En
la colonia Lomas del Paraíso, a través de los territorios de
variopintas bandas, existe una zona trans, donde personas transexuales y
transgénero intentan cada día y cada noche sobrevivir. Y no es una
metáfora: cada vez que ejercen el único oficio que les deja la sociedad,
estos disidentes del absolutismo biológico arriesgan la existencia.
Anna G. Lozano
GUADALAJARA,
Jal. (Proceso Jalisco).- Se hace llamar a sí misma Carla Greta, pero su
nombre verdadero es Carlos. Tiene 32 años y es el transexual mayor de
Lomas del Paraíso, una de las colonias más peligrosas de Guadalajara.
A
Carlos lo apodan también La Abuela por los conocimientos teóricos y
prácticos que trasmite a la comunidad transgénero y transexual. Es alto,
delgado, de movimientos delicados y cejas delineadas. Hoy no lleva
puesto maquillaje y su vello facial empieza a asomar en su rostro.
Tiene
un novio 10 años menor llamado Martín, es callado, tiene tatuajes en
los brazos y suele usar una gorra del santo Malverde mientras juega
dominó en la sala del hogar que comparten, mientras Carlos habla con la
reportera.
Más que La Abuela es la matriarca de los transexuales
más vulnerables de la colonia. Les enseña a colocarse una peluca, a
mover sus manos en el aire y a agudizar la voz frente a un hombre.
Les
indica que las mejores hormonas son las aceitosas que ella se inyecta y
se consiguen a la vuelta del céntrico Santuario de Guadalupe por 40
pesos.
Les aconseja que se asuman como mujeres y caminen erguidas, aun
en tacones y por el empedrado, ignorando a quienes se ríen de ellas.
Pero lo más importante es que les hace entender a las jóvenes que pocas
salen vivas de los peligros de la prostitución. Les dice:
“Esto no
es juego. Desde que uno decide vestirse de mujer y asumirse como tal,
uno debe saber a los peligros a los que se expone. Pues al final de
cuentas somos putos y eso no es normal, por lo tanto son muy pocos los
espacios dignos que existen para nosotros los anormales. Por eso lo más
común es la prostitución; a muchos los han matado y los que siguen vivos
son de puro milagro. La mayoría mueren siendo jóvenes.”
Para
entrar a Lomas del Paraíso fue necesario pedir autorización al menos a
una pandilla. En el sur se habla de los Hawey, que tienen entre 12 y 18
años y se reúnen día y noche afuera del centro deportivo. Su territorio
termina con la división geográfica del canal de aguas residuales, que
desmiente con su olor el nombre de la colonia.
El Chore y Mario
son integrantes de esa banda y pasan las tardes fumando cigarros,
bebiendo cerveza y escuchando rap. Aceptan llevar a la reportera hasta
la zona donde se juntan los trans siempre y cuando se incluya en esta
nota su demanda de que regresen de nuevo las clases de rap que se
impartían en la administración municipal anterior como parte de la
estrategia para la prevención del delito. Los dos tienen 17 años.
Ninguno terminó la secundaria y prefieren la música a las peleas
callejeras.
Sin mayor problema, acompañan a la reportera hasta la casa de Jessica, la pupila más cercana de Carla Greta.
Ganarse la vida cerca de la muerte
La
rubia Jessica usa un perfume dulce. Tiene 20 años y una sonrisa que
cautiva a cualquiera. Ella le cuenta todo a La Abuela, desde el
alcoholismo de su madre hasta la ruptura con su primer novio: él le
dedicó la canción Aunque no sea conmigo, de Celso Piña, que ahora la
hace llorar.
Vive con su madre, su abuela carnal, una tía, un
sobrino y dos hermanos en una casa pequeña cuya sala sirve de
dormitorio. Por eso Jessica prefiere hablar en otro lado.
