“O
te ahogas o sales nadando”, es una sentencia que el maestro de
educación física del plantel número 6 de la Escuela Nacional
Preparatoria Antonio Caso, Daniel Gómez Rosales, popularizó entre sus
alumnos y que se cumplió de manera fatal el jueves 6, cuando Manuel
Antonio Gómez Espinosa, de 15 años, murió ahogado en la fosa de clavados
de la institución sin que el profesor se lanzara al agua para
rescatarlo. La familia del muchacho asegura que no ha recibido ayuda de
las autoridades universitarias, y hasta el cierre de esta edición Gómez
Rosales no había acudido a rendir su declaración.
MÉXICO, D.F.
(Proceso).- El alumno de la Preparatoria 6 de la UNAM Manuel Antonio
Gómez Espinosa, de 15 años, se ahogó en la fosa de clavados del plantel
el jueves 6, mientras el maestro de educación física Daniel Gómez
Rosales jugaba con un teléfono móvil en su cubículo, de acuerdo con
testimonios de los condiscípulos de la víctima.
Fué un compañero
de Manuel Antonio quien lo sacó del fondo de la fosa, pues Gómez Rosales
se rehusó a rescatarlo. Dos alumnas le dieron los primeros auxilios,
porque el profesor tampoco sabía aplicar las maniobras de reanimación
cardiopulmonar.
Compañeros del grupo 406 del plantel –ubicado en
Coyoacán, en el sur de la Ciudad de México– piden justicia para Manuel
Antonio. Entrevistados por este semanario, los muchachos narran los
minutos de terror que vivieron. Dolidos por la pérdida de Manuel Antonio
e indignados porque las autoridades universitarias quieren persuadirlos
de que fue “un accidente”, hablan con la convicción de que los padres
del menor tienen derecho a saber qué ocurrió aquella mañana.
Por tratarse de menores de edad y para evitar represalias se omiten los nombres de los declarantes.
El
jueves 6 el grupo 406 se presentó a las 9:30 de la mañana a la clase de
educación física que imparte Gómez Rosales. Los alumnos, divididos en
principiantes, intermedios y avanzados, entraron a la alberca de 1.30
metros de profundidad. Como ya es costumbre que la única indicación del
maestro es “naden”, los estudiantes nadaban como podían, porque en esa
clase sólo iban a “chapotear”.
De acuerdo con los testimonios
recabados, es frecuente que los alumnos más avanzados naden en la fosa
de clavados que tiene una profundidad de seis metros. Como el agua de la
alberca está más fría, muchos prefieren estar en lo que llaman “el
jacuzzi de clavados”.
El miércoles 5, Gómez Rosales les dijo a los
principiantes y avanzados que debían entrar a la fosa para “perderle el
miedo al agua”. Así lo hicieron. El maestro les indicó que se asieran
de la orilla y soltaran el cuerpo. Durante la clase estuvo supervisando a
los novatos.
Pero el jueves 6, para no variar, el profesor tenía
puesta la mirada en su teléfono móvil. Los muchachos no saben si estaba
chateando o poniendo a prueba sus habilidades con algún juego. De lo que
sí están seguros es que, clavado en su celular, se fue caminando hacia
su cubículo que está enfrente de la alberca, desde donde no se alcanza a
ver la fosa.
De pronto, alguien comentó que el maestro dio
permiso para que todos se metieran a la fosa. Y así lo hicieron. También
Manuel Antonio, de quien sus compañeros no están seguros si sabía nadar
o no. Sólo les consta que cuando hicieron las pruebas para
clasificarlos él eligió quedarse en el grupo de principiantes.
“Antonio
intentó cruzar la fosa de extremo a extremo, pero a la mitad se paró.
Ya no llegó. Se veía que no sabía flotar, porque se empezó a hundir, a
desesperarse, y se seguía hundiendo. Dos de mis compañeros intentaron
ayudarlo, pero como también son principiantes también a ellos los empezó
a hundir y los tres se estaban ahogando, porque ninguno sabe nadar
bien”, refiere un alumno.
