Desde septiembre pasado, la Suprema Corte de Justicia
de la Nación resolvió que el caso del “pelotón de la muerte” de Ojinaga debe
pasar al ámbito civil, pero no lo ha notificado y el proceso sigue en manos de
la justicia militar. No es un caso más de abuso, sino la historia de asesinatos
sistemáticos cometidos por un grupo de soldados y oficiales que actuaban como
un grupo armado de la delincuencia organizada. Esta es parte de esa historia,
reconstruida por Proceso con base en expedientes judiciales y testimonios de
sus protagonistas.
Jorge Carrasco Araizaga
MÉXICO, D.F.
(Proceso).- La tarde del 22 de junio de 2008, a casi tres meses de haber
iniciado el Operativo Conjunto Chihuahua ordenado por Felipe Calderón, un
pelotón de la Tercera Compañía de Infantería No Encuadrada (CINE) en Ojinaga,
bajo el mando del mayor Alejandro Rodas Cobón, salió a patrullar al área de
Mulatos, un rancho al oriente de esa ciudad.
El oficial se subió
a una camioneta Lobo de cabina y media que había sido asegurada a
narcotraficantes y sobrepintada de verde militar con el número 8013148, como si
fuera un vehículo oficial. El conductor era el sargento segundo hojalatero
automotriz Andrés Becerra Vargas. El mayor Rodas Cobón portaba su arma de
cargo, una pistola ametralladora MP-5, calibre 9 mm, y otra personal, calibre
40 mm, plateada con negro.
En una de las
brechas hacia Mulatos, los militares vieron a un civil en una cuatrimoto.
Vestía un amplio pantalón de mezclilla, playera blanca sin mangas y estaba
rapado. El mayor mandó llamar a la patrulla urbana del Ejército para el
municipio de Ojinaga, que comandaba el teniente de Infantería Gonzalo Arturo
Huesca Isasi, quien iba en un vehículo Hummer al frente de un pelotón de
fusileros.
De regreso a la
CINE, en el camino de terracería entre Mulatos y Ojinaga, el grupo de militares
se encontró de nuevo con Esaú Samaniego Rey, El Cholo o El Azteca. El mayor
Rodas ordenó al sargento Becerra que detuviera la marcha. Le ordenó alumbrar al
detenido con las luces de la camioneta.
“A este pendejo ya
lo traigo en la lista”, le dijo Rodas Cobón a Becerra, en alusión a la base de
datos sobre narcotraficantes que elaboraba como segundo comandante de la
Tercera CINE, por lo que se le conocía también como Lince 1. El comandante de
la compañía, José Julián Juárez Ramírez, Lince, estaba de vacaciones.
Rodas Cobón llamó a
Verde (clave del teniente Huesca) y le ordenó levantar la playera al detenido,
a quien le dieron la vuelta completa para que el mayor lo acabara de
identificar. Lo ubicó como un “pinche azteca”, es decir, un integrante del
grupo Los Aztecas, brazo armado del cártel de Juárez.
Rodas Cobón tomó su
celular y llamó al cabo de Infantería Guillermo Arce García. “Espero que esté
tu mujer contigo”, le dijo, y le ordenó al conductor que lo llevara al
domicilio de ese elemento de tropa. Al llegar a la casa ubicada en calle 14 de
la colonia Porfirio Ornelas, bajaron al detenido, que ya iba con los ojos
vendados. La mujer del cabo lo identificó como quien había intentado secuestrar
al hijo del matrimonio.
El mayor ordenó al
teniente Huesca y a sus hombres que se llevaran al detenido a la CINE y lo
“trabajara” para que dijera quién era su jefe, quién lo mandó a secuestrar al
menor, quiénes iban con él y cuánto le iban a pagar. “De ser posible, mátalo”,
le dijo el mayor al teniente, según el relato que hizo el sargento conductor a
la justicia militar en la causa penal 1982/2009.
Huesca se llevó al
detenido a una palapa que está detrás del comedor de esa instalación castrense.
“Yo escuchaba los gritos del civil desde la camioneta, donde me quedé a
dormir”, prosigue el sargento conductor. Cerca de las 4:00 de la mañana, el
sargento Alberto Alvarado Vázquez lo despertó para transmitirle la orden del
mayor Rodas de que abasteciera bien de combustible la camioneta y pusiera de reserva
dos contenedores con 60 litros: uno de gasolina y otro de diesel.
“Yo pregunté que
para qué el diesel, si la camioneta usa gasolina. El sargento me contestó ‘ya
valió madres; se nos pasó la mano con el pinche azteca’”. Becerra asegura que
Rodas Cobón le ordenó salir con el teniente Huesca a hacer un trabajo. Puso la
camioneta a un lado de la palapa y subieron “un bulto encobijado”. El teniente
Huesca y el sargento Alvarado se subieron a la cabina y, en la parte de atrás,
los cabos de Infantería Carmen Omar Ramírez Jiménez y Rufino Pablo Cruz, así
como los soldados Azael Santiago Luna y uno identificado como El Tacuarín o
Pareja.
Según el conductor,
Huesca le ordenó tomar la carretera hacia Camargo. Después de más de una hora
de recorrido, antes de llegar a la minera La Perla, le dijo que se metiera a
una brecha del rancho El Trece. Tomaron el camino del rancho Los Berrendos, lo
cruzaron y como a media hora más de camino llegaron a unas galeras de madera y
lámina. Huesca le ordenó al Tacuarín que se subiera a un cerro con un
radiotransmisor para que avisara si alguien se acercaba.
El resto de los que
iban en la caja de la camioneta tiraron una palapa para hacer leña. Levantaron
una pila como de un metro de altura. El soldado de Infantería Santiago Luna fue
al vehículo por el diesel, mientras los dos cabos bajaban el cuerpo. Luego
rociaron el cadáver y la madera con el combustible. El cabo Carmen Omar Ramírez
fue por pasto seco, lo prendió con un encendedor y lo aventó al montón.
Pasaron entre cinco
y seis horas para que se consumieran hasta los huesos del cadáver. Subieron las
cenizas de la fogata a la camioneta y las fueron dispersando por el camino con
palas. Luego, con un manojo de hierbas, limpiaron la caja. El grupo regresó a
la CINE entre las 16:00 y las 17:00 horas.
(Extracto del reportaje que se publica en Proceso
1889, ya en circulación)
PROCESO/ JORGE CARRASCO ARAIZAGA/ 12 de enero de
2013
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