De
lo que no puede atacarse o criticarle a Ricardo Anaya, es que carece de audacia
y temeridad. Una y otra vez, como lo ha hecho por meses, se defiende
retóricamente de acusaciones por corrupción. Ni el Gobierno federal ni sus
voceros en la prensa han podido mostrar la bala de plata que lo elimine, pero
tampoco él ha mostrado documentación contundente que haga que los señalamientos
queden en lo que señala reiteradamente, que se trata de una persecución
política para sacarlo de la contienda presidencial. En el chapoteadero de
palabras en las que se encuentran Anaya y sus principales detractores, hay
imágenes que no ayudan al candidato y alimentan la sospecha. Sobre todo, la
forma como la maquinaria política del PAN y sus aliados no lo ha arropado en
estos momentos de crisis.
El
domingo fue la última demostración de que Anaya es una papa caliente donde sus
aliados están dudando en tomar postura a su favor. En su exigencia a que el
Presidente Enrique Peña Nieto sacara las manos del proceso electoral, el
candidato apareció rodeado por sus asesores Santiago Creel, Marco Adame y
Emilio Álvarez Icaza, y el presidente del PAN, Damián Zepeda, junto con los
líderes del PRD, Manuel Granados, y de Movimiento Ciudadano, Dante Delgado,
además de los jefes de la corriente de Los Chuchos, Jesús Ortega y Jesús
Zambrano, y de su escisión de Los Galileos, Guadalupe Acosta Naranjo. ¿Dónde
quedaron los gobernadores panistas? ¿Los perredistas? ¿Por qué no estuvo Miguel
Ángel Mancera, jefe de gobierno de la Ciudad de México? ¿Será acaso porque los gobernadores
dudan de su inocencia?
El
arropamiento político de Anaya no cuaja. El PAN vive una crisis estructural
donde corrientes del partido, en donde se encuentran grupos que no tienen la
mejor relación, encabezados por los ex presidentes Vicente Fox y Felipe
Calderón, están unidos en su contra. Parte de los gobernadores panistas están
distanciados de él, o como el de Querétaro, Francisco Domínguez, y el ex
Gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle, enfrentado a él; Domínguez, que autorizó
que desde su gobierno proporcionaran los documentos de sus operaciones
inmobiliarias que terminaron en El Universal, y el segundo, operando
electoralmente en contra de Anaya en las elecciones del Estado de México.
La
falta de este acuerpamiento es proporcional a cómo desde la campaña priista de
José Antonio Meade, están agudizando las contradicciones. “No lo vamos a
soltar”, dijo uno de los generales de la campaña. El líder del PRI, Enrique
Ochoa, y el coordinador de la campaña, Aurelio Nuño, parece como si estuvieran
quemando sus naves en sus ataques contra Anaya. Tan radicales se muestran, que
la pregunta es qué tanto más saben para elevar el costo político de Anaya por
no responder con documentos en las manos, para buscar provocarlo.
Las
autoridades judiciales sí tienen indicios de que Anaya puede ser sujeto de un
proceso por presuntos delitos de lavado de dinero y evasión fiscal. Las
pesquisas se han ampliado de la operación inmobiliaria en la que el eje de una
triangulación financiera presuntamente ilegal fue el empresario queretano,
Manuel Barreiro, a la Fundación Por Más Humanismo, que fundó Anaya en 2009,
después de renunciar a la secretaría particular del entonces Gobernador de
Querétaro, Francisco Garrido Patrón. Los detalles de esa Fundación fueron
circulados a través de correos electrónicos a varios periodistas, y uno de
ellos, Álvaro Delgado, de Proceso, los publicó a principios de febrero,
explicando cómo ese organismo podría considerarse “fantasma”. Otra línea de
investigación, deslizada este domingo por el presidente del PRI, son los
llamados “moches”, como se denomina al desvío de unos 2 mil millones de pesos
del Ramo 23 que se destina a municipios, que desde hace meses militantes del
PAN han denunciado que se dieron durante la presidencia de Anaya en el partido.
Pero
la Procuraduría General de la República ha actuado, hasta ahora, de una manera
deleznable, mezclando el sigilo de las carpetas de investigación, con
posiciones políticas que inciden en el proceso electoral. Sin embargo, la torpeza
del Procurador interino Alberto Beltrán, no debe frenar que haya un
esclarecimiento de este caso. No a periodicazos, como ha sido hasta ahora, sino
mediante un proceso apegado a Derecho por parte de la autoridad, sin brincar a
conclusiones ni utilizar cortinas de humo para politizar la justicia. Anaya
también nos debe la presentación de pruebas bancarias que demuestren que sus
dichos tienen sustento documental, y que los señalamientos, en efecto, son
propaganda negra para descarrilarlo.
Hay
que disipar el humo y que cada quien valide su dicho. Después de todo, que no
se nos olvide, se trata de un candidato presidencial. Si la PGR tiene las
evidencias que apunten a un delito cometido por Anaya, que actúe rápido, en
consecuencia, y sin contemplaciones. Si Anaya tiene las pruebas que demuestran
su inocencia, que exhiba sus declaraciones fiscales y las de su familia y
socios -aunque son privadas, la candidatura presidencial exige que se hagan
públicas-, así como los documentos financieros que comprueben que tal como lo
ha dicho públicamente, él dejó de tener una relación orgánica con la fundación
y la empresa inmobiliaria en las fechas que lo aseguró. Esta inconsistencia es
la que parece encontrarse en el trasfondo de la falta de apoyo de los
gobernantes en la alianza electoral, que no le está ayudando, y que al reflejar
la desconfianza que crece en torno a su candidato presidencial, lleva a pensar
que quizás Anaya no era la mejor opción que tenían para la contienda.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
@rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA
PALACIO/06/03/2018 | 03:00 AM)
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