Excélsior
Distrito Federal— En una oficina de la Torre de Pemex, la niña Dafne Sherlyn Martínez
Carbajal unió su mejilla con la de su padre Irving Omar Martínez Pulido y lo
tomó por el cuello. Él entrelazó las manos para abrazarla por la cintura. Ambos
miraron hacia una cámara, sonrieron y llegó ese clic que congeló su última
imagen.
Detrás de ellos,
todavía se observaban computadoras encendidas, seis cubículos color azul,
fólders y carpetas acomodados en hilera, otros papeles más sobre un escritorio,
un teléfono secretarial y un archivero de acero gris. El mismo mobiliario que,
al día siguiente de la fotografía, los rescatistas recogieron entre los
escombros que guardaban en bolsas de basura verdes.
Wendy Carbajal llevó
a la funeraria este retrato impreso que se tomaron su esposo y su hija. Lo
compartió con sus familiares mientras los velaban.
El jueves 31 de
enero, justo antes de la tragedia, se veían muy felices Irving y Dafne, contó
Wendy. La pequeña descubría el sitio de trabajo de su papá, al que había
llegado por una tarea escolar, y él estaba contento, porque acababa de recibir
un mejor contrato el día del accidente.
“Él me marcó y me
dijo que me tenía una muy buena noticia: ‘ya me dieron un nuevo contrato’. No
me explicó de qué, porque no me decía las cosas hasta que llegaba a la casa y
hasta ahí, ya no supe más” comentó.
Ya transcurrieron
tres días desde que la explosión del edificio B2 de la paraestatal desmoronó a
la familia Martínez Carbajal. Durante la misa de cuerpo presente, el cansancio
de Wendy era evidente a las cuatro de la tarde sus párpados ensombrecidos
delataban el insomnio y aún le faltaba por asistir a dos servicios crematorios.
Apenas acababa de
recibir la bendición y condolencias del sacerdote que ofició la misa y ya se
cuestionaba sobre cómo iba a sostener a sus otras dos niñas: Wendy, de cuatro
años, y Alison, de dos. Durante los 11 años que duró su matrimonio siempre se
dedicó al hogar.
Y esas preguntas
sobre el porvenir de las dos pequeñas llegaron de pronto como un huracán,
mismas que su inmenso dolor no le había permitido formular.
“Ya ahorita estoy
ubicando las ideas, me despejé”, aseguró.
Por más que ha
escuchado repetir a su suegro que él se encargará de todo, Wendy necesita tener
una certeza de que el sustento de sus hijas dependerá nada más de ella.
“Ahorita que no está
él (Irving Omar), yo me tengo que hacer responsable de las niñas”, dijo.
Wendy ni siquiera se
ha preocupado por recuperarse de esta pérdida, el único pensamiento que ha
comenzado a obsesionarla es que Pemex le consiga una plaza para poder trabajar.
“A mí lo que más me
interesa es un trabajo y lo más rápido posible”. Y si fue tan insistente en la
premura de trabajar lo antes posible se debe a que empieza otro mes y con éste
una colegiatura más que pagar del kínder de Wendy. Además que pretende que sus
hijas tengan derecho a los servicios de salud y guardería.
Ayer por la mañana,
cuando llegó el director de Pemex, Emilio Lozoya Austin a dar el pésame a las
familias que velaban a siete víctimas en Gayosso Sullivan, a Wendy le faltó
entereza para recibirlo, pero ahora le gustaría entrevistarse con él y
conversar sobre su futuro.
(DIARIO DE JUAREZ/ Excélsior | 2013-02-03 | 08:39)
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