La tribu seri patrulla la isla Tiburón para evitar la
cacería ilegal del cimarrón, ya que recibe entre 10 y 15 permisos para
organizar safaris que pueden costar hasta 25 mil dólares y solo están al
alcance de unos cuantos
Felipe Larios Gaxiola / Milenio
Sonora • Las fuerzas
armadas de la tribu seri —un grupo de 20 indígenas armados con rifles de
cacería— se encuentran en estado de alerta. Han recibido la orden de incrementar
sus patrullajes en el territorio de su nación, lo mismo en la carretera y el
desierto como en el canal del Infiernillo, que separa al continente de la isla
Tiburón.
Este grupo de
indígenas, que se autodefine como un “ejército tribal”, quiere proteger aun si
es por la vía de las armas una verdadera mina de oro. “Los cazadores furtivos
que vienen a nuestra isla están matando todos los años unos 10 de nuestros
borregos y eso no lo podemos permitir”, dice Luis Miguel López Morales,
gobernador tradicional de la tribu. “De eso depende nuestra comunidad”.
¿Qué importa un
borrego? De entrada, quizá pueda parecer que no mucho. Pero lo que esta tribu
tiene en sus manos es un recurso renovable que vale millones de dólares y que
representa una salida de la miseria para sus integrantes. Uno que año con año
es objeto de reñidas subastas en Las Vegas y que atrae a cazadores de Estados
Unidos, Canadá y Europa dispuestos a pagar un ojo de la cara por participar en
su búsqueda, entre cañones y desfiladeros.
Es el ovis
canadensis mexicano, mejor conocido como el borrego cimarrón de Sonora. El rey
de reyes en el circuito mundial de cacería. Un animal que es el leitmotiv del
Club Grand Slam, un reducido grupo de cazadores/conservacionistas que incluye a
millonarios, CEO de empresas multinacionales y artistas que viajan por todo el
mundo gastando miles de dólares cazando… borregos salvajes.
De todos los lugares
posibles, el más codiciado de estos borregos solo habita en una parte del
planeta. Para ser exactos, en isla Tiburón, un territorio completamente
despoblado casi del tamaño de Tlaxcala en el mar de Cortés.
La reserva se
encuentra ubicada justo enfrente de la comunidad de Punta Chueca y es propiedad
de la pequeña tribu seri o comcaac, un grupo ferozmente celoso de su soberanía
que vive marcadamente por debajo de la línea de pobreza.
“Por los minerales y
la vegetación que consume y las cañadas y los cañones en los que habita, el
borrego de la isla Tiburón es de los más grandes y caros del mundo”, opinó Luis
Romero, cazador profesional y dueño de Desert Hunting, una empresa dedicada a
la organización de safaris de élite. “Por alguna razón, crecen más que en
tierra firme. Puedes llegar a cazar un borrego de 170 puntos (el tamaño de la
cornamenta) en un solo día”.
Eso ha dado pie a un
negocio multimillonario en las costas de Sonora, en algunas de las tierras más
sagradas de los seris. Cada año, como parte de un acuerdo que data del sexenio
de Ernesto Zedillo, el gobierno federal entrega al gobierno tradicional de la
tribu entre 10 y 15 permisos de cacería para la explotación del borrego
cimarrón. El valor inicial de una licencia no rebasa los 250 pesos.
Pero ese permiso
vale mucho más que eso. Al final de un largo proceso de venta y reventa, su
precio se habrá multiplicado hasta unas 10 mil veces. En sociedad con la Wildsheep
Foundation de la Unión Americana —organización no gubernamental dedicada a la
protección y cacería sustentable del borrego—, los seris subastan cada una de
esas licencias en cifras que van de 80 mil a 200 mil dólares.
“Un borrego de
rancho cinegético en tierra firme, en Sonora, vale 60 mil dólares. Uno en Baja
California Sur, quizá unos 45 mil. Pero el de la isla puede ir hasta 85 mil”,
detalló Romero. El récord de isla Tiburón se lo llevó la subasta de 1997. Fue
particularmente reñida: el cintillo alcanzó los 250 mil dólares.
Desde el inicio de
la cacería del borrego, en 1997, el arreglo formal ha sido que el gobierno
tradicional seri entrega los cintillos a la Wildsheep Foundation y ésta los
subasta en Las Vegas o Reno. Las ganancias después se dividen entre los
cazadores estadunidenses y los indígenas mexicanos. En una buena temporada,
podrían ser uno o dos millones de dólares. Mucho dinero para una población
donde no hay otro recurso, más allá de la pesca.
Pero no es la única
vía de ingresos que genera el cimarrón. Según Romero, un safari bien organizado
en la isla puede llegar a costar 25 mil dólares, incluyendo la presencia de
chefs, cargadores, guías y conductores, además de comida transportada vía aérea
desde el continente. Son viajes que llegan a extenderse por 15 días y que sólo
están al alcance de una selecta minoría occidental, atendida por rastreadores
seris que también pueden hacerse de bonos y salarios extraordinarios.