Cuando
se siente cómoda, fuma con delicadeza mientras se dice inconforme con su
cuerpo y habla de la transición al género que considera suyo. Fue a los
14 años, cuando trabajaba en un call center y salía de su casa vestida
de hombre para llegar temprano al baño del trabajo y cambiar su
vestimenta por maquillaje y una falda corta. Su jefe le decía María,
nombre que le gustaba más que el de pila: Juan Martín. Sus días como
María terminaron cuando su madre la cachó con los tacones que llevaba en
su bolso. Renunció a su trabajo y cambió de María a Jessica.
En
el proceso para modificar su cuerpo la acompañaron sus mejores amigas de
la cuadra: Brillith, Miranda, La Pancha, Nicole y Juana, entre otras.
Consiguen las hormonas en el barrio del Santuario y las consumen cada
semana, pero el aumento de glúteos es aparte: pagan 150 pesos por sesión
en una estética clandestina de la zona, donde en menos de 45 minutos
les inyectan aceite de cocina por litros.
“¡Hay quienes se
inyectan hasta cerveza! Nosotras puro aceite. Lo mejor es el
biopolímero, porque te quedan más duras, pero es más caro y difícil de
conseguir, así que por lo pronto nosotras seguiremos con aceite, aunque a
veces nos salgan bolas y se te pase hasta los pies”, dice Brillith, de
20 años.
La inyección de silicona líquida, aceites, biogel y las
llamadas “células expansivas” como el biopolímero suelen dejar secuelas
irreversibles. Ellas saben esto; lo que ignoran es que los biopolímeros
contienen sustancias derivadas del petróleo, como vaselina, y que pueden
causar reacciones como dolor e infección con secreción en la piel,
embolismo pulmonar, insuficiencia renal… y la muerte.
“A nosotras
nos da más miedo envejecer que la propia muerte. Envejecer como mujer
trans ha de ser feo, sola y triste. Por eso uno hace lo que sea para
sentirse lo más bella posible”, dice la Pancha, que se enorgullece por
imitar muy bien a Jenny Rivera.
A su vez, Jessica acaricia su
cabello largo y ondulado mientras narra cómo la discriminación laboral
la orilló a la prostitución, igual que les pasó a sus amigas. Fue a los
17 años cuando su abuela carnal comenzó a aceptar la nueva identidad de
su nieta. Entonces, una tía le dio trabajo en un puesto de comida del
mercado Corona. Su gracia y amabilidad le generaban buenas propinas,
pero también padeció ahí la burla por primera vez.
“Me hacían
mucho bullying; recién llegaban clientes y un trabajador de ahí se
encargaba de decirles a todos que yo era hombre, que si no les daba asco
que yo los atendiera. Les aguanté muchas, hasta que un día una señora
me dijo: ‘Mira mi’ja, no porque seas así tienes que aguantar la burla de
estos cabrones, mándalos al carajo’. Lo hice. Un día que se me cayeron
los jitomates al piso, uno de ellos me empujó la cabeza al suelo y me
dijo ‘pinche puto pendejo’. Le reventé la nariz. Mi tía me despidió y
desde entonces me quedé sin trabajo.”
Desde ahí, dice, conoció el
camino que transitan la mayoría de los transexuales al menos alguna vez
en su vida:
“Una llega vestida de mujer, con tacones, maquillada, y
luego leen en la solicitud un nombre de hombre como Juan Manuel… La
gente no entiende, muchos se asustan y no saben qué decir. Otros se ríen
y los más amables te dicen que luego te llaman y no lo hacen. Por eso
muchas terminamos en la putería, chula”.
Jessica se inició como
sexoservidora cerca de los 18 años. Una noche, en el bar gay Eros,
conoció a un hombre que la invitó a trabajar en la zona de Plaza del
Sol.
Ganaba 500 pesos por servicio, pero tenía que pagar una cuota de
piso de mil 200 pesos a la semana a un tipo apodado El Niño.
Con
frecuencia los clientes la golpeaban y la policía municipal la acosaba,
pero sus jornadas en las esquinas terminaron cuando una de sus
compañeras fue asesinada, dizque por robarle a un cliente.
“¡Era un
celular de cascarón! De esos que salen en el cereal, y el cabrón la mató
por eso. Lo triste es que todas se mueren así tarde o temprano. Nadie
la tiene segura”, dice.
