sería grande en la vida porque ‘nunca te
das por vencida. Eres una guerrera, una comanche’.
“Siempre había
sangre en ese lugar, peleas con manoplas, botellazos, cadenas y tubos.
Había una pandilla llamada Los Vikingos y un tipo al que llamaban El
Talpita. Querían llevarse a las muchachas gratis, por eso ella tuvo que
pelear con ellos muchas veces; hirió y fue herida. No fue una blanca
paloma, hizo cosas malas, pero creo que más buenas. Eso sí, nunca aceptó
un no como respuesta ni la mediocridad. Decía: ‘Lo pendejo ni Dios lo
perdona’.”
–¿Llegó a matar o mandó matar a alguien? –se le pregunta a Clemenz.
–Pregúntele a sus cenizas.
–¿Y usted, Adán?
–No.
Sí estuve en la cárcel por el secuestro del ingeniero José Tobías Simón
y su hijo Alejandro José Phillips –familiares de Dolores Olmedo, que
tenía la mayor colección privada de cuadros de Diego Rivera– a quienes
por primera vez en mi vida pido perdón.
“Yo no iba a salir en 40
años, pero mi madre, por sus influencias, a los dos meses me sacó del
tribunal de menores. Tengo participación muy mala. Soy el único mexicano
que está involucrado, directa o indirectamente, en los tres secuestros
más importantes del siglo XX…
“Si tuviera el apoyo de nuestro
presidente haría una liga antisecuestro para regresarle a estas dos
personas (José Tobías Simón y a su hijo Alejandro) un poquito de lo que
hice a los 14 años, la estupidez más grande de mi vida. Por primera y
única vez pido en vida perdón a los afectados.”
Por eso, dice, en
los dos libros que pretende publicar “quiero que de alguna forma se deje
una enseñanza: que las mujeres vean que sí pueden salir adelante, sin
ser modelos profesionales (para vender su cuerpo), que los jóvenes no
crean que es fácil andar en el narco o en la criminalidad, que la vida
es corta al final de cuentas y que lo más importante es la felicidad.
Que el enemigo se encuentra en casa y que cuiden a sus hijos. La semilla
de la prostitución está en esos niños violados o abusados en la
familia”.
–Recuerdo que el secuestro del doctor Humberto Álvarez
Machain para entregarlo al gobierno estadunidense por la muerte del
agente de la DEA, Enrique Camarena, y del piloto mexicano Alfredo Zavala
Avelar, se lo atribuyeron a su madre y a usted. ¿Cómo ocurrió todo eso?
–se le pregunta.
–El secuestro fue hecho por el hermanastro de mi
madre, Jesús Barreto Camberos, pero a nosotros nos lo querían
adjudicar. Era el tiempo de Carlos Salinas de Gortari, un presidente que
respeto y admiro, pero no tengo ídolos: si él no fue a la cárcel, ¿por
qué iba a ir mi madre por lo que haya hecho? Hecho está. ¿Por qué no se
atrevieron a juzgarlo en su momento?
“Cuando me aprehendió el
primer comandante Florentino Ventura, de la Interpol-DEA, porque me
involucraron en el secuestro de Enrique Camarena, llegaba la fortuna de
mi madre a 90 millones de dólares.”
Trae a cuento la fortuna de La
Comanche porque ambos se fueron a Estados Unidos, donde ella “llegó a
pagar 30 mil dólares a un brujo en Miami y 10 mil a otro en California y
no sé si fue coincidencia, pero a la semana quitaron de su puesto al
Fiscal de Hierro, Javier Coello Trejo, que era quien nos echaba la
culpa”.
Acostumbrada a lograr su cometido, Camberos Gómez estrenó
una camioneta y “trató de introducir prostitutas a Estados Unidos. Un
agente de ‘la migra’ le preguntó por qué llevaba tantos vidrios y
dinero. Ella le respondió: ‘Son diamantes, pendejo; vidrios, los de tus
lentes. Y mi dinero, porque lo tengo, y me están haciendo más’. ‘La
camioneta y el dinero quedan confiscados’, le dijeron. Sin embargo, hizo
dos llamadas, nada más la deportaron y no la sancionaron como pollera o
tratante de blancas. Luego repetía que si hubiera aprendido inglés
también se fregaría a los gringos”.
Pese a que Esther Camberos
casi podía escribir únicamente para firmar cheques, “llegó a tener casas
en Estados Unidos. Compraba en las más famosas tiendas de marca,
particularmente las ubicadas en Rodeo Drive, en Beverly Hills, como
Louis Vuitton y Versace. Llegaba con esclavones, collares y pendientes
de diamantes. Con sus pacas de dólares nomás sabía decir: how much?, y
las vendedoras, al ver el dinero, la atendían de primer nivel. Me decía:
‘¿Ya ves?, sí entienden mi inglés’. Pero pagaba con dinero ganado por
ella, no era robado como el de Gordillo”.