***
En paralelo, la
historia del paraíso de cacería ha tenido su lado negativo. La última década y
en particular el sexenio pasado vieron el surgimiento de un fenómeno de difícil
combate: la cacería furtiva. Atraídos por la posibilidad de cazar un borrego de
antología, cazadores ilegales de México y el extranjero desembarcan todos los
meses en isla Tiburón, cuyo territorio es tan extenso que es imposible de
controlar de forma completa.
Vedado el acceso a
fuerzas federales y estatales —nadie puede ingresar a la nación seri sin un
permiso especial—, la tribu ha fincado sus esperanzas en sus fuerzas armadas,
un grupo parapoliciacos al que se ha armado con rifles de cacería y radios de
onda corta con miras a desalentar las incursiones a isla Tiburón.
Quizá sea una
adecuación indígena al fenómeno de las guardias comunitarias que se ha
suscitado al sur del país. Lo cierto es que hoy, el ejército tribal patrulla de
forma independiente a la federación las aguas y el territorio seri. Eso le ha
llevado en más de una ocasión a tener roces con autoridades federales y
estatales, que no ven con buenos ojos que civiles estén armados.
La lucha contra los
furtivos tampoco ha sido fácil. “Nos rebasan en armamento. Traen armamento muy
fuerte. Nosotros no contamos con eso. Traen radios, teléfonos celulares, armas
de larga distancia…”, insistió el gobernador tribal.
Alfonso Méndez, el
comandante del ejército tribal, resume la relación tirante entre las fuerzas
armadas de los seris con otras instancias de gobierno: “Es difícil el trabajo.
Medio pesado. Entran autoridades de Hermosillo y marinos y a veces los
encontramos armados. Y ni modo. Nosotros somos la autoridad en el territorio de
la comunidad. A veces los encaramos porque entran al territorio. Y eso les está
prohibido”.
***
Paradojas de la
vida, justo enfrente de isla Tiburón y el multimillonario negocio del borrego
cimarrón, la población seri se debate en la miseria. Desde hace seis años no
hay un centro médico que funcione en el poblado, en el que habitan 520
personas. No hay alcantarillado y la red eléctrica es cosa reciente. Según el
censo de 2010, más de 50 por ciento de sus pobladores carecen de acceso a
servicios de salud.
De las 154 viviendas
que componen Punta Chueca, 104 no tienen agua entubada y solo la mitad cuenta
con sanitarios. Hasta el puesto de la Cruz Roja Mexicana, que se dedicaba a la
atención de infecciones estomacales y de ojo, está en el abandono.
Al mismo tiempo,
como entre otras poblaciones indígenas del norte, las tasas de diabetes se han
disparado, algo que se asocia con el elevadísimo consumo de bebidas azucaradas
ante la ausencia de agua de fácil acceso. “El gran problema que tenemos es la
diabetes”, considera Juan Antonio Robles Barnett, regidor étnico de la tribu.
“Como no tenemos doctor que ayude a prevenir, no hay control y por eso ha
aumentado la enfermedad”.
Hace dos años, con
varios de sus pobladores mostrando síntomas agudos de diabetes —el Censo de
2010 descubrió que hay seis personas con ceguera—, el consejo seri ordenó
cerrar su territorio al paso de camiones refresqueros. Desde entonces, empresas
como Coca-Cola o Pepsico tienen prohibido abastecer las tiendas del pueblo, lo
que no ha evitado que los tenderos viajen más lejos, a Kino, a comprar el
producto.
Robles Barnett
enfatiza que el borrego podría ser una solución a la pobreza de la comunidad
seri, aunque hay demasiadas necesidades y un número limitado de cimarrones que
cazar. “El problema es que no nos llega ese dinero de forma completa. Por la
misma necesidad del pueblo no alcanza para todos”, dijo.
Ante ese panorama,
con la mayor parte de su población atrapada en la miseria y sin ninguna otra
actividad productiva que les ayude a salir adelante, los seris se plantean
ahora la posibilidad de emprender una “nacionalización” del borrego cimarrón.
“El borrego para
nosotros es como Pemex. Nosotros lo vemos como la batería económica que tenemos.
No hay más recursos aquí. Ningún programa del gobierno federal, municipal o del
estado llega. No tenemos para dónde hacernos: solo el borrego”, dice el
gobernador López Morales.
Todo radica en los
términos de negociación que se fijaron con la Wildsheep Foundation hace ya
varios años. Bajo el acuerdo original, la organización estadunidense logra
quedarse con más de 50 por ciento de lo que genera una subasta de borrego. “Lo
que nosotros queremos es subastarlo nosotros mismos, sin intermediarios”, afirma.
“Poner nuestro stand en Las Vegas, ir nosotros allá, venderlo para que nadie se
quede con el dinero, más que la tribu”.
Para el próximo año,
cuando la temporada de cacería esté lista y los borregos cimarrón hayan
madurado y tengan sus crestas lo suficientemente grandes, la tribu quizá ya no
le venda los cintillos, como todos los años, a los estadunidenses. Todo
dependerá de que logren obtener visas para ir a la subasta de Las Vegas.
Quizá se decidan por
expropiar ese borrego de oro al otro lado del canal del Infiernillo.
(DOSSIER POLITICO/ Felipe Larios Gaxiola / Milenio/
2013-04-25)
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