En menos de dos años, tres de sus amigas
trans de la colonia fallecieron y otras tantas cayeron presas. La
primera fue Atenas, de 20 años, atropellada intencionalmente en el
Periférico una noche que trabajaba.
Su nombre legal era David García y
era conocida como la mejor imitadora de Selena en fiestas y
espectáculos. En octubre del año pasado Estrella, a quienes sus padres
nombraron Edgar Alexander García, se suicidó en su casa a los 22 años.
La
más reciente pérdida es la de su amiga Noemí (J. Guadalupe Estrada), de
19 años, asesinada en un motel de Zapopan el 1 de febrero de dos
balazos, en el tórax y en el cráneo:
“Poco a poco nos vamos quedando
solas. La muerte se nos ha hecho común en esta colonia”, observa
Brillith, mientras enseña las fotos de sus tres amigas en el altar de la
Virgen de Guadalupe.
Los trans suelen ser víctimas de crímenes
sexuales. De acuerdo con la Comisión Ciudadana Contra Crímenes de Odio
por Homofobia (CCCCOH), después de Brasil, México es el país
latinoamericano con más muertes por ese motivo y Jalisco es el quinto
estado del país con más homicidios de ese tipo, con 58 casos desde 1995.
“Pero si no puteamos no tragamos. Dejar la prostitución es lo más
difícil porque las oportunidades de trabajo están limitadas hasta para
los heterosexuales”, interviene La Pancha.
En general se trasladan
en grupo. Muchas veces les han arrojado piedras, naranjas y botellas de
vidrio. Las agresiones provienen sobre todo de hombres: vecinos de la
colonia, policías, taxistas y los propios consumidores de sus servicios:
“El
verdadero riesgo está a la hora de subirte al carro del cliente, porque
no sabes si vas a regresar viva. Si piden que te hinques y te apuntan
con una pistola, como en mi caso, puedes decir que te fue bien. Pero
cada vez somos menos las que salimos vivas. Si logras salir bien del
servicio, tienes que enfrentarte a un último reto: los taxistas, quienes
muchas veces piden un servicio sexual a cambio de subirte”, dice
Miranda, de 21 años, a quien le dicen Britney por su cabellera rubia.
Bromean
seguros al decir que para no correr peligro les gustaría poner un
puesto de frutas aunque no vendieran nada. Ríen al imaginarse ofreciendo
churritos y salchipulpos en la esquina, porque lo que anhelan es poner
una estética. Acarician ese sueño cada vez que se maquillan, pero cuando
se ponen en marcha saben que taconear en la calle es la única salida
real.
Prejuicio asesino
“Se
lo ‘echan’ en el motel”, tituló el periódico sensacionalista su nota
sobre el asesinato de José Guadalupe Estrada, transexual asesinado el 1
de febrero en la colonia El Batán, de Zapopan.
Su madre relata que
esa noche Guadalupe salió con una falda negra y lo demás rojo: blusa,
zapatos de mocasín y su chamarra favorita. Horas más tarde, los vecinos
de Lomas del Paraíso llamaron a su puerta para darle el pésame porque la
nota del homicidio se difundió por televisión.
De acuerdo con la
policía, en la cochera de la habitación 55 del motel Aruba yacía el
delgado cuerpo de un joven de unos 20 años vestido de mujer.
Tenía dos
impactos de bala, en el tórax y en el cráneo. En sus manos tenía un
desarmador. Alrededor, varios casquillos de nueve milímetros.
El agresor
huyó en un Tsuru azul y derribó la pluma de ingreso y salida. Las
cámaras de seguridad del establecimiento captaron las placas del auto,
pero el asesino sigue libre. El expediente se archivó.
