La diplomacia vaticana ha
sido menos delicada con el Gobierno del presidente Enrique Peña Nieto de lo que
se hubiera pensado. Contra todos los antecedentes de visitas papales, a 10 días
de que Francisco llegue a México, los mensajes sobre la insatisfacción que
sienten con el Gobierno, con su manejo y con las dificultades que hubo para
poder fijar una agenda del interés de el Vaticano y no de Los Pinos, ha
producido expresiones públicas inusitadas. La última, del Papa mismo, quien en
una entrevista colectiva este miércoles denunció la corrupción, la violencia y
el narcotráfico en México. No es la primera vez que se refiere a estos temas,
pero en vísperas de su arribo, sus palabras traen un cargamento políticamente
explosivo.
El Vaticano está marcando su
territorio, ante los intentos para alterar y modificar la agenda del Papa. En
diciembre pasado se mencionó en este espacio las peticiones específicas del
Gobierno a Roma para que excluyera a Guerrero de sus visitas y homilías, y que
no se refiriera a los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa. El principal
negociador de la visita, Roberto Herrera Mena, director de Asuntos Religiosos
de la Presidencia, también buscó eliminar y meter a Campeche como destino
papal, aduciendo que nunca había estado en ese estado y que el Gobernador los
trataría maravillosamente. Cuando le dijeron que iban a tener una comida con
indígenas en Chiapas, Herrera Mena les ofreció organizar la comida con todo e
indígenas. El rechazo fue inmediato. El Papa hablaría con indígenas verdaderos
convocados por la Diócesis de San Cristóbal de las Casas.
Herrera Mena, muy cercano a
Peña Nieto desde sus tiempos en la gubernatura, estaba acostumbrado a otro tipo
de relación. Él llevaba el trato con la Conferencia Episcopal Mexicana, cuya
sede está en el Estado de México, y quien llevaba anualmente a Peña Nieto a
comer con ellos al final de sus asambleas. Les llevaba regalos, y actuaba como
un “concierge” divino para sus necesidades materiales: camionetas para
transportarse, boletos de avión para ir a Roma, y otras canonjías terrenales.
En el Vaticano descubrió otro manejo. Por ejemplo, cuando propuso en lugar de
que el Papa fuera a Ecatepec fuera a Toluca, el secretario de Estado vaticano,
Pietro Parolin, le respondió que por qué no en Atlacomulco. “¿De verdad?”,
respondió, según fuentes de la Iglesia. Era una broma. No sabía que el cardenal
Parolin había sido el número tres de la Nunciatura hace 25 años, cuando el
embajador vaticano era Girolamo Prigione.
El Gobierno buscaba llevarlo
a territorios alejados de la conflictividad social, que no fueran a convertir
una fiesta católica en México, en una angustiante gira para Los Pinos. La
información que tenía el Papa no era la que le pintaban los funcionarios
mexicanos. Durante muchos meses, por ejemplo, sacerdotes mexicanos peregrinaron
a Roma para denunciar la extorsión de los cárteles de las drogas para no atacar
sus iglesias, y cómo las autoridades los habían ignorado. De alguna manera a
eso obedeció la filtración autorizada de un correo electrónico que envió a su
amigo Gustavo Vera en Argentina, donde hablaba del peligro que su país se
mexicanizara, como consecuencia de la corrupción y violencia que se vivía en
México por el narcotráfico.
Directamente de la Nunciatura
y varios cardenales mexicanos se enteró de primera mano de lo sucedido en
Guerrero con la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, cuya causa fue
tomada por los jesuitas –la orden a la que pertenece–, y que adquirió tintes
contestatarios cuando en diciembre de 2014 ofició una misa en la normal rural
el embajador vaticano, Christophe Pierre. La oposición del Gobierno mexicano a
que Francisco fuera a Guerrero, frustró la visita que había negociado la
exsubsecretaria de Gobernación para Asuntos Religiosos, Mercedes Guillén, en
marzo del año pasado. El activismo jesuita por la causa de los normalistas y
los de-saparecidos no ceja, y será uno de los temas de homilías del papa
Francisco en México.
Muchas reivindicaciones se
esperan con Francisco en México. Una muy notoria es la visita y oración que
hará en San Cristóbal de las Casas a la tumba del dominico obispo Samuel Ruiz,
que trabajó por los indígenas y estuvo muy cerca del nacimiento del Ejercito
Zapatista de Liberación Nacional. Otra, muy poco publicitada, fue el inicio de
proceso de santificación de José Sánchez del Río, un joven de 14 años que
durante la Guerra Cristera fue asesinado por soldados del gobierno de Plutarco
Elías Calles, fundador del PRI. El joven fue beatificado en 2005 por Benedicto
XVI, pero con el proceso iniciado en vísperas de su viaje a México, Francisco
lo hará santo.
El viaje de Francisco no será
como las cinco visitas de Juan Pablo II y la de Benedicto XVI. Ésta será altamente
contestataria contra el Gobierno. Lo anticipó el Papa este miércoles en Roma.
Orará en México y con los mexicanos, dijo, para que “los problemas de
violencia, corrupción, y de todo lo que ocurre se resuelva, porque el México de
la violencia, de la corrupción, del narcotráfico y de los cárteles no es el
México que nuestra madre quiere”. Francisco dijo: “no va a tapar nada de eso”,
pero que estimulará a todos a combatir cotidianamente esos males. En un
contexto diferente y con problemas distintos, Juan Pablo II dijo palabras
similares en Polonia, y ya se vio que sucedió con el cambio de metabolismo en
los polacos.
(ZOCALO/ COLUMNA “ESTRICTAMENTE PERSONAL”
DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 05 DE FEBREREO 2016)
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