“Empezamos a gritar: ‘auxilio, profesor,
ayúdenos’. Pero como al principio gritábamos bajito, algunos pensamos
que era una broma”, dice uno de los jóvenes. Otro más añade: “Yo primero
vi que Antonio estaba moviendo las manos, que salió y que ya había
tomado aire. Luego ya no manoteó ni chapoteó, sólo sacó la cabeza y creí
que ya había tomado aire para seguir nadando; luego se hundió delante
de nuestros ojos”.
Pusilanimidad
Uno de los
muchachos que estaba adentro de la fosa comenta: “Metí la cara y lo vi
en el fondo con los ojos abiertos. Salí y le grité al profesor. Él llegó
con un tubo que tiene como una cuerda en la punta, pero si Antonio ya
estaba inconsciente ¿cómo se iba a agarrar? Además, el tubo no llegaba
hasta el fondo; alguien tenía que bajar a ponerle la cuerda para luego
jalarlo. Un amigo estaba intentando llegar al fondo, pero no podía. Le
dijo al profesor: ‘usted aviéntese’, y todos le gritábamos: ‘aviéntese
maestro’. Teníamos la esperanza de que él llegara al fondo y lo sacara,
pero el maestro dijo: ‘yo no puedo llegar hasta abajo, pero tú sí
puedes, aviéntate’.
Mi amigo le decía: ‘es que no puedo llegar, estoy
muy nervioso’”.
Otro de los alumnos recuerda: “El maestro también
estaba nervioso. Corrió en varias direcciones, no sabía qué hacer.
Sacaba cosas dizque para rescatarlo, nos las daba, pero no las sabíamos
usar. Una era como un flotador amarillo con una cuerda que ya luego
supimos que es para sumergirte. Él no sabía resolver la situación.
Estábamos muy presionados y enojados; habían pasado muchos minutos,
todos estábamos llorando y lo veíamos perdido. Otros compañeros salieron
corrieron en traje de baño y descalzos a pedir ayuda en la escuela,
pero sólo encontraron a un señor. El chavo que estaba intentando llegar
al fondo como al séptimo intento lo consiguió, se lo puso en el hombro y
saltó con él; luego otros dos chavos lo ayudaron y entre los tres lo
sacaron”.
Cuando eso ocurrió, Gómez Rosales ya ni siquiera estaba
en las instalaciones acuáticas, pues había ido a buscar a “alguien” que
pudiera sacar a Manuel Antonio.
“Yo creo que ya iba muerto ahí
porque no estaba respirando. Después de que lo sacaron dos compañeras le
dieron resucitación. Escupió agua, pero estaba inconsciente. Tenía los
ojos abiertos, la mirada perdida, los labios morados y muy gruesos.
Estaba muy pálido, vomitó agua y comida; su respiración se escuchaba muy
forzada o no sé si respiraba, pero como que hacía gárgaras, aunque en
su boca no tenía agua. Una chava le apretaba el diafragma y la otra le
daba respiración boca a boca y se escuchaba como cuando destapas una
coladera. Tenía el abdomen muy hinchado, yo creo que por toda el agua
que tragó. En eso llegó el maestro, las chavas se hicieron a un lado y
dizque el maestro lo atendió, pero ni sabía hacer la resucitación porque
le estaba haciendo a la altura del estómago, cuando debe aplicarse en
el diafragma. De haberla hecho bien habría sacado más agua. Alguien dijo
que llamaran a sus papás y el profesor se negó: ‘No, él ya va a estar
bien. No le hablen a sus papás, que esto se quede en el grupo’. En ese
momento llegaron unos trabajadores, los que le dan mantenimiento a la
alberca, con una camilla y un doctor. Entre los cuatro lo llevaron a la
enfermería y sólo le pusimos una toalla encima para que no le diera
frío”, narra un estudiante.
Dilaciones
Mientras
esperaban a la ambulancia, uno de los chicos vio que Manuel Antonio
intentaba sentarse en la camilla. Sin abrir los ojos, desesperado,
trataba de enderezar su tronco, pero quienes lo rodeaban de inmediato le
decían que se acostara otra vez. Unos 20 minutos después de que fue
rescatado llegó una ambulancia roja, que se veía nueva, pero no trasladó
al muchacho. Incluso afuera de la escuela, ubicada en el centro de
Coyoacán, había un par de patrullas que escoltarían al vehículo para que
llegara más rápido al hospital del IMSS que se encuentra a un costado
de la clínica 32.
