Cuenta Dámaso N.
El cochiloco era necrófilo: le encantaba
matar. Era muy maldito, pero también blanco, elegante y rengo por un balazo que
le pegaron en una pierna en su tierra, San Ignacio.
El cochiloco era necrófilo:
le encantaba matar. Era muy maldito, pero también blanco, elegante y rengo por
un balazo que le pegaron en una pierna en su tierra, San Ignacio. Así lo
recuerda Dámaso N.
También le decían El gallo de
San Juan, por la comunidad dónde nació, aunque su nombre oficial era Manuel
Salcido Uzeta, a quien en el argot policiaco se le conoció como comandante
Martínez.
Dámaso, cercano colaborador
de Rafael Caro Quintero, Ernesto Fonseca, Miguel Ángel Félix Gallardo y el
mismo cochiloco, recuerda la forma de ser del sanguinario capo y gatillero.
La muerte de El cochiloco
está relacionada con el homicidio de El chapo Caro, primo de Rafael Caro
Quintero, y de Pedro Avilés, a quien Salcido le hizo una promesa que cumplió
cabalmente.
“La muerte de El chapo Caro
fue a consecuencia de un hurto, fíjate. Sucede que en Colima, por ahí vivía El
cochiloco en aquel entonces, cayó un barco que creo que se llamaba Chingorazo,
que traía ocho toneladas de coca”.
COCHILOCO. LOS COLOMBIANOS NO PERDONAN
Entre Manuel Salcido, un hijo
de don Lalo Fernández, y su socio y amigo, Chapo Caro, agregó, se robaron
cuatro de las ocho toneladas de cocaína que transportaba aquel barco, cuyo
destino era Baja California.
“Ellos se robaron la droga y
dejaron que el barco se llevara el resto a su destino, creo que Ensenada, Baja
California, y a los tres les dieron piso por esto”.
Dámaso N echa a andar la
maquinaria de la memoria. Aceita los engranes, ajusta los tornillos, para que
no se filtre la desmemoria y fluyan los recuerdos.
“Tú has de saber que en
Colombia se prepara a suicidas desde niños ¿sabes?, porque eso de el chapo Caro
vino de Colombia. Y lo de El cochiloco también”, insistió.
El chapo Caro fue asesinado a
tiros cuando transitaba en una camioneta por la calle Nicolás Bravo, en
Culiacán, rumbo a Cañadas. Fue a principios de la década de los ochenta. La
unidad en que iba la víctima quedó incendiada y destrozada a tiros.
-- Se decía que le habían
aventado granadas a la cabina de la camioneta.
-- Después de que lo
carraquearon, lo incendiaron, le echaron bombas de lumbre (caseras) para
borrarlo todo, pero fue consecuencia de ese barco chingorazo que cayó en Colima.
Se manejó mucho esa versión y
al Cochi lo anduvieron pastoreando como dos o tres años y lo chingó un
motociclista de esos suicidas colombianos, en Guadalajara, junto con un
teniente del ejército que andaba con él.
Iban en carro, por la
(Adolfo) López Mateos, por ahí antes de llegar a El Tucán, que era un
restaurante y centro nocturno propiedad de Miguel Ángel Félix Gallardo. Un
tipazo ese cabrón, dueño de una mente chingonométrica.
Y sí, es cierto, el Cochiloco
era muy maldito, pero también lo eran sus hermanos, más nuevos, y Gabino, les
decían los cochitos. A Gabino lo mataron en Mazatlán los del Ejército y hasta
lo caparon.
Dámaso reconstruye la última
vez que vio a Manuel Salcido, en un restaurante, en Guadalajara. Era el
comandante Martínez, al frente de un operativo de revisión, rodeado de hombres
armados y apoyado por efectivos de corporaciones policiacas y del Ejército
Mexicano.
-- Y alguna vez lo viste
matar.
-- Lo que te puedo decir es
que él vengó a Pedro Avilés. Juró en su sepelio que lo iba a vengar. Y lo hizo.
A Avilés lo mataron “por
puras envidias”. Era un jefe, jefazo, volaba para serlo. Era valiente y le daba
dinero al gobierno con tal de que no lo molestaran.
“Una persona de apellido
Alcalá era jefe de grupo de la policía federal y pedrito le dio 20 mil pesos,
porque él cooperaba mucho con el gobierno para que lo dejaran trabajar. Pedro
era muy recio, capo grande, y ahí en la mafia también hay envidias”, recordó.
Y fue el mismo Alcalá el que
se encargó de asesinarlo. En Tepuche, cuando iba a Aguacalientita, lo detuvo la
federal y se una zona conocida como la i griega, donde los abatieron a tiros
junto con otras tres personas.
“Eso fue lo que no le cayó al
Cochiloco. Era una muerte tan gacha. Los habían matado como perros, después de
desarmarlos”.
Por eso El Cochiloco,
habiendo jurado vengar la muerte de Pedro Avilés, se trasladó a Michoacán
acompañado por un grupo de hombres. Allá tumbó a El huarache, un acople, balcón
de la policía federal.
Y el siguiente fue Alcalá,
porque él tuvo qué ver en la muerte de Avilés. El grupo de sicarios se trasladó
a Colima, donde El Cochiloco tenía una casa de “mantenimiento”, y luego a
Guadalajara, ya que ahí Alcalá tenía una fábrica de bloques.
Justo cuando intentaba abrir
su carro, un Lebarón llegó hasta el jefe policiaco el cochiloco y le disparó
con un fusil FAL.
“Y ya que lo tumbó se bajó,
se hincó y lloró. Levantó el rifle en señal de triunfo y gritó ‘¡este es el
otro que te prometí pedrito!, ¡Ya cumplí!, ¡Ya no tengo compromisos, no me
vayas a mandar un duende desde allá donde andas!’”.
El Cochiloco, Manuel Salcido,
comandante Martínez. El mismo, todos y nadie. Se le atribuyeron más de 75
muertes. Le gustaban los palenques y lo mismo se le señalaba como bandido
generoso que como matón sanguinario y extremadamente violento.
Hay quien dice que como Pedro
Infante y Amado Carrillo, él está vivo y les sigue llevando la tambora a los de
San Juan, su tierra. Si en vida se contaba que tenía una persona que se parecía
mucho a él y que la hacía de su doble, ahora se cuenta que no ha muerto.
Que no murió ni con los más
de cincuenta balazos que dicen que recibió, aquel 9 de octubre de 1991.
(DOSSIER POLITICO/ REDACCION/
2005-11-20)
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