Por primera vez en la larga
memoria, el Gobierno mexicano ha fijado al de Estados Unidos la agenda
informativa en la investigación sobre los probables enlaces criminales de las
celebridades de Hollywood. Lo marcó desde la mañana del 8 de enero, cuando el
presidente Enrique Peña Nieto recibió la confirmación de la recaptura de
Joaquín “El Chapo” Guzmán de Vidal Soberón, secretario de la Marina, y se
decidió en una reunión del Gabinete de Seguridad en Los Pinos que la vertiente
sobre la industria del entretenimiento sería enfatizada en los días por venir
en medios mexicanos seleccionados. Lo que siguió fue una catarata de
información de inteligencia –prácticamente ninguna de ella a disposición del
Ministerio Público Federal– en la cual la perla más morbosa, insidiosa y de
mayor combustible para el imaginario colectivo fueron las conversaciones entre
la actriz Kate del Castillo y el jefe del cártel del Pacífico.
Las conversaciones difundidas
en la prensa, resultado del trabajo de inteligencia del CISEN y la Marina, no
tenían realmente una bala de plata que demostrara una relación criminal entre
la señora Del Castillo y Guzmán. Un funcionario federal explicó que esos
diálogos, una vez judicializados, entrarían a la investigación como piezas de
un rompecabezas. Con la información que tenía la PGR, sugirió, esas
conversaciones irían corroborando y confirmando las sospechas de que los
vínculos entre ambos eran más que negocios coyunturales. Los medios habían
servido como vehículos de excelencia para darle el pretexto a la PGR de abrir
nuevas líneas de investigación a partir de las grabaciones publicadas.
Cuando se quitan los
reflectores de la investigación y se disipa la tolvanera que levantó, varias
preguntas quedan sin respuesta. Por qué, si las grabaciones son parte de la
investigación y se supone que fueron intercepciones telefónicas autorizadas por
un juez, fueron difundidas a través de la prensa. Por qué, si pueden ser
utilizadas dentro de la averiguación previa, se entregaron a la prensa algunos
de los segmentos más picantes y emocionalmente más perturbadores. Queda la duda
si, cuando anunció la PGR que las incorporaría en la averiguación, existe la
posibilidad de que fueran grabaciones ilegalmente obtenidas, o si hay un interés
oculto, personal o relacionado directamente con la investigación. En todo caso,
la consecuencia de los materiales que tienen que ver con su fuero interno, en
particular las conversaciones con un tono personal, ha creado la impresión de
que sí tuvo que ver con un criminal. Es decir, el juicio popular la encontró
culpable.
En este punto, lo que fue un
acierto del Gobierno al enfocar el tema postcaptura de “El Chapo” en la
industria del entretenimiento, con lo cual le dieron aire al tema, llenaron
todos los espacios de opinión pública y evitaron que de un activo se
convirtiera rápidamente en un problema por la falta de credibilidad oficial, se
ha convertido en un búmeran. Llevar al tribunal popular a la señora Del
Castillo es permear que es culpable.
Falta a la PGR demostrar los
delitos por los que se le investiga y proceder en su contra, pero aun cuando se
llegue a ello, en otras áreas del Gobierno le hicieron un enorme daño al
proceso. A la señora De Castillo le han violado sus derechos fundamentales.
Aún no se construye una
acusación formal en su contra y se están colocando los pilares para que se
alegue, si llegara a darse, una violación al debido proceso. El caso de la
señora Del Castillo es similar al de la francesa Florence Cassez, sentenciada
por secuestro y delincuencia organizada, a quien la Suprema Corte de Justicia
dejó en libertad hace 3 años por considerar que se le habían violado sus
derechos fundamentales.
La decisión se apoyó en el
dictamen del ministro Arturo Zaldívar, que al describir la forma como se
violaron los derechos de la francesa lo llamó el “efecto corruptor”.
Entre las circunstancias que
se consideran dentro del “efecto corruptor” se encuentran que “la conducta de
la autoridad haya provocado condiciones sugestivas en la evidencia
incriminatoria que conlleven a la falta de fiabilidad de todo el material
probatorio”, y que “la conducta de la autoridad impacte en los derechos del
acusado, de tal forma que se afecte en forma total el derecho de defensa y lo
deje en estado de indefensión”. Esto conduce a que se vulnere la presunción de
inocencia como regla de trato, por lo que el acusado no recibe un juicio justo.
El ministro Zaldívar apuntó
en una de sus afirmaciones centrales: “Dada la trascendencia de una acusación
en materia penal, la Constitución otorga al imputado una serie de derechos
fundamentales a fin de garantizar que se efectúe un juicio justo en su contra.
Sin embargo, de nada sirven estos derechos cuando las autoridades encargadas de
investigar el delito realizan diversas acciones que tienen como finalidad
exponer públicamente a alguien como responsable del hecho delictivo”.
La señora Del Castillo no es
la señora Cassez. La primera ni siquiera ha sido acusada de nada, mientras que
la segunda ya había sido sentenciada. Sin embargo, lo que la Suprema Corte tomó
como prueba de que se violaron sus derechos, lo que popularmente se conoció
como “el montaje”, una recreación de su captura, es menos grave, se puede
alegar, que las dos semanas de linchamiento mediático contra la actriz. Si
llegara a ser acusada y procesada o no, resulta irrelevante en la esfera
pública, donde ha sido sentenciada: culpable.
(ZOCALO/ COLUMNA “ESTRICTAMENTE PERSONAL” DE RAYMUNDO
RIVA PALACIO/ 26 DE ENERO 2016)
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