Más tarde llegó otra ambulancia, color azul y
bastante deteriorada. Iba con la sirena apagada y así se marchó. El
subdirector de la escuela, Antonio García, acompañó a Manuel Antonio y
después informó que el muchacho había muerto cuando iba camino al
hospital.
Los compañeros y amigos de Manuel Antonio pensaron que
el incidente había quedado en un susto, sobre todo porque en el
transcurso de la tarde varios de ellos acudieron a las oficinas de la
dirección para preguntar por su estado de salud. La respuesta fue que
estaba bien, que ya estaba con su familia, pero que no les dirían en qué
hospital fue ingresado para que “no fueran a molestar”.
Ese mismo
jueves, cerca de las 18:00 horas, un alumno de la preparatoria entró a
la página de Facebook de Manuel Antonio donde leyó que su familia estaba
pidiendo ayuda a quienes estuvieron en la clase de educación física
para saber por qué había fallecido.
La mañana del viernes 7, la
directora del plantel, Alma Angélica Martínez Pérez, se presentó ante el
grupo 406. Iba acompañada del subdirector; de la secretaria académica,
María de los Ángeles Martínez, y de un abogado. Ni siquiera informaron
claramente que Manuel Antonio había muerto.
La directora calificó
el hecho como “lamentable” y se refirió a la “terrible pérdida”;
mencionó que el maestro Daniel estaba “muy consternado” y que había
colaborado en todo momento con las autoridades policiacas para el
esclarecimiento del hecho. La psicóloga Ángeles Martínez prometió a los
muchachos que les ofrecerían terapia para ayudarlos a superar el
episodio. Después de repartir unos papeles con la dirección de la
funeraria donde estaba siendo velado el cuerpo de Manuel Antonio, los
directivos salieron del salón.
Los alumnos del 406 decidieron no
tomar clases. Se organizaron para comprar flores y veladoras que
pusieron a un costado del busto de Antonio Caso, el filósofo que da
nombre al plantel. Montaron una ofrenda en la puerta de la escuela. De
todos los salones llegaron para aportar dinero y solidarizarse con
compañeros y amigos de Manuel Antonio. La asamblea del movimiento
#YoSoy132 de la escuela colocó una manta en la cual exigía a las
autoridades el esclarecimiento de la muerte de su compañero, pero más
tarde los obligaron a quitarla.
Los estudiantes afirman sentirse
mal, tristes, enojados. En entrevista colectiva con la reportera, dicen
que el muchacho que sacó de la fosa a Manuel Antonio tiene sentimientos
de culpa por no haberlo salvado. Algunos no se pueden concentrar para
estudiar, otros pasaron el fin de semana echados en sus camas, sólo
pensando; unos más durmieron para no acordarse, a otro se le enchina la
piel cada vez que escuchan la sirena de una ambulancia, porque se
acuerda de su amigo.
El lunes 10, durante la hora en que les
tocaba educación física, los alumnos fueron obligados a presentarse en
el salón A19, donde dos psicólogos de la UNAM supuestamente les darían
una plática para superar la pérdida.
“Estábamos sentados en
círculo. Nos preguntaron cómo nos sentíamos, pero nunca nos dejaron
terminar de hablar. Alguien empezaba una idea y los señores lo
interrumpían para decir lo que ellos querían. Varios nos quedamos con
las manos alzadas. Sentimos que no quieren que saquemos conclusiones.
Necesitamos ayuda psicológica, pero no que nos laven el cerebro y que
nos quieran convencer de que fue un accidente; trataron de dejarnos en
claro que la prepa está dando todo el apoyo a la familia y por la misma
familia sabemos que eso no es verdad”, expone uno de los alumnos.
Desatención
A
más de una semana de la tragedia, las autoridades de la UNAM sólo
emitieron un escueto comunicado para lamentar la muerte de Manuel
Antonio y anunciar que la familia ha contado con todo el apoyo económico
y jurídico de la institución.
