El oro y la plata significan riqueza… pero sólo para unos
cuantos empresarios mineros, no para México ni mucho menos para las
comunidades de indios y campesinos a quienes se despoja impunemente.
Desde 1993 la ley lo permite. Pero esta ley privilegia la extracción de
minerales al costo de envenenar la tierra que podría haber servido para
la agricultura y la ganadería. La voracidad de las compañías dedicadas a
la minería –que no pagan regalías y apenas unas migajas de impuestos–
pone en riesgo la autosuficiencia alimentaria y lleva la tensión social
al límite.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La política minera asumida desde hace dos
décadas por el Estado mexicano amenaza con provocar una confrontación
social, un grave problema alimentario y, por sus proporciones, volverse
un asunto de seguridad nacional.
Para dar continuidad a esa política, los cambios hechos a la Ley
Minera en la Cámara de Diputados el pasado 25 de abril –aunque el tema
no estaba en agenda, la bancada del PRI lo metió de última hora– y que
aún deben pasar por el Senado, no tomaron en cuenta a los pueblos
indígenas ni al sector agrario, son inconstitucionales en tanto violan
tratados internacionales, contravienen el Pacto por México y desdeñan
una iniciativa que se estaba integrando en su Consejo Rector.
Esas son las conclusiones del titular de la Comisión para el Diálogo
con los Pueblos Indígenas de la Secretaría de Gobernación, Jaime
Martínez Veloz, quien en los últimos meses ha podido constatar los
estragos de las operaciones mineras en todo el país: Despojo y
desplazamiento de comunidades campesinas e indígenas, empobrecimiento de
las poblaciones donde la producción mineral es boyante y destrucción,
en muchos casos irremediable, del ambiente.
Todo ello, agrega, ha sido facilitado por leyes laxas, actores
políticos con intereses en el sector y un saqueo indiscriminado de
recursos minerales por parte de empresas que pagan muy pocos impuestos y
no dejan regalías.
Según el funcionario el riesgo de confrontación social es grave y en
diferentes zonas del país ya se observan los reclamos de indígenas y
campesinos afectados, mientras los consorcios mineros aumentan sus
ganancias sin dar nada a cambio.
De acuerdo con el informe de 2010 de la Auditoría Superior de la
Federación, las multinacionales mineras tuvieron ingresos por 552 mil
millones de pesos entre 2005 y 2010, pero sólo pagaron 6 mil 500
millones de pesos en impuestos; esto es, poco más de 1% de sus
ganancias.
Según cifras de Martínez Veloz, durante todo el periodo colonial se
extrajeron en la Nueva España 190 toneladas de oro y 150 de plata; de
2000 a 2010 en México se extrajeron 420 toneladas de oro y 35 mil de
plata.
El funcionario sostiene que México es el único país donde las mineras
no pagan regalías y, en el caso de las extranjeras –que han proliferado
en la última década–, ni siquiera pagan IVA porque facturan en sus
países de origen.
“La cuestión es que si la minería produce empleos, propicia el
desarrollo y tiene altos ingresos, ¿por qué las comunidades indígenas de
las zonas mineras son las más pobres? El ejemplo es la Sierra
Tarahumara”, plantea.
Señala que con la reforma, que impone 5% de pago por uso de suelo, se
aprobó una ley que reduce un fenómeno complejo, con numerosas variables
ambientales, sociales, políticas y jurídicas, a un asunto de un monto
muy reducido de impuestos.
“Creo que hay muchos elementos para que pueda ser cuestionada en la
Corte –opina Martínez Veloz–. Pero aquí la cuestión es: ¿Cuál es la
prisa de aprobar una iniciativa a espaldas de los pueblos indígenas de
México en un asunto tan delicado que puede generar confrontaciones de
carácter social en diferentes partes del país?”
Desde la reforma a la Ley Minera de 1993, la entrega de la riqueza
del subsuelo a las empresas deja números alarmantes: De los
aproximadamente 200 millones de hectáreas del país, casi la mitad (unos
98 millones de hectáreas) se concesionaron a compañías mineras.
De acuerdo con los datos oficiales ofrecidos por el comisionado y que
están en la página electrónica de la Secretaría de Medio Ambiente y
Recursos Naturales (Semarnat), en 2011 México tuvo una superficie
sembrada de 22 millones de hectáreas. Ese es el último año reportado y
también el de mayor siembra desde 1981.
Los mismos datos, actualizados a junio de 2012, establecen que la
superficie agrícola y ganadera en México es de aproximadamente 106
millones de hectáreas.
En opinión de Martínez Veloz, si se considera que el resto del
territorio nacional es no productivo, el contraste de la superficie
agrícola con la minera es de alarmar: Quedan 7 millones de hectáreas
para la producción alimentaria. De ahí que el comisionado prefiera
dimensionar el problema en los siguientes términos: “No se ha
concesionado la mitad del país sino casi la totalidad de la superficie
productiva de México”.
A partir de 1993, cuando la minería se convirtió en actividad
primaria, los números reflejaron un incremento gradual del territorio
concesionado.
De 1993 a 2000 la superficie concesionada sumó más de 38 millones de
hectáreas. Durante los 12 años de gobiernos panistas se concesionó una
superficie superior a 56 millones de hectáreas, de las cuales más de 30
millones fueron repartidas durante el sexenio de Felipe Calderón.
“Los señores Zedillo, Fox y especialmente Calderón tendrían que dar
una explicación sobre la forma en que condujeron el sector y el grave
daño que hicieron al país”, dice Martínez Veloz.
(Fragmento del reportaje que se publica en Proceso 1905, ya en circulación)
/4 de mayo de 2013)
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