Alejandro Saldívar/ Reportaje Especial
MÉXICO,
D.F. (proceso.com.mx).- Pablo Alfa vive en una célula cósmica
reciclada, así lo explica. Él le llama ciclocélula: una bicicleta rodada
24 con traje espacial incluido. Pablo Alfa va solo. Pablo Alfa está
drogado. Pablo Alfa va al espacio interestelar.
Realmente Pablo
Alfa alterna una semana de mariguana con una semana de serigrafía. Dice
que le sale lo creativo. Su ciclocélula lo respalda: un vehículo que
tiene integrada una sombrilla raída con capas de aluminio para proteger
de los rayos ultravioleta. De vez en cuando la sombrilla se despega o
las capas de estaño golpean a los pachecos que exigen legalizar la
yerba.
Pablo Alfa habla detrás de su casco de unicel que simula un
casco espacial: “Me retiré siete años de las drogas, espiritualmente me
fui al Tibet”. Y sí. Pablo camina con la parsimonia de un monje
tibetano.
La mente de Pablo Alfa es un tobogán donde los colores
resplandecen y los sonidos hacen eco: “Mira, no por fumar dejas de
pensar. Esto es una situación placentera y energética. Los sentidos se
desarrollan y entras en una dimensión mística”, dice mientras camina
sobre avenida Juárez entre el humo espeso de la mariguana.
Dice
que no le gustan las drogas sintéticas, que las metanfetaminas revientan
el cerebro. “Con el peyote, por ejemplo, tuve varias sensaciones con la
luna, aprendí a ver paisajes en el cielo, entre las nubes, y así fueron
mis primeros viajes místicos”.
Pablo no es la única especie
intergaláctica en la marcha para exigir la despenalización en el uso de
la mariguana: Hay una legión de tambores alrededor de una fuente en la
Alameda. El saltimbanqui que se escapó de un circo. Los raperos que
riman a la mota. Los que usan antifaz con dibujos de plantas de
mariguana. Los intelectuales que critican la política militar del
Estado. Los bilingües que gritan: “¡No more drug war!”. Un saxofonista
con cascabeles en los tobillos.
Ernesto tiene unos ojos que
parecen eclipses de luna sacados de una película de terror. Está en un
extremo de la Alameda con un grupo de raperos que aflojan la sintaxis
después de fumar.
Ernesto borbotea un lenguaje rítmico: “La mota
es la candidata / para acompañarme en mi carro / en un buen viaje /
prefiero la yerba / a tener este cemento / déjame volar sobre cosas /
que no me podrás dar / me late la ganja / es mi combustible / me vuela /
como si fuera un cohete.”
Ernesto le da un jale al carrujo. Una
corriente eléctrica lo recorre por dentro. Su pulgar rasca su dedo
índice. La multitud desaparece. Sólo le interesa prolongar el hormigueo
que recorre sus brazos y se sube a las mejillas y al cerebro.
Rumbo al Monumento a la Revolución marcha un grupo que exige detener la barbarie que ha dejado la guerra contra las drogas.
“La
política antidrogas está fundada en una lógica prohibicionista que
hostiga la libertad individual y alienta el mercado de los cárteles y
los gobiernos. Esa política sigue respondiendo a intereses de Estados
Unidos y aunque el discurso del narcotráfico haya salido del plano
informativo sigue generando violencia. La legalización de la mariguana
depende de la presión de la gente y de un cambio cultural sobre la
ilegalidad”, dice Imanol Ordorica, profesor universitario.
El humo
se arremolina detrás de Bellas Artes. Los manifestantes corean: “El
narco y el gobierno son el mismo infierno”. Otros gritan
“Le-ga-li-za-ción, le-ga-li-za-ción” como si se tratara de un mantra.
Las
consignas invitan a jugar a los viajes y a apretar los párpados: “No al
narco, sí al autocultivo”. “Yo soy pacheco, si te gusta la mota, apaga
la tele”. “La despenalización es nuestro derecho”. “Despenalización por
el bien de la nación”. “Evita el cataclismo, cultívala tú mismo”.
“Puestos… para pagar impuestos”. “Regulación legal y no criminal”.
“Drogas y ciencia. Investigación no ficción”. “No más extorsión…
Mariguana regulación”.
En la Alameda circulan carrujos del tamaño
de un puro. Puños de mariguana por 20 pesos que es vendida en copias de
algún memorándum de la oficina, o en un pedazo de periódico amarillista.
Cigarrillos de yerba hidropónica por 50 pesos. Panques por 15.
Chocolates por 5. Caguamas y mariguana. La reluciente tranquilidad en la
Alameda Central. La ilusión de viajar al espacio interestelar.
/4 de mayo de 2013)
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