En realidad
Guadalupe habría cumplido 20 años el pasado 25 de febrero. Su familia y
sus amigos celebraron el cumpleaños con una misa y taquiza, justo como
ella lo planeó. Su madre llora de indignación:
“Las autoridades me
dijeron que descubrieron que mi hijo no era mujer y que quizá se trató
de un ajuste de cuentas. Les pedí el video de seguridad y su celular (de
Guadalupe) pero me dijeron que ambos eran confidenciales. No me
quisieron dar ni su chamarra, pues que esa iba a la basura por
cuestiones de higiene. Sólo me dijeron que ellos me iban a llamar en
cuanto supieran algo.”
Sabe que el caso de Guadalupe no es el
único y entiende que la justicia no se junta con los pobres. “Como
madre, una se da cuenta cuando sus hijos pueden estar metidos en algo
como la prostitución, pero yo lo único que pido es saber quién y por qué
la mataron. Pedir justicia ya es demasiado, pues aquí el que gana es el
que tiene dinero”, concluye, y muestra la última foto que le tomaron.
En
entrevista, la coordinadora General de la Red Mexicana de Mujeres
Trans, Patricia Betancourt, señala que la discriminación y los crímenes
contra las personas transgénero y transexuales se han incrementado:
“En
Jalisco estamos alarmadas por la muerte de compañeras, porque no hay
avances jurídicos que garanticen nuestros derechos como los de cualquier
otro ciudadano. Nos enfrentamos a un debilitamiento de las políticas
públicas que no fomenta en el respeto hacia nuestros derechos humanos.”
Y
recuerda el caso de Paulina, baleada en la Plaza del Sol en 2006. Su
caso sigue archivado pese a que su agresor está bien identificado. Igual
sucedió con Gaby, transexual que trabajaba en la misma zona y cuyo
cadáver fue hallado en Tlajomulco el año pasado.
Betancourt
informa que su organización registró 19 muertes por transfobia en el
estado durante 2012 y dos más en lo que va del año. Contar los
homicidios es difícil porque el Servicio Médico Forense clasifica los
restos por sexo femenino o masculino, sin aclarar si se trata de
personas transgénero o transexuales.
Aun así, señala que desde
2005 hasta lo que va de 2013 se han registrado 973 muertes por
transfobia en el país. Tan sólo en el estado de Chihuahua se registraron
19 muertes en un mes por esa causa en 2011.
Betancourt, con más
de 17 años de lucha por los derechos de los transexuales y personas
transgénero, colabora con la Red Latinoamericana y del Caribe de
Personas Trans (Red Lactrans).
Con base en la información recabada por
activistas internacionales, refiere que si bien existe más visibilidad y
un registro de más de 600 mujeres transexuales en la zona metropolitana
de Guadalajara, aún se requieren políticas públicas para fomentar el
acceso al trabajo mediante una ley de identidad de género que permita,
como en el Distrito Federal, el cambio legal de nombre y el derecho al
reconocimiento de su identidad de género como cada persona la siente,
corresponda o no al sexo asignado en el nacimiento.
Recuerda que
un travesti es aquel que se viste de mujer momentáneamente; el
transgénero es aquel que vive un género diferente al biológico y que el
transexual es aquel que recurre a modificaciones anatómicas
irreversibles, como la cirugía, para asumirse física y psicológicamente
como mujer. Puntualiza:
“Más de 90% de las mujeres transexuales se
prostituyen ante la discriminación laboral que padecen sólo por ser
mujeres con una identificación de hombres. Esta ley reduciría los
índices de trabajo sexual, al dar el primer paso y reconocernos como
mujeres. Así podríamos pedir un trabajo con nuestra nueva identidad, y
darnos visibilidad, seriedad y el respeto que merecemos.”
En
cuanto al aspecto de salud pública, la activista advierte que México
está muy por debajo de países como Argentina y Brasil al no ofrecer
siquiera un trato digno en los centros de salud:
“Es que estamos
mal. En México no hay siquiera un conteo de personas trans portadoras de
VIH sida, cuando sabemos que la mayoría de estas mujeres trabajan en la
prostitución. Por cuestiones de salud pública deberíamos prestar
atención al tema y por lo menos tener un control epidemiológico, pero la
realidad es que hay una falta de interés, por lo que necesitamos darle
visibilidad al tema.”
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