Fotos con la niña. Fotos en
la iglesia. Afuera, con los padrinos. Fotos con ellos dos. Fotos en la casa, en
la reunión. Fotos con los amigos. Clic. Clic. Clic. Relampagueando con el
flach.
Lo contrataron para ese
evento. Fue a través de un conocido que el señor lo llamó por teléfono para que
tomara fotos. Era un señor de lana: caserón con amplio jardín, varios
automóviles. Y el señor con ese acento chilango.
Van a ser siete mil, siete
mil por todo: así habían quedado. Me da un adelanto de mil pesos, no hay
problema; yo me encargo de todo y al final, cuando entregue las fotografías que
le interesen, me paga el resto: ése era el acuerdo.
Clic. Clic. Clic. La minolta
esa no se rajaba. Plaf. Plaf. Brotaba la luz paralizante del flach.
Tomó unas veinte fotos; el
señor le pidió más y más: cincuenta.
Al día siguiente se las llevó
y él le pidió unas ampliaciones. No eran gran cosa. Le dejó parte del material
y salió de ahí, de esa mansión en lo alto de la ciudad: salió para nunca más
volver a entrar.
El señor le llamó por
teléfono: tráeme todas las fotos, todas. Le contestó: no puedo llevarle las
fotos, necesito que me pague y, además, usted me pidió un material adicional
que todavía no tengo, no lo he encargado.
Ni madres, quiero las fotos,
dámelas ya.
No quedamos en eso, repitió;
deme el dinero y le doy las fotos, no hay problema.
Hijo de tu pinche madre: dame
las fotos o te parto la madre.
A partir de ese momento fue
una madeja enredada. El señor llamaba dos, tres veces por día para decirle lo
mismo: que le diera las fotos o lo iba a matar. Y la madeja fue creciendo,
anudándose aún más.
Llamó a la esposa. Con un
tono poderoso y determinante le dijo que tenían que entregarle las fotos, que
él era el que mandaba. Esas fotos son mías y su esposo las tiene: dígale que me
las dé; dígale, o los mato a los dos.
Soy poderoso; no sabe con
quién están tratando, tengo mucha lana, amigos, gente a mi servicio; a mí me
vale madre: los mato y ya, no me cuesta nada. Mejor entréguenmelas, antes de
que se los cargue la chingada.
Una cantaleta. Rosario de
injurias y mentadas. Muchas muertes de palabra, muchas amenazas.
Habló a la casa, al trabajo
de ambos, a los celulares; dos, tres, cuatro veces al día. Y la raya la pintó
cuando les dijo que ya se estaba cansando, que iba a ir por ellos. Al cabo ya
sé dónde viven, voy por ustedes, y les voy a matar al niño.
Eso ya no le gustó. Este
amigo está loco, y tan calmado que se veía el amigo, tan tranquilo cuando me
contrató; y lo hubieras visto en la fiesta: bien divertido el tipo, atendiendo
a la gente. Eso sí, pisteando, güisquiando, de aquí para allá, y tintineando
los cubos de yelo en ese vaso de cristal que nunca soltó. Pero como que está
loco el amigo, como que se le va la onda. Mejor le damos las fotos.
La pareja recordó que el
señor había dicho que conocía a una persona del gobierno, que era su compadre:
era uno de los secretarios del gobierno estatal. Ellos también lo conocían, lo
fueron a buscar.
Yo voy a hablar con él, está
loco este cabrón. Hizo una llamada: cálmate, más te vale que te calmes porque
esto se puede complicar.
El señor quedó como sedita.
Artículo publicado el 18 de marzo de 2018 en la
edición 790 del semanario Ríodoce.
(RIODOCE/ JAVIER VALDEZ/ 20 MARZO, 2018)
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