De ahí, agrega Clemenz,
que sus dichos favoritos fueran: “Todo lo que se compra con dinero es
barato, y más si es gente; mano dadivosa, mano poderosa; sé inteligente,
la suerte te la da Dios, que él sabe para qué la quieres; y primero yo,
luego yo y después yo.
“Mi madre entraba al aeropuerto por una
puerta especial, subía a los aviones con su arma –una 3.57 Magnum con
balas y balines especiales, a veces envenenados– y cocaína de la más
pura, que usaba. Teníamos unos sellos de aduanas con los que traíamos lo
que queríamos. Además, ella no tenía miedo de nada ni de nadie.”
Todo
esto reafirmaba su seguridad: “Cuando iba al Distrito Federal, a mi
madre, que era hermosa, de impactante personalidad, carisma, distinción y
elegancia, la recibían elementos de la Dirección Federal de Seguridad y
hasta reverencia le hacían, le besaban la mano. Ella me decía: ‘Mira
hasta dónde he llegado a ser de poderosa. Estuve en una reunión con los
40 hombres que mueven el país. Yo creo que mis putitas no saben hasta
dónde estoy llegando”.
El quiebre
Los tiempos cambiaron los
tiempos y trajeron otros conceptos de antros, innovaciones como la
proliferación de “estéticas” especializadas y centros de masaje, el
sistema de edecanes y escort, table dance y otras variantes de la
prostitución. Los centros nocturnos de Camberos Gómez fueron cediendo
ante la fuerte competencia.
Además, por esa época tronó la salud
de Adán Clemenz, su hijo y administrador general, tras siete u ocho años
sin descanso. Tenía que trabajar incluso más en días feriados. “Decido
separarme por problemas de salud, pues llegué a orinar sangre por el
ritmo de trabajo, casi no descansaba, dormía muy poco. Había que tener
abiertos siempre los negocios. Conmigo salieron como 80 empleados de mi
confianza”.
Para colmo, La Comanche no había obtenido concesiones
ni licencias para los casinos que había tramitado. Eso empezó a
enfermarla, pero el acabose fue cuando se dio cuenta de que su hijo
Carlos falsificó su firma.
En la versión de Adán Clemenz, él fue
“el que trabajó al lado de mi madre, el único que la ayudó a hacer la
fortuna y el imperio. Hoy Mayra y Carlos dicen que no me toca
absolutamente nada. He propuesto que se repartan a partes iguales todos
los negocios y los predios que poseía mi madre; que se investigue el
origen del hotel Azteca desde 2001 hasta el 2012, los departamentos en
las zonas y condominios más exclusivas del Distrito Federal, Bucerías,
Puerto Vallarta y Miami, y todas las cuentas bancarias, ya que las
vaciaron de inmediato.
“Mi madre le puso a Carlos cuatro demandas,
dos ratificadas por falsificarle la firma y otorgarse poder general,
una en el Ministerio Público federal, y dos de su esposa Cynthia y 19
afectados más, que ya lo demandaron.”
También asegura que la
prueba de que su hermano falsificó la firma es que ocho días después de
muerta –el 23 de octubre–, “me dice que mi madre, de su puño y letra
puso nombre firma, con huellas (dactilares), le deja su supuesto
testamento sólo a él y a Mayra, que no sabía escribir. Las huellas
fueron tomadas estando ebria o muerta, y tengo pruebas”.
El
primogénito admite que él heredó un rancho de 739 hectáreas debidamente
notariadas y “con miles de cabezas de ganado” en Mascota, Talpa de
Allende.
–¿De qué muere su madre?
–Fue una depresión
profunda, combinada con el abuso del alcohol de que la retacaban Carlos y
Mayra para su conveniencia, porque durante años Mayra le hizo fraude a
Seguros Axxa, ocultándole información como su alcoholismo y, sobre todo,
datos tan importantes como el de la verdadera edad de mi madre. Cuando
la internó en el hospital Puerta de Hierro dijo que tenía 62 años y no
71, que era la edad real. Todo, para que el seguro pagara.
“Yo
tenía madre para rato, era muy fuerte. Me la mató mi hermano con su
cómplice. Le tronó el corazón de desilusión. Se enteró de cómo le robó
propiedad por propiedad y ahora, con ese dinero –él dice tener 40
millones de dólares– compra magistrados, jueces y peritos, y tiene a su
disposición su propia barra de abogados.”
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