En la página en Facebook de la
Preparatoria 6, la familia Gómez Espinosa publicó una aclaración el
sábado 8, luego de que Proceso, a través de su agencia de noticias Apro,
y su portal de internet informó acerca de ese comunicado:
“La
familia de Manuel Antonio, de 15 años, queremos aclarar que los gastos
que se mencionan en dicho artículo que según ofrecieron los directivos
de la Preparatoria 6 no alcanzó para cubrir el funeral y lo pagaron sus
propios padres, ya que decían los abogados de la institución que no
tenían más presupuesto. Del apoyo jurídico que mencionan fue para la
escuela, ya que se tuvo que contratar un abogado por parte de la familia
para poder rescatar el cuerpo de Manuel y ellos llevaron a sus abogados
para deslindar a la escuela y al maestro que nunca supimos qué pasó con
él.”
A pesar de que el joven supuestamente falleció al mediodía
del jueves 6, la familia Gómez Espinosa pudo recuperar el cuerpo pasadas
las cuatro de la madrugada del viernes 7. Ellos mismos tuvieron que
realizar todos los trámites. Las autoridades de la escuela y sus
abogados estaban empecinados en que los padres firmaran un documento
donde reconocieran que la muerte de Manuel Antonio había sido un
accidente.
En la Agencia del Ministerio Público les dijeron que
había dos formas de recuperar el cuerpo: la difícil y la legal. Ante la
situación, el padre del joven interpuso una demanda por el delito de
homicidio contra el profesor Daniel Gómez Rosales, la directora Alma
Angélica Martínez, y el subdirector Antonio García, y por la cual se
inició la averiguación previa FCY/COY-5/11/02256/12-12.
Hasta el
cierre de esta edición el maestro no había rendido su declaración.
Tampoco se ha presentado a la escuela y las instalaciones acuáticas
permanecen cerradas.
“Como alumnos del grupo 406 y amigos de
Manuel Antonio les dijimos a sus papás que si la dirección de la escuela
se pone negligente, cuentan con nosotros para todo. Vamos a buscar
esclarecer esto. Queremos justicia para nuestro amigo, para que nunca
más vuelva a pasar esto, para que la muerte de nuestro compañero no sea
en vano”, manifiesta uno de los alumnos.
El lunes 10, padres de
los alumnos de la Preparatoria 6 se presentaron en la dirección para
preguntar cuáles son los protocolos que se siguen ante alguna
emergencia; si los maestros de educación física están certificados para
impartir clases de natación y si cuentan con conocimientos de primeros
auxilios, RCP y salvamento, y por qué no hay salvavidas. Les
respondieron que “están preparados y cuentan con mucha experiencia”.
La
directora reconoció que no saben qué pasó. “Eso lo determinará el
Ministerio Público”, zanjó. También aceptó que el área de la alberca
siempre ha sido “una enorme preocupación, un problema grave donde
siempre hay mucho riesgo”. En 50 años, agregó, nunca había ocurrido un
fallecimiento. Uno de los padres contó que hace varios meses un muchacho
estuvo a punto de ahogarse. Martínez Pérez manifestó que no sabía nada
de este incidente.
Los padres de familia comenzaron a contar las
historias de sus hijos con los maestros de educación física, a quienes
acusaron de abusivos, ignorantes y represores, que se valen del castigo,
la amenaza y el maltrato como herramientas de enseñanza.
Estos
testimonios coinciden con los manifestados en redes sociales por alumnos
y exalumnos de la Preparatoria 6. Por ejemplo, hay quejas de que Gómez
Rosales obligó a una alumna a que nadara dos horas seguidas a fin de no
reprobarla. Una madre narró cómo a su hija la obligó a correr hasta que
se desvaneció. Ni siquiera se tomó la molestia de llevarla a la
enfermería, lo que sí hicieron sus compañeras.
El profesor también
ha ignorado los certificados médicos que indican que tal o cual alumno
no puede hacer abdominales o algún otro tipo de ejercicio porque sufren
lesiones en la columna vertebral u otras partes del cuerpo. Los
estudiantes son reprobados si se rehúsan a acatar sus órdenes.
Un
par de exalumnos recordaron una frase que a Daniel Gómez Rosales le
encanta repetirles a los principiantes: “En esta clase o te ahogas o
sales nadando”.
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